a través de Viva la Revolución
En una época en la que no quieren que pienses por ti mismo, pensar se convierte en un acto revolucionario.
Viva la Revolución: nueva entrada en nuestro blog.
Las crónicas del Otro Mundo
Blog oficial
Viva la Revolución
Escribir es un acto revolucionario. Te obliga a pensar en una época en la que no quieren que pienses. Ni siquiera te conducen a pensar sobre lo mismo que los que te lo dictan, no: simplemente quieren que lo reproduzcas. No le des más vueltas, tan solo cuéntalo, defiéndelo, mantenlo en la cabeza. Pensar en ello resultaría peligroso, pues el individuo podría darse cuenta de que no está de acuerdo con lo que “piensa”. Es por ello que nos sirven una remesa de diferentes opciones de pensamiento, para que podamos escoger una, sentir esa falsa libertad de elección y, a continuación, dictarnos lo que “pensamos”. Coexistimos en una época en el que el ocio debe ser de consumo rápido, las canciones no deben decir nada con demasiado sentido, en los que los libros se puedan leer en pocas sentadas sin profundizar demasiado en nada, en la que la programación sea intensa y volátil, que nos obligue a centrarnos en aquellos que aparecen a través de la pantalla en vez de mirar hacia nosotros mismos. Así son las remesas que nos embuten para que triunfen, sin que estemos en disposición de evitarlo: canciones que no dicen nada (o lo que dicen es muy grave) pero pegadizas (así que no pasa nada), realities de personas a las que ver en situaciones embarazosas (o directamente puteadas) y libros de tertulianos o presentadores o youtubers o simples famosillos que o no lo han escrito o no tenían intención de hacerlo, pero les han puesto un talón de varios ceros delante por redactar (que no componer) cuatro palabras que, en la mayoría de ocasiones, carecen del menor sentido. De hecho, que carezcan de sentido puede ser lo que se persiga, no vaya a ser que, en un descuido, al oyente/espectador/lector le dé por pensar.
Por eso escribir es un acto revolucionario. Te obliga a pensar, sea cual sea el punto de partida. Puedes querer escribir lo que piensas, o puedes querer pensar lo que escribes. En el primer caso, el deseo de plasmar en papel aquello que repiquetea de manera incesante en tu cabeza te obliga a transformar los intangibles sentimientos en un reflejo material. No te queda otra alternativa que pensar en cómo conseguirlo. Se antoja maravilloso que algo tan simple como convertir una idea en letras fuerce a un individuo a razonar. ¿De verdad incitar a razonar resultaba tan sencillo? Y si más que cristalizar un pensamiento lo deseado es dar forma fuera de tu mente a una historia, sea de cien letras o de cien páginas, no te queda más remedio que darle al coco, que ampliar conocimientos documentándote, que devanarte los sesos pensando en cómo putear a base de bien al prota bueno y al bicho malo… En menos palabras, te obliga a participar de una prodigiosa tradición que el ser humano llevaba celebrando desde el principio de los tiempos: pensar. Lo más bonito del asunto es que da lo mismo que lo hagas bien o mal: tu cerebro te coaccionará igual para que discurras. Ambas opciones son buenas: te pondrás como unas castañuelas cuando te digan que lo has hecho bien, y, si te objetan que lo has hecho mal, te verás forzado a pensar el modo de remendar y darle sentido al destrozo literario que has confeccionado. Y ya puestos a repasar opciones, habrá secuaces de Stephen King que te dirán que lo haces mal porque utilizas adverbios (lo sé, Luna: no remonto con el señor King, es que es superior a mí…). Pero bueno, eso también nos obliga a pensar si pueden tener o no razón. Para deliberar cual es el camino correcto, nos veremos constreñidos a leer lo que estos ajenos autores argumentan.
Genial, porque leer es un acto revolucionario. ¡Por supuesto que sí! En una época en la que no quieren que pensemos, en la que solo interesa que leamos lo que nos pasea la publicidad de turno en el muro de las redes sociales, leer, una acción que siempre se ha definido como cultura, se convierte en un acto contracultural. Leyendo esto ahora mismo, amigos nuestros, estáis formando parte de la revolución. Quizá no lo parezca, mas en una sociedad en la que Belén Esteban será best·seller siempre que ese día le apetezca prestar su nombre a un libro redactado por cualquier ghostwriter, pasearse por la blogosfera para echarle un ojo a las entradas de don nadies (nos referimos a nosotros, que no estamos aquí para ofender gratuitamente al personal. Cobrando se podría negociar…) constituye un acto revolucionario en sí. Os obliga a pensar si estáis de acuerdo con nosotros, si esto es una chorrada o incluso si esto lo publicamos porque nos lo ha dictado el sistema y somos un par de víctimas más. Y esto vale para la literatura y la música y el cine y las series y la publicidad y todo todo todo, nos obliga a escarbar, a bucear en todos los ámbitos como seres pensantes, cribando, separando el grano de la paja, persiguiendo lo que de verdad nos satisface y no meramente encontrando lo que nos dictan que nos gusta. En una época como esta, en la que desde fuera se nos adoctrina acerca de qué escuchar, qué leer, qué pensar, en esencia, cómo vivir, el mero hecho de sobrevivir de acuerdo a nuestro propio juicio se erige en un acto revolucionario.
Viva la Revolución.