Agosto llama a la puerta y basta con poner hielo a las jarras de agua

Agosto llama a la puerta y basta con poner hielo a las jarras de agua

Publicada el 28/07/2019

Los veranos eran antes más largos. Niños, profesores y familias bien cambiaban de hábitos a finales de junio, se dejaban llevar por los desayunos largos, las comidas en terrazas con toldos, las siestas con sorpresa, los paseos a la orilla del mar o de las cumbres, los galanes de noche y la paciencia del reloj que toda alma lleva dentro. Las familias menos pudientes tenían más difícil salir de sus ciudades. Y la lentitud, también presente, tomaba forma de ventana abierta y calor nocturno.

Los veranos de ahora no son tan largos. Casi nadie y casi nada disfruta de un mes, los recortes afectan al tiempo, los despertadores empiezan a sonar mucho antes de que llegue septiembre. El mes de agosto, sobre todo en la segunda quincena, convive con el tráfico urbano, el rumor de las tazas en las cafeterías, la necesidad de fichar y las reuniones de trabajo. Basta con poner hielo a las jarras de agua.

Pero no todo es tan radical como el vocerío de las redes sociales. Las gaviotas, una vez que los pescadores esconden en la lonja el fruto de sus artes, también acaban por sosegarse. Aunque el tiempo tenga hoy unas sandalias más ligeras, agosto goza de derechos adquiridos ayer, costumbres que permiten defender los buenos usos de la tranquilidad y la lentitud. Ahí está el mundo con su historia de siglos, su memoria encadenada a un rayo de luz, el olor vegetal de la vida, los vagabundeos que nos hacen recobrar un olvidado sabor a nosotros mismos.

Existen los problemas, se mantiene el hermoso conflicto que llamamos vida, pero no todo es tragedia, fusilamiento, abismo, arrecife, naufragio sin retorno. La indolencia bien combinada con el vitalismo llega a conseguir quincenas, espacios intermedios entre el hoy y el mañana, los saludos y las despedidas, las palabras siempre y nunca, las fronteras de lo posible y lo imposible. La parsimonia de agosto llega incluso a imponerse a su nueva brevedad y entra en las reuniones de trabajo para enfrentar los problemas con otro ánimo más pacífico.

Las conversaciones encuentran un decorado amable. Más que la escandalera del claxon en los atascos, domina la silenciosa dignidad de la rosa. Más que la crueldad de los reflectores, se extiende el paulatino violeta de los amaneceres o los atardeceres. Más que el incordio de la sequedad, la piel húmeda sale y entra de las olas para tenderse con protección bajo la paciencia milenaria del sol. Las cosas no están bien, pero el mundo no se acaba hoy, no hace falta lanzarse a las redes sociales para anunciar la catástrofe, para fundar acontecimientos en la puerta de urgencias, para exigir responsabilidades inmediatas. Más que insultos y desprecios, las manos recogen caracolas en las que se escucha un rumor sereno. El mes de agosto puede incluso ayudarnos a recobrar la calma de no tener que opinar de todo, creyendo que los demás están interesados en nuestra opinión, aunque no sepamos nada de lo que estamos opinando.

En fin, ya puestos y con una mañana de domingo en los labios, siempre se puede sacar partido a las situaciones por complicadas que sean. Si los veranos son ahora más cortos, tal vez se deban abordar los problemas de la primavera con la prudencia terrenal y sigilosa de las horas en agosto. La comunicación nunca será perfecta, pero entre la comunicación perfecta y el silencio cabe la posibilidad del entendimiento.

Lo bueno del verano es que hasta las grandes palabras, esas que emplean los héroes de la historia, se acercan a la vida cotidiana de los seres normales. Somos de carne y hueso. Me gusta pasear por la playa, y no sólo por el cuerpo modélico que de vez en cuando sale del mar, sino por los cientos de cuerpos que salen de los barrios y los coches con sus sonrisas de supervivientes, sus bolsas de sandías y sus kilos de más.

El Príncipe feliz, un hermoso cuento de Oscar Wilde

Oscar Wilde

El Príncipe feliz

En la parte más alta de la ciudad, sobre una gran columna, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz.

Estaba toda revestida de madreselva de oro fino. Tenía, a guisa de ojos, dos centelleantes zafiros y un gran rubí rojo ardía en el puño de su espada. Por todo lo cual era muy admirada.

-Es tan hermoso como una veleta -observó uno de los miembros del Concejo que deseaba granjearse una reputación de conocedor en el arte- . Ahora, que no es tan útil -añadió, temiendo que le tomaran por un hombre poco práctico, cosa que, en realidad, no era.

-¿Por qué no eres como el Príncipe Feliz? -preguntaba una madre cariñosa a su hijito, que pedía la luna-. El Príncipe Feliz no hubiera pensado nunca en pedir nada a voz en grito.

-Me hace dichoso ver que hay en el mundo alguien que es completamente feliz -murmuraba un hombre fracasado, contemplando la estatua maravillosa.

-Verdaderamente parece un ángel -decían los niños hospicianos al salir de la catedral, vestidos con sus soberbias capas escarlatas y sus bonitas chaquetas blancas.

-¿En qué lo conocéis -replicaba el profesor de matemáticas- si no habéis visto uno nunca?

-¡Oh! Los hemos visto en sueños -respondieron los niños.

Y el profesor de matemáticas fruncía las cejas, adoptando un severo aspecto, porque no podía aprobar que unos niños se permitiesen soñar.

Una noche voló una golondrinita sin descanso hacia la ciudad. Seis semanas antes habían partido sus amigas para Egipto; pero ella se quedó atrás.

Estaba enamorada del más hermoso de los juncos. Lo encontró al comienzo de la primavera, cuando volaba sobre el río persiguiendo a una gran mariposa amarilla, y su talle esbelto la atrajo de tal modo, que se detuvo para hablarle.

-¿Quieres que te ame? -dijo la Golondrina, que no se andaba nunca con rodeos. Y el Junco le hizo un profundo saludo.

Entonces la Golondrina revoloteó a su alrededor rozando el agua con sus alas y trazando estelas de plata. Era su manera de hacer la corte. Y así transcurrió todo el verano.

-Es un enamoramiento ridículo -gorjeaban las otras golondrinas-. Ese Junco es un pobretón y tiene realmente demasiada familia. Y en efecto, el río estaba todo cubierto de juncos.

Cuando llegó el otoño, todas las golondrinas emprendieron el vuelo. Una vez que se fueron sus amigas, sintióse muy sola y empezó a cansarse de su amante.

-No sabe hablar -decía ella-. Y además temo que sea inconstante porque coquetea sin cesar con la brisa. Y realmente, cuantas veces soplaba la brisa, el Junco multiplicaba sus más graciosas reverencias.

-Veo que es muy casero -murmuraba la Golondrina-. A mí me gustan los viajes. Por lo tanto, al que me ame, le debe gustar viajar conmigo.

-¿Quieres seguirme? -preguntó por último la Golondrina al Junco. Pero el Junco movió la cabeza. Estaba demasiado atado a su hogar.

-¡Te has burlado de mí! -le gritó la Golondrina-. Me marcho a las Pirámides. ¡Adiós! Y la Golondrina se fue. Voló durante todo el día y al caer la noche llegó a la ciudad.

-¿Dónde buscaré un abrigo? -se dijo-. Supongo que la ciudad habrá hecho preparativos para recibirme. Entonces divisó la estatua sobre la columna.

-Voy a cobijarme allí -gritó- El sitio es bonito. Hay mucho aire fresco. Y se dejó caer precisamente entre los pies del Príncipe Feliz.

-Tengo una habitación dorada -se dijo quedamente, después de mirar en torno suyo. Y se dispuso a dormir.

Pero al ir a colocar su cabeza bajo el ala, he aquí que le cayó encima una pesada gota de agua.

-¡Qué curioso! -exclamó-. No hay una sola nube en el cielo, las estrellas están claras y brillantes, ¡y sin embargo llueve! El clima del norte de Europa es verdaderamente extraño. Al Junco le gustaba la lluvia; pero en él era puro egoísmo. Entonces cayó una nueva gota.

-¿Para qué sirve una estatua si no resguarda de la lluvia? -dijo la Golondrina-. Voy a buscar un buen copete de chimenea. Y se dispuso a volar más lejos. Pero antes de que abriese las alas, cayó una tercera gota. La Golondrina miró hacia arriba y vio… ¡Ah, lo que vio!

Los ojos del Príncipe Feliz estaban arrasados de lágrimas, que corrían sobre sus mejillas de oro. Su faz era tan bella a la luz de la luna, que la Golondrinita sintióse llena de piedad.

-¿Quién sois? -dijo.

-Soy el Príncipe Feliz.

-Entonces, ¿por qué lloriqueáis de ese modo? -preguntó la Golondrina- . Me habéis empapado casi.

-Cuando estaba yo vivo y tenía un corazón de hombre -repitió la estatua-, no sabía lo que eran las lágrimas porque vivía en el Palacio de la Despreocupación, en el que no se permite la entrada al dolor. Durante el día jugaba con mis compañeros en el jardín y por la noche bailaba en el gran salón. Alrededor del jardín se alzaba una muralla altísima, pero nunca me preocupó lo que había detrás de ella, pues todo cuanto me rodeaba era hermosísimo. Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz y, realmente, era yo feliz, si es que el placeres la felicidad. Así viví y así morí y ahora que estoy muerto me han elevado tanto, que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias de mi ciudad, y aunque mi corazón sea de plomo, no me queda más recurso que llorar.

«¡Cómo! ¿No es de oro de ley?», pensó la Golondrina para sus adentros, pues estaba demasiado bien educada para hacer ninguna observación en voz alta sobre las personas.

-Allí abajo -continuó la estatua con su voz baja y musical-, allí abajo, en una callejuela, hay una pobre vivienda. Una de sus ventanas está abierta y por ella puedo ver a una mujer sentada ante una mesa.

Su rostro está enflaquecido y ajado. Tiene las manos hinchadas y enrojecidas, llenas de pinchazos de la aguja, porque es costurera. Borda pasionarias sobre un vestido de raso que debe lucir, en el próximo baile de corte, la más bella de las damas de honor de la Reina. Sobre un lecho, en el rincón del cuarto, yace su hijito enfermo. Tiene fiebre y pide naranjas. Su madre no puede darle más que agua del río. Por eso llora. Golondrina, Golondrinita, ¿no quieres llevarla el rubí del puño de mi espada? Mis pies están sujetos al pedestal, y no me puedo mover.

-Me esperan en Egipto -respondió la Golondrina-. Mis amigas

revolotean de aquí para allá sobre el Nilo y charlan con los grandes lotos. Pronto irán a dormir al sepulcro del Gran Rey. El mismo Rey está allí en su caja de madera, envuelto en una tela amarilla y embalsamado con sustancias aromáticas. Tiene una cadena de jade verde pálido alrededor del cuello y sus manos son como unas hojas secas.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita – dijo el Príncipe-, ¿no te quedarás conmigo una noche y serás mi mensajera? ¡Tiene tanta sed el niño y tanta tristeza la madre!

-No creo que me agraden los niños -contestó la Golondrina-. El invierno último, cuando vivía yo a orillas del río, dos muchachos mal educados, los hijos del molinero, no paraban un momento en tirarme piedras. Claro es que no me alcanzaban. Nosotras las golondrinas, volamos demasiado bien para eso y además yo pertenezco a una familia célebre por su agilidad; mas, a pesar de todo, era una falta de respeto. Pero la mirada del Príncipe Feliz era tan triste que la Golondrinita se quedó apenada.

-Mucho frío hace aquí -le dijo-; pero me quedaré una noche con vos y seré vuestra mensajera.

-Gracias, Golondrinita -respondió el Príncipe.

Entonces la Golondrinita arrancó el gran rubí de la espada del Príncipe y llevándolo en el pico, voló sobre los tejados de la ciudad. Pasó sobre la torre de la catedral, donde había unos ángeles esculpidos en mármol blanco. Pasó sobre el palacio real y oyó la música de baile. Una bella muchacha apareció en el balcón con su novio.

-¡Qué hermosas son las estrellas -la dijo- y qué poderosa es la fuerza del amor!

-Querría que mi vestido estuviese acabado para el baile oficial – respondió ella-. He mandado bordar en él unas pasionarias ¡pero son tan perezosas las costureras!

Pasó sobre el río y vio los fanales colgados en los mástiles de los barcos. Pasó sobre el ghetto y vio a los judíos viejos negociando entre ellos y pesando monedas en balanzas de cobre.

Al fin llegó a la pobre vivienda y echó un vistazo dentro. El niño se agitaba febrilmente en su camita y su madre habíase quedado dormida de cansancio.

La Golondrina saltó a la habitación y puso el gran rubí en la mesa, sobre el dedal de la costurera. Luego revoloteó suavemente alrededor del lecho, abanicando con sus alas la cara del niño.

-¡Qué fresco más dulce siento! -murmuró el niño-. Debo estar mejor. Y cayó en un delicioso sueño.

-¡Qué fresco más dulce siento! -murmuró el niño-. Debo estar mejor. Y cayó en un delicioso sueño.

Entonces la Golondrina se dirigió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz y le contó lo que había hecho.

-Es curioso -observa ella-, pero ahora casi siento calor, y sin embargo, hace mucho frío. Y la Golondrinita empezó a reflexionar y entonces se durmió. Cuantas veces reflexionaba se dormía. Al despuntar el alba voló hacia el río y tomó un baño.

-¡Notable fenómeno! -exclamó el profesor de ornitología que pasaba por el puente-. ¡Una golondrina en invierno!

Y escribió sobre aquel tema una larga carta a un periódico local. Todo el mundo la citó. ¡Estaba plagada de palabras que no se podían comprender!…

-Esta noche parto para Egipto -se decía la Golondrina. Y sólo de pensarlo se ponía muy alegre.

Visitó todos los monumentos públicos y descansó un gran rato sobre la punta del campanario de la iglesia. Por todas parte adonde iba piaban los gorriones, diciéndose unos a otros:

-¡Qué extranjera más distinguida!

Y esto la llenaba de gozo. Al salir la luna volvió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz.

-¿Tenéis algún encargo para Egipto? -le gritó-. Voy a emprender la marcha.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Príncipe-, ¿no te quedarás otra noche conmigo?

-Me esperan en Egipto -respondió la Golondrina-. Mañana mis amigas volarán hacia la segunda catarata. Allí el hipopótamo se acuesta entre los juncos y el dios Memnón se alza sobre un gran trono de granito. Acecha a las estrellas durante la noche y cuando brilla Venus, lanza un grito de alegría y luego calla. A mediodía, los rojizos leones bajan a beber a la orilla del río. Sus ojos son verdes aguamarinas y sus rugidos más atronadores que los rugidos de la catarata.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Príncipe-, allá abajo, al otro lado de la ciudad, veo a un joven en una buhardilla. Está inclinado sobre una mesa cubierta de papeles y en un vaso a su lado hay un ramo de violetas marchitas. Su pelo es negro y rizoso y sus labios rojos como granos de granada. Tiene unos grandes ojos soñadores. Se esfuerza en terminar una obra para el director del teatro, pero siente demasiado frío para escribir más. No hay fuego ninguno en el aposento y el hambre le ha rendido.

-Me quedaré otra noche con vos -dijo la Golondrina, que tenía realmente buen corazón-. ¿Debo llevarle otro rubí?

-¡Ay! No tengo más rubíes -dijo el Príncipe-. Mis ojos es lo único que me queda. Son unos zafiros extraordinarios traídos de la India hace un millar de años. Arranca uno de ellos y llévaselo. Lo venderá a un joyero, se comprará alimento y combustible y concluirá su obra.

-Amado Príncipe -dijo la Golondrina-, no puedo hacer eso. Y se puso a llorar.

-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Príncipe-. Haz lo que te pido.

Entonces la Golondrina arrancó el ojo del Príncipe y voló hacia la buhardilla del estudiante. Era fácil penetrar en ella porque había un agujero en el techo. La Golondrina entró por él como una flecha y se encontró en la habitación.

El joven tenía la cabeza hundida en sus manos. No oyó el aleteo del pájaro y cuando levantó la cabeza, vio el hermoso zafiro colocado sobre las violetas marchitas.

-Empiezo a ser estimado -exclamó-. Esto proviene de algún rico admirador. Ahora ya puedo terminar la obra. Y parecía completamente feliz.

Al día siguiente la Golondrina voló hacia el puerto.

Descansó sobre el mástil de un gran navío y contempló a los marineros que sacaban enormes cajas de la cala tirando de unos cabos.

-¡Ah, iza! -gritaban a cada caja que llegaba al puente.

-¡Me voy a Egipto! -les gritó la Golondrina. Pero nadie le hizo caso, y al salir la luna, volvió hacia el Príncipe Feliz.

-He venido para deciros adiós -le dijo.

-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -exclamó el Príncipe-. ¿No te quedarás conmigo una noche más?

-Es invierno -replicó la Golondrina- y pronto estará aquí la nieve glacial. En Egipto calienta el sol sobre las palmeras verdes. Los cocodrilos, acostados en el barro, miran perezosamente a los árboles, a orillas del río. Mis compañeras construyen nidos en el templo de Baalbeck. Las palomas rosadas y blancas las siguen con los ojos y se arrullan. Amado Príncipe, tengo que dejaros, pero no os olvidaré nunca y la primavera próxima os traeré de allá dos bellas piedras preciosas con que sustituir las que disteis. El rubí será más rojo que una rosa roja y el zafiro será tan azul como el océano.

-Allá abajo, en la plazoleta -contestó el Príncipe Feliz-, tiene su puesto una niña vendedora de cerillas. Se le han caído las cerillas al arroyo, estropeándose todas. Su padre le pegará si no lleva algún dinero a casa, y está llorando. No tiene ni medias ni zapatos y lleva la cabecita al descubierto. Arráncame el otro ojo, dáselo y su padre no le pegará.

-Pasaré otra noche con vos -dijo la Golondrina-, pero no puedo arrancaros el ojo porque entonces os quedaríais ciego del todo.

-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Príncipe-. Haz lo que te mando.

Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe y emprendió el vuelo llevándoselo.

Se posó sobre el hombro de la vendedorcita de cerillas y deslizó la joya en la palma de su mano.

-¡Qué bonito pedazo de cristal! -exclamó la niña, y corrió a su casa muy alegre.

Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe.

-Ahora estáis ciego. Por eso me quedaré con vos para siempre.

-No, Golondrinita -dijo el pobre Príncipe-. Tienes que ir a Egipto.

-Me quedaré con vos para siempre -dijo la Golondrina.

Y se durmió entre los pies del Príncipe. Al día siguiente se colocó sobre el hombro del Príncipe y le refirió lo que habla visto en países extraños. Le habló de los ibis rojos que se sitúan en largas filas a orillas del Nilo y pescan a picotazos peces de oro; de la esfinge, que es tan vieja como el mundo, vive en el desierto y lo sabe todo; de los mercaderes que caminan lentamente junto a sus camellos, pasando las cuentas de unos rosarios de ámbar en sus manos; del rey de las montañas de la Luna, que es negro como el ébano y que adora un gran bloque de cristal; de la gran serpiente verde que duerme en una palmera y a la cual están encargados de alimentar con pastelitos de miel veinte sacerdotes; y de los pigmeos que navegan por un gran lago sobre anchas hojas aplastadas y están siempre en guerra con las mariposas.

-Querida Golondrinita -dijo el Príncipe-, me cuentas cosas maravillosas, pero más maravilloso aún es lo que soportan los hombres y las mujeres. No hay misterio más grande que la miseria. Vuela por mi ciudad, Golondrinita, y dime lo que veas.

Entonces la Golondrinita voló por la gran ciudad y vio a los ricos que se festejaban en sus magníficos palacios, mientras los mendigos estaban sentados a sus puertas.

Voló por los barrios sombríos y vio las pálidas caras de los niños que se morían de hambre, mirando con apatía las calles negras. Bajo los arcos de un puente estaban acostados dos niñitos abrazados uno a otro para calentarse.

– ¡Qué hambre tenemos! -decían.

-¡No se puede estar tumbado aquí! -les gritó un guardia.

Y se alejaron bajo la lluvia.

Entonces la Golondrina reanudó su vuelo y fue a contar al Príncipe lo que había visto.

-Estoy cubierto de oro fino -dijo el Príncipe-; despréndelo hoja por hoja y dáselo a mis pobres. Los hombres creen siempre que el oro puede hacerlos felices.

Hoja por hoja arrancó la Golondrina el oro fino hasta que el Príncipe Feliz se quedó sin brillo ni belleza.

Hoja por hoja lo distribuyó entre los pobres, y las caritas de los niños se tornaron nuevamente sonrosadas y rieron y jugaron por la calle.

-¡Ya tenemos pan! -gritaban.

Entonces llegó la nieve y después de la nieve el hielo.

Las calles parecían empedradas de plata por lo que brillaban y relucían. Largos carámbanos, semejantes a puñales de cristal, pendían de los tejados de las casas. Todo el mundo se cubría de pieles y los niños llevaban gorritos rojos y patinaban sobre el hielo.

La pobre Golondrina tenía frío, cada vez más frío, pero no quería abandonar al Príncipe: le amaba demasiado para hacerlo.

Picoteaba las migas a la puerta del panadero cuando éste no la veía, e intentaba calentarse batiendo las alas.

Pero, al fin, sintió que iba a morir. No tuvo fuerzas más que para volar una vez más sobre el hombro del Príncipe.

-¡Adiós, amado Príncipe! -murmuró-. Permitid que os bese la mano.

-Me da mucha alegría que partas por fin para Egipto, Golondrina -dijo el Príncipe-. Has permanecido aquí demasiado tiempo. Pero tienes que besarme en los labios porque te amo.

-No es a Egipto adonde voy a ir -dijo la Golondrina-. Voy a ir a la morada de la Muerte. La Muerte es hermana del Sueño, ¿verdad? Y besando al Príncipe Feliz en los labios, cayó muerta a sus pies.

En el mismo instante sonó un extraño crujido en el interior de la estatua, como si se hubiera roto algo.

El hecho es que su corazón de plomo se había partido en dos. Realmente hacia un frío terrible.

A la mañana siguiente, muy temprano, el alcalde se paseaba por la plazoleta con dos concejales de la ciudad.

Al pasar junto al pedestal, levantó sus ojos hacia la estatua.

-¡Dios mío! -exclamó-. ¡Qué andrajoso parece el Príncipe Feliz!

-¡Sí, está verdaderamente andrajoso! -dijeron los concejales de la ciudad, que eran siempre de la opinión del alcalde.

Y levantaron ellos mismos la cabeza para mirar la estatua.

-El rubí de su espada se ha caído y ya no tiene ojos, ni es dorado – dijo el alcalde- En resumidas cuentas, que está lo mismo que un pordiosero.

-¡Lo mismo que un pordiosero! -repitieron a coro los concejales.

-Y tiene a sus pies un pájaro muerto -prosiguió el alcalde-. Realmente habrá que promulgar un bando prohibiendo a los pájaros que mueran aquí.

Y el secretario del Ayuntamiento tomó nota para aquella idea. Entonces fue derribada la estatua del Príncipe Feliz.

-¡Al no ser ya bello, de nada sirve! -dijo el profesor de estética de la Universidad.

Entonces fundieron la estatua en un horno y el alcalde reunió al Concejo en sesión para decidir lo que debía hacerse con el metal.

-Podríamos -propuso- hacer otra estatua. La mía, por ejemplo.

-O la mía -dijo cada uno de los concejales.

Y acabaron disputando.

-¡Qué cosa más rara! -dijo el oficial primero de la fundición-. Este corazón de plomo no quiere fundirse en el horno; habrá que tirarlo como deshecho.

Los fundidores lo arrojaron al montón de basura en que yacía la golondrina muerta.

-Tráeme las dos cosas más preciosas de la ciudad -dijo Dios a uno de sus ángeles.

Y el ángel se llevó el corazón de plomo y el pájaro muerto.

-Has elegido bien -dijo Dios-. En mi jardín del Paraíso este pajarillo cantará eternamente, y en mi ciudad de oro el Príncipe Feliz repetirá mis alabanzas.

Una travesía por las montañas de Colombia en busca de un café casi perfecto.

Una publicación de hace dos años la vuelvo a publicar para el deleite de los amantes del buen café; de manera especial la dedico a mis bellas y queridas amiga y mis estimados amigos Colombianas(os).

Un campesino colombiano con su caballo CreditFederico Rios Escobar para The New York Times.

The New York Times en español.

Por 8 de marzo de 2017.

En la parte norte de la región andina, bayas verdes y rojas dan cafeína a la economía y al orgullo locales. Si te detienes, tomas un sorbo y disfrutas el sabor, puedes sentir la seria labor y las vidas dedicadas a esta actividad esencialmente colombiana.

Hay más de 20 restaurantes y cafeterías en la plaza —pintada de colores pasteles— de Jardín, un pintoresco pueblo colombiano en Antioquia, en la parte norte de los Andes.

Elegí uno, me puse cómodo en una mesa de madera pintada de color azul eléctrico y pedí un café negro por 800 pesos, cerca de 25 centavos de dólar. Era lunes en la mañana y los paisas estaban socializando. Algunos parecían ser amigos y familiares que charlaban y reían bajo la sombra de una iglesia. Algunos me dijeron que eran tenderos que disfrutaban de un día libre después de pasar un fin de semana largo atendiendo turistas. En la mesa del lado, un campesino se relajaba con su sombrero sobre el rostro y su silla recargada contra la pared.

Si hubiera estado aquí durante la temporada de cosecha, habría visto a propietarios de fincas afuera de la sucursal de Bancolombia con bolsas de efectivo, rodeados por policías que brindan seguridad a los trabajadores que llegan a recibir su pago. Los sábados por la noche, esta plaza es una cacofonía estridente de la música de las discotecas y campesinos que pasean por el pueblo montados en caballos de exhibición; aún entonces hay cafés entre las cervezas sobre las charolas que las meseras llevan por las mesas.

El café es parte de la esencia de Jardín: la economía local que conforma una identidad cultural. Cuando llegó mi tinto, fue fácil ver por qué: el sabor era fuerte y robusto, fluía directamente de los granos y no de una capa quemada después de tostarlos. Le di otro sorbo a mi pequeña taza y me percaté de todas las personas que bebían café a mi alrededor; no había ningún termo ni vaso de papel. Nadie bebía su café para llevar. Todos se sentaban, sorbían, disfrutaban. Por eso vine: para dar rienda suelta a mi amor por el café. Jardín es un lugar perfecto, situado en el corazón de un cinturón del café en el suroeste de Antioquia, el productor más grande de los 32 departamentos de Colombia.

Sacos de café en la cooperativa Delos Andes CreditFederico Rios Escobar para The New York Times.

En los noventa, un colapso en los precios del café fue un golpe fuerte a la economía de Colombia. La mitad de su mercado de café se desvaneció y miles de familias en regiones cafetaleras cayeron en la pobreza. Como estrategia para el futuro, el gobierno colombiano comenzó a fomentar y apoyar a fincas para cultivar granos de café de mayor calidad que calificaran para mercados especializados donde los precios son más altos y estables.

Jardín adoptó la tendencia. La mayoría de los granos que se venden en el almacén cooperativo del pueblo van directamente a Nespresso, la marca de lujo que vende cafeteras con comerciales televisivos en los que aparece George Clooney. Aquí, las colinas están llenas de fincas familiares que compiten entre sí para cultivar el mejor café. Con la ayuda de un guía contratado —José Castaño Hernández, hijo de campesinos cafeteros— estaba listo para ver de dónde venía la rica infusión de mi taza y explorar el territorio del café en el norte de los Andes.

Paisaje de los Andes cerca del pueblo de Jardín CreditFederico Rios Escobar para The New York Times.

En la plaza, Hernández, de 41 años, me recogió en su auto y condujo a través de un puesto militar de control justo afuera del pueblo. Después de que los soldados nos señalizaron que podíamos pasar, mencionó que tomaríamos la ruta pintoresca para visitar una finca cafetalera a una altitud de 1800 metros sobre el nivel del mar. Con pintoresco quiso decir que era una ruta ecuestre. En la ladera de la montaña, se estacionó al borde de la carretera y nos reunimos con otro guía que tenía caballos ensillados. El trayecto a través de un camino lleno de piedras fue una serie de momentos impresionantes: vistas gloriosas del norte de Los Andes, rayos matutinos del sol que atraviesan nubes que parecen algodón; a veces pasaba algún tucán con su gracioso pico.

Después de algunas horas nos detuvimos y amarramos los caballos; Hernández abrió la entrada de una cerca alambrada. Era la puerta trasera de la Cueva del Esplendor. La entrada al público de esta atracción turística es un estacionamiento al otro lado del barranco, donde las personas dejan sus autos y caminan hasta la cueva. Desde este lado, descendimos a rappel gracias a unos cables de alambre. En la parte de abajo, entramos a una pequeña cueva con una cascada bañada por el sol que salía del techo de roca… otro momento increíble.

La Cueva del Esplendor en las afueras de Jardín Credit Federico Rios Escobar para The New York Times.

Después de otra hora a caballo, era hora de almorzar en la finca, una simple granja cerca de la cima de la montaña con paredes de estuco blanco y pintura azul. Ese mismo azul vistoso acentuó el pedestal de un altar al niño Jesús, y también una cruz que estaba en la bajada frente a una vista magnífica: más de una decena de cimas andinas extendiéndose hasta donde llegaba la vista, con frondosos cafetos que cubrían cada ladera.

Almorzamos en una mesa que estaba en la entrada techada. El menú incluía huevos fritos con la yema cruda; dos tipos de plátanos fritos: unos maduros y dulces, y los otros verdes y en patacón; frijoles rojos, y chicharrón. Puse los frijoles en un tazón y encima un huevo y varias cucharadas de una salsa picante. A la vuelta de la esquina, los campesinos y sus familias se sentaban en otra mesa, una mezcla de hombres, mujeres y niños que comían frijoles, huevos y chicharrón. Hernández había pedido un almuerzo típico de la finca, y eso le dieron.

“Los colombianos almuerzan bien; es su comida principal”, explicó cuando me preguntó qué me pareció la comida. “Trabajar la finca requiere estar bien alimentado”.

Después de que recogieron los platos vacíos, una mujer me sirvió una taza del café de la casa, el tinto. Sonreí y suspiré con el sabor puro: tan terroso y abundante en mi paladar, pero a la vez limpio, sin dejar sabor de boca alguno. Después, el encargado de la finca, Juan Crisóstomo Osorio Marín, me pidió que siguiera un camino terroso que lleva a las plantas de café. Marín dirige las operaciones de campo de la finca mientras que su padre es el propietario. Llegamos a un lugar donde montones de bayas de café de color rojo y verde brillante colgaban de cada rama. Son plantas prodigiosas; cada una tiene el equivalente a 450 gramos de café molido y terminado. Las bayas rojas de café, que parecen arándanos, estaban maduras y listas para recogerse. Competí con Marín para ver quién recogía bayas más rápido. Tras 30 segundos yo tenía 50 bayas en la canasta y Marín tenía más de 200. Me mostró que el truco es mover una mano por debajo de la rama mientras despegas las bayas con el pulgar. Con un solo movimiento podía sacar 10 bayas o más.

Bayas rojas de café en una finca de Jardín, Colombia CreditFederico Rios Escobar para The New York Times.

Durante la temporada de cosecha, Marín, de 40 años, reúne varias canastas de bayas de café para obtener más de 260 kilogramos diarios; lo hace en una ladera tan empinada que me pareció difícil permanecer erguido. Otros familiares hacen lo mismo. El año pasado, el padre de Marín, de 62 años, recogió más de 180 kilos en un día justo después de recuperarse de una fractura que sufrió en la pierna mientras jugaba fútbol.

Aun así, la producción aquí palidece cuando se le compara con la de plantaciones cafetaleras corporativas. La familia Marín enfatiza la calidad por encima de la cantidad. Nespresso califica estos granos como Triple A, su clasificación más alta de calidad y sostenibilidad.

Marín dijo que tres factores favorecían su café: la altura, que tiene la elevación suficiente para mantener lejos las pestes del café; la humedad, que se origina con las nubes que pasan y brindan una fuente constante de humedad, y la tierra roja.

“¿Por qué la tierra es tan roja?”, pregunté. Hernández me contó acerca de Nevado del Ruiz, un volcán que está en el norte de los Andes y arrojó ceniza a través de las cimas de las montañas.

“¿Eso es algo bueno?”, le pregunté a Marín a través de Hernández.

“Sí, claro, claro”, dijo Marín, asintiendo con la cabeza. La ceniza hace que la tierra sea rica y fértil. “Como una bendición; la tierra es mejor aquí arriba”.

 Un gallito de las rocas. Jardín es una zona popular para observar aves.CreditFederico Rios Escobar para The New York Times.

De regreso en la finca, me mostraron la despulpadora que separa los granos de la fruta (como quitarle huesos a unas cerezas) y la parrilla de secado donde ponen los granos antes de que los lleven a la cooperativa. Por 15.000 pesos (cerca de cinco dólares), compré una bolsa de su café Triple A y le di las gracias a Marín por su hospitalidad.

Durante el viaje de regreso a Jardín, Hernández me dijo que, en sus siete años como guía, yo fui apenas su segundo turista de cafetales. Todos sus clientes van a observar aves, pero a él le gustarían más viajes como este. El abuelo de Hernández se estableció y comenzó la finca de café cerca de donde creció. Cuando ocurrió la crisis de los noventa, sus padres se divorciaron y él abandonó la universidad en Medellín para regresar a casa y ayudar a su madre a saldar sus deudas. Fue durante este periodo problemático cuando Hernández encontró su vocación como guía, un trabajo que le permite ayudar a que otros entiendan el significado de la tierra que ama. Su madre aún está en la finca de la familia, pero el café, como todo cultivo, es un negocio difícil, y él no está seguro de que pueda continuar. “Las historias de estas colinas me dan esperanza”, me dijo mientras recorríamos un camino terroso.

Hernández me dejó en la hotel donde me estaba hospedando afuera del pueblo y me dijo que regresaría en un par de horas. A las 18:00 me recogió para cenar en otra finca, que también está en las colinas, rodeada de follaje.

Un hombre a caballo cerca de Jardín Credit Federico Rios Escobar para The New York Times.

En la finca, una familia salió a la puerta —padre y madre con un hijo pequeño y una bebé— para saludarme con calidez; yo era el primer estadounidense que visitaba su casa (los suizos de Nespresso ya habían estado ahí). El propietario de la finca, Francisco Javier Ángel, sonrió y nos dijo que pasáramos a la mesa del comedor en la terraza al aire libre. Un solo bombillo en el techo atraía a las polillas y otros insectos del bosque, y a veces chocaban con mi cabeza mientras giraban en torno a la luz. Pero no había mosquitos, otra ventaja de la altura de la finca.

Ángel, de 37 años, parecía joven para ser dueño de una finca, pero es emprendedor. Había trabajado en esta finca cuando el propietario era un sacerdote local, quien se mostró impresionado por su ética de trabajo y le vendió la tierra. Su esposa, Mónica, fue a la cocina y regresó con vasos de limonada recién hecha con panela, una forma de azúcar mascabada. Ángel explicó que la panela también puede usarse para preparar el café chaqueta, que se sirve cuando hace frío o para darles a los recolectores de café una inyección de energía para los campos.

La cena familiar fue de frijoles, plátanos y chicharrón, esta vez acompañados de tiras de res, rebanadas de aguacate recién cosechado y arepas. Fue familiar pero gratificante, y mejor que cualquiera de las comidas que me dieron en los restaurantes del pueblo. Mientras cenábamos, Ángel explicó que su finca está certificada por Rainforest Alliance y sus granos están clasificados como de especialidad. La cooperativa en Jardín tiene un laboratorio entero dedicado a envasar y clasificar granos en cuanto se entregan.

Una cafetería cerca del parque El Libertador en Jardín Credit Federico Rios Escobar para The New York Times.

Mientras la esposa de Ángel recogía los platos, pregunté si podía seguirla a la cocina para ver cómo preparaba el café. Me sonrió: “Sí”.

Preparar café es un proceso rústico y un ritual. Primero, calentó un litro de agua en una olla en la estufa de gas hasta que comenzaron a formarse burbujas en el fondo. Después le puso cinco cucharadas de café molido a la olla, apagó el gas y dejó que se asentara durante cinco minutos. “Silencio”, dijo. Mientras tanto, enjuagó cuatro tazas en agua caliente para que el cambio drástico de temperatura —si la bebida entrara a una taza fría— no impactara al café. Finalmente, lo sirvió a través de un pequeño colador en cada copa. Era una hermosa infusión oscura con un ligero halo de espuma café en los bordes.

De regreso en la mesa del comedor, sorbí y me quedé sorprendido por una simple taza de café por tercera vez ese día: tanta fuerza, tan rico, pero sin rastro de amargura. Pregunté qué hacía único a este café. Ángel y Hernández me lo explicaron.

El linaje cafetalero de Ángel data de tres generaciones, y él tuvo la idea de cultivar la misma variedad de granos que cultivó su abuelo hace 100 años… una suerte de café patrimonial. Sin embargo, no podían encontrar esas semillas; la cooperativa solo vende variedades modernas de café. Así que Ángel fue a cazarla a fincas abandonadas que habían sido destruidas por la crisis de los precios del café. En una encontró la vieja variedad de la generación de su abuelo.

Todos en el pueblo creyeron que Ángel estaba loco por plantar granos que sacó de barbechos, pero su café patrimonial está ganando adeptos. Lo vende con el nombre Pajarito, porque ve a muchas aves entre los arbustos donde se cultiva este café.

“Veo una oportunidad en el café”, me dijo Ángel. Esa es una gran declaración, dado que muchos de sus compañeros agricultores de café en todo Colombia están abandonando fincas y buscando empleos en las grandes ciudades. “Es la tradición de esta familia”, dijo Ángel. “Es lo que hacemos”.

Ángel y su esposa se reunieron con sus hijos en la terraza para despedirse mientras Hernández y yo nos adentrábamos a la noche. El aire zumbaba con insectos que cantaban un coro nocturno y ferviente. Un rocío de luces blancas, como estrellas parpadeantes, brilló en el bosque oscuro ante nosotros.

Cuando llegamos con la luz de día, el follaje era tan espeso que no podía ver más allá de los árboles. Pero ahora me daba cuenta de que esas estrellas eran las luces de las terrazas de las fincas en la siguiente cadena montañosa; cada luz era un hogar como este.

Era un recordatorio de que el café es un asunto familiar. Si te detienes, tomas un sorbo y disfrutas el sabor, puedes probar la seria labor y las vidas dedicadas al café.

 

 

 

Libros psicodélicos para perderse en la inmensidad de las letras y sus colores; reseñas breves.

  1. LETRAS

Cultura colectiva

Libros psicodélicos para perderse en la inmensidad de las letras y sus colores; reseñas breves.

Ivan Montejo

Diariamente experimentamos al mundo, sus colores son siempre los mismos, sus aromas se mantienen constantes y sus sensaciones son idénticas. Cuando uno de estos elementos se modifica puede ser una señal de alarma, algo le debe estar sucediendo a nuestra percepción que no deja que experimentemos el mundo como deberíamos. Sin embargo, cuando todos estos sentidos cambian y nos hacen  percibir emociones que nunca habíamos conocido estamos ante lo que muchos nombraron “experiencia religiosa”.

El profesor Timothy Leary de la Universidad de Harvard y Walter Pahnke, un recién graduado de la misma institución, quisieron inducir científicamente esta experiencia en 1962. Su experimento utilizó a 20 hombres, diez recibieron una pastilla de Psilocibina (la sustancia responsable del efecto psicoactivo de la droga) y el resto sólo tomó un placebo. Para continuar con la prueba debían asistir a una misa en la Capilla de Marsh, Boston. 

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Entre las personas que tomaron esta sustancia se encontró Mike Young. En principio todo parecía normal, al fondo escuchaba al órgano y frente a él oía la voz del pastor que leía las escrituras. De pronto todo comenzó a cambiar, se encontró en medio de un mar, en las aguas había barras de color flotando a su lado. Estas franjas terminaron por formar una rueda en la que se encontró en el centro, se dio cuenta que debía de nadar hacia una tonalidad para sentir una experiencia de vida diferente, tenía que elegir una, la decisión era sumamente dolorosa y murió. 

Gracias a esta experiencia Mike Young decidió convertirse en un reverendo, de hecho nueve de los hombres que recibieron la droga decidieron dedicarse a la vida religiosa; en contraste, ninguna de las personas que tomaron el placebo siguió estos pasos. Este extraño experimento, que parece indicar que fue exitoso, fue organizado en un tiempo que todavía no regulaba el uso de estas sustancias. Estos viajes no sólo crearon experiencias religiosas, también formaron una cultura psicodélica que demostró por medio de las letras mundos que en un estado normal jamás podrían crearse. 

“The Doors of Perception” (1954) – Aldous Huxley

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Un ensayo escrito en 1954 que describe las experiencias alucinógenas de Huxley producto de la ingestión de mescalina. El escritor inglés después de esta experiencia asumió que el cerebro humano normalmente filtra la realidad que le rodea y no deja pasar ciertas impresiones e imágenes; las sustancias psicotrópicas ayudan a reducir esta barrera para así abrir las puertas de la percepción. Durante esta experiencia notó que los objetos pierden su función, el tiempo es más lento y el individuo se vuelve incapaz de recibir tantos estímulos. 

“Naked Lunch” (1959) – William S. Burroughs 

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Obra compuesta por una serie de viñetas que pueden ser leídas en el orden que el lector desee. El protagonista de estas páginas es William Lee, un adicto que se encuentra huyendo de la policía y busca diversas sustancias para tomar su próxima dosis. Las ilustraciones presentan la adicción y los viajes que provocadas por la marihuana, la morfina y el opio. 

“The Psychedelic Experience: A Manual Based on the Tibetan Book of the Dead” (1964) – Timothy Leary

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Un manual pensado para guiar a cualquier persona que busque un viaje psicodélico. Esta obra es resultado de años de consumo de drogas por parte de los nombres más prominentes en la escena psicodélica. Ofrece una gran introducción para cualquier persona que no esté familiarizada con este tipo de literatura, una obra obligada para cualquier interesado en este tipo de experiencias. 

“The Electric Kool-aid Acid Test” (1968) – Tom Wolfe

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Una experiencia de primera mano de Tom Wolfe que presenta las aventuras de Ken Kesey y su banda, Merry Pranksters, en su colorido camión llamado “Further”. Wolfe, al ser un periodista independiente, logró mostrar todas las sensaciones psicodélicas  desde el mismo punto de vista de sus sujetos de estudio. Para los que no pudieron vivir la década de los sesenta, estas letras son la mejor forma de experimentar estos años. 

“Fear and Loathing in Las Vegas” (1971) – Hunter S. Thompson 

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Lo que en principio inicia como un reportaje sobre una carrera de motocross, se convierte en una surrealista travesía protagonizada por cantidades inhumanas de drogas y numerosos fraudes. Esta historia es una adaptación de un viaje del autor con Óscar Zeta Acosta, que inició con una investigación centrada en un campeonato de motocicletas en Las Vegas, pero dio un giro radical cuando la revista Rolling Stone lo contrató para cubrir una convención policial sobre narcóticos en la misma ciudad. 

“Hallucinogens and Shamanism” (1973) – Michael J. Harner 

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Los antropólogos siempre han estado fascinados por la visión del mundo y las creencias religiosas de los pueblos indígenas. Con el aumento del interés en los agentes alucinógenos en los setenta, los investigadores empezaron a reconocer el papel esencial de estas sustancias en la cosmología de algunas sociedades chamánicas. Esta colección inusual presenta diez estudios originales que exploran el uso de alucinógenos en el chamanismo, práctica antigua y generalizada de invocar un estado de trance de percibir y utilizar las fuerzas sobrenaturales.

“Prometheus Rising” (1983) – Robert Anton Wilson 

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Una obra creada para llevar el proceso mental un paso más allá, “Prometheus Rising” examina aspectos del control social de la mente y provee ejercicios para la mente al final de cada capítulo. Gracias a esta naturaleza se ha popularizado entre personas que buscan llevar una experiencia psicodélica a lugares nunca antes vistos. Los ocho modelos de la conciencia son uno de los mejores ejemplos a seguir para ubicar diversos estados de la mente.  

Con la criminalización del ácido a mediados de la década de los sesenta la cultura psicodélica aparentó morir. Sin embargo, estos libros y el nuevo festival de rock psicodélico nos demuestran que todavía existen grupos que están dispuestos a visitar regiones de la mente nunca antes exploradas. 

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Enlace al artículo original de “Cultura colectiva”

https://culturacolectiva.com/letras/libros-psicodelicos-para-perderse-en-la-inmensidad-de-las-letras-y-sus-colores/

El Príncipe de la Paradoja

LITERATURA

¿Sabes quién es el príncipe de la paradoja? Grande en todos los sentidos, desde su vasta y brillante obra literaria, hasta el tamaño de su persona. Entérate de más aquí:

Chesterton

El Príncipe de la Paradoja

  

¡Qué grande es Chesterton! Grande en todos los sentidos, desde su vasta y brillante obra literaria, hasta el tamaño de su persona, superior al del ser humano promedio.

Y es difícil escribir una semblanza que abarque su personalidad, sus acciones y sus palabras. Pero nadie mejor que un enamorado de la literatura chestertoniana —con todo y sus paradojas y exageraciones— para ofrecernos un retrato de este escritor. Con ustedes… ¡el monumental Chesterton!

«Chesterton usa la paradoja con un solo propósito, no para ser gracioso, no para parecer inteligente, no para confundir o ser contradictorio. Él usa la paradoja como un resquicio de verdad. La verdad es siempre paradójica. Leer a Chesterton es lo más divertido, pero lo más serio que puedes hacer.»

Dan Ahlquist

A veces, sueño que viene en auxilio de 
la humanidad el más bizarro de los superhéroes jamás imaginado. Como música de fondo, se escucha a The Beatlescantando «Help!», cuando en el sueño traspasa la bruma el gigante salvador.

Ciento cuarenta kilos de peso no impiden que corra por las calles como si levitara a escasos centímetros del suelo; los casi dos metros de estatura que mide
le permiten ondear con brío la capa que cubre su invariable vestimenta de tres piezas, confeccionadas en elegante tweed escocés.

La corbata anudada sobre un cuello antiguo y almidonado más parece un moño que un triángulo al cuello.

A pesar del vértigo con el que irrumpe en sueños, el Príncipe de la Paradoja no pierde el ceño fruncido y
la insinuación crónica de una sonrisa que se dibuja
feliz bajo los quevedos que pellizcan su nariz, al filo
de un poblado bigote nevado con canas. Es un gordo entrañable y me salva de todos los abismos de la madrugada con una voz tipluda, sus manos invisibles sobre los párrafos con los que receta el más puro sentido común —el menos común de los sentidos— para desenmarañar todo enredo, tribulación o pendencia.

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SuperChesterton

Señor del sarcasmo, maestro de la meditación racional, el Príncipe de la Paradoja nació en Londres, Inglaterra, en 1874 y —al igual que su célebre coterráneo que deambula de whisky en whisky— sigue tan campante. Se llamaba Gilbert Keith Chesterton, aunque gustaba deambular bajo el enigma de sus siglas, subrayar para la posteridad el peso de su apellido y desfacer entuertos y librar honrosas batallas con el apodo de El Príncipe de la Paradoja.

Polígrafo prolífico, polifacético e incansable polemista, Chesterton era al mismo tiempo un corpulento duende capaz de hipnotizar a una legión de niños en medio de un cumpleaños y, al día siguiente, volverse él mismo 
el infante distraído, un entrañable despistado 
que llegó a enviar un telegrama a su esposa, inquiriendo: «Estoy en Market Harborough. ¿En dónde debería estar?», pues nunca llevaba bitácora específica de sus actividades, citas o pendientes.

Tanta liviandad para tan grande peso: era tan serio como su propia risa, incólume y humorista, polémico y querido. Sobre todo, leído.

Superhéroe Chesterton escribió más de cien libros, contribuyó con textos en otras dos centenas de títulos, firmó cientos de poemas, cinco novelas ejemplares
 y doscientos cuentos literarios.

Conoce a Wells y su tiempo en una máquina

Además, escribió alrededor de cuatro mil ensayos en periódicos, durante treinta años consecutivos en su columna del Illustrated London News y trece años de columna semanal de la más pura agua del azar en el Daily News.

Es más, editó su propio periódico semanal y muchos de sus mejores párrafos los escribió en andenes de estaciones donde perdía constantemente su tren, o en bancas de apacibles parques por donde SuperChesterton se dejaba perder los rumbos de sus días.

El impacto de sus obras

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Uno de sus libros removió de raíz el ateísmo de 
C. S. Lewis y lo condujo al cristianismo creyente; una de sus novelas inspiró la independencia de Irlanda 
que enarbolara Michael Collins; uno de sus ensayos motivó los empeños de Mahatma Gandhi para su nada violento movimiento por la liberación de la India del dominio colonial británico, y más de uno de sus ensayos han despertado razones e inquietudes en no pocos pensadores de prestigio.

Sus novelas han destilado admiración, filiación y continuidad en prosas de altos vuelos: de Borges a García Márquez, de Hemingway
a Orson Welles, pasando por W. H. Auden y Agatha Christie.

Todos chestertonianos en cuanto quedamos inoculados por su ingenio, imantados por su magia verbal, pues como dijo T. S. Eliot, «Chesterton merece el reclamo permanente de nuestra lealtad». Todos chestertonianos en cuanto el enrevesado paisaje de nuestra realidad incomprensible, nos obliga a soñar 
la llegada milagrosa de un Príncipe Pensador que
 viene al rescate entre el hielo seco que envuelve sus párrafos perfectos.

Dice Alberto Manguel que «al 
leer a Chesterton nos embarga
 una peculiar sensación de 
felicidad», no dejaba de
 destilar en sus lectores una savia 
reconfortante para la reflexión y
 los contrastes.

Este texto tiene como propósito invitarte a su lectura, lo conoceras mejor así, pero antes, termina por cautivarte de su personalidad en este artículo que encontrarás en Algarabía 78.

Fuente:

https://algarabia.com/literatura/el-principe-de-la-paradoja/

 

 

Antoine de Saint-Exupéry, el aviador soñador

 Antoine de Saint-Exupéry, el aviador soñador

El autor de El Principito nació tal día como hoy de 1900.

 María 

Antoine de Saint-Exupéry

Nacido en una familia aristocrática de la ciudad de Lyon, Antoine de Saint-Exupéry pasó una infancia feliz. No fue un alumno destacado en su juventud. Fracasó en la escuela naval, luego estudió artes y arquitectura, y finalmente se hizo piloto tras realizar el servicio militar en 1921, en Estrasburgo.

Saint-Exupéry solía volar en la ruta postal Toulouse-Dakar. En varias ocasiones, el piloto debió negociar con fuerzas marroquíes que habían tomado a aviadores caídos como prisioneros. Gracias a esta labor, el gobierno francés lo condecoró con la medalla de la Legión de Honor.

Saint-Exupéry inició su carrera como escritor el año que fue enviado a Argentina como piloto. Su primer novela corta se tituló El Aviador y fue publicada en una revista literaria. Alcanzó el reconocimiento público en 1931, cuando escribió Vuelo nocturno, una obra en la que plasmó sus experiencia como piloto y directo de la aerolínea argentina. Con esa novela ganó el Prix Femina, un afamado galardón literario en Francia.

Durante su vida, el piloto francés se estrelló en numerosas ocasiones. La más conocida es la del 30 de diciembre de 1935, cuando cayó en el desierto del Sahara. Él y el mecánico aviador André Prévot sobrevivieron milagrosamente a la colisión, pero se quedaron rápidamente sin agua. Sus suministros les duraron sólo un par de días; debido al intenso calor del desierto, sufrieron alucinaciones y estuvieron al borde de la muerte. Fueron rescatados por un beduino al cuarto día de su desventura.

Le Petit Prince, en español, El principito, fue sin lugar a dudas su libro más famoso. Un narración poética ilustrada –por el propio autor en su primera edición– en el cual relata su infortunio ya que quedó varado en medio del desierto, donde conoce al principito, un niño proveniente de un pequeño asteroide que con el tiempo se vuelven amigos.

Fue escrito durante la estancia de 27 meses de Saint-Exupéry en Estados Unidos, donde se exilia en 1940 con la idea de convencer al gobierno norteamericano de que apoyase a Francia en su lucha contra los nazis, luego del armisticio entre ambos países.

Pocos meses después de la publicación de El Principito en Estados Unidos (en Francia debió ser publicado oficialmente en 1946, después de su liberación de Alemania), Saint-Exupéry fue llamado a una misión militar de las Fuerzas Francesas Libres. Su salud estaba ya muy deteriorada a raíz de los anteriores accidentes aéreos que había sufrido.

nacías, Antoine de Saint-Exupéry, y contigo nació la belleza, la inocencia y la magia. Tu desaparición fue un misterio, pero sabemos que estás en todas las rosas y corazones. Me pregunto si todas las estrellas se iluminan porque tú estás en ellas.

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Dia internacional del Libro

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https://es.wikipedia.org/wiki/Miguel_de_Cervantes?wprov=sfla1

es.wikipedia.org/wiki/Día_Internacional_del_Libro

https://es.wikipedia.org/wiki/D%C3%ADa_Internacional_del_Libro?wprov=sfti1

El Día Internacional del Libro es una conmemoración celebrada cada 23 de abril a nivel mundial con el objetivo de fomentar la lectura, la industria editorial y la protección de la propiedad intelectual por medio del derecho de autor. Desde 1988, es una celebración internacional promovida por la UNESCO. El 15 de junio de 1989 se inició en varios países, y en 2010 la celebración ya había alcanzado más de cien.[1]

Día Internacional del Libro
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El libro como elemento del arte moderno…

Se trata de un día simbólico para la literatura mundial, ya que ese día, en 1616, fallecieron: CervantesShakespeare e Inca Garcilaso de la Vega (no exactamente – ver más abajo). La fecha también coincide con el nacimiento o la muerte de otros autores prominentes, como Maurice DruonHaldor K.LaxnessVladimir NabokovJosep PlaManuel Mejía Vallejo y William Wordsworth. El Día Internacional del Libro se creó en honor a estos autores fallecidos.

Fue natural que la Conferencia General de la UNESCO, celebrada en París en 1995, decidiera rendir un homenaje universal a los libros y autores en esta fecha, alentando a todos, y en particular a los jóvenes, a descubrir el placer de la lectura y a valorar las irreemplazables contribuciones de aquellos quienes han impulsado el progreso social y cultural de la humanidad. Respecto a este tema, la UNESCO creó el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor, así como el Premio UNESCO de Literatura Infantil y Juvenil Pro de la Tolerancia.

 

Historia

Sharjah, Capital Mundial del Libro 2019

Celebraciones en otras fechas

Temas del Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor

Diez clásicos infantiles imprescindibles

Desde 1967, cada 2 de abril, la Organización Internacional para el Libro Juvenil (IBBY) lleva a cabo la celebración del Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil, una fecha en la que promocionar la lectura y buenos libros infantiles o clásicos de la literatura es un lugar común al que todos concurrimos.
— Leer en www.elciudadano.cl/cultura-2/diez-libros-clasicos-infantiles-imprescindibles-en-tu-biblioteca/04/

LECTURA PARA NIÑOS Y ADULTOS

Diez clásicos infantiles imprescindibles

Si eres padre, madre o un amante ávido de la literatura y quieres despertar la imaginación y estimular a tus pequeños hacia el infinito mundo de las letras, acá te hacemos algunas recomendaciones en el Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil

ABRIL 2, 2018

Desde 1967, cada 2 de abril, la Organización Internacional para el Libro Juvenil (IBBY) lleva a cabo la celebración del Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil, una fecha en la que promocionar la lectura y buenos libros infantiles o clásicos de la literatura es un lugar común al que todos concurrimos.

Como es costumbre, el IBBY selecciona para este evento un escritor representativo y a un reconocido ilustrador de su país para que elaboren el mensaje dirigido a todos los niños del mundo y el cartel que se distribuye por todo el mundo, y se promueva de esta manera la celebración en las bibliotecas, centros escolares, librerías, etc.

Este año le corresponde a la sección de Letonia, que difunde el mensaje de la escritora Inese Zandere (1958) y el cartel del ilustrador Reinis Petersons (1982).

Si eres padre, madre o un amante ávido de la literatura y quieres despertar la imaginación y estimular a tus pequeños hacia el infinito mundo de las letras, acá te hacemos diez recomendaciones:

Como primera sugerencia te traemos El libro de la Selva, de Rudyard Kipling. También conocido como El libro de las tierras vírgenes, fue publicado en 1894. Es una recopilación de relatos de quien fue el primer británico en ganar el Premio Nobel en 1907. En el texto se conjugan de manera admirable su conocimiento de la grandeza y diversidad de la India.

Como segunda opción está El gato con botas, de Charles Perrault. Es un cuento popular publicado en 1697 como parte del libro historias o cuentos del pasado, después conocida como Cuentos de Mamá Oca. La historia trata sobre un hombre que muere y deja como herencia a su hijo Benjamín sólo un gato que se convertirá en el mejor aliado del chico.

Cuento de Navidad, de Charles Dickens, toma la tercera casilla. Se trata de una novela corta del autor británico, publicada originalmente en 1843 y que rápidamente se convirtió en un clásico de la narrativa infantil. Cuenta la historia de un hombre rico y avaro, quien es visitado la víspera de Navidad por tres fantasmas que le muestran la miseria de su vida en un viaje cósmico.

¿Cómo no meterla en esta lista?: Alicia en el país de las Maravillas, de Lewis Carroll. Un cuento perfecto para niños, que se entiende de diferentes formas cuando se es adulto. Se publicó en 1865 y cuenta el frenético viaje de la pequeña Alicia a través de un mundo fantástico que retrata en extravagantes pinceladas la bondad y la maldad.

El príncipe feliz, del afanado Oscar Wilde. Un cuento de hadas escrito por el famoso irlandés. Fue publicado en una recopilación en 1888, luego del nacimiento del último hijo del autor. La historia trata de una estatua dorada de un príncipe, puede ver todo, pero no puede hacer nada para cambiar su realidad, hasta que conoce a una paloma. (Una golondrina).

El jardín secreto, del Frances Hodgson Burnett, es otra de nuestras sugerencias literarias. Publicado en 1911 trata de la vida de Mary, una pequeña que queda huérfana y es enviada al Reino Unido para vivir con su tío, lugar en el que junto a sus amigos, descubre un jardín que se convierte en su refugio, donde comenzará a vivir las mejores aventuras de su niñez.

Mujercitas, de Louisa May Alcott. La trama de este libro cuenta la vida de cuatro pequeñas y cómo van convirtiéndose en mujeres, teniendo la Guerra Civil de Estados Unidos como fondo. Meg, Jo, Beth y Amy son las protagonistas de este clásico de la literatura que ha sido adaptado al cine en varias ocasiones, la última en 1994.

También, Recopilación de Cuentos de Hans Christian Andersen, quien repite en esta lista y que publicó más de 150 cuentos infantiles. Su obra abrió nuevas perspectivas tanto de estilo como de contenido, por su innovador empleo del lenguaje cotidiano y expresiones de los sentimientos e ideas que previamente se pensaba que estaban lejos de la comprensión de un niño.

Por último, y no menos importante, El Principito. Esta novela corta es la obra más famosa del escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry. Mucho más que un libro infantil, admite muchas lecturas e incluso hay quien señala que no es un libro para niños. Pero si lo leíste de niño, lo recordarás como una aventura llena de imaginación en la que las ilustraciones te atraparon. Y tus hijos querrán volver a este título cuando crezcan para seguir descubriendo nuevas lecturas.

 

 

Seis claves para ser feliz, según la Universidad de Harvard

Ni dinero ni juventud: hoy el tesoro más codiciado es la felicidad, un concepto abstracto y subjetivo, pero en boca de todos. Ahora incluso la Universidad de Harvard enseña a sus alumnos a conseguirla

Seis claves para ser feliz, según la Universidad de Harvard

Existe una asignatura sobre la dicha en el prestigioso centro educativo. «La alegría también se aprende, como el golf o el esquí»

ser feliz Música: ‘Pleasure Palette’, de Flamingosis. Imágenes: fotogramas de las películas ‘Billy Elliot’, ‘Loose screws’, ‘Love bursts’, ‘The Lobster’, ‘Mommy’ y el cortometraje ‘I fotgot my phone’

Cada vez parece más claro que la nueva fiebre del oro no tiene que ver con hacerse millonario ni con encontrar la fuente de la eterna juventud. El tesoro más codiciado de nuestros tiempos es atesorar felicidad, un concepto abstracto, subjetivo y difícil de definir, pero que está en boca de todos. Incluso es materia de estudio en la prestigiosa Universidad de Harvard.

Durante varios años, algunos de los estudiantes de Psicología de esta universidad americana han sido un poco más felices, no solo por estudiar en una de las mejores facultades del mundo, sino porque, de hecho, han aprendido a través de una asignatura. Su profesor, el doctor israelí Tal Ben-Shahar, es experto en Psicología Positiva, una de las corrientes más extendidas y aceptadas en todo el mundo y que él mismo define como “la ciencia de la felicidad”. De hecho, sostiene que la alegría se puede aprender, del mismo modo que uno se instruye para esquiar o a jugar al golf: con técnica y práctica.

Aceptar la vida tal y como es te liberará del miedo al fracaso y de unas expectativas perfeccionistas

TAL BEN-SHAHAR, PROFESOR DE HARVARD

Con su superventas Being Happy y sus clases magistrales, los principios extraídos de los estudios de Tal Ben Shahar han dado la vuelta al mundo bajo el lema de “no tienes que ser perfecto para llevar una vida más rica y más feliz”. El secreto parece estar en aceptar la vida tal y como es, lo cual, según sus palabras, “te liberará del miedo al fracaso y de unas expectativas perfeccionistas”.

Aunque por su clase de Psicología del Liderazgo (Psychology on Leadership) han pasado más de 1.400 alumnos, aún así cabría hacerse la siguiente pregunta: ¿Alguna vez se tiene suficiente felicidad? «Es precisamente la expectativa de ser perfectamente felices lo que nos hace serlo menos”, explica.

Estos son sus seis consejos principales para sentirse afortunado y contento:

1. Perdone sus fracasos. Es más: ¡celébrelos! “Al igual que es inútil quejarse del efecto de la gravedad sobre la Tierra, es imposible tratar de vivir sin emociones negativas, ya que forman parte de la vida, y son tan naturales como la alegría, la felicidad y el bienestar. Aceptando las emociones negativas, conseguiremos abrirnos a disfrutar de la positividad y la alegría”, añade el experto. Se trata de darnos el derecho a ser humanos y de perdonarnos la debilidad. Ya en el año 1992, Mauger y sus colaboradores estudiaron los efectos del perdón, encontrando que los bajos niveles de este hacia uno mismo se relacionaban con la presencia de trastornos como la depresión, la ansiedad y la baja autoestima.

2. No dé lo bueno por hecho: agradézcalo. Cosas grandes y pequeñas. «Esa manía que tenemos de pensar que las cosas vienen dadas y siempre estarán ahí tiene poco de realista».

3. Haga deporte. Para que funcione no es necesario machacarse en el gimnasio o correr 10 kilómetros diarios. Basta con practicar un ejercicio suave como caminar a paso rápido durante 30 minutos al día para que el cerebro secrete endorfinas, esas sustancias que nos hacen sentir drogados de felicidad, porque en realidad son unos opiáceos naturales que produce nuestro propio cerebro, que mitigan el dolor y causan placer, según detalla el entrenador de easyrunning y experto corredor Luis Javier González.

4. Simplifique, en el ocio y el trabajo. “Identifiquemos qué es lo verdaderamente importante, y concentrémonos en ello”, propone Tal Ben-Shahar. Ya se sabe que “quien mucho abarca, poco aprieta”, y por ello lo mejor es centrarse en algo y no intentarlo todo a la vez. Y no se refiere solo al trabajo, sino también al área personal y al tiempo de ocio: “Mejor apagar el teléfono y desconectar del trabajo esas dos o tres horas que se pasa con la familia”.

5. Aprenda a meditar. Este sencillo hábito combate el estrés. Miriam Subirana, doctora por la Universidad de Barcelona, escritora y profesora de meditación y mindfulness, asegura que “a largo plazo, la práctica continuada de ejercicios de meditación contribuye a afrontar mejor los baches de la vida, superar las crisis con mayor fortaleza interior y ser más nosotros mismos bajo cualquier circunstancia”. El profesor de Harvard añade que es también un momento idóneo para manejar nuestros pensamientos hacia el lado positivo, aunque no hay consenso en que el optimismo llegue a garantizar el éxito, sí le aportará un grato momento de paz.

6. Practique una nueva habilidad: la resiliencia. La felicidad depende de nuestro estado mental, no de la cuenta corriente. Concretamente, “nuestro nivel de dicha lo determinará aquello en lo que nos fijemos y en las atribuciones del éxito o el fracaso”. Esto se conoce como locus de control o ‘lugar en el que situamos la responsabilidad de los hechos’, un término descubierto y definido por el psicólogo Julian Rotter a mediados del siglo XX y muy investigado en torno al carácter de las personas: los pacientes depresivos atribuyen los fracasos a sí mismos, y el éxito, a situaciones externas a su persona; mientras que la gente positiva tiende a colgarse las medallas, y los problemas, “casi mejor que se los quede otro”. Sin embargo, así perdemos la percepción del fracaso como ‘oportunidad’, que tiene mucho que ver con la resiliencia, un concepto que se ha hecho muy popular con la crisis, y que viene prestado originariamente de la Física y de la Ingeniería, con el que se describe la capacidad de un material para recobrar su forma original después de someterse a una presión deformadora. «En las personas, la resiliencia trata de expresar la capacidad de un individuo para enfrentarse a circunstancias adversas, condiciones de vida difíciles, o situaciones potencialmente traumáticas, y recuperarse saliendo fortalecido y con más recursos”, afirma el médico psiquiatra Roberto Pereira, director de la Escuela Vasco-Navarra de Terapia Familiar.

 

¡Charla entre la razon y el corazon – Gabriela Mistral -!

Hola muy buenas tardes queridas y lindas Amigas, estimados Amigos, hoy les comparto con mucho placer éste bellísimo poema de la gran Premio Nobel de Literatura Gabriela Mistral. Cuando lo volví a escuchar y releer me llegó hondo; además de hermoso, el poema es una verdadera cátedra de filosofía….

Jesús Torres Navarro.

CHARLA ENTRE LA RAZÓN Y EL CORAZÓN

¿Y si en realidad el tiempo no lo pudiese todo?

Si no fuese tan cierto que las cosas con el pasar de los días se van olvidando… o las heridas no se van cerrando;

¿cuántas cosas cambiarían? Porque es muy fácil pensar que con solo dejar pasar los días, meses o años las cosas se solucionan, y lo peor es que uno se auto convence, y se cree un superado, alguien que tuvo la suerte de superar un dolor y sobreponerse, y se vuelve a sentir fuerte…

Sin embargo, un buen día, quizá el menos pensado, todo el castillo que creías tan sólido comienza a temblar, porque te encontrarás de nuevo cara a cara con el dolor, con ese sentimiento tan helado y tan dormido del que ya casi ni te acordabas, y que, muy a pesar de todo, sigue ahí, y comienza a despertarse con todas las fuerzas acumuladas por el tiempo en que estuvo inactivo y quiere salir, quiere gritar que está vivo y que va a dar pelea, y es ahí cuando tu corazón se rebela, y quiere demostrar lo que en realidad siente, eso que tu cabeza le hizo guardar.

Y es ahí cuando comienza una terrible guerra entre la RAZÓN y el SENTIMIENTO, y quién sabe qué es lo que realmente vale más, porque la RAZÓN piensa:

“¡Otra vez no! ¿O acaso no te acuerdas el tiempo que te costó volver a ponerte en pie? ¿O no te acuerdas de esas noches sin dormir, de esos desvelos y angustias, de tus días vacíos, de tus noches sin estrellas? ¿Quieres realmente volver a vivir todo eso, o ahora que ya estás de pie… no sería mejor que anduvieras por otros caminos?

Una vez creíste tocar el cielo con las manos y en un instante descendiste al más profundo de los infiernos. ¿Crees que vale la pena? Haz lo que te digo, no existen los amores eternos, y seguramente todo eso lo único que va a hacer es ilusionarte y volverte a lastimar.” ¡PIENSA!, ¡no te equivoques!

Y se hace un silencio eterno…

El CORAZÓN, aturdido por las palabras de la RAZÓN, se queda sin aliento, pero después de un rato de pensar, donde la RAZÓN ya creía tener ganada la partida, el CORAZÓN replica: “No sé si tus palabras son del todo ciertas, pero sí sé que no son tampoco del todo equivocadas. No es lo mismo pensar que sentir, no es lo mismo razonar que hacer las cosas impulsivamente… Porque los que piensan son aquellos que nunca se arriesgan, y pobre de aquel que no esté dispuesto una vez en su vida a perderlo todo por la persona que ama; pobre de aquel que no está dispuesto a olvidar, porque nunca será perdonado; pobre de aquel que es tan ciego y vacío, que no es capaz de dejar de lado todas las trivialidades de la vida por amor… Pobre de quien teniendo en frente el amor de su vida, no es capaz de quitarse la careta y sentir… Porque el amor no sólo es alegría, no sólo es paz y ternura. El amor es también dolor y lágrimas, es angustia y desvelo, es muchas cosas, pero bueno… la verdad es que no sé qué pesa más, si la RAZÓN o el SENTIMIENTO… Lo que sí sé es que si uno no siente se transforma simplemente en una roca, una cosa que no es capaz de demostrar cariño y confianza: un cuerpo sin alma. Por eso creo que uno debe jugarse por lo que siente… Le puede salir bien o mal, puede equivocarse o vivir el resto de su vida con la persona que ama… Lo que sí es cierto es que jamás perdonaría a alguien que, por rencor o desconsuelo, no sea capaz de tomar a la persona que ama y gritarle a todo el mundo que por ella daría la vida…

Y, por último, otra cosa que tengo bien clara, es que el que se enamora soy yo, y el amor se siente con el CORAZÓN, no con la CABEZA.”

Se hizo el silencio… y, sin mediar palabra, el CORAZÓN decidió tomar el camino correcto… y fue tras el Amor.

A mi me gustan los hombres mayores.

Frases Bonitas Para Todo Momento.

A mi me gustan los hombres mayores.

A mí me gusta que me traten como dama aunque de eso se me olvide cuando estamos en la cama.  A mí me gusta que me digan poesía al oído por la noche cuando hacemos groserías. Me gusta un caballero que sea interesante, que sea un buen amigo, pero más un buen amante. ¿Qué importa unos años de más? A mí me gustan mayores, de esos que llaman señores, de los que te abren la puerta y te mandan flores. A mí me gustan más grandes, que no me quepa en la boca, los besos que quiera darme y que me vuelva loca. Yo no soy viejo pero tengo la cuenta como uno. Si quieres a la cama yo te llevo el desayuno, como yo, ninguno. Un caballero con 21, Yo estoy puesto pa’ todas tus locura’ . Que tú quieres un viejo, ¿está segura? Yo te prometo un millón de aventuras Y en la cama te duro lo que él no dura, yo estoy activo 24/7 . Conmigo no hacen falta los juguetes, yo todavía me hago de paquete.  Pero si te gusta abusar cor otra gente. A mí me gustan mayores. De esos que llaman señores, De los que te abren la puerta y te mandan flores. A mí me gustan más grandes, que no me quepa en la boca  los besos que quiera darme y que me vuelva loca. Yo no quiero un niño que no sepa nada. Yo prefiero un tipo, traje de la talla. Yo no quiero un niño que no sepa nada. Yo prefiero un tipo, traje de la talla. A mí me gustan, me gustan mayores, de esos que llaman señores de los que te abren la puerta  y te mandan flores.

A mí me gustan mayores, 

de esos que llaman señores. 

De los que te abren la puerta 

y te mandan flores.

A mí me gusta que me traten como dama aunque de eso se me olvide cuando estamos en la cama. 
A mí me gusta que me digan poesía al oído por la noche cuando hacemos groserías. Me gusta un caballero que sea interesante, que sea un buen amigo, pero más un buen amante. ¿Qué importa unos años de más? A mí me gustan mayores, de esos que llaman señores, de los que te abren la puerta y te mandan flores. A mí me gustan más grandes, que no me quepa en la boca, los besos que quiera darme y que me vuelva loca. Yo no soy viejo pero tengo la cuenta como uno. Si quieres a la cama yo te llevo el desayuno, como yo, ninguno. Un caballero con 21, Yo estoy puesto pa’ todas tus locura’ . Que tú quieres un viejo, ¿está segura? Yo te prometo un millón de aventuras Y en la cama te duro lo que él no dura, yo estoy activo 24/7 . Conmigo no hacen falta los juguetes, yo todavía me hago de paquete. 
Pero si te gusta abusar cor otra gente. A mí me gustan mayores. De esos que llaman señores, De los que te abren la puerta y te mandan flores. A mí me gustan más grandes, que no me quepa en la boca 
los besos que quiera darme y que me vuelva loca. Yo no quiero un niño que no sepa nada. Yo prefiero un tipo, traje de la talla. Yo no quiero un niño que no sepa nada. Yo prefiero un tipo, traje de la talla. A mí me gustan, me gustan mayores, de esos que llaman señores de los que te abren la puerta 
y te mandan flores.
Me lo mandaron por correo.
Enlace a la publicación original de Frases bonitas:

Palabras revolucionarias

Así «como quien no quiere la cosa» es equivalente a hacer algo disimuladamente Entérate de más .

Palabras revolucionarias

De la Revolución Mexicana, algunas expresiones aún nos quedan como su legado; vestigios de aquella época.

Cada 20 de noviembre, en México recordamos que en 1910 dio inicio ese episodio de nuestra historia al que llamamos Revolución Mexicana. De esa época han quedado palabras y expresiones que, cuando las oímos, nos trasladan a aquellos tiempos de confusión, muerte y esperanza. Aquí jalaremos el hilo de la historia de algunas de ellas.

Bilimbiques. Con este nombre se conoció a esos billetes que cada caudillo imprimía y que sólo valían en su territorio mientras duraba su poder. Los comerciantes no tenían muchas opciones; los aceptaban o terminaban colgados de un árbol. Muchas fortunas se perdieron cuando, de un día para otro, estos billetes se convertían en papeles sin valor. Se cuenta que este extraño nombre se originó por Billy Week, un norteamericano que fungía como pagador en una mina de Cananea y que, al escasear la moneda, pagaba con unos vales que llevaban su firma. Los trabajadores los llamaron bilimbiques, nombre que luego se extendió para nombrar a los billetes revolucionarios que no servían para comprar nada, igual que los vales con los que pagaba el señor Billy Week.

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Durante el régimen de Carranza, se exigía el pago
 de contribuciones en moneda; mientras que el 
gobierno imponía la circulación de bilimbiques. De esa circunstancia, una pluma anónima escribió este epigrama:

«El águila cana,
es un animal muy cruel,
se come toda la plata
y caga puro papel»

Carrancear. En México, carrancear es robar. El verbo se acuñó por los sentimientos de muchos mexicanos hacia Venustiano Carranza y sus soldados, que llegaban a los pueblos y sin miramiento despojaban de sus pertenencias a sus habitantes. También había la idea generalizada de que, desde su posición de poder, cuando la tuvieron, Carranza y los suyos aprovecharon para llenarse los bolsillos.

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No por nada, el ingenio popular los hizo pasar de constitucionalistas a «con-sus-uñas-listas». A veces, la historia puede maquillarse, pero el lenguaje no.

Hecho la mocha. Para decir que algo o alguien se mueve a gran velocidad, en México decimos que aquello va hecho la cochinilla o que va hecho la raya o si no que va hecho madre. En el catálogo de estas pintorescas expresiones, también está ir hecho la mocha, frase que según se cuenta nació en el argot de los ferrocarrileros.

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Para acomodar los vagones en los patios, en un principio se usaban las mismas pesadas locomotoras que arrastraban a los trenes, ya se imaginarán lo lenta y complicada que era esta tarea. Para agilizar estos movimientos, se diseñaron locomotoras especiales más ligeras, más cortas y sobre todo, más veloces. Cuando los ferrocarrileros las vieron, les pareció que estaban recortadas y por eso la llamaron «las mochas», de ahí quedó que decir hecho la mocha tomara el significado de moverse con rapidez. En tiempos de la revolución, la expresión ir hecho la mocha viajó en los ferrocarriles y se instaló en todos los rincones de nuestro país.

Rebeldes. Para que inicie una revolución tiene que haber rebeldes. La palabra proviene del latín rebellis, derivado de bellum, que significa ‘guerra’. De ahí, también derivaron palabras como: bélico y belicoso que aún usamos. Un rebelde era entonces «el que volvía a la guerra después de haber estado en paz».

Revolución. Esta palabra, derivada del latín revolutio, cuyo sentido implícito es «volver otra vez», en origen se usó en
el argot de la astronomía para referirse al ciclo de un astro que, tarde o temprano, volvía al sitio de partida. Todavía,
 el concepto de ciclo regular se conserva cuando hablamos, por ejemplo, de las revoluciones de un motor. Con el tiempo, tomó también el sentido de movimiento caótico y se aplicó principalmente a los conflictos sociales.

¿Quieres saber de dónde viene «sepa la bola», o «sufragio»? lee Algarabía 123 y entérate.

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• Zapata: El caudillo agrario
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Algunas de las mejores frases que nos deja Stephen Hawking, y Obituario: La mente de Stephen Hawking

eldiario.es

Algunas de las mejores frases que nos deja Stephen Hawking

Estas son algunas de las reflexiones de una de las mentes más brillantes del mundo:  las limitaciones físicas, el futuro que se abre más allá del planeta Tierra o el destino, en palabras del célebre físico

El famoso físico británico Stephen Hawking, una de las mejores mentes científicas del mundo, ha muerto este miércoles a la edad de 76 años. Desde la Universidad inglesa de Cambridge han destacado que ha sido una «inspiración para millones» de personas y deja al mundo «un legado imborrable». Aquí algunas de sus frases más icónicas:

Las limitaciones

«Obviamente, debido a mi discapacidad, necesito ayuda. Pero yo siempre he tratado de superar las limitaciones de mi condición y llevar una vida lo más completa posible. He viajado por todo el mundo, desde la Antártida a la gravedad cero».

Vida interior

«Las personas tranquilas y silenciosas son las que tienen las mentes más fuertes y ruidosas».

La humanidad

«Solo somos una raza de monos avanzados en un planeta más pequeño que una estrella promedio. Pero podemos entender el universo. Eso nos hace muy especiales».

El futuro

«Nuestra única posibilidad de sobrevivir a largo plazo es expandirse hacia el espacio. Las respuestas a estas preguntas demuestran que hemos hecho un gran progreso en los últimos cien años, pero si deseamos seguir más allá de los próximos cien años, el futuro está en el espacio. Es por ello que estoy a favor de los vuelos espaciales».

La naturaleza humana

«Los virus de computadoras deberían ser considerados como vida. Pienso que esto dice algo acerca de la naturaleza humana, que la única forma de vida que hemos creado es puramente destructiva. Hemos creado una forma de vida a nuestra imagen y semejanza».

El destino

«Me he dado cuenta que incluso las personas que dicen que todo está predestinado y que no podemos hacer nada para cambiar nuestro destino, igual miran antes de cruzar la calle».

El final

«No le tengo miedo a la muerte, pero yo no tengo prisa en morir. Tengo tantas cosas que quiero hacer antes».

Obituario: La mente de Stephen Hawking

> A Stephen Hawking una traición del cuerpo le condenó en teoría a una vida corta y llena de sufrimiento, pero su mente no se conformó

> Su conversión en una superestrella pop vino de la mano de su libro ‘Breve Historia del Tiempo’, publicado en 1988

> En las diferencias de opinión profesionales podía ser terco y pertinaz. A menudo podía irritarse cuando le llevaban la contraria; con su editor, con sus cuidadores o alumnos o con colegas que no compartían sus ideas

 14/03/2018.
Stephen Hawking quiere viajar al espacio   Stephen Hawking EFE
La dualidad cuerpo-mente es consustancial al ser humano; a veces hay personas que ilustran el conflicto entre lo que el cuerpo puede y lo que la mente quiere. A Stephen Hawking una traición del cuerpo le condenó en teoría a una vida corta y llena de sufrimiento, pero su mente no se conformó y se empeñó en volar. Y así a pesar de los límites impuestos por su enfermedad tuvo una vida mucho más plena, intensa y rica que la de muchas personas de robusta salud e impoluto cuerpo; una vida que incluyó algunos de los más importantes desarrollos teóricos de la física y la cosmología contemporáneas pero también convertirse en icono pop, autor de éxito y uno de los más conocidos divulgadores científicos de su época. Con muchas luces y algunas sombras Stephen Hawking es sin duda una importante figura de la física y la sociedad del siglo XXI.
Ya desde la infancia mostró disponer de una mente privilegiada y de abundancia de ego. En sus tiempos de estudiante universitario, antes del diagnóstico de su enfermedad, cuando capitaneaba el equipo de remo de Oxford y tenía fama de osado y de averiar barcos, presumió de que se había sacado la licenciatura estudiando tan sólo 1.000 horas; de hecho, las tareas académicas le aburrían. Tan sobrado iba que obtuvo una nota baja y tuvo que hacer un examen oral para conseguir la máxima puntuación, que necesitaba para poder acceder al doctorado; en el examen se atrevió a animal al tribunal a aprobarle amenazando con que si no se quedaría en Oxford en lugar de mudarse a Cambridge. El tribunal, fuese por librarse de él o por su brillantez, le concedió la nota superior. Esto le permitió iniciar sus estudios de doctorado en la nueva universidad.
Una mente privilegiada y, como a menudo ocurre con este tipo de mentes, traviesa. Su familia ya era excéntrica en ese particular estilo típicamente británico de comportamientos asociales como acudir a la cena con un libro, y él heredó esa tradición. En sus apariciones públicas podía ser ingenioso e hiriente como  en su entrevista con John Oliver (‘incluso un universo donde eres gracioso’), pero también en su vida profesional con épicas peleas con otros físicos sobre temas científicos que culminaban a menudo en apuestas que solía perder. En una época fue conocido por usar su silla de ruedas como arma haciéndola pasar sobre los pies de quien no le caía bien, a menudo alumnos y en cierta ocasión en 1976 al mismísimo príncipe Carlos; dejó dicho que uno de los pesares de su vida fue no tener la oportunidad de pisarle los juanetes a Margaret Thatcher. Otras de sus bromas tenía un contenido teórico: el 28 de junio de 2009 Hawking organizó una fiesta abierta a todo el mundo con decoraciones, canapés y champán, pero sólo lo hizo público el día después: se trataba de una invitación a posibles viajeros en el tiempo que, naturalmente, no acudieron.
Ese carácter jocoso se extendía a sus relaciones personales; le gustaban las fiestas y salir de noche, incluso a altas horas de la madrugada, y era dado a las bromas e incluso al baile con su silla de ruedas eléctrica. El diagnóstico de su enfermedad se produjo mientras cursaba sus estudios de doctorado, y le provocó una depresión de la que salió con ayuda de su director y de su esposa; inicialmente avisado de que sólo viviría dos años resultó que padecía una versión lenta de la Esclerosis Lateral Amiotrófica que le fue robando movilidad poco a poco, aunque le permitió vivir 50 años más. Su deterioro físico no le impidió hacer el doctorado e incluso casarse y tener tres hijos; llegó a tener tres nietos. Pero a partir de 1985 una traqueotomía que salvó su vida le dejó a cambio sin voz forzándole a utilizar su famoso sintetizador de voz que manejaba con un músculo de la cara aún bajo su control; podía escribir a un ritmo de 1 palabra por minuto.
Su conversión en una superestrella pop vino de la mano de su libro Breve Historia del Tiempo, que publicó en 1988 con ánimo de ganar dinero para mantener a su familia; a pesar de su posición universitaria y científica los ingresos eran limitados dados los gastos que implicaba su enfermedad. Escrito para una editorial de best sellers con numerosas exhortaciones de los editores para hacerlo más comprensible (que irritaban sobremanera al físico) se convirtió en un superventas que estuvo 237 semanas en la lista de los más vendidos del Sunday Times, vendió más de 10 millones de ejemplares y se tradujo a más de 40 idiomas. Apodado ‘el libro más importante que nunca leyó nadie’ su Breve Historia del Tiempo fue un fenómeno cultural y convirtió a su autor, reputado científico a pesar de su minusvalía, en una estrella. Pronto apareció jugando al póker con Newton, Einstein y Data en un capítulo de Star Trek, la Nueva Generación, y poco después su imagen estaba en Los Simpson o Futurama para más tarde convertirse en un personaje recurrente en series como The Big Bang Theory. A todo esto siguieron invitaciones, viajes y premios que complicaron su agenda y lo alejaron del trabajo académico.

El lado oscuro

Como muchas personas de elevada inteligencia y gran éxito el ego de Hawking podía convertirse en un problema para quienes le rodeaban. Su primera esposa acabó por divorciarse tras lo que describió como un proceso de conversión de la relación esposo/esposa en una relación amo/esclava; según explicó en una autobiografía el físico exigía que únicamente ella cuidase físicamente de él y se ocupase de sus crecientes demandas al mismo tiempo que se ocupaba de sus hijos. Simultáneamente su trato se hizo cada vez más imperioso y su ego más intratable en paralelo con el aumento de su fama. Tras el divorcio Hawking conoció, intimó y acabó casándose con una de sus enfermeras, lo que dio lugar a uno de los episodios más turbios de su vida, cuando algunos de sus amigos e incluso sus hijos la acusaron de maltrato. El físico sufrió durante aquellos años una serie de accidentes (fracturas de huesos, marcas en la cara, hematomas y similares) que llegó a investigar la policía. Hawking testificó a favor de su esposa con contundencia, lo que desactivó el caso; la pareja acabó por divorciarse en 2006 y el físico recuperó el contacto con sus hijos y ex-esposa.

Incluso en el ámbito científico no todo fueron aciertos: en su carrera profesional Hawking cometió algunos serios errores, a menudo con apuestas con otros físicos de por medio. Ya en 1975 hizo una apuesta pública con Kip Thorne jugándose una suscripción anual a Penthouse a que Cignus X-1 no era un agujero negro; apuesta que perdió y pagó en 1990. También se jugó (esta vez junto a Thorne) una enciclopedia con John Preskill a que su conjetura sobre la pérdida de información en la evaporación de agujeros negros por radiación Hawking era correcta. Esta idea causó un gran revuelo en la comunidad física ya que contradecía postulados fundamentales de la física cuántica; Hawking reconoció su error (que llamó ‘el mayor de mi carrera’) y aceptó la derrota en 2004. De forma típica anunció su conversión en un pub con sus alumnos poniendo el volumen de su sintetizador de voz al máximo. Más tarde se enzarzó en una agria disputa pública con Peter Higgs y otros defensores de la existencia del bosón de Higgs apostando con Gordon Kane 100 dólares a que jamás se descubriría. En 2012 su detección en el CERN hizo que Hawking aceptara de nuevo la derrota, pagara la apuesta y recomendara a Peter Higgs para el Nobel.

En las diferencias de opinión profesionales podía ser terco y pertinaz, desarrollando por ejemplo complejos marcos teóricos para justificar su conjetura sobre la pérdida de información en la evaporación de agujeros negros. A menudo podía irritarse cuando le llevaban la contraria; con su editor, con sus cuidadores o alumnos o con colegas que no compartían sus ideas. En el colmo de la ironía cósmica en algunas disputas científicas hubo quien le acusó de beneficiarse de la simpatía pública por su minusvalía y su estatus de estrella pop, que le daba una credibilidad que otros físicos no tenían. Para algunos colegas su fama y su abrumadora presencia mediática restaban peso a sus aportaciones científicas.

Y sin embargo nadie discute que, sin ser quizá el físico más importante de su tiempo, sí es una figura clave en el desarrollo de la cosmología moderna y uno de los grandes divulgadores del momento. Sus aportaciones tanto a la ciencia como a su proyección en la esfera pública serían sobresalientes en una persona sana, pero se convierten en algo más cuando tenemos en cuenta que las llevó a cabo mientras luchaba con una terrible enfermedad que le iba robando el control de su cuerpo poco a poco. Sin duda la huella que deja se agranda cuando consideramos que su mente tuvo que salvar el obstáculo de un cuerpo casi inerte para conseguir todo lo que consiguió. Stephen Hawking estaba en contra de cualquier idea de una vida después de la muerte; consideraba que los cerebros son análogos a los ordenadores y que la mente deja de existir cuando sus piezas físicas se deterioran y desaparecen. ‘No hay un cielo o un mas allá para los ordenadores rotos; eso es un cuento de hadas para gente que teme a la oscuridad’. Puede que su gran mente y su deteriorado cuerpo hayan dejado de existir, pero la huella que deja en este mundo perdurará sin duda más allá de su muerte.

MÁS INFO

Enlace alartículo original de eldiario.es:

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ

Escrito el 

El 12 de noviembre de 1651, en un pueblito del Estado de México llamado San Miguel Nepantla nació una niña que al crecer iba a convertirse en una de las mejores escritoras de México. Se llamó Juana de Asbaje, pero todo mundo la conoce como sor Juana Inés de la Cruz

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La niña que quería aprender

Dicen muchos señores que se pusieron a investigar la vida de sor Juana, que cuando tenía 3 años se colaba en el cuarto donde su hermana mayor, María, estudiaba con una maestra. En ese entonces las niñas estudiaban con señoras a quienes les decían Amigas. Juana pidió que la dejaran estudiar junto con su hermana y aprendió a leer rápidamente.

A los 5 o 6 años, Juana se enteró de que existía una escuela para muchachos que se llamaba Universidad, donde podía estudiar una carrera, lo malo es que no dejaban entrar a las mujeres, por lo que le pidió a su mamá que le cortara las trenzas y la vistiera de niño, para que la dejaran entrar a la Universidad. Su mamá le dijo que estaba loca y no tocó su largo pelo.

Pero Juana siguió estudiando, y hasta se ponía castigos si no aprendía lo que se había propuesto. Su abuelito tenía una enorme biblioteca donde Juana pasó muy buenos ratos leyendo poesías y antiguas historias.

La muchacha más bonita del palacio

A los 13 años Juana se fue a la Ciudad de México. En esa época, México se llamaba Nueva España y todavía no era un país independiente, por lo que de España mandaban a un señor que gobernaba en un palacio con el título de Virrey de la Nueva España.

Pues a ese palacio llegó Juana para ser dama de compañía de la esposa del virrey. La muchacha había aprendido tanto, que un grupo de sabios le hizo un examen muy largo y difícil y se sacó diez.

Juana estaba muy consentida en la Corte, pero siempre había fiestas, reuniones y personas con quienes tenía que platicar por cortesía. Esto le quitaba el tiempo que ella quería para leer, así que tomó una decisión.

Del palacio al convento

A los 15 años Juana tenía que decidir qué iba a ser de grande. Sólo había dos opciones: casarse o hacerse monja. Escogió la segunda, porque lo que más deseaba en el mundo era seguir estudiando, y lo podía hacer mejor en un convento.

Fue entonces cuando la niña Juana de Asbaje se convirtió en sor Juana Inés de la Cruz, la monja poeta que se volvió tan famosa y que los mexicanos queremos tanto que hasta la puedes ver en los billetes de $200.

A los 8 años sor Juana escribió su primer poema. Le quedó tan bien que ganó un premio

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Un reto para sor Juana

Cuando ya era una poeta famosa, unos señores le pusieron un reto a sor Juana, le dieron unas palabras que rimaban y con ellas tenía que escribir un poema. Esto es un cachito de lo que escribió:

«Aunque presumes, Nise, que soy tosco
 
y que, cual palomilla, me chamusco,

yo te aseguro que tu luz no busco,

porque ya tus engaños reconozco»

Enlace al artículo original de Algarabía: 

Un cuento de Hermann Hesse: “El lobo” [Der Wolf]

Un cuento de Hermann Hesse: “El lobo” [Der Wolf]

http://elvuelodelalechuza.com/2018/03/11/un-cuento-de-hermann-hesse-el-lobo-der-wolf-1903/
— Leer en elvuelodelalechuza.com/2018/03/11/un-cuento-de-hermann-hesse-el-lobo-der-wolf-1903/

Un cuento de Hermann Hesse: “El lobo” [Der Wolf]

Hesse libros.jpg  Lobo

«Nunca en las montañas francesas hubo antes un invierno tan terriblemente largo y frío. Desde hacía semanas, el aire era limpio, seco y gélido. Durante el día, los grandes e inclinados glaciares se extendían, interminables y en un blanco mate, bajo un cielo de un azul cegador; durante la noche, la luna, pequeña y clara, se deslizaba sobre ellos, una luna furiosa de brillo amarillento cuya luz, intensa, se tornaba azul y opaca sobre la nieve y aparecía como símbolo de la helada. Las gentes evitaban transitar los caminos, especialmente las cumbres, y permanecían, indolentes y maldiciendo, sentados en las cabañas de sus aldeas, cuyas rojizas ventanas brillaban de manera opaca y humeante en la noche, hasta extinguirse pronto, bajo la luz azulada de la luna.

Eran tiempos difíciles para los animales de la zona. Los más pequeños morían de frío en gran cantidad, al igual que los pájaros sucumbían víctimas de la helada, cuyos flacos cadáveres servían como botín a los azores y los lobos. Pero incluso éstos pasaban enormes penalidades a causa del frío y el hambre. Sólo unas cuantas familias de lobos habitaban el lugar, y la necesidad los obligó a estrechar los vínculos. Pasaron días caminando solos. Aquí y allí uno u otro avanzaba por la nieve, delgado, hambriento y vigilante, silencioso y medroso como un fantasma. Su enjuta sombra se deslizaba a su lado por la nevada superficie. Husmeando, alargaba al viento su puntiagudo hocico, y de vez en cuando se escuchaba su aullido, árido y atribulado. Por la noche, sin embargo, todos se juntaban y rodeaban las aldeas con broncos aullidos. Allí, el ganado y las aves de corral estaban bien guarecidas, y tras los sólidos postigos había fusiles apoyados. Rara vez obtenían una pequeña presa, como un perro, y dos miembros de la manada habían sido ya abatidos.

La helada persistía. A menudo, los lobos permanecían juntos, meditabundos y en silencio, dándose calor entre sí, y acechaban, con ansiedad, aquel terreno sin vida, hasta que alguno, torturado por las crueles punzadas del hambre, se levantaba de pronto con tremendos rugidos. Entonces, los demás volvían sus hocicos hacia él y estallaban, al unísono, en un terrible alarido, tan amenazante como lúgubre.

Finalmente, la parte más pequeña de la manada decidió echar a andar. Abandonaron sus cuevas muy temprano, se reunieron y, atemorizados y agitados, escrutaron el gélido aire. Después trotaron con un ritmo raudo y uniforme. Los que quedaron retrasados los siguieron con ojos asombrados y vidriosos, y marcharon tras ellos algunos pasos más atrás, hasta que, indecisos y perplejos, se detuvieron y, con paso lento, regresaron a sus vacías guaridas.

Los emigrantes se separaron al mediodía. Tres de ellos giraron hacia el este, hacia el Jura suizo; los otros continuaron hacia el sur. Aquellos tres eran animales hermosos y fuertes, pero terriblemente demacrados. Su pálido y estrecho vientre era fino como un cinturón, en el pecho las costillas sobresalían miserablemente, sus bocas estaban secas y los ojos permanecían abiertos de par en par, desesperados. Los tres llegaron juntos al Jura, al segundo día cazaron una oveja, al tercero un perro y un potro, y fueron perseguidos por doquier y furiosamente por los campesinos de la región. Por aquella zona, rica en pueblecitos y ciudadelas, se extendieron el terror y el miedo a causa de los desconocidos intrusos. Los trineos del correo fueron armados, nadie podía ir de un pueblo a otro sin un fusil. En esta desconocida región, y tras un botín tan provechoso, los tres animales se sentían a la vez asustados y cómodos; se volvieron más audaces que nunca y asaltaron en pleno día el granero de una hacienda. Mugidos de vacas, crujidos de maderas astilladas, ruidos de cascos de caballos y jadeos anhelantes llenaron el espacio cálido y estrecho. Pero en esta ocasión hubo gente que irrumpió. Se puso precio a los lobos, lo que duplicó el coraje de los campesinos. Dos de ellos cayeron: uno de un escopetazo en el cuello; el otro fue asesinado a hachazos. El tercero escapó y corrió hasta caer medio muerto en la nieve. Era el más joven y hermoso de los lobos, un orgulloso animal de poderosa fuerza y estilizadas formas. Yació jadeando durante mucho tiempo. Círculos de un rojo sangriento se arremolinaban ante sus ojos, y en ocasiones emitía un gemido silbante y doloroso. Uno de los hachazos le había alcanzado el lomo. Pero se recuperó y pudo levantarse nuevamente. Sólo ahora comprendía lo lejos que había llegado. Por ninguna parte se divisaban personas o casas. Muy cerca se alzaba una enorme y nevada montaña. Era el Chasseral. Decidió rodearla. Acosado por la sed, comió pequeños bocados de la congelada y dura corteza del suelo nevado.

Al otro lado de la montaña se topó pronto con una aldea. Caía la noche. Esperó en un denso bosque de abetos. Después se deslizó cautelosamente a lo largo de las verjas del jardín, siguiendo el olor de los cálidos establos. No había un alma en la calle. Tímido y codicioso, jugueteaba entre las casas. Hubo entonces un disparo. Levantó la cabeza y comenzó a correr cuando sonó un segundo disparo. Le había alcanzado. Su abdomen blanquecino estaba manchado de sangre en el costado, del que manaban gruesas y persistentes gotas. Sin embargo, logró escapar con grandes zancadas y alcanzar el bosque al otro lado de la montaña. Allí esperó unos instantes, al acecho, y oyó voces y pasos que se acercaban por ambos flancos. Presa del miedo, observó la montaña. Era abrupta, boscosa y de difícil ascenso. No había otra opción. Con aliento jadeante trepó por la escarpada superficie montañosa, mientras abajo un remolino de maldiciones, órdenes y luces de linterna se extendía a lo largo de la loma. Tembloroso, el lobo herido avanzó por el bosque de abetos, casi en la oscuridad, mientras la parduzca sangre fluía desde su costado.

El frío había amainado. Al oeste, el cielo se presentaba brumoso y parecía anunciar nevadas.

Al fin, el exhausto animal alcanzó la cumbre. Ahora se encontraba en un gran campo de nieve ligeramente inclinado, cerca del Mont Crosin, muy por encima del pueblo del que había escapado. No tenía hambre, pero sí sentía un dolor sombrío y persistente que provenía de la herida. Un ladrido débil y enfermo salió de su descolgadas fauces, su corazón latía forzosa y dolorosamente y sentía cómo la mano de la muerte le presionaba como una carga indescriptiblemente pesada. Se sintió atraído por un abeto de denso ramaje apartado de los demás. Allí se sentó y dirigió una medrosa mirada a la terrible nevada. Así pasó media hora. Cayó entonces una luz rojiza y opaca sobre la nieve, extraña y suave. El lobo se levantó, gimiendo, y giró su hermosa cabeza hacia la luz. Era la luna, que se alzaba por el sureste majestuosa y roja como la sangre, mientras ascendía lentamente en el cielo oscuro. Hacía muchas semanas que no se mostraba tan enorme y roja. Los ojos del moribundo animal se clavaron tristemente en el disco lunar, y de nuevo un débil y doliente aullido, apenas sin fuerza, se escuchó en la noche.

Se aproximaron luces y pasos. Campesinos con gruesos abrigos, cazadores y muchachos con gorras de piel y polainas caminaban torpe y penosamente a través de la nieve. Resonaron gritos de alegría. Habían descubierto al agonizante lobo, al que dispararon dos tiros que no dieron en el blanco. Al ver que estaba muriendo, cayeron sobre él con palos y garrotes. Pero el lobo ya no sentía nada.

Con las extremidades destrozadas, lo bajaron a rastras hasta St. Immer. Reían y se jactaban mientras pensaban en el aguardiente y el café, cantaban y maldecían. Ninguno veía la belleza del bosque cubierto de nieve, ni el esplendor de aquellas cumbres, ni la luna roja que pendía sobre el Chasseral, y cuya tenue luz se reflejaba en los cañones de sus armas, en los cristales de la nieve y en los afligidos ojos del exánime lobo».

Además de mostrarse tan sensible como competente en su faceta poética y de haber escrito algunas de las más célebres novelas del siglo XX (El lobo esteparioEl juego de los abaloriosSiddhartaDemian), Hermann Hesse fue también un prolífico autor de relatos breves en los que muestra de manera condensada su pensamiento y la raigambre estético-filosófica de sus reflexiones sobre el ser humano, la naturaleza o el arte. En ellos también traslucen diversos datos autobiográficos que ayudan al lector a situar y valorar las plurales y ricas inquietudes de este influyente creador literario.

Y es que, a juicio de Hesse, no es en los libros donde ha de buscarse el meollo de la realidad, donde han de escrutarse los arcanos más enigmáticos del universo, sino en la acción, en la vida misma: en el sucio y a la vez hermoso acontecer de mundo. Así, en uno de estos relatos (“Karl Eugen Eiselein”), el personaje asegura que “sintió amargamente que nacía en él un leve presentimiento de que todos aquellos hermosos libros no eran quizá más que libros, no eran más que un lujo para gentes felices, ricas y satisfechas”, lo que acababa por crear “seres olímpicos sentados ante mesas de oro, a los que no llega el menor ruido de abajo, de la confusión de lo humano”.

A continuación publicamos uno de los más concentrados cuentecitos de Hesse (en traducción de Carlos Javier González Serrano), escrito en 1903 –el autor no llegaba a la treintena–, en el que los contrastes son los protagonistas (muerte-vida, belleza-averración, sublimidad-materialidad, comienzo-fin, humanidad-bestialidad, blancura-oscuridad, etc.) y de elocuente título: “El lobo”. Es sabido que este animal fue muy importante en la carrera literaria de Hesse (uno de sus poemas más reconocidos lleva por título “El lobo estepario”, al igual que su más conocida novela de 1927). El lobo es la representación de todas esas contradicciones, el campo de batalla en el que se da la encarnizada lucha entre todas ellas.

En este cuento cobramos conciencia de “lo cerca que están siempre de la destrucción todas las criaturas, tanto los animales como las personas, y el hecho de que, en este mundo, no podemos saber ni prever otra cosa más que la seguridad de nuestra muerte” (fragmento de “El enano”, otro de los relatos de Hesse): que, en definitiva, toda vida se asemeja a una “mala comedia”. Por otro lado, Hesse reivindica la importancia, e incluso sacralidad, de toda existencia, sea o no humana. El oscuro e inexorable destino se cierne sobre toda vida, sin excepción, y la humanidad no merece privilegio alguno, aunque sí es presa de una honda responsabilidad: estar a la altura de su racionalidad, la cual, sin embargo, y como se deja ver en “El lobo”, se convierte muy a menudo en crueldad sin escrúpulos. Una crueldad que impide observar la realidad con mirada estética, como ojo eterno del mundo –en expresión schopenhaueriana–. Toda la literatura de Hermann Hesse no es sino una invitación a participar de esta excepcional capacidad: en Hesse, la estética reclama una ética a su altura.

 

 

Ella Fitzgerald y Louis Armstrong – Tiempo de verano

Ella Fitzgerald & Louis Armstrong – Summertime Louis Armstrong African-American jazz singer and trumpeter Born August 4, 1901 in New Orleans, Louisiana, USA Died July 6, 1971 in New York City, New York, USA (heart attack) Birth Name Louis Daniel Armstrong Nicknames The King of the Jazz Trumpet Satchmo Pops Louis Armstrong grew up poor […]

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Ella Fitzgerald y Louis Armstrong – Tiempo de verano

por FLOW ART STATION

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Louis Armstrong

Cantante de jazz afroamericano y trompetista

Nacido en  Nueva Orleans, Louisiana, EE. UU.
Murió en  la ciudad de Nueva York, Nueva York, EE. UU. (ataque al corazón)
Nombre de nacimiento Louis Daniel Armstrong
Sobrenombres El rey de la trompeta de jazz 
Satchmo 
Pops

 Louis Armstrong creció pobre en un hogar monoparental. Tenía 13 años cuando celebró el Año Nuevo corriendo por la calle y disparando una pistola que pertenecía al hombre actual en la vida de su madre. En el Hogar de niños de color Waifs, aprendió a tocar la clarineta y el clarinete y se unió a la banda de música de la casa. Jugaron en sociales, picnics y funerales por una pequeña tarifa. A los 18 años consiguió un trabajo en Kid Ory Band en Nueva Orleans. Cuatro años después, en 1922, viajó a Chicago, donde interpretó la segunda corona en la Creole Jazz Band. Hizo sus primeras grabaciones con esa banda en 1923. En 1929 Armstrong apareció en Broadway en «Hot Chocolates», en la que presentó Fats Waller.‘s Is Is Misbehavin’, su primer éxito de canción popular. Hizo una gira por Europa en 1932. Durante una actuación de comando para el rey Jorge V , olvidó que le habían dicho que los artistas no debían referirse a los miembros de la familia real mientras jugaban para ellos. Justo antes de tomar su trompeta para un número realmente caliente, anunció: «Este es para ti, Rex».

Fuente: IMDb

Ella Fitzgerald

Vocalista de jazz afroamericano

Nacida en  Newport News, Virginia, EE. UU.
Murió en  Beverly Hills, Los Angeles, California, EE. UU. (complicaciones de la diabetes)
Nombre de nacimiento Ella Jane Fitzgerald
Sobrenombres La primera dama de la canción
La primera dama del jazz
La reina del jazz
Lady Ella

 El sábado 15 de junio de 1996, una era en el canto del jazz llegó a su fin, con la muerte de Ella Fitzgerald en su casa en California. Ella fue la última de cuatro grandes cantantes de jazz (incluidas Billie Holiday , Sarah Vaughan y Carmen McRae ) que definieron una de las épocas más prolíficas en el estilo vocal del jazz. Ella tenía habilidades vocales extraordinarias desde que era una adolescente, y se unió a la Chick Webb Orchestra en 1935 cuando tenía 16 años. Con una producción de más de 200 álbumes, estaba en su mejor nivel sofisticado con las canciones de Richard Rodgers y Lorenz Hart , de George Gershwin , y de Cole Porter. Sus 13 premios Grammy son más que cualquier otro intérprete de jazz, y ganó el premio a la Mejor Vocalista Femenina durante tres años consecutivos. Completamente en casa con canciones de alto ritmo, su voz de scat colocó su voz de jazz con los mejores instrumentistas de jazz, y fue esta magnífica voz que trajo a sus apariciones en el cine. Sus últimos años, durante los cuales tuvo un ataque con insuficiencia cardíaca congestiva y sufrió una amputación bilateral de sus piernas por complicaciones de la diabetes, los pasó en reclusión.

Fuente: IMDb

 

Libros psicodélicos para perderse en la inmensidad de las letras y sus colores

  1. LETRAS

Cultura colectiva

Libros psicodélicos para perderse en la inmensidad de las letras y sus colores

Ivan Montejo

Diariamente experimentamos al mundo, sus colores son siempre los mismos, sus aromas se mantienen constantes y sus sensaciones son idénticas. Cuando uno de estos elementos se modifica puede ser una señal de alarma, algo le debe estar sucediendo a nuestra percepción que no deja que experimentemos el mundo como deberíamos. Sin embargo, cuando todos estos sentidos cambian y nos hacen  percibir emociones que nunca habíamos conocido estamos ante lo que muchos nombraron «experiencia religiosa».

El profesor Timothy Leary de la Universidad de Harvard y Walter Pahnke, un recién graduado de la misma institución, quisieron inducir científicamente esta experiencia en 1962. Su experimento utilizó a 20 hombres, diez recibieron una pastilla de Psilocibina (la sustancia responsable del efecto psicoactivo de la droga) y el resto sólo tomó un placebo. Para continuar con la prueba debían asistir a una misa en la Capilla de Marsh, Boston. 

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Entre las personas que tomaron esta sustancia se encontró Mike Young. En principio todo parecía normal, al fondo escuchaba al órgano y frente a él oía la voz del pastor que leía las escrituras. De pronto todo comenzó a cambiar, se encontró en medio de un mar, en las aguas había barras de color flotando a su lado. Estas franjas terminaron por formar una rueda en la que se encontró en el centro, se dio cuenta que debía de nadar hacia una tonalidad para sentir una experiencia de vida diferente, tenía que elegir una, la decisión era sumamente dolorosa y murió. 

Gracias a esta experiencia Mike Young decidió convertirse en un reverendo, de hecho nueve de los hombres que recibieron la droga decidieron dedicarse a la vida religiosa; en contraste, ninguna de las personas que tomaron el placebo siguió estos pasos. Este extraño experimento, que parece indicar que fue exitoso, fue organizado en un tiempo que todavía no regulaba el uso de estas sustancias. Estos viajes no sólo crearon experiencias religiosas, también formaron una cultura psicodélica que demostró por medio de las letras mundos que en un estado normal jamás podrían crearse. 

«The Doors of Perception» (1954) – Aldous Huxley

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Un ensayo escrito en 1954 que describe las experiencias alucinógenas de Huxley producto de la ingestión de mescalina. El escritor inglés después de esta experiencia asumió que el cerebro humano normalmente filtra la realidad que le rodea y no deja pasar ciertas impresiones e imágenes; las sustancias psicotrópicas ayudan a reducir esta barrera para así abrir las puertas de la percepción. Durante esta experiencia notó que los objetos pierden su función, el tiempo es más lento y el individuo se vuelve incapaz de recibir tantos estímulos. 

«Naked Lunch» (1959) – William S. Burroughs 

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Obra compuesta por una serie de viñetas que pueden ser leídas en el orden que el lector desee. El protagonista de estas páginas es William Lee, un adicto que se encuentra huyendo de la policía y busca diversas sustancias para tomar su próxima dosis. Las ilustraciones presentan la adicción y los viajes que provocadas por la marihuana, la morfina y el opio. 

«The Psychedelic Experience: A Manual Based on the Tibetan Book of the Dead» (1964) – Timothy Leary

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Un manual pensado para guiar a cualquier persona que busque un viaje psicodélico. Esta obra es resultado de años de consumo de drogas por parte de los nombres más prominentes en la escena psicodélica. Ofrece una gran introducción para cualquier persona que no esté familiarizada con este tipo de literatura, una obra obligada para cualquier interesado en este tipo de experiencias. 

«The Electric Kool-aid Acid Test» (1968) – Tom Wolfe

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Una experiencia de primera mano de Tom Wolfe que presenta las aventuras de Ken Kesey y su banda, Merry Pranksters, en su colorido camión llamado «Further». Wolfe, al ser un periodista independiente, logró mostrar todas las sensaciones psicodélicas  desde el mismo punto de vista de sus sujetos de estudio. Para los que no pudieron vivir la década de los sesenta, estas letras son la mejor forma de experimentar estos años. 

«Fear and Loathing in Las Vegas» (1971) – Hunter S. Thompson 

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Lo que en principio inicia como un reportaje sobre una carrera de motocross, se convierte en una surrealista travesía protagonizada por cantidades inhumanas de drogas y numerosos fraudes. Esta historia es una adaptación de un viaje del autor con Óscar Zeta Acosta, que inició con una investigación centrada en un campeonato de motocicletas en Las Vegas, pero dio un giro radical cuando la revista Rolling Stone lo contrató para cubrir una convención policial sobre narcóticos en la misma ciudad. 

«Hallucinogens and Shamanism» (1973) – Michael J. Harner 

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Los antropólogos siempre han estado fascinados por la visión del mundo y las creencias religiosas de los pueblos indígenas. Con el aumento del interés en los agentes alucinógenos en los setenta, los investigadores empezaron a reconocer el papel esencial de estas sustancias en la cosmología de algunas sociedades chamánicas. Esta colección inusual presenta diez estudios originales que exploran el uso de alucinógenos en el chamanismo, práctica antigua y generalizada de invocar un estado de trance de percibir y utilizar las fuerzas sobrenaturales.

«Prometheus Rising» (1983) – Robert Anton Wilson 

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Una obra creada para llevar el proceso mental un paso más allá, «Prometheus Rising» examina aspectos del control social de la mente y provee ejercicios para la mente al final de cada capítulo. Gracias a esta naturaleza se ha popularizado entre personas que buscan llevar una experiencia psicodélica a lugares nunca antes vistos. Los ocho modelos de la conciencia son uno de los mejores ejemplos a seguir para ubicar diversos estados de la mente.  

Con la criminalización del ácido a mediados de la década de los sesenta la cultura psicodélica aparentó morir. Sin embargo, estos libros y el nuevo festival de rock psicodélico nos demuestran que todavía existen grupos que están dispuestos a visitar regiones de la mente nunca antes exploradas. 

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Enlace al artículo original de «Cultura colectiva»

https://culturacolectiva.com/letras/libros-psicodelicos-para-perderse-en-la-inmensidad-de-las-letras-y-sus-colores/

 

Big Bangs musicales

La historia de la música puede contarse en cinco momentos clave, conocidos como big bangs musicales. Conócelos en el siguiente artículo:

Big Bangs musicales

Alberto Muñoz Flores    

En el año 2000, Howard Goodall —notable compositor y presentador de tv británico— escribió y presentó una serie de cinco documentales llamada Big Bangs: Five Momentous Discoveries that Changed the Course of Western Music, en los que describe un número igual de momentos decisivos de la historia musical, que él compara con esa famosa gran explosión que, se dice, dio origen al Universo.

A partir de esta idea, el autor de este artículo nos explica esos cinco momentos estelares de la música, más un par de añadidos —cosa de no limitarse a lo dicho por alguien más.

Cuando descubrí los Big Bangs de Howard Goodall, me pareció que la serie era una verdadera revolución en la forma de pensar, enfocar, organizar y difundir los momentos clave de la historia de la música occidental. Goodall propone que:

  1. La notación musical
  2. La ópera
  3. La afinación bien temperada
  4. El piano
  5. La grabación

Representan las cinco grandes explosiones que detonaron avances insospechados en el desarrollo
 del arte musical. Yo, además, propongo que podríamos añadir dos Big Bangs: el Homo musicus —que tiene que ver con los orígenes de la música— y el violín. Veamos:

Big Bang #0: El Homo musicus

Según estudios recientes, la música no es privilegio exclusivo del ser humano, ya que algunas ballenas, ciertas especies de monos y algunos pájaros, producen estructuras sonoras que bien podrían ser consideradas como música.

Sin embargo, es un hecho que, hace miles de años, el cerebro del Homo sapienscreció, y el hombre adquirió conciencia y sensibilidad; entonces comenzó a danzar, cantar y producir sonidos que más tarde
 serían llamados música —los instrumentos musicales más antiguos que conocemos datan de hace unos 35 mil años—, lo cual le permitió acompañar el trabajo, socializar, cortejar y hacer la guerra de una manera más coordinada y eficaz, pero, sobre todo, expresar sus tristezas y alegrías por medio del arte: el Homo musicus había aparecido.

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Más tarde, cuando surgieron las primeras civilizaciones, se conformaron coros y orquestas primitivos,
 y parece que incluso algunas intentaron escribir música. Entonces sólo Dios y el compositor supieron lo que se registraba; hoy sólo lo sabe Dios.

Las primeras civilizaciones conformaron coros primitivos, y parece que incluso algunas intentaron escribir música.

Big Bang #1: La notación musical

A finales del siglo viii, Carlomagno —de la dinastía carolingia— fue coronado Imperator Romanorum —Emperador Romano— por el papa León iii. El Big Bangmusical sucedió cuando sus herederos vieron 
la necesidad de unificar la liturgia y, por lo tanto, imponer un solo tipo de textos con sus melodías: el canto gregoriano.

Hacia el año 1000 de nuestra era, dio inicio la notación o escritura de la música, que permite representar los sonidos de una manera precisa. Guido de Arezzo dio nombre a las notas —utremifasol,
 la— y creó un método de solfeo mucho más efectivo que la vaga e insegura imitación del canto no escrito y conservado por tradición oral.

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Esto sirvió para registrar las canciones más antiguas que conservamos de esos cantautores llamados trovadores. También, y en la medida que se crearon grafías cada vez más sofisticadas, sirvió para representar la duración de los sonidos —es decir, plasmar el ritmo—, y se impulsó el desarrollo de la polifonía —es decir, dos o más melodías simultáneas—, o lo que llamamos contrapunto. Con la escritura nació el concepto del compositor, aquél que plasma sus ideas musicales sobre una partitura, y gracias a la notación, la fuerza creativa de la composición musical explotó en todas direcciones.

Big Bang #2: La invención de la ópera

El siguiente Big Bang apareció sorpresivamente, cuando los grandes creadores de complejas partituras religiosas —motetes, misas, cantatas— y de canciones polifónicas —madrigales renacentistas— tuvieron que adaptarse a la moda impuesta por el nacimiento del «melodrama acompañado», o lo que nosotros llamamos ópera: una obra de teatro medio cantada y medio recitada, que se acompaña de una melodía continua tocada por los instrumentos más graves —el bajo continuo— y que a través del texto, del canto y de la puesta en escena, narra historias y trasmite emociones. Al principio, no existían las arias —piezas cantadas que detienen la acción para expresar algún sentimiento—, por lo que todo era diálogo teatral.

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La historia de la ópera inició con Dafne (1598), del italiano Jacopo Peri. Después, el tema de Orfeo y Eurídice —cuyo argumento habla del poder de la música— sería revisitado una y otra vez; el primer ejemplo es Eurídice (1600), con texto de Ottavio Rinuccini y música de Peri. Poco después, se estrenó Orfeo (1607), con texto de Alessandro Strigio y música de Claudio Monteverdi, el compositor más grande de su tiempo, quien aún vivía cuando en Venecia nació el primer espectáculo operístico en interiores al cual se podía acceder pagando la entrada: entonces apareció la ópera comercial.

Luis xiv de Francia, «el Rey Sol», impulsó el nacimiento de la ópera francesa, con una solemne introducción —obertura—, coros y mucha danza, preludio a la ópera-ballet.

A principios del siglo xviii, Antonio Vivaldi, en Venecia, y Georg Friedrich Händel, en Londres, llevaron este
 arte músico-teatral a niveles 
insospechados, y para la
 segunda mitad del siglo xviii apareció un «hoyo negro de la ópera», que devoró y opacó a todas las óperas de sus contemporáneos: Mozart.

La Revolución francesa —y otras tantas— parece haberse anunciado en el interior de un teatro; también, la independencia de Bélgica prácticamente dio inicio durante una función de ópera, y el Risorgimento italiano debe mucho a la afición exacerbada y nacionalista a los coros y arias de Verdi, cuyos vitoreos se confundían con los de «Vittorio Emanuele Re d’Italia» y culminaron con la Unificación de Italia.

En 1876, Richard Wagner desapareció los palcos, colocó unos democráticos asientos desde donde todo se oía y se veía, apagó por primera vez las luces en un teatro, escondió una poderosa orquesta, y presentó una subyugante y devastadora serie de cuatro óperas: la tetralogía El anillo del Nibelungo. Y aquí le paramos, porque ningún espacio es suficiente para hablar de ópera.

Si quieres conocer la segunda y tercera parte del texto Big Bangs musicales, consulta Algarabía 88 y 89.

Enlace al artículo original de Algarabía: 

http://algarabia.com/artes/big-bangs-musicales/#nota-1

 

 

Carlos Castaneda. Viaje a Itxlan.

Carlos Castaneda.

Viaje a Itxlan.

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– La muerte es nuestra eterna compañera -dijo don Juan con un aire sumamente serio-. siempre está a nuestra izquierda, a la distancia de un brazo. Te vigilaba cuando tú vigilabas al halcón blanco; te susurró en la oreja y sentiste su frío, como lo sentiste hoy. Siempre te ha estado vigilando. Siempre lo estará hasta el día en que te toque.

Extendió el brazo y me tocó levemente en el hombro, y al mismo tiempo produjo con la lengua un sonido profundo, chasqueante. El efecto fue devastador; casi volví el estómago.

– Tú eres el muchacho que acechaba su caza y esperaba pacientemente, como la muerte espera; sabes muy bien que la muerte está a nuestra izquierda, igual que tú estabas a la izquierda del halcón blanco.

Sus palabras tuvieron la extraña facultad de provocarme un terror injustificado; la única defensa era mi compulsión de poner por escrito todo cuanto él decía.

– ¿ Cómo puede uno darse tanta importancia sabiendo que la muerte nos está acechando? -preguntó.

Sentí que mi respuesta no era en realidad necesaria. De cualquier modo, no habría podido decir nada. Un nuevo estado de ánimo se había posesionado de mí.

– Cuando estés impaciente -prosiguió-, lo que debes hacer es voltear a la izquierda y pedir consejo a tu muerte. Una inmensa cantidad de mezquindad se pierde con sólo que tu muerte te haga un gesto, o alcances a echarle un vistazo, o nada más con que tengas la sensación de que tu compañera está allí vigilándote.

Volvió a inclinarse y me susurró al oído que, si volteaba de golpe hacia la izquierda, al ver su señal, podría ver nuevamente a mi muerte en el peñasco.

Sus ojos me hicieron una seña casi imperceptible, pero no me atreví a mirar.

Le dije que le creía y que no era necesario llevar más lejos el asunto, porque me hallaba aterrado. Él soltó una de sus rugientes carcajadas.

Respondió que el asunto de nuestra muerte nunca se llevaba lo bastante lejos. Y yo argumenté que para mí no tendría sentido seguir pensando en mi muerte, ya que eso sólo produciría desazón y miedo.

– ¡Eso es pura idiotez! -exclamó-. La muerte es la única consejera sabia que tenemos. Cada vez que sientas, como siempre lo haces, que todo te está saliendo mal y que estás a punto de ser aniquilado, vuélvete hacia tu muerte y pregúntale si es cierto. Tu muerte te dirá que te equivocas; que nada importa en realidad más que su toque. Tu muerte te dirá: “Todavía no te he tocado.”

Meneó la cabeza y pareció aguardar mi respuesta. Yo no tenía ninguna. Mis pensamientos corrían desenfrenados. Don Juan había asestado un tremendo golpe a mi egoísmo. La mezquindad de molestarme con él era monstruosa a la luz de mi muerte.
Tuve el sentimiento de que se hallaba plenamente consciente de mi cambio de humor. Había vuelto las tablas a su favor. Sonrió y empezó a tararear una canción ranchera.

-Sí -dijo con suavidad, tras una larga pausa-. Uno de los dos aquí tiene que cambiar, y aprisa. Uno de nosotros tiene que aprender de nuevo que la muerte es el cazador, y que siempre está a la izquierda. Uno de nosotros tiene que pedir consejo a la muerte y dejar la pinche mezquindad de los hombres que viven sus vidas como si la muerte nunca los fuera a tocar.

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-Crees tener mucho tiempo -repitió.

-¿Mucho tiempo para qué, don Juan?

-Crees que tu vida va a durar para siempre.

-No. No lo creo.

-Entonces, si no crees que tu vida va a durar para siempre, ¿qué cosa esperas? ¿Por qué titubeas en cambiar?.

-¿Se le ha ocurrido alguna vez, don Juan, que a lo mejor no quiero cambiar?.

-Sí, se me ha ocurrido. Yo tampoco quería cambiar, igual que tú. Sin embargo, no me gustaba mi vida; estaba cansado de ella, igual que tú. Ahora no me alcanza la que tengo.

Afirmé con vehemencia que su insistente deseo de cambiar mi forma de vida era atemorizante y arbitrario. Dije que en cierto nivel estaba de acuerdo, pero el mero hecho de que él fuera siempre el amo que decidía las cosas me hacía la situación insostenible.

-No tienes tiempo para esta explosión, idiota -dijo con tono severo-. Esto, lo que estás haciendo ahora, puede ser tu último acto sobre la tierra. Puede muy bien ser tu última batalla. No hay poder capaz de garantizar que vayas a vivir un minuto más.

-Ya lo sé -dije con ira contenida.

-No. No lo sabes. Si lo supieras, serías un cazador.

Repuse que tenía conciencia de mi muerte inminente, pero que era inútil hablar o pensar acerca de ella, pues nada podía yo hacer para evitarla. Don Juan río y me comparó con un cómico que atraviesa mecánicamente su número rutinario.

-Si ésta fuera tu última batalla sobre la tierra, yo diría que eres un idiota -dijo calmadamente-. Estas desperdiciando en una tontería tu acto sobre la tierra.

Estuvimos callados un momento. Mis pensamientos se desbordaban. Don Juan tenía razón, desde luego.

-No tienes tiempo, amigo mío, no tienes tiempo. Ninguno de nosotros tiene tiempo -dijo.
-Estoy de acuerdo, don Juan, pero…

-No me des la razón por las puras -tronó-. En vez de estar de acuerdo tan fácilmente, debes actuar. Acepta el reto. Cambia.

-¿Así no más?

-Como lo oyes. El cambio del que hablo nunca sucede por grados; ocurre de golpe. Y tú no te estás preparando para ese acto repentino que producirá un cambio total.

Me pareció que expresaba una contradicción. Le expliqué que, si me estaba preparando para el cambio, sin duda estaba cambiando en forma gradual.

-No has cambiado en nada -repuso-. Por eso crees estar cambiando poco a poco. Pero a lo mejor un día de éstos te sorprendes cambiando de repente y sin una sola advertencia. Yo sé que así es la cosa, y por eso no pierdo de vista mi interés en convencerte.
No pude persistir en mi argumentación. No estaba seguro de qué deseaba decir realmente. Tras una corta pausa, don Juan reanudó sus explicaciones.

-Quizás haya que decirlo de otra manera -dijo-. Lo que te recomiendo que hagas es notar que no tenemos ninguna seguridad de que nuestras vidas van a seguir indefinidamente.

Acabo de decir que el cambio llega de pronto, sin anunciar, y lo mismo la muerte. ¿Qué crees que podamos hacer?

Pensé que la pregunta era retórica, pero él hizo un gesto con las cejas instándome a responder.

-Vivir lo más felices que podamos -dije.

-¡Correcto! ¿Pero conoces a alguien que viva feliz?

Mi primer impulso fue decir que sí; pensé que podía usar como ejemplos a varias personas que conocía. Pero al pensarlo mejor supe que mi esfuerzo sería sólo un hueco intento de exculparme.

-No -dije-. En verdad no.

-Yo sí -dijo don Juan-. Hay algunas personas que tienen mucho cuidado con la naturaleza de sus actos. Su felicidad es actuar con el conocimiento pleno de que no tienen tiempo; así, sus actos tienen un poder peculiar; sus actos tienen un sentido de…

Parecían faltarle las palabras. Se rascó las sienes y sonrió. Luego, de pronto, se puso de pie como si nuestra conversación hubiera concluido. Le supliqué terminar lo que me estaba diciendo. Volvió a sentarse y frunció los labios.

Los actos tienen poder -dijo-. Sobre todo cuando la persona que actúa sabe que esos actos son su última batalla. Hay una extraña felicidad ardiente en actuar con el pleno conocimiento de que lo que uno está haciendo puede muy bien ser su último acto sobre la tierra. Te recomiendo meditar en tu vida y contemplar tus actos bajo esa luz.»

Carlos Castaneda.

Viaje a Itxlan.

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INTRODUCCIÓN

El sábado 22 de mayo de 1971 fui a Sonora, México, para ver a don Juan Matus, un brujo
yaqui con quien tenía contacto desde 1961. Pensé que mi visita de ese día no iba a ser en nada distinta de las veintenas de veces que había ido a verlo en los diez años que llevaba como aprendiz suyo. Sin embargo, los hechos que tuvieron lugar ese día y el siguiente fueron decisivos para mí. En dicha ocasión mi aprendizaje llegó a su etapa final.

Ya he presentado el caso de mi aprendizaje en dos obras anteriores: Las enseñanzas de don Juan y Una realidad aparte.

Mi suposición básica en ambos libros ha sido que los puntos de coyuntura en aprender brujería eran los estados de realidad no ordinaria producidos por la ingestión de plantas psicotrópicas.

En este aspecto, don Juan era experto en el uso de tres plantas: Datura inoxia, comúnmente conocida como toloache; Lophophora williamsii, conocida como peyote, y un hongo alucinógeno del género Psilocybe.

Mi percepción del mundo a través de los efectos de estos psicotrópicos había sido tan extraña e impresionante que me vi forzado a asumir que tales estados eran la única vía para comunicar y aprender lo que don Juan trataba de enseñarme.

Tal suposición era errónea. Con el propósito de evitar cualquier mala interpretación relativa a mi trabajo con don Juan, me gustaría clarificar en este punto los aspectos siguientes.

Hasta ahora, no he hecho el menor intento de colocar a don Juan en un determinado medio cultural. El hecho de que él se considere indio yaqui no significa que su conocimiento de la brujería se conozca o se practique entre los yaquis en general.

Todas las conversaciones que don Juan y yo tuvimos a lo largo del aprendizaje fueron en
español, y sólo gracias a su dominio completo de dicho idioma pude obtener explicaciones complejas de su sistema de creencias.

He observado la práctica de llamar brujería a ese sistema, y también la de referirme a don Juan como brujo, porque éstas son las categorías empleadas por él mismo.

Como pude escribir la mayoría de lo que se dijo al principiar el aprendizaje, y todo lo que se dijo en fases posteriores, reuní voluminosas notas de campo. Para hacerlas legibles, conservando a la vez la unidad dramática de las enseñanzas de don Juan, he tenido que
reducirlas, pero lo que he eliminado es, creo, marginal a los puntos que deseo plantear.

En el caso de mi trabajo con don Juan, he limitado mis esfuerzos exclusivamente a verlo como brujo y a adquirir membrecía en su conocimiento.

Con el fin de presentar mi argumento, debo antes explicar la premisa básica de la brujería según don Juan me la presentó. Dijo que, para un brujo, el mundo de la vida cotidiana no es real ni está allí, como nosotros creemos. Para un brujo, la realidad, o el mundo que todos conocemos, es solamente una descripción.

Para validar esta premisa, don Juan hizo todo lo posible por llevarme a una convicción
genuina de que, lo que mi mente consideraba el mundo inmediato era sólo una descripción del mundo: una descripción que se me había inculcado desde el momento en que nací.

Me señaló que todo el que entra en contacto con un niño es un maestro que le describe
incesantemente el mundo, hasta el momento en que el niño es capaz de percibir el mundo según se lo describen. De acuerdo con don Juan, no guardamos recuerdo de aquel momento portentoso, simplemente porque ninguno de nosotros podía haber tenido ningún punto de referencia para compararlo con cualquier otra cosa. Sin embargo, desde ese momento el niño es un miembro. Conoce la descripción del mundo, y su membrecía supongo, se hace definitiva cuando él mismo es capaz de llevar a cabo todas las interpretaciones perceptuales adecuadas, que validan dicha descripción ajustándose a ella.

Para don Juan, pues, la realidad de nuestra vida diaria consiste en un fluir interminable de interpretaciones perceptuales que nosotros, como individuos que comparten una membrecía específica, hemos aprendido a realizar en común.

La idea de que las interpretaciones perceptuales que configuran el mundo tienen un fluir es congruente con el hecho de que corren sin interrupción y rara vez, o nunca, se ponen en tela de juicio. De hecho, la realidad del mundo que conocemos se da a tal grado por sentada que la premisa básica de la brujería, la de que nuestra realidad es apenas una de muchas descripciones, difícilmente podría tomarse como una proposición seria.
Afortunadamente, en el caso de mi aprendizaje, a don Juan no le preocupaba en absoluto el que yo pudiese, o no, tomar en serio su proposición, y procedió a dilucidar sus planteamientos pese a mi oposición, mi incredulidad y mi incapacidad de comprender lo que decía. Así, como maestro de brujería, don Juan trató de describirme el mundo desde la primera vez que hablamos.

Mi dificultad para asir sus conceptos y sus métodos derivaba del hecho de que las unidades de su descripción eran ajenas e incompatibles con las de la mía propia.

Su argumento era que me estaba enseñando a «ver», cosa distinta de solamente «mirar», y que «parar el mundo» era el primer paso para «ver».

Durante años, la idea de «parar el mundo» fue para mí una metáfora críptica que en realidad nada significaba. Sólo durante una conversación informal, ocurrida hacia el final de mi aprendizaje, llegué a advertir por entero su amplitud e importancia como una de las proposiciones principales en el conocimiento de don Juan.

Él y yo habíamos estado hablando de, diversas cosas en forma reposada, sin estructura. Le conté el dilema de un amigo mío con su hijo de nueve años. El niño, que había estado viviendo
con la madre durante los cuatro años anteriores, vivía entonces con mi amigo, y el problema era qué hacer con él. Según mi amigo, el niño era un inadaptado en la escuela, sin concentración y no se interesaba en nada. Era dado a berrinches, a conducta destructiva y a escaparse de la casa.

-Menudo problema se carga tu amigo -dijo don Juan, riendo.

Quise seguirle contando todas las cosas «terribles» que el niño hacia, pero me interrumpió.

-No hay necesidad de decir más sobre ese pobre niñito -dijo-. No hay necesidad de que tú o yo pensemos de sus acciones de un modo o del otro.

Su actitud fue abrupta y su tono firme, pero luego sonrió.

-¿Qué puede hacer mi amigo? -pregunté.

-Lo peor que puede hacer es forzar al niño a estar de acuerdo con él -dijo don Juan.

-¿Qué quiere usted decir?

-Quiero decir que el padre no debe pegarle ni asustarlo cuando no se porta como él quiere.

-¿Cómo va a enseñarle algo si no es firme con él?

-Tu amigo debería dejar que otra gente le pegara al niño.

-¡No puede dejar que una persona ajena toque a su niño! -dije, sorprendido de la sugerencia.

Don Juan pareció disfrutar mi reacción y soltó una risita.

-Tu amigo no es guerrero -dijo-. Si lo fuera, sabría que no puede hacerse nada peor que
enfrentar sin más ni más a los seres humanos.

-¿Qué hace un guerrero, don Juan?

-Un guerrero procede con estrategia.

-Sigo sin entender qué quiere usted decir.

-Quiero decir que si tu amigo fuera guerrero ayudaría a su niño a parar el mundo.

-¿Cómo puede hacerlo?

-Necesitaría poder personal. Necesitaría ser brujo.

-Pero no lo es.

-En tal caso debe usar medios comunes y corrientes para ayudar a su hijo a cambiar su ideadel mundo. No es parar el mundo, pero de todos modos da resultado.

Le pedí explicar sus aseveraciones.

-Yo, en el lugar de tu amigo -dijo don Juan-, empezaría por pagarle a alguien para que le dierasus nalgadas al muchacho. Iría a los arrabales y me arreglaría con el hombre más feo quepudiera hallar.

-¿Para asustar a un niñito?

-No nada más para asustar a un niñito, idiota. Hay que parar a ese escuincle, y los golpes quele dé su padre no servirán de nada.

«Si queremos parar a nuestros semejantes, siempre hay que estar fuera del círculo que los oprime. En esa forma se puede dirigir la presión.»

La idea era absurda, pero de algún modo me atraía.

Don Juan descansaba la barbilla en la palma de la mano izquierda. Tenía el brazo izquierdo contra el pecho, apoyado en un cajón de madera que servía como una mesa baja. Sus ojos estaban cerrados, pero se movían. Sentí que me miraba a través de los párpados. La idea me espantó.

-Dígame qué más debería hacer mi amigo con su niño -dije.

-Dile que vaya a los arrabales y escoja con mucho cuidado al tipo más feo que pueda –
prosiguió él-. Dile que consiga uno joven. Uno al que todavía le quede algo de fuerza.
Don Juan delineó entonces una extraña estrategia. Yo debía instruir a mi amigo para que
hiciera que el hombre lo siguiese o lo esperara en un sitio a donde fuera a ir con su hijo.

El hombre, en respuesta a una seña convenida, dada después de cualquier comportamient objetable por parte del pequeño, debía saltar de algún escondite, agarrar al niño y darle una soberana tunda.

-Después de que el hombre lo asuste, tu amigo debe ayudar al niño a recobrar la confianza, encualquier forma que pueda. Si sigue este procedimiento tres o cuatro veces, te aseguro que el niño cambiará su sentir con respecto a todo. Cambiará su idea del mundo.

-¿Y si el susto le hace daño?

-El susto nunca daña a nadie. Lo que daña el espíritu es tener siempre encima alguien que te pegue y te diga qué hacer y qué no hacer. «Cuando el niño esté más contenido, debes decir a tu amigo que haga una última cosa por él.

Debe hallar el modo de dar con un niño muerto, quizá en un hospital o en el consultorio de un doctor. Debe llevar allí a su hijo y enseñarle el niño muerto. Debe hacerlo tocar el cadáver una vez, con la mano izquierda, en cualquier lugar menos en la barriga. Cuando el niño haga eso, quedará renovado. El mundo nunca será ya el mismo para él.»

Me di cuenta entonces de que, a través de los años de nuestra relación, don Juan había estado usando conmigo, aunque en una escala diferente, la misma táctica que sugería para el hijo de mi amigo. Le pregunté al respecto. Dijo que todo el tiempo había estado tratando de enseñarme a «parar el mundo».

Todavía no lo paras -dijo, sonriendo-. Parece que nada da resultado, porque eres muy terco. Pero si fueras menos terco, probablemente ya habrías parado el mundo con cualquiera de las técnicas que te he enseñado.

-¿Qué técnicas, don Juan?

-Todo lo que te he dicho era una técnica para parar el mundo.

Pocos meses después de aquella conversación, don Juan logró lo que se había propuesto:
enseñarme a «parar el mundo».

Ese monumental hecho de mi vida me obligó a reexaminar en detalle mi trabajo de diez años. Se me hizo evidente que mi suposición original con respecto al papel de las plantas
psicotrópicas era erróneo. Tales plantas no eran la faceta esencial en la descripción del mundo usada por el brujo, sino únicamente una ayuda para aglutinar, por así decirlo, partes de la descripción que yo había sido incapaz de percibir de otra manera. Mi insistencia en adherirme a mi versión normal de la realidad me hacía casi sordo y ciego a los objetivos de don Juan. Por tanto, fue sólo mi carencia de sensibilidad lo que propició el uso de los alucinógenos.

Al revisar la totalidad de mis notas de campo, advertí que don Juan me había dado la parte principal de la nueva descripción al principio mismo de nuestras relaciones, en lo que llamaba «técnicas de parar el mundo». En mis obras anteriores, descarté esas partes de mis notas porque no se referían al uso de plantas psicotrópicas. Ahora las he reinstaurado en el panorama total de las enseñanzas de don Juan, y abarcan los primeros diecisiete capítulos de esta obra. Los últimos tres capítulos son las notas de campo relativas a los eventos que culminaron cuando logré «parar el mundo».

Resumiendo, puedo decir que, cuando inicié el aprendizaje, había otra realidad, es decir, había una descripción del mundo, correspondiente a la brujería, que yo no conocía.

Don Juan, como brujo y maestro, me enseñó esa descripción. El aprendizaje que  atravesé a lo largo de diez años consistía, por tanto, en instaurar esa realidad desconocida por medio del desarrollo de su descripción, añadiendo partes cada vez más complejas conforme yo progresaba.

La conclusión del aprendizaje significó que yo había aprendido, en forma convincente y
auténtica, una nueva descripción del mundo, y así había obtenido la capacidad de deducir una nueva percepción de las cosas que encajaba con su nueva descripción. En otras palabras, había obtenido membrecía.

Don Juan declaraba que para llegar a «ver» primero era necesario «parar el mundo». La frase «parar el mundo» era en realidad una buena expresión de ciertos estados de conciencia en los cuales la realidad de la vida cotidiana se altera porque el fluir de la interpretación, que por lo común corre ininterrumpido, ha sido detenido por un conjunto de circunstancias ajenas a dicho fluir. En mi caso, el conjunto de circunstancias ajeno a mi fluir normal de interpretaciones fue la descripción que la brujería hace del mundo. El requisito previo que don Juan ponía para «parar el mundo» era que uno debía estar convencido; en otras palabras, había que aprender la nueva descripción en un sentido total, con el propósito de enfrentarla con la vieja y en tal forma romper la certeza dogmática, compartida por todos nosotros, de que la validez de nuestras percepciones, o nuestra realidad del mundo, se encuentra más allá de toda duda.

Después de «parar el mundo», el siguiente paso fue «ver». Con eso, don Juan se refería a lo
que me gustaría categorizar como «responder a los estímulos perceptuales de un mundo fuera de la descripción que hemos aprendido a llamar realidad».

Mi argumento es que todos estos pasos sólo pueden comprenderse en términos de la
descripción a la cual pertenecen; y como es una descripción que don Juan luchó por darme desde el principio, debo dejar que sus enseñanzas sean la única fuente de acceso a ella. Así pues, he dejado que las palabras de don Juan hablen por sí mismas.

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Goethe, el joven Werther y el comienzo de un sueño (II), por Fernando Chelle — Palabrerías

II En el artículo anterior, me detuve en el estudio de las características del movimiento prerromántico europeo y fundamentalmente en Alemania y en el Sturm und Drang. Mi interés fue mostrar el clima intelectual que generó la publicación en el año 1774 de Las cuitas del joven Werther, la novela juvenil de Johann Wolfgang […]

a través de Goethe, el joven Werther y el comienzo de un sueño (II), por Fernando Chelle — Palabrerías

2 de marzo 2018.

Goethe, el joven Werther

Las cuitas del joven Werther, la novela juvenil de Johann Wolfgang von Goethe, que funcionó como un pilar sobre el que luego descansó el sueño del Romanticismo.

Como ya referí en el artículo anterior, la obra es una novela epistolar. Está compuesta por cartas que van del 4 de mayo de 1771 al 20 de diciembre de 1772.

Análisis literario de la carta del 10 de mayo

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Fernando Chelle 

Compilación de fragmentos de las cartas analizadas.

La carta comienza con esta introducción:

Semejante a una de esas suaves mañanas de primavera que dilatan mi corazón, priva en mi espíritu una gran serenidad. Estoy solo y gozo y me regocijo de vivir en estos sitios, creados para almas como yo. 

Me siento tan feliz, amigo mío, estoy tan absorto en el sentimiento de una plácida vida, que hasta mi talento resiente su efecto. Mi pincel y mi lápiz no podrían trazar hoy la menor línea, dibujar el menor rasgo, y no obstante, jamás me he sentido tan gran pintor como hoy. 

El tercer párrafo de la carta constituye lo que he denominado, cuadro verbal.

Cuando los vapores de mi querido valle suben hasta mí y me rodean, y el sol en la cima lanza sus abrasadores rayos sobre las puntas del bosque oscuro e impenetrable, y tan sólo algún dardo de fuego puede penetrar en el santuario, tendido cerca de la cascada del arroyo, sobre el menudo y espeso césped, descubro otras mil hierbas desconocidas; cuando mi corazón siente más cerca ese numeroso y diminuto mundo que vive y se desliza entre las plantas, ese hormigueo de seres, de gusanos e insectos de especies tan diversas de formas y colores, siento la presencia del todopoderoso que nos creó a su imagen, y el hálito del amor divino que nos sostiene, flotando en un océano de eternas delicias. 

¡Oh, amigo! Cuando ante mis ojos aparece lo infinito sintiendo el mundo reposar a mi alrededor, y tengo en mi corazón el cielo, como la imagen de una mujer querida, dando un gran suspiro, exclamo: ‘¡Ah, si pudieras expresar, estampar con un soplo sobre el papel lo que vive en ti con vida tan poderosa y tan ardiente; si tu obra pudiera reflejar tu alma, como ésta es el espejo de un Dios infinito…’ Pero, ¡ay, querido amigo! Me pierdo, me extravío y sucumbo bajo la imponente majestuosidad de esta visión. 

Fernando Chelle (Mercedes, Uruguay, 1976). Estudió literatura y se desempeñó como docente de esa disciplina en Uruguay, en los departamentos de Soriano, Montevideo y Canelones. En el año 2011 se radica en Colombia, en el Departamento Norte de Santander, en la ciudad de Cúcuta, donde ha sido Profesor de Lengua Castellana, Corrector de Estilo y Docente Universitario. Es poeta, ensayista y crítico literario, autor de los libros Poesía de los pájaros pintados (2013), Curso general de lectoescritura y corrección de estilo (2014), El cuento fantástico en el Río de la Plata (2015)  Muelles de la palabra ( 2015), El cuento latinoamericano en el siglo XX: Un abordaje analítico de los trece mejores relatos breves del pasado siglo (2016).