La Revolución mexicana, el movimiento muralista y la escritura de Alejo Carpentier (1). Por Patricia Pérez Pérez — La pupila insomne


Un modelo que se ha convertido en paradigma universal de expresión de los pueblos y en arte de vanguardia que trascendió las fronteras continentales.

a través de La Revolución mexicana, el movimiento muralista y la escritura de Alejo Carpentier (1). Por Patricia Pérez Pérez — La pupila insomne

Aquí, la Revolución, (acaso fallida, acaso más lograda de lo que se creía: habría que esperar antes de emitir un juicio certero), después de hacerse carne en tierras bien embebidas de sangre – sangre de legítimos ancestros y sangre de intrusos – se había trepado a las paredes”.

      1. Carpentier, La consagración de la primavera, 1978.

No se puede hablar hoy del arte del siglo XX sin hacer referencia a una corriente pictórica que encuentra sus raíces en el pasado de México y en su Revolución: el llamado movimiento “muralista”. Libre de modelos importados, esta expresión latinoamericana en la pintura nació de la necesidad de representar al hombre mexicano en su contexto, confiriéndole así una dimensión universal[2]. Resulta igualmente imposible estudiar la obra de Alejo Carpentier sin considerar la importancia que la Revolución Mexicana y el Muralismo adquirieron en su concepción del ser americano y su expresión creadora.

En un artículo llamado “La Révolution mexicaine”, publicado en Le Cahier en 1932, Carpentier ofrece un análisis detallado de las causas que originaron el estallido de esta revolución y sus consecuencias para el hermano país. El autor cubano expone, con suma precisión, la situación en que se encontraba México a principios de siglo XX, a la vez que relata lo intentos fallidos por hacer justicia al indio durante el gobierno de Benito Juárez, los sucesos del siglo XIX que dieron origen a la Revolución iniciada en 1910 y la nefasta presencia de Porfirio Díaz durante treinta años en el poder, aquel hombre que aun siendo mestizo de origen zapoteca “siempre quiso ignorar a los indios”[3]. Y agrega Carpentier sobre las circunstancias del indio mexicano y el campesinado de la nación:

En el estado de Chihuahua, el general Terrazas poseía una hacienda de 6 000 000 de hectáreas. Mister Hearst, el emperador de la prensa amarilla norteamericana, poseía 507 000. La Mexicain Western Railroad Co., 988 757. En la Península de Yucatán  — relativamente pequeña — la Land and Lumber Co. tenía 518 000. La práctica insensata del latifundio había llegado a crear esta situación absolutamente insólita en la historia de un país; en 1910, la totalidad del territorio mexicano estaba dividido en 834 haciendas, que correspondían solamente a 11 000 propietarios para una nación de más de 14 millones de habitantes. [4]

Esta situación que convertía en esclavos al campesino y al indio mexicano eternamente endeudados por el sistema de la tienda de raya, a la que se sumó la séptima reelección de Porfirio Díaz en junio de 1910, propició el estallido revolucionario. Una vez terminada la contienda, Álvaro Obregón accedió al poder y redujo en un cuarenta por ciento el ejército y el presupuesto militar, al tiempo que inició cambios que marcaron una evolución social y cultural en el país mesoamericano. Su entonces ministro de educación y notable humanista, José Vasconcelos, decidió brindar los muros de algunas construcciones de la capital a los notables pintores Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Rufino Tamayo y Jean Charlot, entre otros, para que realizaran frescos con fines culturales con marcado cariz didáctico. Cabe señalar que José Vasconcelos, quien había formado parte de un grupo de jóvenes que se oponían al positivismo de los llamados Científicos durante la dictadura de Porfirio Díaz, tal como lo hicieran Antonio Caso y Pedro Henríquez Ureña, vio pronto que su idea inicial de un arte decorativo y rebuscado — gran paradoja — que repitiera quizás los gastados modelos burgueses ya existentes y europeos en su mayoría, no coincidía con los propósitos ni con las realizaciones plásticas de estos pintores nuevos, que comenzaban a andar por caminos no imaginados antes, con una expresión mucho más auténtica y concentrada en la mexicanidad. Este arte naciente no tardó entonces en convertirse en un modo de expresión para el pueblo (entiéndase la gente más humilde de la población mexicana) y en un arma de denuncia social.

En adelante abordaremos las principales influencias de las que se nutrió el Muralismo mexicano y las diferentes temáticas que podemos descubrir en las obras de sus tres figuras más representativas, antes de recordar los lazos que unen la escritura de Alejo Carpentier con la nación mexicana, su Revolución y el movimiento muralista.

Herencias múltiples del Muralismo

La mayor influencia artística de este movimiento se encuentra en los trabajos del entonces olvidado pintor, grabador y caricaturista José María Guadalupe Posada (Aguascalientes 1852-1913), quien dejó a los jóvenes pintores un ejemplo de lo que es la expresión de lo mexicano en el arte y una forma nueva de establecer la relación del hombre con el entorno sociopolítico de la época. Muchas de las ilustraciones de Posada — contrarias a las reglas establecidas por la pintura académica mexicana — se publicaron en revistas como El Jocote y en periódicos satíricos como Argos, Patria, El ahuizote o El hijo del Ahuizote, en las que reflejaba las principales características de una sociedad en crisis, pero también escenas de la vida cotidiana, las creencias y símbolos populares, y caricaturizaba a personajes representativos de las diversas categorías sociales (revolucionarios, bandoleros, políticos, damas elegantes, charros, etc.), como las indias llamadas “garbanceras” (mestizas o ladinas vendedoras de garbazos) quienes querían ser como sus patronas, españolas o gachupinas…

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