Sergio Pitol Deméneghi
Sergio Pitol Deméneghi (Puebla, 18 de marzo de 1933–Xalapa, 12 de abril de 2018) fue un escritor, traductor y diplomático mexicano. Su vocación lo ha volcado hacia la promoción de los derechos humanos en México y al cuestionamiento de orientaciones políticas que coloquen al ser humano por debajo de la razón de Estado.[cita requerida] Falleció el 12 de abril de 2018 a los 85 años por complicaciones de una afasia progresiva que lo acompañaba desde hace varios años.

Pitol y el llamado del viaje
Fabiola Palapa Quijas y Eirinet Gómez, corresponsal jueves, 12 abr 2018
Xalapa, Ver. La experiencia del viaje no sólo marcó gran parte de la vida de Sergio Pitol, sino también su producción literaria. El escritor consideraba que viajar de manera mental era indispensable para “no ponerse límites, no cerrarse y crearse formas aldeanas, sino concebir el mundo como amplio y diferente, saber que uno es un granito en ese inmenso mundo y que no hay nada eterno”.
Pitol murió este jueves a las 09:30 horas en Xalapa por complicaciones de una afasia progresiva que le afectaba desde hace varios años.
Desde muy joven sintió el llamado del viaje, que con el tiempo se convirtió en uno de los móviles de su obra literaria, la cual ha marcado a varias generaciones de lectores y escritores de América Latina y el mundo.
Nació en la ciudad de Puebla el 18 de marzo de 1933. A la edad de cinco años contrajo paludismo, al que le llamaban “malaria consultiva”, lo cual le condujo desde pequeño a la lectura debido a los largos periodos de reposo que debía guardar. Comenzó con Verne, Stevenson, Dickens y a los doce años ya había terminado La guerra y la paz.
A los dieciséis o diecisiete años estaba ya familiarizado con Proust, Faulkner, Mann, Wolf, Kafka, Neruda, Borges, los poetas del grupo Contemporáneos, mexicanos, los del 27 españoles, y los clásicos españoles.
Vivió en Europa durante 18 años. En México estudió derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y fue titular de esa carrera en la Universidad Veracruzana de Xalapa y en la Universidad de Bristol, en Estados Unidos. Pitol fue traductor, profesor, editor y también diplomático en París, Varsovia, Budapest, Moscú y Praga.
En una entrevista con La Jornada en 2010, el escritor mexicano confesó: “Yo me aventuro a decir que soy los libros que he leído, la pintura que he visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos triunfos, bastante fastidio. Uno es una suma mermada por infinitas restas. Uno está conformado por tiempo, adicciones y credos diferentes”.
En una entrevista con Carlos Monsiváis, Pitol explicó que recurría con frecuencia a Jorge Luis Borges cuando se estancaba en un texto y no lograba continuarlo pensaba en una frase del autor argentino para cerrar su párrafo.
“Yo descubrí en 1952 a Borges en un suplemento cultural, donde se publicó La casa de Asterión. Creo que el mayor descubrimiento de una prosa fue ése. Parecía otro idioma. Nunca había conocido tal maravilla. ¿Te acuerdas que en los años cincuenta llegaba a las librerías la revista Sur, donde escribía frecuentemente Borges? Compraba la revista casi sólo por leer sus cuentos, sus reseñas de cine y sus ensayos.
“En México sólo tenía un puñado de lectores. La revista Sur me acercó a la literatura argentina, casi más que a la mexicana. Ahora si abro algunas novelas de entonces me asombro de qué malos eran, qué solemnes, qué huecos. Sólo logro admirar a Guiraldes, W. H Hudosn, los ensayos y las novelas cortas de Bianco, los cuentos de Silvina Ocampo”, contestó a Monsiváis.
Sergio Pitol pertenece a la generación de Medio Siglo y la comparte con los escritores Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska, Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Juan Manuel Torres y José de la Colina, entre otros.
Con motivo de la publicación de Una autobiografía soterrada, bajo el sello de Almadía, comentó a La Jornada: “Soy un hijo de todo los visto y lo soñado, de lo que amo y aborrezco, pero aún más ampliamente de la lectura, desde la más prestigiosa a la casi deleznable…Escribir ha sido para mi, si se me permite emplear la expresión de Bajtin, dejar un testimonio personal de la mutación constante del mundo”.
Para el escritor la autobiografía siempre estuvo presente desde sus primeros cuentos y en la Trilogía de la memoria (2007), simplemente buscó una forma distinta de abordarla, convirtiéndose en el personaje que deambula por todas sus páginas. “Releerme significó revivir experiencias de mi relación con la música, la ópera, el cine, el teatro y, por supuesto, la literatura”, dijo el Premio Miguel de Cervantes de Literatura 2005 a La Jornada (6/05/2010).
En su libro ‘El mago de Viena’, el autor nos muestra, con la maestría narrativa que lo caracteriza, pequeñas ventanas al mundo de sus memorias literarias, de su imaginación histórica, de su pasión inextinguible por la literatura, los viajes y la vida.
En las últimas presentaciones públicas, Pitol ya no hablaba, simplemente sonreía y abría sus brazos para agradecer los aplausos de sus lectores que acudían a verlo, como sucedió en el 2012 en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, cuando se presentó la antología titulada Elogio del cuento polaco.
En 2013 se le rindió un homenaje en el Palacio de Bellas Artes con motivo de su 80 aniversario, el escritor y traductor permaneció sentado en una de las butacas de la sala Manuel M. Ponce, ahí escuchó la intervención de sus amigos, alumnos y especialistas en su obra, quienes lo definieron como un hombre libre, vital y de humor, autor a contracorriente y solidario que todo lo convierte en literatura.
También ese año recibió otro homenaje en Xalapa, en el Hay Festival, y su editor Marcelo Uribe le entregó un ejemplar de El tercer personaje, que en ese entonces acababa de salir de la imprenta, publicado por Ediciones Era. El argentino Andrés Neuman, quien participó en el evento, señaló que en Pitol “uno encuentra una especie de sustrato memorístico, lo que no es verdadero parece serlo; esa duda de si es o no es verdadero es parte de su encanto”. Se refirió a Pitol como autor de lo que ahora se menciona mucho en la crítica: la autoficción.
En Cuba, también en el 2013, el premio Cervantes 2005 asistió a la presentación de su libro El arte de la fuga, ante un auditorio que desafió una incesante lluvia sobre La Habana.
La obra del escritor mexicano ha sido traducida a diferentes idiomas (francés, alemán, italiano, polaco, húngaro, holandés, ruso, portugués y chino). Entre sus títulos más conocidos se encuentran: Tiempo cercado (1959), No hay tal lugar (1967), Infierno de todos (1971), El tañido de una flauta (1973) y Asimetría (1980), El arte de la fuga (1996), El desfile del amor (1984), y La vida conyugal (1991).
En su faceta como Traductor, Pitol se destacó por promover en nuestra lengua a autores como Henry James, Joseph Conrad, Jane Austen, Robert Graves, Witold Gombrowicz y el chino Lu Hsun, entre otros.
Sergio Pitol recibió diversos galardones, entre los que destacan el Premio Xavier Villaurrutia (1981) por su cuento Nocturno de Bujara; el Premio Herralde por su novela El desfile del amor (1984); el Premio de Literatura Latinoamericana y el del Caribe Juan Rulfo (1999); Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura 1983, así como el Premio Miguel de Cervantes de Literatura 2005.
Sergio Pitol
https://es.wikipedia.org/wiki/Sergio_Pitol
Sergio Pitol 
Información personal
Educación
Información profesional
Biografía
«Uno es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas.»
El arte de la fuga, Sergio Pitol
Sergio Pitol nació el 18 de marzo de 1933 en Puebla, pero desde los cuatro años se trasladó al ingenio veracruzano El Potrero, tras la muerte de su padre. Al poco tiempo, cuando tenía cinco años, su madre murió ahogada en el Río Atoyac.23 Huérfano, creció en una casa grande en este pequeño pueblo de menos de tres mil habitantes. Así lo describe él mismo en su discurso elaborado para el Premio Cervantes:4
«Un nombre, tan distante a la elegancia: Potrero. Era un ingenio de azúcar rodeado de cañaverales, palmas y gigantescos árboles de mangos, donde se acercaban animales salvajes. Potrero estaba dividido en dos secciones, una de unas quince o diecisiete casas, habitadas por ingleses, americanos y unos cuantos mexicanos. Había un restaurante chino, un club donde las damas jugaban a las cartas un día por semana, una biblioteca de libros ingleses y una cancha de tenis.»
Pasó su infancia rodeado de adultos que expresaban en sus conversaciones una gran nostalgia por el mundo anterior a la Revolución, un mundo destruido del que guardaban recuerdos contradictorios: tan pronto evocaban las virtudes de aquel paraíso perdido como se quejaban por las miserias y calamidades que habían pasado en aquella época. Fueron precisamente esas experiencias las que influyeron notablemente en la creación de sus primeros cuentos, los de Tiempo Cercado e Infierno de todos, que no son más que «el resultado de un ejercicio de limpieza, una vía de escape de ese mundo asfixiado, enfermo, con tufo a lugares oscuros, cerrados y aislados«, como él mismo afirmó en una entrevista de 1989.5
Durante varios años estuvo enfermo de paludismo, lo que le obligó a recluirse en casa, tiempo que aprovechó para entregarse a la lectura: comenzó con Verne, Stevenson, Dickens y a los doce años ya había terminado Guerra y Paz. A los diecisiete años ya estaba familiarizado con Proust, Faulkner, Thomas Mann, Virgina Woolf, Kafka, Neruda, Borges, los poetas del grupo Contemporáneos, mexicanos, los de la generación del 27 y los clásicos españoles. Todos los veranos solía ir con su abuela y su hermano a un balneario a tomar aguas minerales, aunque nunca llegó a experimentar una gran mejoría. Fue su abuela una figura importante en su vida, pues además de hacerse cargo de su educación, le sirvió de modelo y referente a la hora de iniciarse en la literatura, ya que pasaba la mayor parte del día leyendo novelas, sobre todo las de Tolstoi, su autor preferido.
A los dieciséis años llegó a la Ciudad de México para estudiar en la Universidad y encontró su vocación verdadera, su camino hacia la literatura, en la Facultad de Derecho, influyéndole notablemente su maestro Don Manuel Martínez Pedroso, catedrático de Teoría del Estado y Derecho Internacional. Dice de él que «Don Manuel fue una de las personas más sabias que he conocido».
Se licenció en derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México, y ha sido titular de esa carrera en su alma máter, en la Universidad Veracruzana de Xalapa y en la Universidad de Bristol. Fue miembro del Servicio Exterior mexicano desde 1960, para el que ha trabajado como agregado cultural en París, Varsovia, Budapest, Moscú y Praga. Su paso por Moscú6 afianzó en él su afición por la literatura rusa en general y por Antón Chéjov en particular.
Además residió en Roma, Pekín y Barcelona por motivos de estudio y trabajo. En esta última ciudad vivió entre 1969 y 1972 traduciendo para varias editoriales, entre ellas Seix Barral, Tusquets y Anagrama (la cual publica sus obras en España). Actualmente vive en Xalapa, capital del estado mexicano de Veracruz.
Pitol es también conocido por sus traducciones al español de novelas de autores clásicos en lengua inglesa, como Jane Austen, Joseph Conrad, Lewis Carroll y Henry James, entre otros.
Empezó a publicar en la madurez (No hay tal lugar, 1967). «Me inicié con el cuento y durante quince años seguí escribiéndolos. En el cuento hice mi aprendizaje. Tardé mucho en sentirme seguro.»7 Escribió una decena de libros antes de El arte de la fuga (1996), donde hizo un notable balance de su trayectoria y creó un género narrativo-memorialístico muy personal. La difusión masiva de su obra ha sido tardía.
El 23 de enero de 1997, fue elegido miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua.8
Acerca de su obra
Dentro de su obra narrativa, se pueden destacar dos etapas:
Primera etapa
Iniciada con sus primeros cuentos, los de Tiempo cercado e Infierno de todos, marcada por tintes nostálgicos y un tanto negativos, definida por él mismo como un intento de escapar de un mundo asfixiado y enfermo. En el período en el que escribió estos cuentos se entregó a la lectura de William Faulkner, puesto que en sus novelas encontró un mundo con el que se sentía claramente identificado: el de los terratenientes del sur de Estados Unidos después de la Guerra Civil, gente que vivía en grandes casas, que padecía enfermedades de todo tipo y vivía arruinada, sin lograr adaptarse al mundo contemporáneo. Un mundo lleno de niños que nacieron después del desastre: niños huérfanos, enfermos, amedrentados.
Segunda etapa
La segunda etapa se conoce como la de los viajes, donde el protagonista es una especie de peregrino laico, un joven ansioso por descubrir los misterios de la naturaleza humana. En esta etapa Sergio Pitol se centra en ahondar en la psicología de los personajes, (la mayoría mexicanos) planteándose algunos dilemas morales. Un ejemplo característico sería el relato Cuerpo presente, con el que precisamente se inicia la segunda etapa. En ella hace un registro de los personajes y lugares que fue conociendo, aunque utilizara el lugar solamente como marco escénico.
Obras publicadas
Obra completa de Sergio Pitol:9
- Libros de cuento
- Tiempo cercado, 1959
- Infierno de todos, 1971
- No hay tal lugar, 1967
- Del encuentro nupcial, 1970
- Nocturno de Bujara, 1981, reeditado por Anagrama como Vals de Mefisto, 1984, incluye: «Mephisto-Waltzer», «El relato veneciano de Billie Upward», «Asimetría», «Nocturno de Bujara»
- Cementerio de tordos, 1982
- Cuerpo presente, 1990
- Un largo viaje, 1999
- Novela
- El tañido de una flauta, 1972
- El desfile del amor, 1984
- Juegos florales, 1985
- Domar a la divina garza, 1988
- La vida conyugal, 1991, adaptada al cine
- Ensayo
- Los climas, 1972
- De Jane Austen a Virginia Woolf : seis novelistas en sus textos, 1975
- La casa de la tribu, 1989
- Juan Soriano: el perpetuo rebelde, 1993
- Adicción a los ingleses: vida y obra de diez novelistas, 2002
- De la realidad a la literatura, 2003
- El tercer personaje, ensayos, 2013
- Memoria
- El arte de la fuga, 1996
- Pasión por la trama, 1998
- El viaje, 2000
- El mago de Viena, 2005
- Una autobiografía soterrada, 2010
- Memoria: 1933-1966, 2011
- Selecciones, recopilaciones, antologías
- Asimetría: antología personal, 1980
- El relato veneciano de Billie Upward, Monteávila, 1992
- Soñar la realidad: una antología personal, RHM, 1998
- Todos los cuentos, Alfaguara, 1998
- Tríptico de carnaval, Anagrama, 1999, contiene El desfile del amor; Domar a la divina garza; La vida conyugal
- Todo está en todas las cosas, Lom, Era, 2000
- Los cuentos de una vida, Debate, 2002
- Obras reunidas II, FCE, 2003, contiene El desfile del amor; Domar a la divina garza; La vida conyugal
- Obras reunidas III: cuentos y relatos, FCE, 2004
- El oscuro hermano gemelo y otros relatos, Norma, 2004
- Obras reunidas IV: escritos autobiográficos, FCE, 2006
- Los mejores cuentos, Anagrama, 2006
- Trilogía de la memoria, Anagrama, 2007, agrupa El arte de la fuga, El viaje y El mago de Viena
- Icaro, 2007
- La patria del lenguaje lecturas y escrituras latinoamericanas, Corregidor, 2013
Traducciones
- Del chino
- Del inglés
- Nuevas metas de la dirección, William B. Given, Herrero, 1960
- Dirección ejecutiva del personal : cómo obtener mejores resultados de la gente, Edward Schleh, Herrero, 1960
- Relaciones humanas venturosas, principios y práctica en el negocio, en el hogar y en el gobierno, William J. Reilly, Herrero, 1961
- El socialismo en la era nuclear, John Eaton, Era, 1968
- El buen soldado, Ford Madox Ford, Planeta, 1971
- La cultura moderna en América Latina, Jean Franco, Joaquin Mortiz, 1971
- Adios a todo eso, Robert Graves, Seix Barral, 1971
- La vuelta de tuerca, Henry James, Salvat, 1971
- Emma, Jane Austen, Salvat, 1972
- El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad, Lumen, 1974
- El volcán, el mezcal, los comisarios… dos cartas, Malcolm Lowry, Tusquets, 1984
- En torno a las excentricidades del Cardenal Pirelli, Ronald Firbank, Anagrama, 1985
- Vales tu peso en oro, J. R. Ackerley, Anagrama, 1989
- Los papeles de Aspern, Henry James, Monteávila, 1998
- Las bostonianas, Henry James, Debolsillo, 2007
- Daisy Miller y Los papeles de Aspern, Henry James, Unam, 2015
- Del húngaro
- El ajuste de cuentas y otros relatos, Tibor Dery, Era, 1968
- Amor, Tibor Dery, Instituto cubano del libro, 1970
- Del italiano
- El mal oscuro, Giuseppe Berto, Seix Barral, 1966
- Salto mortal, Luigi Malerba, Seix Barral, 1969
- Las ciudades del mundo, Elio Vittorini, Barral, 1971
- Lida Mantovani y otras historias de Ferrara, Giorgio Bassani, Barral, 1971
- Del polaco
- Las puertas del paraíso, Jerzy Andrzejewski, Joaquín Mortiz, 1965
- Cartas a la señora Z, Kazimierz Brandys, Universidad Veracruzana, 1966
- Antología del cuento polaco contemporáneo, varios autores, Era, 1967
- Madre de reyes, Kazimierz Brandys, Era, 1968
- Diario argentino, Witold Gombrowicz, Sudamericana, 1968
- Cosmos, Witold Gombrowicz, Seix Barral, 1969
- La virginidad, Witold Gombrowicz, Tusquets, 1970
- Transatlántico, Witold Gombrowicz, Barral, 1971
- Bakakaï, Witold Gombrowicz, Barral, 1974
- Rondó, Kazimierz Brandys, Anagrama, 1991
- Del ruso
- Caoba, Boris Pilniak, Anagrama 1987
- La defensa, Vladimir Nabokov, Anagrama, 1990
- Relatos, Borís Pilniak, Conaculta, 1997
- Un drama de caza, Antón Chéjov, Universidad Veracruzana, 2008
Premios y distinciones
Sobre Sergio Pitol
- José Balza, Victoria de Stefano, Anamari Gomis, et alii. Sergio Pitol, los territorios del viajero. México, ERA, 2000.
- Karim Benmiloud. Sergio Pitol ou le carnaval des vanités. Paris, Presses Universitaires de France, 2012.
- Karim Benmiloud, Raphaël Estève (dir.). El planeta Pitol. Bordeaux, Presses Universitaires de Bordeaux, 2012.
- José Bru (comp.). Acercamientos a Sergio Pitol. Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 1999.
- Maricruz Castro Ricalde. Ficción, narración y polifonía: el universo narrativo de Sergio Pitol. México: Universidad Autónoma del Estado de México, 2000.
- Laura Cazares Hernández. El caldero fáustico: la narrativa de Sergio Pitol. México, UAM, 2000.
- (VV.AA.). Texto crítico n° 21, Xalapa, Universidad Veracruzana, abr.-jun. 1981.
- Pedro M. Domene. Sergio Pitol: el sueño de lo real. Batarro (revista literaria) n° 38-39-40, 2002.
- Luz Fernández de Alba. Del tañido al arte de la fuga. Una lectura crítica de Sergio Pitol. México, UNAM, 1998.
- Teresa García Díaz. Del Tajin a Venecia: un regreso a ninguna parte. Xalapa, Universidad Veracruzana, 2002.
- Teresa García Díaz (coord.). Victorio Ferri se hizo mago en Viena (sobre Sergio Pitol). Xalapa, Universidad Veracruzana, 2007.
- Alfonso Montelongo. Vientos troqueles: la narrativa de Sergio Pitol. Xalapa, Universidad Veracruzana, 1998.
- Renato Prada Oropeza. La narrativa de Sergio Pitol: los cuentos. Xalapa, Universidad Veracruzana, 1996.
- Eduardo Serrato (comp.). Tiempo cerrado, tiempo abierto. Sergio Pitol ante la crítica. México, ERA – UNAM, 1994.
- Hugo Valdés Manríquez. El laberinto cuentístico de Sergio Pitol. Monterrey, Gobierno del Estado de Nuevo León, 1998.
Referencias
- Muere Sergio Pitol.
- Volver arriba↑ La Espinosa, Pablo. «Sergio Pitol, visionario marcado por los viajes – La Jornada». http://www.jornada.unam.mx. Consultado el 4 de julio de 2017.
- Volver arriba↑ Ricardo, Jorge (17 de febrero de 2015). «Los días y las señas». Reforma. Consultado el 4 de julio de 2017.
- Volver arriba↑ Premios Cervantes, 1976-2005, Universidad de Alcalá
- Volver arriba↑ El caldero Fáustico: la narrativa de Sergio Pitol pág.209
- Volver arriba↑ Fragmentos del Diario de Moscú
- Volver arriba↑ «La novela es un género que lo acepta todo», conversación con Carlos Monsiváis con motivo de la publicación de El mago de Viena y Los mejores cuentos; El País digital, 08.10.2055; acceso 02.11.2011
- Volver arriba↑ Miembros de la Academia Mexicana de la Lengua, apartado Miembros correspondientes; acceso 02.11.2011
- Volver arriba↑ Véase la «Bibliografía de Sergio Pitol» en Benmiloud, Karim, y Raphaël Esteve. El planeta Pitol. Bordeaux: Presses Universitaires de Bordeaux, 2012, pp. 351-354
- Volver arriba↑ Premio Xavier Villaurrutia en El Poder la Palabra; acceso 02.11.2011
- Volver arriba↑ Pág.Web Premio Cervantes
Enlaces externos
https://www.uah.es/universidad/premio_cervantes/documentos/discurso_pitol.pdf
Discurso Sergio Pitol, Premio Cervantes 2005
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Huérfano desde los cuatro años, pasó su infancia rodeado de adultos.
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Se inició, y refugió, prematuramente en la lectura.
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El cuento es el género, por excelencia, de su obra literaria.
Sergio Pitol (Puebla, México, 1933) recibió el Premio Cervantes 2005. En su discurso, confiesa por qué su infancia es precisamente uno de los pilares de su obra: quedó huérfano a los cuatro años, con lo que tuvo que ser criado por una abuela. Una infancia marcada, además, por la enfermedad que, irremediablemente, le condujo a la lectura.
Pitol dedica unas palabras a Cervantes, “un adelantado de su época. No hay ninguna corriente literaria importante que no le deba algo a El Quijote: las varias ramas del realismo, el romanticismo, el simbolismo, el expresionismo, el surrealismo, la literatura del absurdo, la nueva novela francesa y muchísimas más encuentran sus raíces en el libro de Cervantes”.
Discurso íntegro de Sergio Pitol
«Majestades:
El primero de diciembre del año pasado, ese mágico día que pareciera haber transformado mi vida, la Ministra de Cultura de España me anunció que había sido otorgado el Premio Cervantes, eran las nueve de la mañana y una hora después mi casa estaba atestada de una muchedumbre: un equipo de televisión, la radio, los periodistas locales, mis familiares, mis amigos, mis colegas de la Universidad, mis vecinos y una cantidad de transeúntes desconocidos que entraron por curiosidad.
Por la tarde fui a la ciudad de México para hacer una tregua; llegué a las doce de la noche a un hotel donde siempre me alojo. Al entrar en el vestíbulo me encontré con un equipo de televisión española, que había llegado a la Feria del Libro de Guadalajara y al saber la noticia del Premio volaron a la capital para entrevistarme. A las tres de la mañana subí a mi habitación como un sonámbulo destrozado.
En el viaje de Xalapa a la capital dormí profundamente, quizás una hora, pero en las cuatro siguientes, aletargado, entre el sueño y la vigilia, aparecían visiones de infancia, personas de un pueblo al que no he visto desde casi sesenta años, mi abuela con un libro, algunos festejos en casa o en el campo, la nana de mi abuela que llegaba a pasar temporadas con nosotros a los noventa años, jardines espléndidos, mi hermano jugando tenis y montando yeguas, trozos de conversaciones sobre el mal precio del café y de los cultivos que por sequías o inundaciones siempre dejaban pérdidas, familias sentadas alrededor del radio para saber la noticia de la guerra civil española, que siempre terminaban en estruendosas discusiones.
«La enfermedad me condujo a la lectura. Sin ellos, los maestros, no hubiera llegado a este día»
Desde ese primero de diciembre he recordado imprevisiblemente fases de mi vida, unas radiantes y otras atroces, pero siempre volvía a la infancia, un niño huérfano a los cuatro años, una casa grande en un pueblo de menos de tres mil habitantes. Un nombre, tan distante a la elegancia: Potrero. Era un ingenio de azúcar rodeado de cañaverales, palmas y gigantescos árboles de mangos, donde se acercaban animales salvajes. Potrero estaba dividido en dos secciones, una de unas quince o diecisiete casas, habitadas por ingleses, americanos y unos cuantos mexicanos. Había un restaurante chino, un club donde las damas jugaban a las cartas un día por semana, una biblioteca de libros ingleses y una cancha de tenis. Esa parte estaba rodeada por bardas altas y fuertes para impedir que a ese paraíso se introdujeran los obreros, artesanos, campesinos y comerciantes minúsculos del pueblo. Aquella zona era tórrida e insalubre. Estuve enfermo de paludismo durante varios años, por lo cual salía poco de casa; en verano mi abuela, mi hermano y yo pasábamos un mes en un balneario a tomar aguas minerales, de donde regresábamos mi hermano sano, como lo fue casi en toda su vida, mi abuela con un reumatismo disminuido y yo sin ninguna mejoría. De vuelta pasábamos ciudades prósperas, con excelentes restaurantes, luces de neón, comercios bien surtidos y movimiento en las calles, pero cuando llegábamos al lugar donde vivíamos, me quedaba siempre deslumbrado. Mi abuela vivía para leer todo el día sus novelas. Su autor preferido era Tolstoi. La enfermedad me condujo a la lectura; comencé con Verne, Stevenson, Dickens y a los doce años ya había terminado La guerra y la paz. A los dieciséis o diecisiete años estaba familiarizado con Proust, Faulkner, Mann, la Wolf, Kafka, Neruda, Borges, los poetas del grupo Contemporáneos, mexicanos, los del 27 españoles, y los clásicos españoles.
A esa edad, saliendo de la adolescencia encontré algunos maestros excepcionales. Estoy seguro que sin ellos no hubiera llegado a este día, elegantísimo como estoy, en el Paraninfo de la prestigiosísima Universidad de Alcalá ni poder dar las gracias a Sus Majestades, al Rector de esta Universidad, los jurados y a ustedes, señoras y señores.
Los maestros
Llegué a la ciudad de México a los dieciséis años para cursar estudios universitarios. Me inscribí en la Facultad de Derecho y frecuenté la de Filosofía y Letras. Pero la que definió mi destino, mi camino hacia la literatura, fue la Facultad de Derecho, y concretamente a un maestro, Don Manuel Martínez de Pedroso, catedrático de Teoría del Estado y Derecho Internacional. Los alumnos más comprometidos con la carrera, los más ordenados, los de óptimas calificaciones en todas las asignaturas, desorientados ante la ausencia de un programa previamente establecido, desertaron a las dos o tres semanas de haberse iniciado el curso. Don Manuel Pedroso fue una de las personas más sabias que he conocido, y, quizás por eso, nada en él había de libresco. Cuando en el salón no quedó sino un puñado de fieles, el maestro sevillano inició realmente su paideia. La impartía del modo más heterodoxo que en aquella época pudiera concebirse la enseñanza del derecho. Pedroso solía hablarnos del dilema ético encarnado en El gran inquisidor, de Dostoievski; del antagonismo entre obediencia al poder y el libre albedrío en Sófocles y Eurípides; de las nociones de teoría política expresadas en los tantos Enriques y Ricardos de los dramas históricos de Shakespeare; de Balzac y su concepción dinámica de la historia; de los puntos de contacto entre los utopistas del Renacimiento con sus antagonistas los teóricos del pensamiento político, los primeros visionarios del Estado Moderno: Juan Bodino y Thomas Hobbes. A veces en la clase discurría ampliamente sobre la poesía de Góngora, poeta que prefería a cualquier otro del idioma, o de su juventud en Alemania, donde había realizado la traducción al español de poemas de Rilke, algunas obras de Goethe y también la de Despertar de primavera, de Franz Wedekind, uno de los primeros dramas expresionistas que circuló en el ámbito hispánico. Era un narrador espléndido, nos relataba sus actividades durante la guerra civil, de sus experiencias en el sobrecogedor Moscú de las grandes purgas, donde fue el último embajador de la República Española. A menudo nos vapuleaba con cáustico sarcasmo, pero igual celebraba nuestras primeras victorias. Pedroso nos incitaba a leer, a estudiar idiomas, pero también a vivir. Disfrutaba de los relatos que le hacíamos, inventándole algunos detalles y exagerando otros, de nuestros recorridos nocturnos por antros de los que parecía un milagro salir ilesos. Al terminar el curso uno sabía Teoría del Estado con más claridad que aquellos alumnos que desertaron para abrevar en fuentes más convencionales. Carlos Fuentes ha escrito sobre él páginas excelentes.
En el mismo periodo, frecuenté devotamente los cursos de Don Alfonso Reyes en el Colegio Nacional, sobre literatura y filosofía griega y leí gran parte de sus libros. Los leía, me imagino, por el puro amor a su idioma, por la insospechada música que encontraba en ellos, por la gracia con que, de repente, aligeraba la exposición de un tema necesariamente grave. Borges, en un poema en memoria del escritor mexicano, afirma:
«En los trabajos lo asistió la humana
esperanza y fue lumbre de su vida
dar con el verso que ya no se olvida
y renovar la prosa castellana».
Era tal su discreción, que muchos aun ahora no acaban de enterarse de esa hazaña portentosa: transformar, renovándola, nuestra lengua. Releo sus ensayos y más me asombra la juventud de esa prosa que no se parece a ninguna otra. Cardoza y Aragón sostiene que nadie que no hubiese releído a Reyes podría afirmar conocerlo.
«El objetivo de la escritura es la posibilidad de convertir en nueva una palabra mil veces repetida con sólo acomodarla en la posición adecuada en una frase“
Debo a nuestro gran escritor y a los varios años de tenaz lectura de su obra la pasión por el lenguaje; admiro su secreta y serena originalidad, su infinita capacidad combinatoria, su humor, su habilidad para insertar refranes y una radiante levedad reñida en apariencia con el lenguaje literario, en medio de alguna sesuda exposición sobre Góngora, Gracián, Virgilio o Mallarmé. Si la razón teórica en Reyes topó con mi sordera, le soy deudor en cambio del acercamiento a varios terrenos a los que de otra manera quizás habría tardado en llegar: el mundo helénico, la literatura española medieval y la de los Siglos de Oro, la novela del sertón y la poesía vanguardista de Brasil, Sterne, Borges, Francisco Delicado, Goethe sobre todo, la novela policial culta, ¡y tantas cosas más! Su gusto era ecuménico. Reyes se movía con ligera seguridad, con extremada cortesía, con curiosidad insaciable por muy variadas zonas literarias, algunas aún poco iluminadas y entonadas. Acompañaba el ejercicio hedónico de la escritura con otras responsabilidades. El maestro -porque también lo era- concebía como una especie de apostolado compartir con su grey todo aquello que lo deleitaba. Lo que mi generación le debe ha sido invaluable. En una época de ventanas cerradas, de nacionalismo estrecho, Reyes nos incitaba a emprender todos los viajes. Evocarlo, me hace pensar en uno de sus primeros cuentos: “La cena”, un relato de horror inmerso en una atmósfera cotidiana, donde a primera vista todo parecía normal, anodino, hasta podría decirse un poco dulzón, mientras entre líneas el lector va poco a poco presintiendo que se interna en un mundo demencial, quizás en el del crimen.
Esa “cena” debe haberme herido en el flanco preciso. Años después comencé a escribir. Y sólo hace poco advertí que una de las raíces de mi narrativa se hunde en aquel cuento. Buena parte de lo que más tarde he hecho no es sino un mero juego de variaciones sobre aquel relato.
Mencioné a Don Manuel Pedroso y a Don Alfonso Reyes como mis maestros. Ambos era figuras imponentes en el mundo mexicano académico y cultural. Toda la vida tuvieron condiciones óptimas para desarrollarse, venían de familias opulentas, habían viajado y conocido a las mayores figuras de la cultura por donde pasaban. Mi tercer maestro, Aurelio Garzón del Camino, era en cambio modestísimo, baldado físicamente, pobre, oscuro, pero como los otros dos vivía plenamente en la literatura.
En 1956, a los veintitrés, comencé a trabajar como corrector de estilo en la Campaña General de Ediciones. En esa editorial hice amistad con Garzón del Camino, un traductor infatigable que vertió al español la entera Comedia Humana de Balzac, más todas las novelas de Zola y muchos otros libros franceses. Era director de correctores en la editorial. Al poco tiempo habíamos descubierto que coincidíamos en curiosidades literarias y que teníamos amistades comunes. Tal vez lo que fundamentalmente nos unía era nuestra devoción al humor y a la parodia, en la que él era maestro. Aquel modesto gramático español, salvado por la Embajada mexicana de un campo de concentración y transportado a México después de la hecatombe en España, me transmitió su pasión por el idioma, que él convertía casi en una religión. Con frecuencia salíamos a comer en los varios paraísos gastronómicos, no de lujo, que había detectado cerca de la editorial, y en cada una de esas ocasiones asistí a una lectura de literatura y gramática, enunciada con gracia y sin pedantería. De él aprendí que el mejor estímulo para une escritor se lograba acercándose a las épocas de mayor esplendor del idioma. Por eso habría de tener a la mano a los clásicos mayores. Me explicaba, libro en mano, que el estilo era una destilación de los mejores segmentos de la lengua, desde el Cantar del Mío Cid, hasta el lenguaje de nuestros días, pero en el tránsito se paseaba por los fastos del Siglo de Oro, las cadencias del modernismo, las audacias vanguardistas de los años veinte y treinta del siglo pasado, hasta llegar a Borges. Escribir –decía Garzón del Camino- no significaba copiar mecánicamente a los maestros, ni utilizar términos obsoletos como lo habían hecho algunos neocolonialistas mexicanos. El objetivo fundamental de la escritura era descubrir o intuir el “genio de la lengua”, la posibilidad de modularla a discreción, de convertir en nueva una palabra mil veces repetida con sólo acomodarla en la posición adecuada en una frase.
«El mayor deslumbramiento en mi adolescencia fue el idioma de Borges»
Tal vez el mayor deslumbramiento en mi adolescencia fue el idioma de Borges; su lectura me permitió darle la espalda tanto a lo telúrico como a mucha mala prosa de la época. Lo leí por primera vez en un suplemento cultural. El cuento de Borges aparecía como un ejemplo en un ensayo sobre literatura fantástica hispanoamericana del peruano José Durand. Era “La casa de Asterión”; lo leí con estupor, con gratitud, con infinito asombro. Al llegar a la frase final tuve la sensación de que una corriente eléctrica recorría mi sistema nervioso. Aquellas palabras: “¿Lo creerás, Ariadna? –dijo Teseo-, el Minotauro apenas se defendió”, dichas de paso, como por casualidad, revelaban el misterio oculto
del relato: la identidad del extraño protagonista y su resignada inmolación. Jamás había llegado a imaginar que el lenguaje pudiera alcanzar grados semejantes de intensidad, levedad y extrañeza. Salí de inmediato a buscar sus libros; encontré unos pocos, empolvados en los anaqueles de una librería: en aquellos años los lectores mexicanos de Borges se podían contar con los dedos, como en todas partes, hasta en la misma Argentina.
En el tiempo que descubrí a Borges comenzó a interesarme la narrativa hispanoamericana. Leí a Alejo Carpentier. Del escritor cubano lo que me atrajo fue el ritmo, la austera melodía de su fraseo, una intensa música verbal con resonancias clásicas y modulaciones procedentes de otras lenguas y otras literaturas. A la calidad de su idioma, Carpentier añadía los atractivos del Caribe, su intrincada geografía, la apasionante historia, el cruce de mitos y de lenguas, la reflexión política; todo ello integrado en tramas perfectas. El Siglo de las Luces es una de las más excepcionales novelas de nuestra lengua, un relato sobre la influencia iluminista tanto en las islas del Caribe como en tierra firme, y una amarga y profunda reflexión sobre los ideales políticos: la revolución, su triunfo, su transformación en razón de Estado; ideales mantenidos en proclamas públicas pero negados y combatidos en la práctica. En nada de lo que Carpentier escribió después encontré la misma tensión.
El exilio español enriqueció de una manera notable a la cultura mexicana. Las universidades, las editoriales, las revistas, los suplementos culturales, el teatro, el cine, la ciencia, la arquitectura se renovaron. Aquellos peregrinos, heridos por una guerra atroz y derrotados, crearon una atmósfera intelectual mejor, nos enseñaron a entender y amar a la España que ellos representaban y ampliar nuestros horizontes. En la filosofía, María Zambrano y José Gaos, en la teoría de la música, Adolfo Salazar y Jesús Bal y Gay, en la historia de las artes plásticas Juan de la Encina, en el cine Luis Buñuel, y en la literatura, Luis Cernuda, José Moreno Villa, Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, Mar Ar, José Bergamín, al principio del exilio, el latinista Millares Carlo, y muchísimos más. Nosotros estudiamos con pasión a los clásicos españoles desde siempre, por ser también nuestros clásicos. Leíamos al Quijote, las Novelas ejemplares, la Celestina, El buscón y gran tacaño, la literatura medieval y la de los Siglos de Oro con el mismo interés que lo hacíamos con las literaturas contemporáneas. Fuera de los clásicos, sólo me interesaba Valle-Inclán, Ramón Gómez de la Serna, Antonio Machado y los poetas del 27. La literatura del XIX no la toqué en la adolescencia, tenía fama de mojigata y de un costumbrismo regionalista. De golpe, los españoles exiliados me descubrieron la grandeza de Galdós. María Zambrano, Luis Cernuda, José Bergamín escribieron ensayos extraordinarios en aquel tiempo sobre ese novelista. Después de Cervantes estaba sólo Galdós. Para ellos no había una novela española que hubiera podido superar a las cuatro de Torquemada, o a dos Episodios Nacionales: Bodas reales o los duendes de la camarilla. Buñuel filmó tres de sus novelas: Nazarín, Tristana y Halma, a la que tituló Viridiana. El discurso que leyó Octavio Paz en este lugar en 1981 fue dedicado a Galdós, al último de la segunda serie de los Episodios Nacionales: Un faccioso más y algunos frailes menos. El ensayo de Paz es magistral. Trata de la semejanza de la historia del siglo XIX en España y en México: la permanente guerra entre liberales y conservadores en los dos países, entre fanatismo contra tolerancia, Inquisición contra libertad, legionarios celestiales contra la vida pública laica.
«El exilio español enriqueció de una manera notable a la cultura mexicana»
La libertad en El Quijote
Uno de los ejes fundamentales de El Quijote consiste en la tensión entre demencia y cordura. En la primera parte de la novela sus andanzas terminan en desastres, se extravían a cada momento, en cada aventura el cuerpo de don Quijote yace descalabrado, apaleado, pateado, con huesos y dientes rotos, o sumido en charcos de sangre. Esos acontecimientos hacían reír a sus contemporáneos, quienes leían el libro para divertirse. Lo cómico allí es aparente, pero en el subsuelo del lenguaje se esconde el espejo de una época inclemente, un anhelo de libertad, de justicia, de saber, de armonía. Cervantes fue desde joven un lector y admirador de Erasmo, por lo que logra intuir la superioridad de una vida interior que vencerá al fin de vacuidad de los cultos exteriores. Convierte la locura en una variante de la libertad. La libertad que define en El Quijote: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre, por la libertad así como por la honra se puede y se debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venirle a los hombres”.
«En el Quijote, lo cómico es aparente, pero en el subsuelo del lenguaje se esconde un anhelo de libertad, de justicia»
El autor se permite algunas libertades que pocos se atreverían. En un discurso, uno de los más soberbios del libro, pronunciado a un grupo de cabreros totalmente ignaros, compara los tiempos pasados con los detestables en los que ellos vivían, donde el mundo se ha pervertido, manchado y corrompido. Es un discurso de aliento humanista, renacentista, libertario. Todos ustedes lo conocen porque se ha citado muchas veces. Comienza: “ Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras tuyo y mío.”
Y en el cuerpo del monólogo se encuentra: “Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia… Entonces se declaraban los conceptos amorosos del alma simple y sencillamente, del mismo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No había el fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interés, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había que juzgar ni quién fuese juzgado… Y ahora, en estos nuestros detestables siglos, no está seguro ninguno. Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos. De esta orden soy yo, hermanos cabreros, a quien agradezco el agasajo y buen acogimiento que hacéis a mí y a mi escudero. Que aunque por ley natural están todos los que viven obligados a favorecer a los caballeros andantes, todavía, por saber que sin saber vosotros esta obligación me acogistes y regalastes, es razón que, con la voluntad a mí posible, os agradezca la vuestra”.
«El Quijote no sólo fue la novela más nueva en la época de Cervantes… Sigue siendo la más contemporánea de todas»
Salvo las nueve últimas disparatadas y regocijantes líneas que descienden a celebrar la orden de los caballeros andantes, la lección de don Quijote sería casi un fragmento de La ciudad del sol, la utopía de Campanella, a quien, por escribirla, recluyeron varios años atormentándolo hasta ejecutarlo en las cárceles de la Inquisición.
El capítulo donde Sancho Panza encuentra a Ricote, el morisco, quien relata todos los sufrimientos de él y su familia en el extranjero debido al edicto del rey de desterrar a cientos de miles de su raza es el más atrevido de toda la obra. Thomas Mann se asombró de la valentía de Cervantes para tocar aquel asunto, entonces muy reciente, y de que en la novela llegara a permitirse hablar de “libertad de conciencia”.
Cervantes ejerce también una libertad absoluta en la estructura de El Quijote. La demencia le ofrece un marco propicio y la imaginación se la potencia. Hay espléndidas novelas cortas esparcidas en el viaje de don Quijote y Sancho, algunas sin relación con la trama, por ejemplo, una oscura historia de amor y muerte, “El curioso impertinente”, que sucede en la lejana Florencia, encontrada por un sacerdote en una venta y leída a los viajeros y los mozos de servicio; de pronto surgen monólogos filosóficos, discusiones sobre literatura y teatro en términos académicos. Es muy difícil a un autor armonizar una trama donde la tragedia o la crueldad estén integradas al carnaval, a la parodia y la caricatura. Y aún más arduo, que esas infinitas imbricaciones logren un resultado de esplendor, de veracidad y de grandeza.
Cervantes es un adelantado de su época. No hay ninguna ulterior corriente literaria importante que no le deba algo a El Quijote: las varias ramas del realismo, el romanticismo, el simbolismo, el expresionismo, el surrealismo, la literatura del absurdo, la nueva novela francesa, y muchísimas más encuentran sus raíces en el libro de Cervantes. Víctor Sklovski, en 1922, descubrió que la novela no sólo fue la más nueva en la época de Cervantes, sino que en el siglo XX, en la época de las vanguardias, seguía siendo la más contemporánea de todas».
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