Cinco lecciones de Murakami para la vida

Cinco lecciones de Murakami para la vida

Francesc Miralles

Además de ser un adictivo entretenimiento para millones de lectores, las novelas del autor japonés permiten extraer claves para vivir mejor.

Cinco lecciones de Murakami para la vida

POCOS ESCRITORES como Haruki Murakami han gozado de un éxito tan continuado en las librerías de nuestro país, y que sea un autor japonés lo hace aún más notable. ¿Qué tiene el autor de Tokio Blues para conectar de forma tan extraordinaria con un público a 10.000 kilómetros de los escenarios e historias que describe? Algunos críticos literarios afirman que su éxito reside en que es narrativa japonesa para occidentales, motivo por el que Murakami tiene muchos detractores en su propio país. Otros apuntan a que sus tramas suelen ser sencillas y con pocos personajes, con el grado justo de misterio y giros narrativos. Es muy improbable que alguien se pierda en sus novelas.

Sin embargo, eso no basta para explicar el furor que causan entre nosotros sus historias, llenas de extraños acontecimientos, golpes del azar, amantes inesperados, música clásica —o jazz— y algún que otro gato. ¿No será que Murakami está plasmando desde su particular mirada nuestra vida actual? Veamos de qué manera, entonces, su lectura nos enseña a vivir:

1. La soledad es la mejor vía al conocimiento. En más de una novela de Murakami, el protagonista emprende un viaje en solitario para escapar de la confusión vital. En el caso del joven fugitivo de Kafka en la orilla, eso le permitirá acceder a aspectos desconocidos de sí mismo. Cuando nos vemos enfrentados a la soledad tras una separación o muerte, o cuando la buscamos a través de un viaje iniciático, afloran partes de nosotros que antes estaban soterradas. Sin la protección y el ruido de los demás, el encuentro con uno mismo es inevitable, con lo que damos un salto hacia adelante en nuestra propia evolución.

2. El mundo es imprevisible. La segunda lección vital que extraemos de sus novelas es que la vida siempre nos sorprende. Por lo tanto, es absurdo tratar de controlarla o angustiarnos ante posibles amenazas. En la última novela de Murakami, la extensa La muerte del comendador, un pintor de vida estable y acomodada recibe la noticia de que su mujer quiere separarse porque ha tenido un sueño que la empuja a tomar esa decisión. Cuando el pintor le pregunta de qué iba ese sueño, ella le dice que es algo demasiado personal. Si solo podemos esperar lo inesperado, es inútil hacer predicciones. Y eso puede ser un gran calmante para la mente. En cuanto a los porqués que pueden surgir para torturarnos, eso nos lleva a la siguiente lección.

Cinco lecciones de Murakami para la vida

3. No busques un sentido. Los argumentos de Murakami se desarrollan en un mundo de caos y aleatoriedad. Muchas veces ni siquiera es posible culpar a nadie del sufrimiento, lo cual es una buena noticia. Tal como decía Viktor Frankl, el ser humano va en busca de sentido, pero gran parte de las cosas que nos suceden no lo tienen. Como en las novelas del autor japonés, muchas veces sentiremos que nuestra vida es un sueño donde las cosas suceden sin razón aparente. Podemos afrontar este hecho con dos actitudes opuestas: podemos lamentarnos de lo injusto o absurdo que es el mundo o bien surfear las olas que nos trae la existencia. De eso va la cuarta lección.

4. Si sobrevives al caos, ya has ganado. Dado que afrontamos solos muchos lances de nuestra existencia, si sabemos además que todo es imprevisible y que las cosas no tienen por qué tener un sentido, tal vez el arte de vivir sea salir lo mejor librados posible. Venimos al mundo a experimentar cosas, a tropezar y a resolver problemas, como hacen los personajes de Murakami. El premio es seguir adelante en la partida.

5. El orgullo y el miedo nos quitan lo mejor de la vida. En su ensayo De qué hablo cuando hablo de escribir, Murakami menciona una anécdota tan mágica como triste. Al parecer, en 1922 James Joyce y Marcel Proustcoincidieron en un mismo restaurante de París, donde cenaron en mesas cercanas. Los comensales que los reconocieron estaban emocionados, esperando que aquellos gigantes de la literatura empezaran a debatir. Nada sucedió. En palabras del japonés: “La velada tocó a su fin sin que ninguno de los dos se dignase dirigir la palabra al otro. Imagino que fue el orgullo lo que frustró una simple charla, y eso es algo muy frecuente”.

¿Cuántas veces nos hemos perdido una oportunidad, personal o profesional, por no haber dado el paso? Se trate de orgullo, como interpreta Murakami, o de miedo a ser rechazados, al contenernos tal vez dejemos la más bella página de nuestra historia por escribir.

En busca de la ternura perdida

— Tal y como comenta Carme García Gomila en un ensayo para Temas de Psicoanálisis, la soledad de los personajes de Murakami va más allá de las “relaciones líquidas”, el concepto del sociólogo Zygmunt Baumanpara explicar el fin de los víncu­los “para toda la vida” en un mundo en el que el amor se ha vuelto provisional y precario.
— Según García Gomila, bajo la rigidez de la sociedad japonesa late una ternura etérea, casi indetectable, pues está largamente reprimida en el alma japonesa y tal vez actualmente en la occidental. Las peripecias de los personajes de Murakami, en ese sentido, son una búsqueda deses­perada de esa ternura que, con suerte, algún día tuvieron —quizás a través de su madre— y que se oculta dormida en el fondo de su alma.

Francesc Miralles es escritor y periodista experto en psicología.

Enlace al artículo original:

https://elpais.com/elpais/2019/06/26/eps/1561540814_571709.html

El silencio del amor — Comienzo de 0

Repasé en mi vida la extenuación del miedo hielo en días estáticos arrecife de pies prestos. Permuté en ronroneante aire horado bisel de mis labios, bisbiseo…imperceptible ante ti contoneo, brandy poroso para mí sigilo, silencio. Mientras el corazón se enlaza atónito, áspero, dramaturgo impelito por la percepción de espolones temidos bríos de vocablos, siglas que aguardan desde el más allá, imantadas…implacables pliegos desiertos. […]

a través de The Silence of Love — Comienzo de 0

El silencio del amor

Repasé en mi vida
la extenuación del miedo
hielo en días estáticos
arrecife de pies prestos
.

Permuté en ronroneante aire
horado bisel de mis labios, bisbiseo…
imperceptible ante ti contoneo, brandy poroso
para mí sigilo, silencio.

Mientras el corazón se enlaza
atónito, áspero, dramaturgo
impelito por la percepción de espolones temidos
brío de vocablos, siglas
que aguardan desde el más allá, imantadas…
implacables pliegos desiertos.

Entretanto mi memoria yace
entregada a la última lámina de la luna…
retoño sin envoltura, salvaje
destino de vacuas reminiscencias
por la visión del retorno inconsciente
desgarros de la nada y deslices días.

Silencios de Amor / Vidrio / Astillas.

— Loli Lopesino

La tarea del arte. Jorge Luis Borges — Los cuadernos de Vieco

La tarea del arte es esa, transformar todo eso que nos ocurre continuamente, transformar todo eso en símbolos, transformarlo en música… transformarlo para que pueda perdurar en la memoria de los hombres, ese es nuestro deber, debemos cumplir con el sino nos sentimos muy desdichados, en el caso del escritor o en el caso de […]

a través de La tarea del arte. Jorge Luis Borges — Los cuadernos de Vieco

La tarea del arte es esa, transformar todo eso que nos ocurre continuamente, transformar todo eso en símbolos, transformarlo en música… transformarlo para que pueda perdurar en la memoria de los hombres, ese es nuestro deber, debemos cumplir con el sino nos sentimos muy desdichados, en el caso del escritor o en el caso de todo artista tiene el deber de transmutar todo eso en símbolos y esos símbolos pueden ser, imagino, pueden ser colores, pueden ser formas, pueden ser sonidos… y en el caso del poeta, son sonidos y también son palabras, fábulas, relatos… poesías. Quiero decir, que la tarea del poeta es continua, porque no se trata de trabajar de tal hora a tal hora, uno continuamente está recibiendo algo del mundo externo y todo eso tiene que ser transmutado y en cualquier momento de puede llegar esa revelación, el poeta no descansa, está trabajando continuamente, hasta cuando sueña, trabaja, además la vida del escritor es una vida solitaria, uno cree estar solo y al cabo de los años, si los astros son propicios, uno descubre que uno está al centro de una especie de vasto círculo de amigos invisibles, de amigos que uno no conocerá nunca físicamente pero que lo quieren a uno y eso es una recompensa más que suficiente

Miguel Ángel de Quevedo (Obituario) 15/07/1946 — Revista Los escribas

Muere en la ciudad de México, el distinguido ingeniero don Miguel Ángel de Quevedo, a quien se le bautizó como el “Apostol del Árbol”, por su tesonera defensa de la riqueza forestal del país. Y por su estupenda labor le valió el mote de “ingeniero contra catástrofes”. Fué eñ primer mexicano en proponer e instrumentar la primera instancia del gobierno […]

a través de Miguel Ángel de Quevedo (Obituario) 15/07/1946 — Revista Los escribas

Muere en la ciudad de México, el distinguido ingeniero don Miguel Ángel de Quevedo, a quien se le bautizó como el “Apostol del Árbol”, por su tesonera defensa de la riqueza forestal del país.  Y por su estupenda labor le valió el mote de “ingeniero contra catástrofes”. Fué eñ primer mexicano en proponer e instrumentar la primera instancia del gobierno mexicano para atender las cuestiones ecológicas a fines del siglo XIX. En 1926 propuso y logró la aprobación de la primera Ley Forestal. A él se deben los lineamientos para el crecimiento y mejoras para el Distrito Federal, su extraordinario plan urbano,del que sobreviven pedazos por toda la ciudad, por ejemplo los Viveros de Coyoacán, que creó en territorios de su propiedad y donó a la nación; el Bosque de Aragón y Nativitas;la avenida Insurgentes, el trazo de las colonias Roma y Condesase dedicó además a construir plantas hidroeléctricas, una vía para tren suburbano, fue el ingeniero encargado de hacer que el puerto de Veracruzpudiera recibir a los enormes barcos transatlánticos. Como arquitecto construyó en el centro histórico de la capital varios edificiosque introdujeron en el país innovaciones técnicas. Al quedar huerfano a temprana edad sale a cargo de un tio a Francia, donde se formo y tomo el gusto por la naturaleza en los Pirineos, estudio en la escuela Politecnica donde aprendió  la importancia de la conservación de los bosques.Su maestro Durand-Clayeinsistía que un conocimiento de silvicultura era más necesario aún en México que en otras naciones, ya que México era un país montañoso que sufría de lluvias torrenciales y prolongadas sequías. El consejo del maestro se convirtió en una parte integral del pensamiento de Quevedo. Al recibir su diploma como ingeniero civil (con especialización en ingeniería hidráulica) regreso a Mexico para aplicar sus conocimientos: fue supervisor de las obras de drenaje (el proyecto de desagüe) en el Valle de México.Supervisó la construcción del Gran Canal y de un gran túnel en el extremo noreste del valle que sacaría miles de metros cúbicos de los lagos que rodeaban a la Ciudad de México, estudió la historia de los proyectos de drenaje en el Valle de México.  Citando a Humboldt Implicaba que las inundaciones continuarían en el Valle a menos que se protegiera a los bosques, y que los lagos que rodeaban a la Ciudad de México no deberían de desecarse completamente porque los pobres necesitaban las aguas para cazar y pescar Nació el 27 de septiembre de 1862, en Guadalajara, Jalisco

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En una época en la que no quieren que pienses por ti mismo, pensar se convierte en un acto revolucionario.
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Escribir es un acto revolucionario. Te obliga a pensar en una época en la que no quieren que pienses. Ni siquiera te conducen a pensar sobre lo mismo que los que te lo dictan, no: simplemente quieren que lo reproduzcas. No le des más vueltas, tan solo cuéntalo, defiéndelo, mantenlo en la cabeza. Pensar en ello resultaría peligroso, pues el individuo podría darse cuenta de que no está de acuerdo con lo que “piensa”. Es por ello que nos sirven una remesa de diferentes opciones de pensamiento, para que podamos escoger una, sentir esa falsa libertad de elección y, a continuación, dictarnos lo que “pensamos”. Coexistimos en una época en el que el ocio debe ser de consumo rápido, las canciones no deben decir nada con demasiado sentido, en los que los libros se puedan leer en pocas sentadas sin profundizar demasiado en nada, en la que la programación sea intensa y volátil, que nos obligue a centrarnos en aquellos que aparecen a través de la pantalla en vez de mirar hacia nosotros mismos. Así son las remesas que nos embuten para que triunfen, sin que estemos en disposición de evitarlo: canciones que no dicen nada (o lo que dicen es muy grave) pero pegadizas (así que no pasa nada), realities de personas a las que ver en situaciones embarazosas (o directamente puteadas) y libros de tertulianos o presentadores o youtubers o simples famosillos que o no lo han escrito o no tenían intención de hacerlo, pero les han puesto un talón de varios ceros delante por redactar (que no componer) cuatro palabras que, en la mayoría de ocasiones, carecen del menor sentido. De hecho, que carezcan de sentido puede ser lo que se persiga, no vaya a ser que, en un descuido, al oyente/espectador/lector le dé por pensar.

Por eso escribir es un acto revolucionario. Te obliga a pensar, sea cual sea el punto de partida. Puedes querer escribir lo que piensas, o puedes querer pensar lo que escribes. En el primer caso, el deseo de plasmar en papel aquello que repiquetea de manera incesante en tu cabeza te obliga a transformar los intangibles sentimientos en un reflejo material. No te queda otra alternativa que pensar en cómo conseguirlo. Se antoja maravilloso que algo tan simple como convertir una idea en letras fuerce a un individuo a razonar. ¿De verdad incitar a razonar resultaba tan sencillo? Y si más que cristalizar un pensamiento lo deseado es dar forma fuera de tu mente a una historia, sea de cien letras o de cien páginas, no te queda más remedio que darle al coco, que ampliar conocimientos documentándote, que devanarte los sesos pensando en cómo putear a base de bien al prota bueno y al bicho malo… En menos palabras, te obliga a participar de una prodigiosa tradición que el ser humano llevaba celebrando desde el principio de los tiempos: pensar. Lo más bonito del asunto es que da lo mismo que lo hagas bien o mal: tu cerebro te coaccionará igual para que discurras. Ambas opciones son buenas: te pondrás como unas castañuelas cuando te digan que lo has hecho bien, y, si te objetan que lo has hecho mal, te verás forzado a pensar el modo de remendar y darle sentido al destrozo literario que has confeccionado. Y ya puestos a repasar opciones, habrá secuaces de Stephen King que te dirán que lo haces mal porque utilizas adverbios (lo sé, Luna: no remonto con el señor King, es que es superior a mí…). Pero bueno, eso también nos obliga a pensar si pueden tener o no razón. Para deliberar cual es el camino correcto, nos veremos constreñidos a leer lo que estos ajenos autores argumentan.

Genial, porque leer es un acto revolucionario. ¡Por supuesto que sí! En una época en la que no quieren que pensemos, en la que solo interesa que leamos lo que nos pasea la publicidad de turno en el muro de las redes sociales, leer, una acción que siempre se ha definido como cultura, se convierte en un acto contracultural. Leyendo esto ahora mismo, amigos nuestros, estáis formando parte de la revolución. Quizá no lo parezca, mas en una sociedad en la que Belén Esteban será best·seller siempre que ese día le apetezca prestar su nombre a un libro redactado por cualquier ghostwriter, pasearse por la blogosfera para echarle un ojo a las entradas de don nadies (nos referimos a nosotros, que no estamos aquí para ofender gratuitamente al personal. Cobrando se podría negociar…) constituye un acto revolucionario en sí. Os obliga a pensar si estáis de acuerdo con nosotros, si esto es una chorrada o incluso si esto lo publicamos porque nos lo ha dictado el sistema y somos un par de víctimas más. Y esto vale para la literatura y la música y el cine y las series y la publicidad y todo todo todo, nos obliga a escarbar, a bucear en todos los ámbitos como seres pensantes, cribando, separando el grano de la paja, persiguiendo lo que de verdad nos satisface y no meramente encontrando lo que nos dictan que nos gusta. En una época como esta, en la que desde fuera se nos adoctrina acerca de qué escuchar, qué leer, qué pensar, en esencia, cómo vivir, el mero hecho de sobrevivir de acuerdo a nuestro propio juicio se erige en un acto revolucionario.

Viva la Revolución.

https://youtu.be/JjoLEXz8FkU