Sol Arri: «Creo que si hay miedos en la poesía, ésta no está cumpliendo su propósito» — Liberoamérica

Sol Arri es una joven escritora nacida el 14 de julio del año 2000 en Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Comenzó a escribir poesía a los quince años y a sus dieciocho, ya tiene cerca de ciento treinta poemas escritos. Su predilección por las letras la llevó a inscribirse en la carrera Artes de la

Escritura en la Universidad Nacional de las Artes, la cual está cursando actualmente. Estudia francés, inglés, da clases particulares; milita desde hace dos años en una agrupación política y desde hace cuatro dentro del feminismo.

En estos días, la entrevisté por su libro de poesía (rêve)rdecer (Niña Pez, 2019), recién sacado del horno. Allí hallamos versos ingeniosos y de una gran madurez.

  • ¿A qué edad empezaste a escribir poesía por tu cuenta y cómo se dio? ¿Quién te inspiró?

Descubrí la poesía cerca de mis catorce años y me animé a empezar a escribirla a los quince. Un hecho curioso es que todos mis primeros poemas son en inglés: creo que es por un tema de intentar hacer un poco más impersonal algo tan íntimo como la poesía. Siendo que el inglés no es mi lengua nativa, creo que intentaba no quedar tan expuesta al escribir en ese idioma. Cuando empecé a conectarme un poco más con mis sentimientos, pude hacer la transición al español.

Una gran influencia, y quien me introdujo en el mundo de la poesía, fue mi tía: ella también es quien escribió el prólogo de mi libro. En torno a qué situación concreta me llevó a escribir poesía, creo que puedo afirmar que fue mi primer enamoramiento: la primera vez que sentí cosas fuertes por alguien (y al principio, pensaba que no era recíproco; terminó siéndolo, a medias) y necesité descargar todos esos sentimientos en algún lado.

  • ¿Cómo fue que se te ocurrió publicar con la editorial Niña Pez?

Nuevamente, fue mi tía quien insistió en que lo hiciera. A fines del año pasado me había enviado la convocatoria y yo no le di mucha importancia y luego, en febrero de este año, me la envió de nuevo. Estaba atravesando un momento de muchos cambios en mi vida y decidí probar mandando mis poemas, algo que tal vez no hubiese hecho en otro momento de mi vida. Seleccioné veinticinco poemas, los ordené de una forma en la que para mí contaban una historia y separé en tres partes; lo envié y recibí una hermosa respuesta de parte de Jessica Boianover, quien creó Niña Pez, diciéndome que les gustaría editar mi primer libro. De ahí en adelante, todo fue un camino muy vertiginoso, pero increíblemente hermoso, que concluyó en la publicación de (rêve)rdecer.

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  • ¿Se tocan con mucha pasión los temas del empoderamiento y la libertad, ¿qué te empodera?

El empoderamiento y la libertad son pilares fundacionales del feminismo que milito día a día. Creo que la militancia misma (en todas sus formas), tener ambiciones y proyectos son en sí cosas que me empoderan: hacer cosas por mí misma y no para complacer a un tercero, tomar las riendas de mi propia vida. Esos son hechos que me hacen sentir bien, que me ayudan a darme cuenta de que no necesito de nadie más (aunque sí sea hermoso compartir experiencias y vida con otra gente): eso es el empoderamiento para mí, el estado máximo de control sobre mis decisiones y acciones. Poder escribir sobre mis propios sentimientos e incluso sobre complacerme a mí misma, es algo que no hubiese creído posible algunos años atrás: mi crecimiento personal tanto como mujer y como poetisa es la mayor muestra de empoderamiento que se me ocurre.

  • Escribiste «Nado en el cielo, vuelo en el mar». ¿Alguna vez te sentiste como un pez fuera del agua?

Sobre todo en mi momento de transición entre la primaria y la secundaria, cuando me estaba construyendo como persona y entendiendo cómo me quería parar frente a la vida. Eso terminó cuando construí mi grupo de amigas y amigos (que por suerte sigo manteniendo) y logré reencontrarme desde otro lugar con quienes solían ser mis amigas. Por lo demás, siempre me quedé cerca de las personas y situaciones que me hicieran sentir cómoda y comprendida.

  • En tus poemas aparece bastante la luna, ¿qué representa para vos?

Creo que las/os poetas en general tenemos cierta fijación con la luna: es una cuestión, en mi caso, de que aparece a la noche al igual que todos mis poemas. Lo nocturno tiene un rol central no sólo en la temática de lo que escribo, sino también en el momento en que escribo. Me atrevería a decir que la mayor parte de mis poemas fueron escritos durante la noche: el cielo, la oscuridad o tal vez incluso la soledad son elementos que me hacen reflexionar muy seguido. Y por supuesto, el factor estético: la luna como vigilante eterna, ilumina todo sin siquiera tener luz propia. Siempre que necesité inspiración, miré para arriba de noche (de hecho, el poema “Vaivén” de mi libro lo escribí enteramente observando la luna desde mi balcón).

  • ¿Cómo es eso que figura en la contratapa de que cualquiera puede sentirse identificado con lo que se lee en este libro?

Es más una expresión de deseo: el querer que todas/os puedan sentirse identificadas/os, de cualquier forma, con algo de lo que yo haya escrito. También tiene mucho que ver con el “popularizar” la poesía: la historia de la literatura la ha relegado a un lugar en el que pareciera ser solamente accesible para gente erudita en extremo, con un entendimiento mayor del análisis literario. Eso es todo contra lo que quiero luchar cuando escribo: lograr que se la separe de esa estigmatización, que deje de ser algo inaccesible y que cualquier persona que lea pueda interpretarlo desde su propia subjetividad sin necesidad de ser un(a) crítico/a literario o de tener conocimientos literarios. Que interpele el día a día de todas/os, los sentimientos, las vivencias. Soy fiel creyente de que, si no escribimos poesía accesible, no deberíamos escribirla en lo absoluto.

  • ¿Cuál es tu mayor miedo a la hora de escribir poesía? ¿O no hay miedos?

El terreno de la poesía (y la literatura en general) es uno de los espacios más seguros que conozco. Es un espacio que te permite explorar, preguntar, acotar o contradecir lo que sea sin miedo a ser juzgada o estar equivocada: y si hay miedos en la vida, se pueden vencer escribiendo acerca de ellos. Creo que si hay miedos en la poesía, ésta no está cumpliendo su propósito: si hay algo que busca hacer la poesía es poner en palabras sentimientos tan abstractos y aparentemente inalcanzables como el amor, la lujuria, la tristeza o el miedo. Un poco como la física, que también busca explicar cosas que vivimos todos los días. Y una vez que los ponés en palabras, que escribís sobre ellos, lográs un nivel de extrañamiento tal que te permite dejar de verlos como algo que te persigue y más como algo natural que hay que atravesar en las diferentes etapas de nuestra vida. Ya no te atraviesan de forma agobiante, sino que (por lo menos en mi experiencia) lográs dejarlos en el papel y que allí queden: después está en cada una/o el querer releerlos y revivirlos o no.

♣ A continuación, un poema que integra el nuevo libro:

Epílogo

¿Qué son las flores?
¿son su olor, su color, su textura?
¿son quien las riega?
¿son el tiempo que perduran?
¿son la cantidad de abejas que alimentan?
¿son la fortaleza de su tallo, la longitud de sus raíces?
¿son la cantidad de ojos que atraen
y manos que quieren arrancarlas?
¿y qué es el viento?
¿es las palabras que arrastra, los olores?
¿es las cabelleras que despeina?
¿es los pulmones que lo reclaman?
¿es los árboles que derriba?
¿es las hamacas que mece?
¿y qué soy yo?
¿soy como me dejo tratar?
¿soy los cuerpos que abrazo?
¿soy las lágrimas que emito?
¿soy la cantidad de poemas que te escribo?
¿soy efímera como una flor, invisible como el viento?
¿soy?
¿me dejás ser?

Sol Arri

[…]a través de Sol Arri: «Creo que si hay miedos en la poesía, ésta no está cumpliendo su propósito» — Liberoamérica

 

Whitman es una galaxia entera

Whitman es una galaxia entera

A los 200 años de su nacimiento, el autor de ‘Hojas de hierba’ sigue siendo el gran poeta de la democracia, uno de los autores más influyentes de la literatura universal

Walt Whitman Walt Whitman ULLSTEIN BILD / GETTY IMAGES

Walt Whitman nació el 31 de mayo De 1819 en Nueva York, en West Hills, a unos 40 kilómetros del actual Empire State Building, por dar un dato preciso, extraído de Google Maps. Calcula Google 10 horas andando desde West Hills hasta Manhattan. Más de una vez haría ese camino este poeta del que ahora se cumplen 200 años de su nacimiento. De Whitman no se ha dejado de hablar jamás, ha estado presente en todo momento de la historia literaria. Su fama no conoce altibajos. En eso ha acabado siendo como DanteCervantesShakespeare o Tolstói. Whitman es un fundamento de la literatura y el poeta más misterioso y a la vez popular de la modernidad. Haríamos bien en preguntarnos, aprovechando este bicentenario del autor de Hojas de hierba, por qué de vez en cuando la literatura produce esas obras casi sobrenaturales que se inscriben en la historia de una forma ineludible. Puede que Whitman, como Dante o como Tolstói, supiera que la literatura funda la ilusión de la espiritualidad, de las emociones vivas, sin la cual los seres humanos nos sentimos desamparados.

Exaltó su vida para que nosotros nos atreviéramos a hacer lo mismo con la nuestra. Nos liberó de la moral

No celebramos en Whitman ni en Cervantes ninguna inteligencia más allá de la que emana de la simplicidad e incluso de la vulgaridad de la vida. No nos enloquece ninguna pericia literaria, ninguna invocación de la literatura por la literatura, no nos quema la sangre ningún arte autorreferencial, ningún logro del estilo. Celebramos una expansión, un ensanchamiento, un crecimiento de la vida. Eso fue Whitman: la vida en expansión, una quemadura llena de belleza. Por eso, uno no puede entrar en la poesía de Whitman sin que lo que allí lee repercuta directamente en su concepción de la vida. De Whitman uno sale habiendo aprendido una lección que no ha sido rebatida hasta hoy. La lección se llama libertad interior. No ha habido después de Whitman ningún escritor que haya añadido ni una coma en esa expansión frenética del don de estar vivo.

Por eso, este bicentenario es importante, porque seguimos sin movernos ni una coma de lo que alumbró Walt Whitman. Y yo me pregunto por qué no ha habido ni un paso adelante en ese hermoso matrimonio entre literatura y autobiografía dionisiaca que fraguó el poeta americano. De la lectura de Walt Whitman un ser humano sale tocado por algo que va más allá de la literatura. Nadie sabe muy bien qué es ese más allá. El crítico George Steiner encontró ese más allá en Kafka, y lo definió como la energía propia de los fundadores de religiones. Imagino que no se le ocurrió otra comparación. En todos los grandes de la literatura se encuentra ese enigmático paso hacia el abismo, que acaba siendo un abismo lleno de inesperada alegría.

Pensar en Whitman y que aparezca Kafka parece una premeditación irónica de la vida misma. El éxito de Whitman sigue siendo el de siempre: descubrió los espacios desnudos, los espacios de la libertad absoluta que anida en el corazón de los seres humanos. Y al encontrarlos, los manifestó con una escritura que nunca había sido vista sobre la tierra. Kafka hizo lo mismo a través de unas tramas novelescas que jamás habían sido urdidas ni imaginadas.

Whitman es una galaxia entera

Hay pozos interminables en los corazones de los seres humanos, esos pozos siguen siendo patrimonio efectivo y real de la literatura. Este bicentenario whitmaniano puede tener esa utilidad: recordarnos el patrimonio moral de la literatura, y específicamente de la poesía. Cuando hablamos de Whitman creo que hablamos de algo que va mucho más allá de un poeta. Hablamos de un profundo sentido de la insubordinación a la sociedad y de la subordinación amorosa al orden de la naturaleza. El centro de gravedad de Whitman sigue estando allí: la vida es superior a la civilización y la historia, al arte y la ciencia, al tiempo y la muerte, a cualquier orden que exceda el asombro indeterminado ante todo cuanto nos es dado contemplar. Hizo coincidir su visión de la vida con todo un país, al que él llamó América. Pensó que la fraternidad era la única forma de gobierno, y a eso lo llamó democracia. Contempló el nacimiento de una nación y fue consciente de ello. Esa consciencia hoy nos sigue maravillando.

La libertad del hombre no puede ser ni ofendida ni avasallada ni puede ser denigrada ni derrotada. Por eso, uno no lee a Whitman exactamente; uno se deja conmocionar por Whitman. De la libertad política al erotismo universal había también un paso, que Whitman dio. Otros vieron también el nacimiento de los Estados Unidos de América, pero no supieron darse cuenta. Que solo él supiera darse cuenta es inquietante. Imagino que eso era lo que subyugaba a Jorge Luis Borges, otro whitmaniano confeso: el don de la visión, el don de saber mirar el presente, el don del misterio.

En Hojas de hierba hay un adanismo que ya no hemos vuelto a ver en las creaciones culturales occidentales. Ese adanismo, en mi opinión, fundó la autobiografía moderna. Hay una pregunta sencilla: ¿quién habla en Hojas de hierba? No, no es una voz poética, no es una ilustre retórica, no es una convencional tercera persona, no habla ningún recurso literario conocido. Habla un “yo mismo”, un myself que no habíamos caído en la cuenta de su existencia. Estaba con nosotros, pero nadie lo había nombrado. El myself de Whitman somos toda la humanidad convertida en anhelo de belleza y verdad.

Quien nos habla es un hombre llamado Walt Whitman y nos dice que el mundo fue creado para la humanidad entera, para su felicidad inconmensurable. Entendemos entonces que nosotros, que cualquier hombre, cualquier ser humano, puede hablarle al mundo. Whitman no hizo autoficción, porque la autoficción no es carnal, hizo autobiografía porque ésta sí es carnal. No necesitaba inventarse nada, porque inventarse su vida hubiera sido una triste ingratitud. Exaltó su vida para que nosotros nos atreviéramos a hacer lo mismo con la nuestra. Se dio cuenta de que en la vida de cualquier ser humano no había nada que esconder sino todo lo contrario. Así nos liberó de la religión, de la moral, de la política, de la hipocresía, e incluso de la propia literatura, de esa literatura que escondía al hombre.

Si Cervantes fundó la novela moderna, Whitman fundó la autobiografía contemporánea. Y nos sigue emocionando porque después de leer a Walt Whitman uno comprende la infinitud y la belleza no de la vida de Whitman, sino de la vida propia. La vida personal del que lee a Whitman se convierte en un acontecimiento sobrenatural. Imposible no amar esta poesía, esta poesía que, para colmo, fue escrita en prosa.

Manuel Vilas es autor de libros como Ordesa (Alfaguara) y de América (Círculo de Tiza).

DEL FOLLETÍN NOIR AL CUIDADO DE LA BARBA

LAURA FERNÁNDEZ

Se sabe que en 1852 Walt Whitman ya trabajaba en Hojas de hierba. Encadenaba todo tipo de empleos, siempre ligados al mundo de la imprenta y a publicaciones. En una de ellas, el New York Sunday Dispatch, hizo el último de sus infructuosos intentos por convertirse en novelista.

Entre el 14 de marzo y el 18 de abril publicó, por entregas y de forma anónima, Vida y aventuras de Jack Engle: una autobiografía, suerte denoir urbano (del XIX), de misterio dickensiano con maltratado huérfano como protagonista, que se recuperó y se editó por primera vez como libro en 2017 y llegó a España ese mismo año por partida doble: Funambulista y Libros del viento.

En la misma línea, y también en 2017, gracias al estudioso Zachary Turpin, se descubrió que el volumen de irónicos y bizarros consejos tituladoGuía para la salud y el entrenamiento masculinos que había publicado en 1858 un tal Mose Velsor era, en realidad, obra del propio Whitman —Velsor era el apellido de soltera de su madre—. La obra, un desopilante manual para aprender a cuidar barbas, elegir zapatos cómodos y cosas por el estilo, aterrizó primero en Estados Unidos y luego lo hizo aquí, en esta ocasión a través de Nórdica, también el año pasado.

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Walt Whitman. El poeta de la libertad; 5 poemas y frases célebres.