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El escritor Albert Camus, nacido el 7 de noviembre de 1913 en Argelia fue galardonado como premio Nobel de Literatura en 1957 por «por su importante producción literaria, que con seriedad clarividente ilumina los problemas de la conciencia humana en nuestro tiempo»,…
Hilo especial de 15 tweets sobre Albert Camus, su obra y legado, por si fuera de tu interés, Jesús:
Hilo de 15 tweets. 1913. Hoy, 7 de noviembre, nacía ALBERT CAMUS (f. 1960), novelista, ensayista y dramaturgo francés, considerado uno de los escritores más importantes posteriores a 1945.
Su obra, caracterizada por un estilo vigoroso y conciso, refleja la philosophie de l’absurde, la sensación de alienación y desencanto junto a la afirmación de las cualidades positivas de la dignidad y la fraternidad humana.
Camus nació en Mondovi (hoy Drean, Argelia), y estudió en la Universidad de Argel.
Sus estudios se interrumpieron pronto debido a una tuberculosis.
Formó una compañía de teatro de aficionados que representaba obras dirigidas a las clases trabajadoras; también trabajó como periodista en un diario de la capital argelina y viajó mucho por Europa.
En 1939, publicó _Nupcias_, un conjunto de artículos que incluían reflexiones inspiradas por sus lecturas y viajes. En 1940, se trasladó a París y formó parte de la redacción del periódico Paris-Soir.
Empezó a ser conocido en 1942, cuando se publicó su novela corta _El extranjero_, y el ensayo _El mito de Sísifo_, obras que se complementan y que reflejan la influencia que sobre él tuvo el existencialismo.
Le proporcionaron una visión del destino humano como absurdo, y su mejor exponente quizá sea el «extranjero» de su novela, incapaz de participar en las pasiones de los hombres y que vive incluso su propia desgracia desde una indiferencia absoluta, la misma que marca la naturaleza y el mundo.
Durante la segunda guerra mundial fue miembro activo de la Resistencia francesa contra la ocupación alemana y, de 1945 a 1947, director de Combat, una publicación clandestina.
De las obras de teatro que desarrollan temas existencialistas, _Calígula_ (1945) es una de las más conocidas.
Aunque en su novela _La peste_ (1947) Camus todavía se interesa por el absurdo fundamental de la existencia, reconoce el valor de los seres humanos ante los desastres.
La idea de la solidaridad y la capacidad de resistencia humana frente a la tragedia de vivir se impone a la noción del absurdo.
Una obra que es, a la vez, realismo y alegoría. Una reconstrucción mítica de los sentimientos del hombre europeo de la posguerra, de sus terrores más agobiantes.
Afirma en esta obra que “cada uno lleva dentro de sí la peste” y que desde el mismo momento en que se decidió a no matar y a ponerse siempre del lado de las víctimas, se condenó a un “exilio definitivo”.
Si la concepción del mundo lo emparenta con el existencialismo de Jean-Paul Sartre y su definición del hombre como «pasión inútil», las relaciones entre ambos estuvieron marcadas por una agria polémica. Mientras Sartre lo acusaba de independencia de criterio, de esterilidad y de ineficacia, Camus tachaba de inmoral la vinculación política de aquél con el comunismo.
Sus obras posteriores incluyen la novela _La caída: (1956), inspirada en un ensayo precedente; _El hombre rebelde_ (1951); la obra de teatro _Estado de sitio_ (1948); y un conjunto de relatos, _El exilio y el reino (1957).
Tradujo al francés _La devoción de la cruz_, de Calderón de la Barca, y _El caballero de Olmedo_, de Lope de Vega.
Colecciones de sus trabajos periodísticos aparecieron con el título de _Actuelles_ (3 volúmenes, 1950, 1953 y 1958) y _El verano_ (1954).
_Una muerte feliz_ (1971), aunque publicada póstumamente, es su primera novela.
En 1994, se publicó la novela incompleta en la que trabajaba cuando murió, _El primer hombre_.
Sus _Carnets_, que cubren los años 1935 a 1951, también se publicaron póstumamente en dos volúmenes (1962 y 1964).
Camus obtuvo en 1957 el Premio Nobel de Literatura:
«For his important literary production, which with clear-sighted earnestness illuminates the problems of the human conscience in our times.»
Murió en un accidente de coche en Villeblevin (Francia), el 4 de enero de 1960.
Walt Whitman nació en Nueva York en 1819. Con motivo de sus 200 años, el mundo literario celebra la palabra de alguien que se llamó a sí mismo «el poeta de la democracia». A través de un verso libre cargado de energía, de enumeraciones y apegos a las novedades de la vida, quiso escribir a mitad del siglo XIX el poema épico de la gente sencilla. Si los grandes cantos se centraban en los héroes, los arzobispos y los aristócratas, Whitman se presentó como la voz de los generales derrotados, los esclavos, los trabajadores, las calles, las máquinas y el amor. No consentía caminar una sola legua o escribir un solo verso sin amor.
Nacieron sus Hojas de hierbaporque era necesario escribir la nueva poesía de Norteamérica, es decir, la poesía de la democracia. Y la verdad es que una celebración de Whitman en el año 2019 vuelve a tener una oscura tristeza de sueño pervertido. Digo vuelve porque en 1941, cuando León Felipe publicó después de la Guerra Civil y el exilio su traducción del Canto a mí mismo, ya tuvo que reaccionar ante un mundo derivado hacia el desamparo y las destrucciones. La política, los sociólogos, los filósofos y los artistas sentían miedo «porque parece que va a ganar el tirano». Y admitía su soledad: «Muchos pensarán que acuñar este poema en español es un mal negocio, / una hazaña sin gloria, / un gesto inoportuno y peligroso».
Donald Trump persigue a los hispanos. La situación en la democracia norteamericana que cantó Whitman no goza hoy de buena salud. Difícil es recordar sin angustia el amor a los perseguidos, pobres e inmigrantes que cantó el poeta homosexual de Nueva York. Y también es difícil celebrar la épica de la gente común, porque las decisiones del tirano son votadas por gente sencilla y muy popular, personas de la calle educadas en la telebasura, la soberbia del consumo y el miedo a que la diversidad sea un peligro para su poder adquisitivo. La falta de autovigilancia empuja siempre a la irracionalidad de una alianza con el verdadero enemigo.
Contra el horror a la diversidad, León Felipe defendía el amor a las canciones de otras latitudes y confesaba su apuesta en nombre de Whitman: «¡Qué alegría cuando yo averiguo que en mi pentagrama cabe la canción del cuáquero y del chino, / y que el amplio sombrero tejano me sienta tan bien como el viejo chambergo de Castilla».
Federico García Lorca coincidió en Nueva York con León Felipe. Le enseñó a amar a Whitman. Pero 1929 fue el año de la crisis de Wall Street que marcó la degradación democrática, el racismo y la miseria narrados por John Doss Pasos en Manhattan Transfer. El amanecer de Nueva York no suponía entonces una luz de optimismo, sino una realidad contaminada por los humos y por un huracán de monedas furiosas. García Lorca escribió Poeta en Nueva York y viajó a Cuba donde vivió con libertad sus deseos homosexuales. Quizá por eso imaginó en el barco de regreso a España su conmovedora Oda a Walt Whitman. El poeta andaluz cantó al neoyorkino que soñaba ser un río y «dormir como un río / con aquel camarada que pondría en su pecho / un pequeño dolor de ignorante leopardo».
La oda es conmovedora no sólo por la fuerza de sus imágenes, sino por el contradictorio mundo de culpas que refleja. García Lorca tuvo poca vigilancia de sí mismo y escribió al final, en nombre de la homosexualidad, un poema homófobo. Quiso separar su deseo y el de Whitman, homosexuales puros, de los jotos, pájaros, sarasas, apios, cancos, fairies, floras, maricas y locas que se comportaban como «perras en sus tocadores». Si el supremacismo de las identidades puras significa racismo en las causas públicas, también provoca estragos en los sentimientos más íntimos.
Cuidado con la pureza que desatiende el mundo real en el que se vive. Conviene que la épica de la gente de la calle sostenga la democracia; pero conviene también que vigilemos nuestras intimidades para que no nos convirtamos en aliados de los manipuladores de la libertad. La rebeldía y los sueños de pureza acaban con frecuencia en la sonrisa del tirano. Y la situación actual de la democracia no consiente ese tipo de ligerezas. 200 años después, eso siento al leer a Whitman y al recordar sus ilusiones.
En la sala de operaciones del Instituto Cervantes hay una exposición dedicada a «Los viajes de Ramón Menéndez Pidal». Entre los documentos que muestran las escalas del español en el mundo, la internacionalización de nuestra filología y la obra de don Ramón, se muestra un informe policial que me conmueve. Alude a doña María, doña María Goyri, o mejor a «Menéndez Pidal, señora de». Se trata de una nota escrita por Enrique Súñer, Presidente de la Comisión de Cultura y Enseñanza del Gobierno de Burgos, para dar cuenta de la personalidad de la filóloga que en 1900 se había casado con el insigne autor de La España del Cid.
Al informe no le falta precisión: «Menéndez Pidal, señora de: Persona de gran talento, de gran cultura, de una energía extraordinaria, que ha pervertido a su marido y a sus hijos. Muy persuasiva y de las personas más peligrosas de España. Es sin duda una de las raíces más robustas de la revolución».
El modo de presentar a María Goyri, por supuesto, recoge una larga tradición misógina en la que el mal vive encarnado en la presencia femenina. El Arcipreste de Hita compuso su elogio de las mujeres pequeñas porque en un frasco pequeño cabe menos veneno que en uno grande. Las inteligentes son las peores. Pero escrito en medio de una represión cruel, además de lo de siempre, me conmueve sobre todo el aire de vida privada que tiene la delación. Son compañeros de trabajo, aparentes amigos, conocidos de casa, los que vengan sus rencores con palabras que pueden costar la cárcel o la muerte de la persona sobre la que se permiten opinar en relación a su marido y sus hijos.
Cuenta Fernando Rodríguez Lafuente que Fernando Vela, secretario de redacción de la Revista de Occidente, se atemorizó mucho con el golpe de Estado de 1936, sin saber de qué bando iba a llegar el ataque. Ortega y Gasset le aconsejó que se defendiera de los conocidos a los que había rechazado una colaboración. Vestidos de uniforme y con pistola podían ser muy peligrosos. «¡Al suelo, que vienen los nuestros!», dicen que dijo Pío Cabanillas. Es una buena frase para resumir la vida de aparato de los partidos y algunas negociaciones políticas.
María Goyri, que hizo su viaje de novios con Menéndez Pidal por Castilla, realizando trabajos filológicos en aldeas perdidas, se especializó en el Romancero y en Lope de Vega. Pero supongo que la inquina reflejada en las palabras de Enrique Súñer se debe a que fue una de las primeras mujeres decididas a cursar estudios universitarios, algo escandaloso en el curso 1891-1892.
Jesús Antonio Cid, director de la Fundación Menéndez Pidal, publicó el libro María Goyri. Mujer y pedagogía (2016), en el que se ofrecen recuerdos personales de su experiencia pionera. Después de conseguir que cada profesor firmase un documento admitiendo en clase a una mujer, la facultad de Filosofía y Letras aceptó la matrícula. La rutina acordada fue la siguiente: al llegar a la facultad era conducida al Decanato, allí la recogía el profesor, la colocaba en el primer pupitre para vigilar cualquier exceso de sus compañeros y la devolvía al Decanato una vez que el bedel anunciaba el fin de la clase. Allí esperaba al profesor siguiente.
La inteligencia y el buen orgullo conmueven igual que la maldad. Algunos detalles de los recuerdos de María Goyri, defensora de la educación de la mujer y de la emancipación femenina, emocionan. El primero es que comprendió que tanta vigilancia sobre su persona al entrar en las aulas era un insulto a los hombres: «Consideraban al estudiante español insuficientemente civilizado para permanecer correcto ante una muchacha». La voluntad represiva suele ser en el fondo una evidencia de la corrupción de aquello que se pretender defender.
El otro detalle tiene que ver con el orgullo de lo conseguido. Al cabo de los años y al recordar aquellos catedráticos que la llevaban del Decanato al aula, le confesó al periodista Luis González de Linares en 1929: «Yo le aseguro a usted que si hoy quisieran seguir esta costumbre que acabo de referirle, no bastarían los catedráticos de todas las Universidades españolas para acompañar a las estudiantes de la Universidad Central».
Así es. Las transformaciones de lo privado son la única manera de sostener la emancipación pública. Le debemos mucho a hombres y mujeres de gran talento y energía extraordinaria, muy peligrosas por lo visto para España, que son capaces de pervertir lo que tienen al lado y de convertirse en las raíces más robustas de la revolución… Cada vez creo más en eso que en las grandes proclamas sin raíz.
Los veranos eran antes más largos. Niños, profesores y familias bien cambiaban de hábitos a finales de junio, se dejaban llevar por los desayunos largos, las comidas en terrazas con toldos, las siestas con sorpresa, los paseos a la orilla del mar o de las cumbres, los galanes de noche y la paciencia del reloj que toda alma lleva dentro. Las familias menos pudientes tenían más difícil salir de sus ciudades. Y la lentitud, también presente, tomaba forma de ventana abierta y calor nocturno.
Los veranos de ahora no son tan largos. Casi nadie y casi nada disfruta de un mes, los recortes afectan al tiempo, los despertadores empiezan a sonar mucho antes de que llegue septiembre. El mes de agosto, sobre todo en la segunda quincena, convive con el tráfico urbano, el rumor de las tazas en las cafeterías, la necesidad de fichar y las reuniones de trabajo. Basta con poner hielo a las jarras de agua.
Pero no todo es tan radical como el vocerío de las redes sociales. Las gaviotas, una vez que los pescadores esconden en la lonja el fruto de sus artes, también acaban por sosegarse. Aunque el tiempo tenga hoy unas sandalias más ligeras, agosto goza de derechos adquiridos ayer, costumbres que permiten defender los buenos usos de la tranquilidad y la lentitud. Ahí está el mundo con su historia de siglos, su memoria encadenada a un rayo de luz, el olor vegetal de la vida, los vagabundeos que nos hacen recobrar un olvidado sabor a nosotros mismos.
Existen los problemas, se mantiene el hermoso conflicto que llamamos vida, pero no todo es tragedia, fusilamiento, abismo, arrecife, naufragio sin retorno. La indolencia bien combinada con el vitalismo llega a conseguir quincenas, espacios intermedios entre el hoy y el mañana, los saludos y las despedidas, las palabras siempre y nunca, las fronteras de lo posible y lo imposible. La parsimonia de agosto llega incluso a imponerse a su nueva brevedad y entra en las reuniones de trabajo para enfrentar los problemas con otro ánimo más pacífico.
Las conversaciones encuentran un decorado amable. Más que la escandalera del claxon en los atascos, domina la silenciosa dignidad de la rosa. Más que la crueldad de los reflectores, se extiende el paulatino violeta de los amaneceres o los atardeceres. Más que el incordio de la sequedad, la piel húmeda sale y entra de las olas para tenderse con protección bajo la paciencia milenaria del sol. Las cosas no están bien, pero el mundo no se acaba hoy, no hace falta lanzarse a las redes sociales para anunciar la catástrofe, para fundar acontecimientos en la puerta de urgencias, para exigir responsabilidades inmediatas. Más que insultos y desprecios, las manos recogen caracolas en las que se escucha un rumor sereno. El mes de agosto puede incluso ayudarnos a recobrar la calmade no tener que opinar de todo, creyendo que los demás están interesados en nuestra opinión, aunque no sepamos nada de lo que estamos opinando.
En fin, ya puestos y con una mañana de domingo en los labios, siempre se puede sacar partido a las situaciones por complicadas que sean. Si los veranos son ahora más cortos, tal vez se deban abordar los problemas de la primavera con la prudencia terrenal y sigilosa de las horas en agosto. La comunicación nunca será perfecta, pero entre la comunicación perfecta y el silencio cabe la posibilidad del entendimiento.
Lo bueno del verano es que hasta las grandes palabras, esas que emplean los héroes de la historia, se acercan a la vida cotidiana de los seres normales. Somos de carne y hueso. Me gusta pasear por la playa, y no sólo por el cuerpo modélico que de vez en cuando sale del mar, sino por los cientos de cuerpos que salen de los barrios y los coches con sus sonrisas de supervivientes, sus bolsas de sandías y sus kilos de más.
Además de ser un adictivo entretenimiento para millones de lectores, las novelas del autor japonés permiten extraer claves para vivir mejor.
POCOS ESCRITORES como Haruki Murakami han gozado de un éxito tan continuado en las librerías de nuestro país, y que sea un autor japonés lo hace aún más notable. ¿Qué tiene el autor de Tokio Blues para conectar de forma tan extraordinaria con un público a 10.000 kilómetros de los escenarios e historias que describe? Algunos críticos literarios afirman que su éxito reside en que es narrativa japonesa para occidentales, motivo por el que Murakami tiene muchos detractores en su propio país. Otros apuntan a que sus tramas suelen ser sencillas y con pocos personajes, con el grado justo de misterio y giros narrativos. Es muy improbable que alguien se pierda en sus novelas.
Sin embargo, eso no basta para explicar el furor que causan entre nosotros sus historias, llenas de extraños acontecimientos, golpes del azar, amantes inesperados, música clásica —o jazz— y algún que otro gato. ¿No será que Murakami está plasmando desde su particular mirada nuestra vida actual? Veamos de qué manera, entonces, su lectura nos enseña a vivir:
1. La soledad es la mejor vía al conocimiento. En más de una novela de Murakami, el protagonista emprende un viaje en solitario para escapar de la confusión vital. En el caso del joven fugitivo de Kafka en la orilla, eso le permitirá acceder a aspectos desconocidos de sí mismo. Cuando nos vemos enfrentados a la soledad tras una separación o muerte, o cuando la buscamos a través de un viaje iniciático, afloran partes de nosotros que antes estaban soterradas. Sin la protección y el ruido de los demás, el encuentro con uno mismo es inevitable, con lo que damos un salto hacia adelante en nuestra propia evolución.
2. El mundo es imprevisible. La segunda lección vital que extraemos de sus novelas es que la vida siempre nos sorprende. Por lo tanto, es absurdo tratar de controlarla o angustiarnos ante posibles amenazas. En la última novela de Murakami, la extensa La muerte del comendador, un pintor de vida estable y acomodada recibe la noticia de que su mujer quiere separarse porque ha tenido un sueño que la empuja a tomar esa decisión. Cuando el pintor le pregunta de qué iba ese sueño, ella le dice que es algo demasiado personal. Si solo podemos esperar lo inesperado, es inútil hacer predicciones. Y eso puede ser un gran calmante para la mente. En cuanto a los porqués que pueden surgir para torturarnos, eso nos lleva a la siguiente lección.
3. No busques un sentido. Los argumentos de Murakami se desarrollan en un mundo de caos y aleatoriedad. Muchas veces ni siquiera es posible culpar a nadie del sufrimiento, lo cual es una buena noticia. Tal como decía Viktor Frankl, el ser humano va en busca de sentido, pero gran parte de las cosas que nos suceden no lo tienen. Como en las novelas del autor japonés, muchas veces sentiremos que nuestra vida es un sueño donde las cosas suceden sin razón aparente. Podemos afrontar este hecho con dos actitudes opuestas: podemos lamentarnos de lo injusto o absurdo que es el mundo o bien surfear las olas que nos trae la existencia. De eso va la cuarta lección.
4. Si sobrevives al caos, ya has ganado. Dado que afrontamos solos muchos lances de nuestra existencia, si sabemos además que todo es imprevisible y que las cosas no tienen por qué tener un sentido, tal vez el arte de vivir sea salir lo mejor librados posible. Venimos al mundo a experimentar cosas, a tropezar y a resolver problemas, como hacen los personajes de Murakami. El premio es seguir adelante en la partida.
5. El orgullo y el miedo nos quitan lo mejor de la vida. En su ensayo De qué hablo cuando hablo de escribir, Murakami menciona una anécdota tan mágica como triste. Al parecer, en 1922 James Joyce y Marcel Proustcoincidieron en un mismo restaurante de París, donde cenaron en mesas cercanas. Los comensales que los reconocieron estaban emocionados, esperando que aquellos gigantes de la literatura empezaran a debatir. Nada sucedió. En palabras del japonés: “La velada tocó a su fin sin que ninguno de los dos se dignase dirigir la palabra al otro. Imagino que fue el orgullo lo que frustró una simple charla, y eso es algo muy frecuente”.
¿Cuántas veces nos hemos perdido una oportunidad, personal o profesional, por no haber dado el paso? Se trate de orgullo, como interpreta Murakami, o de miedo a ser rechazados, al contenernos tal vez dejemos la más bella página de nuestra historia por escribir.
En busca de la ternura perdida
— Tal y como comenta Carme García Gomila en un ensayo para Temas de Psicoanálisis, la soledad de los personajes de Murakami va más allá de las “relaciones líquidas”, el concepto del sociólogo Zygmunt Baumanpara explicar el fin de los vínculos “para toda la vida” en un mundo en el que el amor se ha vuelto provisional y precario. — Según García Gomila, bajo la rigidez de la sociedad japonesa late una ternura etérea, casi indetectable, pues está largamente reprimida en el alma japonesa y tal vez actualmente en la occidental. Las peripecias de los personajes de Murakami, en ese sentido, son una búsqueda desesperada de esa ternura que, con suerte, algún día tuvieron —quizás a través de su madre— y que se oculta dormida en el fondo de su alma.
Francesc Miralles es escritor y periodista experto en psicología.
Repasé en mi vida la extenuación del miedo hielo en días estáticos arrecife de pies prestos. Permuté en ronroneante aire horado bisel de mis labios, bisbiseo…imperceptible ante ti contoneo, brandy poroso para mí sigilo, silencio. Mientras el corazón se enlaza atónito, áspero, dramaturgo impelito por la percepción de espolones temidos bríos de vocablos, siglas que aguardan desde el más allá, imantadas…implacables pliegos desiertos. […]
Repasé en mi vida
la extenuación del miedo
hielo en días estáticos
arrecife de pies prestos.
Permuté en ronroneante aire
horado bisel de mis labios, bisbiseo…
imperceptible ante ti contoneo, brandy poroso
para mí sigilo, silencio.
Mientras el corazón se enlaza atónito, áspero, dramaturgo impelito por la percepción de espolones temidos brío de vocablos, siglas que aguardan desde el más allá, imantadas… implacables pliegos desiertos.
Entretanto mi memoria yace entregada a la última lámina de la luna… retoño sin envoltura, salvaje destino de vacuas reminiscencias por la visión del retorno inconsciente desgarros de la nada y deslices días.
La tarea del arte es esa, transformar todo eso que nos ocurre continuamente, transformar todo eso en símbolos, transformarlo en música… transformarlo para que pueda perdurar en la memoria de los hombres, ese es nuestro deber, debemos cumplir con el sino nos sentimos muy desdichados, en el caso del escritor o en el caso de […]
La tarea del arte es esa, transformar todo eso que nos ocurre continuamente, transformar todo eso en símbolos, transformarlo en música… transformarlo para que pueda perdurar en la memoria de los hombres, ese es nuestro deber, debemos cumplir con el sino nos sentimos muy desdichados, en el caso del escritor o en el caso de todo artista tiene el deber de transmutar todo eso en símbolos y esos símbolos pueden ser, imagino, pueden ser colores, pueden ser formas, pueden ser sonidos… y en el caso del poeta, son sonidos y también son palabras, fábulas, relatos… poesías. Quiero decir, que la tarea del poeta es continua, porque no se trata de trabajar de tal hora a tal hora, uno continuamente está recibiendo algo del mundo externo y todo eso tiene que ser transmutado y en cualquier momento de puede llegar esa revelación, el poeta no descansa, está trabajando continuamente, hasta cuando sueña, trabaja, además la vida del escritor es una vida solitaria, uno cree estar solo y al cabo de los años, si los astros son propicios, uno descubre que uno está al centro de una especie de vasto círculo de amigos invisibles, de amigos que uno no conocerá nunca físicamente pero que lo quieren a uno y eso es una recompensa más que suficiente
Nació en Bilbao, el 29 de septiembre de 1864, siendo su nombre completo, Miguel de Unamuno y Jugo.
Se doctoró en Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, con la tesis titulada «Crítica del problema sobre el origen y prehistoria de la raza vasca» (1884). Este estudio mostraba su ideología contraria al nacionalismo vasco de Sabino Arana.
Ocupó la cátedra de griego en 1891, en la Universidad de Salamanca, y en 1901 el cargo de Rector, al que debió renunciar en 1914, por las hostilidades hacia la monarquía de Alfonso XIII, pero continuó como profesor de griego.
Sus ideas lo enfrentaron, en 1924, con el dictador Miguel Primo de Rivera, quien lo desterró a Fuerteventura (Islas Canarias). Huyó de allí hacia Francia, para volver a su tierra en 1930, cuando fue destituido Primo rivera.
Al ser proclamada la República, en 1931, ocupó nuevamente el cargo de Rector de la Universidad, hasta julio de 1936, cuando sus declaraciones revolucionarias, le valieron su nuevo alejamiento de la conducción académica. Al llegar Franco al poder, lo restituyó, pero pronto lo perdió nuevamente, al enfrentarse también con las ideas de este régimen, al que condenó públicamente, diciendo: «venceréis, pero no convenceréis». La respuesta no tardó en llegar, de parte del General Millán Astral: «¡Viva la muerte y muera la inteligencia!».
Unamuno tuvo la influencia del racionalismo y el positivismo, a través Arthur Schopenhauer y Adolf Von Harnack, entre otros. Preocupado por la situación que atravesaba España, tuvo ideas claramente socialistas, expresadas en el periódico «El Socialista».
Abandonó el racionalismo, adoptando el motor de la fe, a la que calificó como «mentira vital». Pensaba, sin embargo, en la muerte como fin, pero también en la necesidad de la idea de inmortalidad, para darle sentido a la existencia.
Su obra muestra una profunda angustia ante un Dios silencioso, un tiempo que transcurre inexorable y la idea de la muerte. Temas como la patria y la vida cotidiana, también son tratados en su obra.
Su aporte literario, que incluye narrativa, poesía y teatro, se extiende desde 1895 hasta 1930.
Su narrativa se inaugura con «Paz en la Guerra» (1895), donde se establece la relación del yo con el mundo y el condicionamiento de la muerte. Le siguen: «Amor y pedagogía» (1902), donde se ironiza sobre la sociología positivista, «Niebla» (1914), obra a la que llamó nivela en un intento de renovar las técnicas narrativas. Escribió en 1913, un libro de cuentos, titulado: «El espejo de la muerte», y en 1917, «Abel Sánchez», donde trata el tema de la envidia. Su última narración extensa es «La tía Tula» (1921), donde se expresa el ansia maternal. Sus últimas novelas datan de 1930: «San Manuel Bueno, mártir» y «Don Sandalio, jugador de ajedrez».
En poesía, trató en los primeros tiempos de eliminar la rima, pero luego la utilizó. Se destacaron las siguientes obras: «Poesías» (1907), «Rosario de sonetos líricos» (1911), «El Cristo de Velásquez» (1920), «Andanzas y visiones españolas» (1922), «Rimas de dentro» (1923), «Teresa. Rimas de un poeta desconocido» (1924), «De Fuerteventura a París» (1925), «Romancero del destierro» (1928) y «Cancionero» (1953).
En teatro, su obra fue menos exitosa. Bajo la influencia de la tragedia griega clásica, sus obras fueron simples y esquemáticas en lo escénico, tratando de reflejar el drama que se desataba en la espiritualidad de los personajes. Sus principales obras teatrales fueron: «La esfinge» (1898), «La verdad» (1899), «El otro» (1932), «Fedra» (1918), «Raquel encadenada» (1921), «Medea» (1933), y «El hermano Juan», estrenada en 1954.
Falleció en Salamanca, el 31 de diciembre de 1936, sufriendo un arresto domiciliario, por su ideología política contraria al régimen de Franco.
Escritor, poeta y filósofo español, principal exponente de la Generación del 98.Nacio en Bilbao el 29 de septiembre de 1864. Entre 1880 y 1884 estudió filosofía y letras en la Universidad de Madrid, época durante la cual leyó a Thomas Carlyle, Herbert Spencer, Friedrich Hegel y Karl Marx. Se doctoró con la tesis Crítica del problema sobre el origen y prehistoria de la raza vasca, y poco después accedió a la cátedra de lengua y literatura griega en la Universidad de Salamanca, en la que desde 1901 fue rector y catedrático de historia de la lengua castellana.
Inicialmente sus preocupaciones intelectuales se centraron en las cuestiones éticas y los móviles de su fe. Desde el principio trató de articular su pensamiento sobre la base de la dialéctica hegeliana, y más tarde acabó buscando en las dispares intuiciones filosóficas de Herbert Spencer, Sören Kierkegaard, William James y Henri Bergson, entre otros, vías de salida a su crisis religiosa.
Sin embargo, las contradicciones personales y las paradojas que afloraban en su pensamiento actuaron impidiendo el desarrollo de un sistema coherente, de modo que hubo de recurrir a la literatura, en tanto que expresión de la intimidad, para resolver algunos aspectos de la realidad de su yo. Esa angustia personal y su idea básica de entender al hombre como «ente de carne y hueso», y la vida como un fin en sí mismo, se proyectaron en obras como En torno al casticismo (1895), Mi religión y otros ensayos (1910), Soliloquios y conversaciones (1911) o Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos (1913).
Miguel de Unamuno
El primero de los libros fue en realidad un conjunto de cinco ensayos en torno al «alma castellana», en los que opuso al tradicionalismo la «búsqueda de la tradición eterna del presente», y defendió el concepto de «intrahistoria» latente en el seno del pueblo frente al concepto oficial de historia. Según propuso entonces, la solución de muchos de los males que aquejaban a España era su «europeización».
Sin embargo, estas obras no parecían abarcar, desde su punto de vista, aspectos íntimos que formaban parte de la realidad vivencial. De aquí que literaturizase su pensamiento, primero a través de un importante ensayo sobre dos personajes clave de la literatura universal en la Vida de don Quijote y Sancho (1905), obra en la que, por otra parte y en flagrante contradicción con la tesis europeísta defendida en libros anteriores, proponía «españolizar Europa». Al mismo tiempo, apuntó que la relación entre los dos protagonistas de Don Quijote de la Mancha simbolizaba la tensión existente entre ficción y realidad, locura y razón, que constituye la unidad de la vida y la común aspiración a la inmortalidad.
Miguel de Unamuno
El siguiente paso fue la literaturización de su experiencia personal a fin de dilucidar la oposición entre la afirmación individual y la necesidad de una ética social. El dilema planteado entre lo individual y lo colectivo, entre lo mutable y lo inmutable, el espíritu y el intelecto, fue interpretado por él como punto de partida de una regeneración moral y cívica de la sociedad española. Él mismo se tomó como referencia de sus obsesiones del hombre como individuo: «Hablo de mí porque es el hombre que tengo más cerca.»
Su narrativa progresó desde sus novelas primerizas Paz en la guerra (1897) y Amor y pedagogía (1902) hasta la madura La tía Tula(1921). Pero entre ellas escribió Niebla (1914), Abel Sánchez (1917) y, sobre todo, Tres novelas ejemplares y un prólogo (1920), libro que ha sido considerado por algunos críticos como autobiográfico, si bien no tiene que ver con hechos de su vida, sino con su biografía espiritual y su visión esencial de la realidad: con la afirmación de su identidad individual y la búsqueda de los elementos vinculantes que fundamentan las relaciones humanas. En ese sentido, sus personajes son problemáticos, víctimas del conflicto surgido de las fuertes tensiones entre sus pasiones y los hábitos y costumbres sociales que regulan sus comportamientos y marcan las distancias entre la libertad y el destino, la imaginación y la conciencia.
Su producción poética comprende títulos como Poesía (1907), Rosario de sonetos líricos (1912), El Cristo de Velázquez (1920), Rimas de dentro (1923) y Romancero del destierro (1927), éste último fruto de su experiencia en la isla de Fuerteventura, adonde fue deportado por su oposición a la dictadura de Miguel Primo de Rivera. También cultivó el teatro: Fedra (1924), Sombras de sueño(1931), El otro (1932) y Medea (1933).
Sus poemas y sus obras teatrales abordaron los mismos temas de su narrativa: los dramas íntimos, amorosos, religiosos y políticos a través de personajes conflictivos y sensibles ante las formas evidentes de la realidad. Su obra y su vida estuvieron estrechamente relacionadas, de ahí las contradicciones y paradojas de quien Antonio Machado calificó de «donquijotesco».
Considerado como el escritor más culto de su generación, Miguel de Unamuno fue sobre todo un intelectual inconformista que hizo de la polémica una forma de búsqueda. Jubilado desde 1934, sus manifiestas antipatías por la República española llevaron dos años más tarde al gobierno rebelde de Burgos a nombrarlo nuevamente rector de la Universidad de Salamanca, pero fue destituido a raíz de su pública ruptura con el fundador de la Legión. En 1962 se publicaron sus Obras completas, y en 1994 se dio a conocer su novela inédita Nuevo mundo.
Miguel de Unamuno y Jugo, falleció en Salamanca el 31 de diciembre de 1936
La lengua es el mayor patrimonio público de una comunidad. Son muchos los estudios que han investigado la complicidad de las palabras, el poder y la democracia. El arte de las buenas conversaciones alimentó la capacidad comunicativa de la razón ilustrada del mismo modo que la pérdida del pudor lingüístico derivó en el peligroso empleo de la manipulación colectiva. Los discursos totalitarios necesitan palabras que fomenten el odio y conviertan al otro en un enemigo y a sus diferencias en una amenaza que se debe tratar de forma castigadora. La crispación, los esquematismos caricaturescos y las argumentaciones demagógicas que caracterizan una parte de los debates políticos actuales juegan con el fuego que quemó a sociedades como la Alemania nazi o la Unión Soviética de Stalin. El desprestigio de la democracia empieza por la degradación del lenguaje.
Leo algunos estudios de la profesora Silvia Betti, miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, sobre los ataques contra el español que empezaron a producirse cuando Donald Trump tomó posesión de la presidencia de Estados Unidos. La medida de borrarnos de la página oficial de la Casa Blanca fue una declaración de hostilidades contra un idioma que hablan más de 50 millones de sus ciudadanos y que es la segunda lengua del país.
No se equivoca Trump al identificar la identidad con la lengua, porque ya explicó hace muchos años Miguel de Unamuno que el día de la raza debería ser en realidad el día de la lengua. La gravedad de la política de Donald Trump reside, con su campaña de sólo inglés, en definir la identidad norteamericana como un mundo cerrado, agresivo con lo otro. Empuja a su lengua y su raza hasta la xenofobia. Que los hispanos sean insultados por hablar su idioma materno en la cola de un supermercado o que los niños sientan vergüenza de su lengua en un colegio son síntomas de la degradación democrática que supone cualquier tipo de supremacismo.
Ante esta situación, los que somos lectores de Miguel de Cervantes, Andrés Bello o Elena Poniatowska podemos imaginar nuestra lengua con un deseo ético, pensar en su futuro como un relato democrático. Tenemos la obligación de conseguir que el español, una lengua materna para 480 millones de personas en el mundo, represente una cultura de seducción democrática.
Está claro que el español debe asumir también el reto de avanzar como lengua para la ciencia y la tecnología. Es triste que grandes aportaciones hispanas en estos ámbitos tengan que escribirse en inglés y resulta un verdadero disparate que los sistemas de evaluación oficiales hayan generado una dinámica que castigue a las publicaciones en español.
Pero la discusión decisiva apunta hoy a lo que Federico García Lorca denunció en Poeta en Nueva York como «ciencia sin raíces». La confianza en el progreso democrático se quebró cuando la avaricia económica rompió el pacto entre los avances científicos y éticos. Desde las armas de destrucción masiva hasta las especulaciones de las farmacéuticas, pasando por las destrucciones ecológicas, hay demasiados motivos para comprender que el progreso científico y técnico se separa con frecuencia de la dignidad humana. Razones de melancolía democrática que sospechan de las nuevas formas de superstición.
En la Europa del Brexit y los brotes totalitarios, en el mundo dibujado por gobiernos como los de EE.UU., Brasil, Rusia o China, me parece un ejercicio de imaginación moral muy factible proponer la cultura panhispánica como una apuesta de razonable optimismo, una seducción democrática basada en el respeto a los derechos humanos. Pese a la leyenda negra alimentada por otras civilizaciones siempre más inclinadas al mercantilismo y la piratería, el español supo entenderse desde sus orígenes con otras lenguas, basó su capacidad de extensión en su papel vehicular, respetó mucho más que el inglés la convivencia con las lenguas originales y aprendió, en las dos orillas, que es tan importante conservar la unidad del idioma como respetar las singularidades geográficas de sus hablantes. Es decir, aprendió a ser al mismo tiempo lengua materna y espacio de comunicación estandarizada.
¿Un sueño? Bueno, es el sueño y el relato de alguien que quiere vivir una realidad diferente. En España, en México, en EE.UU. …, sintamos el orgullo de convertir en verdad ética la lengua en la que aprendimos a decir madre, tengo frío, cuídame.
Walt Whitman, posando con una mariposa en 1883.Creditvía The Grolier Club
Han pasado dos siglos exactos: Walt Whitman nació el 31 de mayo de 1819. Doscientos años de textos leídos y releídos y traducidos. Y de mito biográfico, porque el poeta por excelencia de los Estados Unidos enseguida se convirtió en un emblema de la libertad. Política, sexual, artística, condensada en su forma poética por excelencia: el verso libre.
Las ocho ediciones que rescribió en vida de Hojas de hierba —su obra maestra— no han cesado de multiplicarse desde el 26 de marzo de 1892, fecha de su muerte. Ni por un momento ha dejado de ganar lectores su poesía épica y democrática; su autoficción en verso preciso y libérrimo; su interpretación de Homero y de Shakespeare para contar la democracia del siglo XIX e imaginar la del futuro; su invención de un yo que baila alegre con todas las células que componen los Estados Unidos de América, sin discriminar entre mujeres y hombres, entre blancos y negros, entre burgueses y vagabundos, entre las ciudades y los campos; su poesía caminante, ambulatoria, nómada.
Su poética moderna y posmoderna cree tanto en el fragmento como en el todo y es cosmopolita (reconoce a todos “los países contemporáneos”), ecológica (hermana al hombre con la hierba y con el musgo y con las amadas bestias) y tecnológica (surcada por barcos de vapor y por redes telegráficas).
Pero el poeta fue, al mismo tiempo, periodista. “Entré a trabajar en un periódico semanal, que era también imprenta, para aprender el oficio”, escribió Whitman en Días ejemplares de América. “Después, trabajé en el Long Island Star, el periódico de Alden Spooner”, y fundó más tarde su propio semanario, The Long-Islander; y fue colaborador en muchos medios y editor jefe de muchos otros también (y librero fugaz, pero ésa es otra historia). En todas esas tribunas atacó la esclavitud y defendió la igualdad, digno interlocutor de Ralph Waldo Emerson, Paulina Wright Davis y Henry David Thoreau.
Como dice el poeta y traductor Eduardo Moga en el excelente prólogo a su histórica traducción de Hojas de hierba, Whitman abre su léxico al lenguaje arcaico y al técnico, a los barbarismos y a lo coloquial, y también a las malas palabras, sin miedo al excremento ni al sexo ni a la basura ni al semen.
Publicados ambos en el ecuador del siglo XIX, Las flores del mal, de Charles Baudelaire y Hojas de hierba, de Walt Whitman, los dos proyectos inaugurales de la poesía moderna, son paralelos y complementarios y kamikazes. Revientan el clasicismo o, al menos, lo reinventan; superan la oposición entre lo bueno y lo malo, lo feo y lo bello; son heterosexuales, homosexuales, bisexuales, poliamorosos; transforman en poesía a las ratas y a los borrachos y a las prostitutas; bajan —en fin— hasta el abismo (de los testículos, del útero, de los bajos fondos, de las fosas fecales, de las fosas abisales) para parir lo nuevo.
Estos doscientos años de poesía y de periodismo lo han sido también de puentes transatlánticos, de mestizaje y de profecía: “A esta plural identidad americana del futuro, el carácter hispano ha de proporcionarle algunos de sus rasgos más necesarios”, dijo en la conferencia “El elemento español de nuestra nacionalidad”, en Camden, Nueva Jersey, el 20 de julio de 1883.
La poesía en nuestra lengua se vuelve moderna gracias a dos agentes secretos, a dos infiltrados. Mientras que el nicaragüense Rubén Darío, que se había inyectado en vena la poesía francesa durante los años previos, viaja a París, se desencuentra con su ídolo Paul Verlaine —entonces sí se volvió angustiosa su influencia—, pasa por La Habana, Nueva York, Madrid y Buenos Aires, y finalmente se instala en la Ciudad de las Luces; el cubano José Martí sobrelleva su exilio en los Estados Unidos de América, donde el 14 de abril de 1887 asiste a una conferencia de Whitman en el teatro Madison de Nueva York (Mark Twain estaba en otra butaca, pero ésa también es otra historia).
De ese encuentro y de tantas lecturas previas surge “El poeta Walt Whitman”, una crónica que es perfil, que es paráfrasis, que es ensayo y que algo tiene de manifiesto: “¿Rimas o acentos? ¡Oh, no! Su ritmo está en las estrofas, ligadas, en medio de aquel caos aparente de frases superpuestas y convulsas, por una sabia composición que maneja en grandes grupos musicales las ideas, como la natural forma poética de un pueblo”.
Darío y Martí son los DJs que remezclan a Whitman con la poesía francesa en los platos pinchadiscos de los acentos hispanoamericanos. Los metros se expanden como lo hacen los géneros. Y a partir de entonces convivirán en los libros los poemas y los cuentos. Y el periodismo será la incubadora de todos los experimentos.
Las crónicas, que en esa época dejaron de viajar en barco, dejaron de tardar semanas entre la escritura y la publicación, se volvieron instantáneas por arte del telégrafo, nerviosas, globales: y poesía.
Es cierto que Whitman recorre la poesía en español en la obra de Vicente Huidobro, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Federico García Lorca (“duerme a orillas del Hudson / con la barba hacia el polo y las manos abiertas”), Raúl Zurita, Olga Orozco o Manuel Vilas; pero lo es también que —a través de Darío y Martí— su espíritu inquieta la crónica en nuestra lengua de escritores como Gabriel García Márquez, Elena Poniatowska, Pedro Lemebel o Martín Caparrós.
Como recordó Susana Rotker en su brillante ensayo La invención de la crónica, para los autores modernistas el periodismo y la poesía son vasos comunicantes, porque para ellos los diarios fueron escuelas del estilo literario, laboratorios poéticos, I+D de la literatura: “el camino poético comenzó en los periódicos y fue allí donde algunos modernistas consolidaron lo mejor de su obra”.
Un siglo después sus búsquedas de formas informes y de nuevas preguntas sigue viva; dos siglos después, y a través de ellos también, las de Walt Whitman nos interrogan en todos los ámbitos de la literatura. Solo si nuestros textos captan la frecuencia de los maestros y rescatan sus músicas y bailan con ellos —viejos hermosos, locas divinas— en las plataformas de nuestra propia época, solo entonces los homenajes y los centenarios cobran realmente sentido.
Veo en el jardín una rosa seca. Siento enseguida que agosto se acaba igual que una rosa seca. Un minuto después me da vueltas en la cabeza la idea de que la democracia española es una rosa seca. Tengo la costumbre de convertir en imágenes los sentimientos y las reflexiones. De esa manera puedo verlas con más objetividad, fuera de mí. Puedo también hacerle preguntas, porque ellas me ayudan a murmurar mis respuestas.
¿Por qué es la democracia una rosa seca? La verdad es que esta imagen conserva una carga grande de amor; no se trata de ningún desprecio. Después del largo invierno democrático vivido en Europa (racismo, injusticia social, impunidad, machismo, violación de derechos humanos, vergüenza en las fronteras, leyes mordazas, impunidad del dinero…), hay otras imágenes quizá más contundentes para hablar de democracia: el cadáver de un ahogado, la calavera en un desierto, el ataúd después de un bombardeo, los colmillos de un banquero, la reja oxidada de una cancillería.
Pero yo nací bajo una dictadura, envuelto con el papel de periódico de los años 50, y conservo por la democracia un amor melancólico que me impide usar estas imágenes degradantes. Prefiero la dignidad de la rosa seca. No está desde luego en un buen momento, pero arrebatarle toda la belleza no es una salida razonable. No lo ha sido nunca.
¿Entonces? ¿Qué hacer para mantener el respeto por las urnas? Pues no separar los resultados electorales de los problemas de la calle y tener muy en cuenta las medidas que puede adoptar un Gobierno. Yo no voto para que haya Gobierno, sino para que el Gobierno que haya represente y cumpla una política determinada. Las discusiones sobre votos, diputados y pactos son hojarasca de despacho si no nacen de una preocupación por las condiciones laborales de la gente, por la sanidad y la educación de la ciudadanía, por la igualdad y la libertad de las personas, por la transparencia de las instituciones… El voto es sólo un acto más de la convivencia democrática. Los resultados no pueden separarse de la reivindicación cotidiana y la movilización. Somos una ciudadanía, no un electorado o una ensalada de encuestas.
¿Y tú qué puedes hacer? Querida rosa seca, lo poco que yo puedo hacer es no dejar que me asusten con palabras. Te lo digo porque últimamente hay 3 palabras que me provocan muchos sobresaltos: intransigencia, responsabilidad y buenismo.
¿Eres intransigente? Si por intransigente te refieres a que niego a los demás su derecho a opinar, no, no soy intransigente. Y fíjate que digo opinar, no pensar, porque el pensamiento es un ejercicio que se practica poco en esta sociedad de telebasura. El pensamiento está más seco que tú, querida rosa democrática. Pero si intransigente significa defender mi derecho a opinar de acuerdo a mi conciencia, sin traicionarme, soy muy intransigente. Creo que la mayor amenaza para la España de hoy es un Gobierno del PP.
¿Es que no sabes ceder? No he hecho otra cosa en mi vida, pero cedo para construir con los demás un mundo más justo, no para facilitar que Rajoy siga liquidando el derecho laboral, el sistema público de pensiones, la educación y la igualdad. Que lo apoyen los que piensan y opinan como él. Si yo no lo apoyo, creo que, más que intransigente, soy coherente.
¿Y la responsabilidad? Todos somos responsables cuando decidimos, cuando nos callamos o cuando miramos hacia otro lado. Por eso me niego a que se identifique la condición de responsable con la persona que se somete a los intereses de una dinámica injusta. Yo me siento responsable ante los periodistas que no pueden ejercer su profesión con dignidad en RTVE o en Telemadrid, con las personas que soportan un trabajo indecente y un salario indigno, con las niñas segregadas en una educación machista, con los enfermos empujados a la sanidad privada por falta de inversiones, con… Para mí la verdadera irresponsabilidad es no buscar una alternativa al Gobierno de Rajoy.
¿Tú eres un buenista? No tengo por qué renunciar a la palabra bueno. Resulta significativo cómo se convierten en motivo de desprecio las buenas intenciones. Entre las élites hay muchos que no sólo opinan, sino que también piensan. Y el pensamiento reaccionario prefiere ridiculizar a sus adversarios en vez de enorgullecerse de sus canallerías. No afirman que la democracia y los parlamentos deben someterse a las exigencias salvajes de los especuladores. Prefieren llamarnos ingenuos o buenistas a los que buscamos alternativas políticas a las corrientes impuestas por los magnates del dinero. Me parece mucho más respetable el joven inexperto de buena voluntad que el viejo de los colmillos retorcidos que se ha acomodado en la mala sangre. Aunque no me olvido de que los viejos han sido jóvenes y de que son tan peligrosos los jóvenes sin memoria como los viejos cascarrabias. Hay también mucho joven retorcido. Y aquí me callo.
Ya está, querida rosa seca. No me hagas hablar más de la cuenta. Tengamos en paz tú y yo este final de agosto. Como soy buenista, siento que la democracia eres tú, una rosa seca. Si escribiese calavera, cadáver o ataúd, la cosa ya no tendría remedio. Pero una rosa es una rosa, nace de un rosal, y con un poco de abono y de riego hasta pueden surgir rosas nuevas de pétalos rojos, amarillos y morados.
Los historiadores de la literatura deben tener la precaución de no interpretar el pasado con los valores de su presente. Es poco objetivo identificar sin matices las inquietudes de hoy con la realidad de Cervantes, Jovellanos o Rosalía de Castro. Pero la literatura no es una crónica histórica, está hecha para ser habitada, para que los lectores hagan suyos los sentimientos y discutan las palabras como si fuesen un asunto propio. Así que la apropiación indebida del pasado es lo más natural, aquello que logra con su energía el buen artificio literario.
Diderot nos enseñó que la verosimilitud en el teatro no es fruto de la espontaneidad vital, sino de la vitalidad trabajada en las formas de la representación. De esaparadoja viven las emociones literarias. Y las emociones, los mestizajes entre el pasado y nuestro presente, son poderosas cuando las historias de ayer se rozan con el pan de hoy. Las inquietudes, por ejemplo, de Unamuno y Azaña nos abren los ojos de una manera significativa a la realidad que vemos pasar cada mañana por los medios de comunicación.
José Luis Gómez ha representado en el Teatro de la Abadía su Unamuno: venceréis, pero no convenceréis y su Azaña, una pasión española. Como espectador, no me sorprende ver a Unamuno y a Azaña sobre el escenario, con la verdad de su drama en carne y hueso. Uno sabe que la fuerza teatral de José Luis Gómez puede dar vida interior y exterior a cualquier personaje, viajar entre el hoy y el ayer con una capacidad de desdoblamiento y comprensión del otro. Sus desdoblamientos consiguen dibujar siempre la unidad de un marco común que imposibilita la indiferencia. El sentido de esa energía trabajada culmina cuando las palabras de Unamuno y Azaña nos interpelan sobre la hora presente.
Unamuno fue un intelectual honesto, valiente, capaz de ejercer la conciencia crítica. El problema es que su honestidad intelectual se quedó encerrada en sí misma, haciendo que la realidad del mundo fuese por un camino y sus pensamientos por otro. En los primeros meses de 1936 hablaba de golpe de Estado, hombres fuertes y soluciones a la degradación de la República, sin saber bien lo que decía, sin comprender que sus propuestas ayudaban al golpe de Estado de unos militares que no tenían nada que ver con su manera republicana de entender la verdad. Su ruidoso enfrentamiento con Millán-Astray, en el que se jugó lo poco que le quedaba de vida, no fue la consecuencia de una discusión política, sino la desesperación vanidosa de ver que el mundo no le daba la razón.
Con mucha frecuencia la realidad se empeña en llevarnos la contraria. Más que procurar imponernos a ella, conviene comprenderla y tomar postura sin creernos los dueños del mundo. Las dinámicas nacionalistas son un buen ejemplo del modo en el que la gente llega a separarse de los conflictos reales. Al final muchos intelectuales se olvidan de los conflictos, de la necesidad de resolverlos de la mejor forma, empeñados en demostrar su razón. Muy buenas cabezas independentistas y no independentistas, por ejemplo, llevan meses despreocupados de tomar conciencia del conflicto catalán y de sus posibles soluciones. Se dedican sólo a caminar en el laberinto afirmativo de su mundo interior. Son vanidades que se alimentan entre sí.
La vocación política de Azaña, y su pasión española, propone el ejemplo contrario. Le interesaba menos la nación que el Estado, la mística que el sentido cívico, la identidad sentimental que la emoción de crear instituciones capaces de construir un marco de convivencia en libertad. Sus paradojas no saltaban de un extremo a otro para encender conflictos, sino de una conciencia a otra para solucionarlos. Pese a la maquinaria de desprestigio que el pensamiento reaccionario montó desde antes de la Guerra, Azaña sigue siendo el mayor ejemplo político de serenidad y firmeza democrática en nuestra historia. Y a su lado don Juan Negrín.
Azaña, una pasión española representa un deseo: que decir ciudadano español sea equivalente a decir un ser libre. Por debajo late la idea de que la conciencia individual es inseparable del compromiso con el bien común. La libertad como bien común.
Esa alianza de conciencia individual, instituciones democráticas y sentido del Estado supone la mejor defensa de la dignidad política que podemos vivir ahora, frente a las nuevas alianzas del totalitarismo identitario y de la avaricia neoliberal.
La vocación y la conciencia como bien común. Decía Albert Camus que un país vale lo que vale su prensa. Decía Federico García Lorca que la salud de un país depende del estado de su teatro. Yo le agradezco a José Luis Gómez que me permita hablar del sentido profundo de la cultura y del teatro en un artículo de prensa.
Sol Arri es una joven escritora nacida el 14 de julio del año 2000 en Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Comenzó a escribir poesía a los quince años y a sus dieciocho, ya tiene cerca de ciento treinta poemas escritos. Su predilección por las letras la llevó a inscribirse en la carrera Artes de la
Escritura en la Universidad Nacional de las Artes, la cual está cursando actualmente. Estudia francés, inglés, da clases particulares; milita desde hace dos años en una agrupación política y desde hace cuatro dentro del feminismo.
En estos días, la entrevisté por su libro de poesía (rêve)rdecer (Niña Pez, 2019), recién sacado del horno. Allí hallamos versos ingeniosos y de una gran madurez.
¿A qué edad empezaste a escribir poesía por tu cuenta y cómo se dio? ¿Quién te inspiró?
Descubrí la poesía cerca de mis catorce años y me animé a empezar a escribirla a los quince. Un hecho curioso es que todos mis primeros poemas son en inglés: creo que es por un tema de intentar hacer un poco más impersonal algo tan íntimo como la poesía. Siendo que el inglés no es mi lengua nativa, creo que intentaba no quedar tan expuesta al escribir en ese idioma. Cuando empecé a conectarme un poco más con mis sentimientos, pude hacer la transición al español.
Una gran influencia, y quien me introdujo en el mundo de la poesía, fue mi tía: ella también es quien escribió el prólogo de mi libro. En torno a qué situación concreta me llevó a escribir poesía, creo que puedo afirmar que fue mi primer enamoramiento: la primera vez que sentí cosas fuertes por alguien (y al principio, pensaba que no era recíproco; terminó siéndolo, a medias) y necesité descargar todos esos sentimientos en algún lado.
¿Cómo fue que se te ocurrió publicar con la editorial Niña Pez?
Nuevamente, fue mi tía quien insistió en que lo hiciera. A fines del año pasado me había enviado la convocatoria y yo no le di mucha importancia y luego, en febrero de este año, me la envió de nuevo. Estaba atravesando un momento de muchos cambios en mi vida y decidí probar mandando mis poemas, algo que tal vez no hubiese hecho en otro momento de mi vida. Seleccioné veinticinco poemas, los ordené de una forma en la que para mí contaban una historia y separé en tres partes; lo envié y recibí una hermosa respuesta de parte de Jessica Boianover, quien creó Niña Pez, diciéndome que les gustaría editar mi primer libro. De ahí en adelante, todo fue un camino muy vertiginoso, pero increíblemente hermoso, que concluyó en la publicación de (rêve)rdecer.
¿Se tocan con mucha pasión los temas del empoderamiento y la libertad, ¿qué te empodera?
El empoderamiento y la libertad son pilares fundacionales del feminismo que milito día a día. Creo que la militancia misma (en todas sus formas), tener ambiciones y proyectos son en sí cosas que me empoderan: hacer cosas por mí misma y no para complacer a un tercero, tomar las riendas de mi propia vida. Esos son hechos que me hacen sentir bien, que me ayudan a darme cuenta de que no necesito de nadie más (aunque sí sea hermoso compartir experiencias y vida con otra gente): eso es el empoderamiento para mí, el estado máximo de control sobre mis decisiones y acciones. Poder escribir sobre mis propios sentimientos e incluso sobre complacerme a mí misma, es algo que no hubiese creído posible algunos años atrás: mi crecimiento personal tanto como mujer y como poetisa es la mayor muestra de empoderamiento que se me ocurre.
Escribiste «Nado en el cielo, vuelo en el mar». ¿Alguna vez te sentiste como un pez fuera del agua?
Sobre todo en mi momento de transición entre la primaria y la secundaria, cuando me estaba construyendo como persona y entendiendo cómo me quería parar frente a la vida. Eso terminó cuando construí mi grupo de amigas y amigos (que por suerte sigo manteniendo) y logré reencontrarme desde otro lugar con quienes solían ser mis amigas. Por lo demás, siempre me quedé cerca de las personas y situaciones que me hicieran sentir cómoda y comprendida.
En tus poemas aparece bastante la luna, ¿qué representa para vos?
Creo que las/os poetas en general tenemos cierta fijación con la luna: es una cuestión, en mi caso, de que aparece a la noche al igual que todos mis poemas. Lo nocturno tiene un rol central no sólo en la temática de lo que escribo, sino también en el momento en que escribo. Me atrevería a decir que la mayor parte de mis poemas fueron escritos durante la noche: el cielo, la oscuridad o tal vez incluso la soledad son elementos que me hacen reflexionar muy seguido. Y por supuesto, el factor estético: la luna como vigilante eterna, ilumina todo sin siquiera tener luz propia. Siempre que necesité inspiración, miré para arriba de noche (de hecho, el poema “Vaivén” de mi libro lo escribí enteramente observando la luna desde mi balcón).
¿Cómo es eso que figura en la contratapa de que cualquiera puede sentirse identificado con lo que se lee en este libro?
Es más una expresión de deseo: el querer que todas/os puedan sentirse identificadas/os, de cualquier forma, con algo de lo que yo haya escrito. También tiene mucho que ver con el “popularizar” la poesía: la historia de la literatura la ha relegado a un lugar en el que pareciera ser solamente accesible para gente erudita en extremo, con un entendimiento mayor del análisis literario. Eso es todo contra lo que quiero luchar cuando escribo: lograr que se la separe de esa estigmatización, que deje de ser algo inaccesible y que cualquier persona que lea pueda interpretarlo desde su propia subjetividad sin necesidad de ser un(a) crítico/a literario o de tener conocimientos literarios. Que interpele el día a día de todas/os, los sentimientos, las vivencias. Soy fiel creyente de que, si no escribimos poesía accesible, no deberíamos escribirla en lo absoluto.
¿Cuál es tu mayor miedo a la hora de escribir poesía? ¿O no hay miedos?
El terreno de la poesía (y la literatura en general) es uno de los espacios más seguros que conozco. Es un espacio que te permite explorar, preguntar, acotar o contradecir lo que sea sin miedo a ser juzgada o estar equivocada: y si hay miedos en la vida, se pueden vencer escribiendo acerca de ellos. Creo que si hay miedos en la poesía, ésta no está cumpliendo su propósito: si hay algo que busca hacer la poesía es poner en palabras sentimientos tan abstractos y aparentemente inalcanzables como el amor, la lujuria, la tristeza o el miedo. Un poco como la física, que también busca explicar cosas que vivimos todos los días. Y una vez que los ponés en palabras, que escribís sobre ellos, lográs un nivel de extrañamiento tal que te permite dejar de verlos como algo que te persigue y más como algo natural que hay que atravesar en las diferentes etapas de nuestra vida. Ya no te atraviesan de forma agobiante, sino que (por lo menos en mi experiencia) lográs dejarlos en el papel y que allí queden: después está en cada una/o el querer releerlos y revivirlos o no.
♣ A continuación, un poema que integra el nuevo libro:
Epílogo
¿Qué son las flores? ¿son su olor, su color, su textura? ¿son quien las riega? ¿son el tiempo que perduran? ¿son la cantidad de abejas que alimentan? ¿son la fortaleza de su tallo, la longitud de sus raíces? ¿son la cantidad de ojos que atraen y manos que quieren arrancarlas? ¿y qué es el viento? ¿es las palabras que arrastra, los olores? ¿es las cabelleras que despeina? ¿es los pulmones que lo reclaman? ¿es los árboles que derriba? ¿es las hamacas que mece? ¿y qué soy yo? ¿soy como me dejo tratar? ¿soy los cuerpos que abrazo? ¿soy las lágrimas que emito? ¿soy la cantidad de poemas que te escribo? ¿soy efímera como una flor, invisible como el viento? ¿soy? ¿me dejás ser?
A los 200 años de su nacimiento, el autor de ‘Hojas de hierba’ sigue siendo el gran poeta de la democracia, uno de los autores más influyentes de la literatura universal
Walt WhitmanULLSTEIN BILD / GETTY IMAGES
Walt Whitman nació el 31 de mayo De 1819 en Nueva York, en West Hills, a unos 40 kilómetros del actual Empire State Building, por dar un dato preciso, extraído de Google Maps. Calcula Google 10 horas andando desde West Hills hasta Manhattan. Más de una vez haría ese camino este poeta del que ahora se cumplen 200 años de su nacimiento. De Whitman no se ha dejado de hablar jamás, ha estado presente en todo momento de la historia literaria. Su fama no conoce altibajos. En eso ha acabado siendo como Dante, Cervantes, Shakespeare o Tolstói. Whitman es un fundamento de la literatura y el poeta más misterioso y a la vez popular de la modernidad. Haríamos bien en preguntarnos, aprovechando este bicentenario del autor de Hojas de hierba, por qué de vez en cuando la literatura produce esas obras casi sobrenaturales que se inscriben en la historia de una forma ineludible. Puede que Whitman, como Dante o como Tolstói, supiera que la literatura funda la ilusión de la espiritualidad, de las emociones vivas, sin la cual los seres humanos nos sentimos desamparados.
Exaltó su vida para que nosotros nos atreviéramos a hacer lo mismo con la nuestra. Nos liberó de la moral
No celebramos en Whitman ni en Cervantes ninguna inteligencia más allá de la que emana de la simplicidad e incluso de la vulgaridad de la vida. No nos enloquece ninguna pericia literaria, ninguna invocación de la literatura por la literatura, no nos quema la sangre ningún arte autorreferencial, ningún logro del estilo. Celebramos una expansión, un ensanchamiento, un crecimiento de la vida. Eso fue Whitman: la vida en expansión, una quemadura llena de belleza. Por eso, uno no puede entrar en la poesía de Whitman sin que lo que allí lee repercuta directamente en su concepción de la vida. De Whitman uno sale habiendo aprendido una lección que no ha sido rebatida hasta hoy. La lección se llama libertad interior. No ha habido después de Whitman ningún escritor que haya añadido ni una coma en esa expansión frenética del don de estar vivo.
Por eso, este bicentenario es importante, porque seguimos sin movernos ni una coma de lo que alumbró Walt Whitman. Y yo me pregunto por qué no ha habido ni un paso adelante en ese hermoso matrimonio entre literatura y autobiografía dionisiaca que fraguó el poeta americano. De la lectura de Walt Whitman un ser humano sale tocado por algo que va más allá de la literatura. Nadie sabe muy bien qué es ese más allá. El crítico George Steiner encontró ese más allá en Kafka, y lo definió como la energía propia de los fundadores de religiones. Imagino que no se le ocurrió otra comparación. En todos los grandes de la literatura se encuentra ese enigmático paso hacia el abismo, que acaba siendo un abismo lleno de inesperada alegría.
Pensar en Whitman y que aparezca Kafka parece una premeditación irónica de la vida misma. El éxito de Whitman sigue siendo el de siempre: descubrió los espacios desnudos, los espacios de la libertad absoluta que anida en el corazón de los seres humanos. Y al encontrarlos, los manifestó con una escritura que nunca había sido vista sobre la tierra. Kafka hizo lo mismo a través de unas tramas novelescas que jamás habían sido urdidas ni imaginadas.
Hay pozos interminables en los corazones de los seres humanos, esos pozos siguen siendo patrimonio efectivo y real de la literatura. Este bicentenario whitmaniano puede tener esa utilidad: recordarnos el patrimonio moral de la literatura, y específicamente de la poesía. Cuando hablamos de Whitman creo que hablamos de algo que va mucho más allá de un poeta. Hablamos de un profundo sentido de la insubordinación a la sociedad y de la subordinación amorosa al orden de la naturaleza. El centro de gravedad de Whitman sigue estando allí: la vida es superior a la civilización y la historia, al arte y la ciencia, al tiempo y la muerte, a cualquier orden que exceda el asombro indeterminado ante todo cuanto nos es dado contemplar. Hizo coincidir su visión de la vida con todo un país, al que él llamó América. Pensó que la fraternidad era la única forma de gobierno, y a eso lo llamó democracia. Contempló el nacimiento de una nación y fue consciente de ello. Esa consciencia hoy nos sigue maravillando.
La libertad del hombre no puede ser ni ofendida ni avasallada ni puede ser denigrada ni derrotada. Por eso, uno no lee a Whitman exactamente; uno se deja conmocionar por Whitman. De la libertad política al erotismo universal había también un paso, que Whitman dio. Otros vieron también el nacimiento de los Estados Unidos de América, pero no supieron darse cuenta. Que solo él supiera darse cuenta es inquietante. Imagino que eso era lo que subyugaba a Jorge Luis Borges, otro whitmaniano confeso: el don de la visión, el don de saber mirar el presente, el don del misterio.
En Hojas de hierba hay un adanismo que ya no hemos vuelto a ver en las creaciones culturales occidentales. Ese adanismo, en mi opinión, fundó la autobiografía moderna. Hay una pregunta sencilla: ¿quién habla en Hojas de hierba? No, no es una voz poética, no es una ilustre retórica, no es una convencional tercera persona, no habla ningún recurso literario conocido. Habla un “yo mismo”, un myself que no habíamos caído en la cuenta de su existencia. Estaba con nosotros, pero nadie lo había nombrado. El myself de Whitman somos toda la humanidad convertida en anhelo de belleza y verdad.
Quien nos habla es un hombre llamado Walt Whitman y nos dice que el mundo fue creado para la humanidad entera, para su felicidad inconmensurable. Entendemos entonces que nosotros, que cualquier hombre, cualquier ser humano, puede hablarle al mundo. Whitman no hizo autoficción, porque la autoficción no es carnal, hizo autobiografía porque ésta sí es carnal. No necesitaba inventarse nada, porque inventarse su vida hubiera sido una triste ingratitud. Exaltó su vida para que nosotros nos atreviéramos a hacer lo mismo con la nuestra. Se dio cuenta de que en la vida de cualquier ser humano no había nada que esconder sino todo lo contrario. Así nos liberó de la religión, de la moral, de la política, de la hipocresía, e incluso de la propia literatura, de esa literatura que escondía al hombre.
Si Cervantes fundó la novela moderna, Whitman fundó la autobiografía contemporánea. Y nos sigue emocionando porque después de leer a Walt Whitman uno comprende la infinitud y la belleza no de la vida de Whitman, sino de la vida propia. La vida personal del que lee a Whitman se convierte en un acontecimiento sobrenatural. Imposible no amar esta poesía, esta poesía que, para colmo, fue escrita en prosa.
Manuel Vilas es autor de libros como Ordesa (Alfaguara) y de América (Círculo de Tiza).
DEL FOLLETÍN NOIR AL CUIDADO DE LA BARBA
LAURA FERNÁNDEZ
Se sabe que en 1852 Walt Whitman ya trabajaba en Hojas de hierba. Encadenaba todo tipo de empleos, siempre ligados al mundo de la imprenta y a publicaciones. En una de ellas, el New York Sunday Dispatch, hizo el último de sus infructuosos intentos por convertirse en novelista.
Entre el 14 de marzo y el 18 de abril publicó, por entregas y de forma anónima, Vida y aventuras de Jack Engle: una autobiografía, suerte denoir urbano (del XIX), de misterio dickensiano con maltratado huérfano como protagonista, que se recuperó y se editó por primera vez como libro en 2017 y llegó a España ese mismo año por partida doble: Funambulista y Libros del viento.
En la misma línea, y también en 2017, gracias al estudioso Zachary Turpin, se descubrió que el volumen de irónicos y bizarros consejos tituladoGuía para la salud y el entrenamiento masculinos que había publicado en 1858 un tal Mose Velsor era, en realidad, obra del propio Whitman —Velsor era el apellido de soltera de su madre—. La obra, un desopilante manual para aprender a cuidar barbas, elegir zapatos cómodos y cosas por el estilo, aterrizó primero en Estados Unidos y luego lo hizo aquí, en esta ocasión a través de Nórdica, también el año pasado.
También puedes ver, Walt Whitman el poeta de la libertad. 5poema y frases célebres en:
Walt Whitman. El poeta de la libertad; 5 poemas y frases célebres.
Antonio Machado tenía una mirada que veía el azul rapsodia de ‘saudade’ y melancolía en la claridad de sus últimos días y apunta que al filo del final renace el mismo sol que iluminó la inocencia
Poco antes de morir, el poeta va tirando versos sobre el camino. Envejeció con cada paso que lo llevó al exilio. Va con su madre, que pregunta si llegarán a Sevilla, cuando llegan al pueblo francés de Colliure y se cose la postrera bandera de España con franja morada que ondea hoy mismo en un colegio de México y en la memoria viva de ese pueblito al filo de la frontera con Francia por donde salió una parte de España.
Se llamó Antonio Machado y se cumplen 80 años de aquel 22 de febrero. Quizá sin saberlo, su mirada veía el azul rapsodia de saudade y melancolía en la claridad de sus últimos días y apunta –para que nadie olvide—que al filo del final, renace el mismo Sol que iluminó la inocencia en infancia, la mínima sonrisa de un niño que mira de lejos un caramelo o su propio reflejo en el diminuto espejo que lleva en las manos su abuela. Miles de fantasmas cruzando el paisaje con todos los soles de sus vidas encima, en medio de la niebla y la pólvora, blanco y negro de una película que urge volver a filmar con un dron que recorra el camino de Barcelona hasta los campos alambrados que izaron en Francia como cárceles con el mar como muro. Filmar de nuevo el instante en el que se tira sobre la camita de un hotelito en Colliure el fatigado lomo de un hombre hecho libro de su propia poesía cansada y enfocar la lente del dron que sobrevuela ahora en colores el paisaje en sepia de todos los senderos por donde peregrinan las sombras anónimas de todos los exiliados, los que llegan hasta los campos de concentración y los que se enfrentan hoy mismo al muro en Tijuana o los que bogan en el mar como carcelero de su esperanza perdida.
Filmar hoy mismo la hilera de sílabas que murmuran los poetas al filo de la muerte y el susurro de una canción muda de cuna para el niño que va en brazos, la niña que llora desconsolada mientras la migra catea a su madre como sospechosa, los brazos abiertos en cruz de todos los viajeros que son revisados como presuntos pilotos del terrorismo de nuestros tiempos y la mirada vidriosa de una pupila que ya ni llorar el agua salada acumulada bajo los párpados que se parece tanto a la Tierra, planeta como canica de agua azul que flota en medio del infinito terciopelo negro cacarizo de diamantes que son estrellas, que son luz que ya sabemos que en realidad se extinguieron hace ya tanto tiempo… porque «hoy es siempre todavía».
«Porque, no sólo «se asesinan los hombres en el Extremo Este», como cantaba el gran Rubén Darío (mucho más grande que todo cuanto se ha dicho de él), sino que también, en el «Extremo Oeste» se está ensayando con el más vil asesinato de un pueblo que registran los siglos (…) «
Antonio Machado y Miguel Hernández. Poetas luchadores y mentores de conciencias nuevas
INTRODUCCIÓN AL TEMA
Es relevante conocer de qué modo se instaura el pensamiento esperanzado de dos poetas luchadores, Antonio Machado (1875-1939) y Miguel Hernández (1910-1942), en el campo literario y cómo la temática subyacente en sus poemas tienen plena vigencia en el mundo actual.
Este trabajo pondrá en contacto las ideologías de ambos escritores que, mediante sus poemas, gestaron la posibilidad de un mundo diferente durante la Guerra «Civil» Española (¿de qué modo una guerra puede ser «civil»?). La posición ideológica de estos poetas «marcó caminos» y «guió a otros» a través de sus letras, generando «nuevas conciencias» en la sociedad, lo cual no ha sido una empresa menor.
Pero, ¿qué tienen en común estos autores tan dispares en épocas generacionales como en estilos literarios? Pues varias cosas: su entereza, su humanidad admirable, pusieron su intelecto al servicio de la, mal denominada, «Guerra Civil» Española y compartieron el mismo destino trágico debido a sus poemas.
Tradicionalmente, las «literaturas españolas» encasillan la labor machadiana en la Generación del 98’ mientras consideran que la obra de Miguel Hernández posee características de la Generación del 36’; no obstante, surgieron ciertas controversias pues muchos autores (entre ellos, Dámaso Alonso) han comprobado mayor afinidad del escritor alicantino con la Generación del 27’. Si bien en las «literaturas españolas», estos autores se estudian generalmente por separado, me dispongo a hacer una elipsis temporal puesto que analizaré la unidad de espíritu que encuentro en ambos escritores al enarbolar la bandera de los valores humanos.
Antonio Machado y Miguel Hernández, son dos referentes obligados en la historia de la Literatura Española que estuvieron comprometidos con la historia de su país. Sus poemas perduraron por sus singulares características estilísticas, pero ideológicamente se destaca la búsqueda de un «hombre nuevo«, pues ambos escritores apuestan a un futuro mejor.
Pero ¿cuál ha sido el haz de luz que me llevó a ampliar mis lecturas sobre estos poetas?
La profesora Graciela Ballestrino, en las clases de la cátedra de «Literatura Española» expresó sobre Antonio Machado que «escribió poesías para todos» y sobre la poesía de Miguel Hernández dijo que fue un «arma de guerra» agregando que durante la Guerra Civil Española, la literatura cumplió un «rol social». Por lo tanto, pretendo rescatar este carácter «colectivo» aderezado con «raíces populares». En efecto, la obra poética con la cual trabajaré se restringe a los poemas escritos en el marco de la Guerra Civil Española e intentando esbozar algunas características particulares del pensamiento ideológico de ambos poetas, trataré específicamente el punto de vista socio-crítico.
I. CONTEXTO HISTÓRICO:«Guerra tras Guerra»
La Guerra Civil Española comenzó con una sublevación militar en Julio del año 1936, caracterizada por un gran antagonismo ideológico en el que se reflejaban las luchas de clases, y culminó en Abril del año 1939 con la instalación de un régimen ditactorial al mando del General Franco. Sin embargo, España ya venía padeciendo el dolor de tres guerras civiles anteriores, las Guerras Carlistas, desencadenadas a partir de una problemática sucesión al trono luego del reinado de Fernando VII.
Durante la Guerra Civil Española colisionaron, dos Españas que no eran precisamente las «dos Españas» de Antonio Machado, quien solía contraponer la España «del pasado» a la España «del presente», sino más bien dos modos de pensamientos políticos divididos en «bandos de izquierda» (milicianos o revolucionarios) y de derecha (fuerzas militares fascistas).
Intelectuales de todo el mundo expresaban artísticamente dolor, desgarro y admiración por la sangre española que se derramaba en cruenta lucha diaria. Muchos poetas extranjeros se solidarizaron con la causa española entre los que sobresalieron el cubano Nicolás Guillén, el chileno Pablo Neruda, y el peruano César Vallejo. La edición en España de estos poemas que apoyaban la resistencia española surgiría entre bombardeos, sangre, lucha, vida y muerte:
«(…) Bajo un diluvio de hombres extinguidos
España se defiende (…)»
El incendio, Miguel Hernández
II. GENERACIONES DEL 98’ Y DEL 27’: «Bajo un mismo cielo revolucionario»
Los revolucionarios poetas proponen, bajo sus perspectivas particulares, una «nueva España».
El marco histórico en el que se desencadena la literatura de la Generación del 27’, así como el contexto general de la Generación del 98’ está relacionado con la esperanza de un futuro mejor.
Para los intelectuales de la Generación del 98’ el mundo merecía cambiar esa mirada desganada y corrompida, que significó el pasado español cuyo mayor pecado fue girar alrededor del tema de la «honra», por una mirada ampliamente crítica de la sociedad sin adoptar una postura revolucionaria activa. En este sentido Antonio Machado fue la excepción pues mantuvo una postura «de izquierda» hasta su muerte.
Debido a la necesidad de esclarecer los límites que contornean la poesía de Miguel Hernández, debo explicitar que la Generación del 27’ se destaca ante todo por recuperar las «tradiciones populares españolas» (coplas, romances), tanto sus formas musicales como, así también, las poéticas; combinándolas con «recursos vanguardistas» del ultraísmo (imágenes chocantes y asociaciones absurdas) y del surrealismo (intentan expresar la irracionalidad del inconsciente). A los escritores de la Generación del 27’ les interesaba la pureza formal. No obstante, las circunstancias políticasobligaron a Miguel Hernández a tratar temas sociales y en este sentido se asemeja a los escritores de la Generación del 36’ quienes esperaban conseguir un mundo nuevo a través de la lucha, consideraban que junto al sacrificio de miles de españoles surgiría un mundo renovado, con leyes más justas; es lo que se denominó la «poesía social», correspondiente cronológicamente con el año en que se inició la Guerra Civil.
Los pensamientos de Antonio Machado y de Miguel Hernández están sintonizados por una preocupación fundamental por el hombre y un inconformismo ante el mundo que los rodea.
Hace poco, en mis conversaciones cibernéticas con un amigo español, éste me dijo:
«A los españoles, las guerras civiles nos borraron las ganas de luchar contra la monarquía, nosotros no la consideramos necesaria, sin embargo el más fuerte siempre se impone y tiene armas para callar conciencias.»
Sin embargo, no considero real que «las conciencias se silencien con armas», las verdaderas armas invencibles son las palabras, son verdaderamente invencibles aquellas palabras que perduran traspasando las barreras temporales y espaciales. Antonio Machado y Miguel Hernández son prueba de ello.
No es extraño que tanto AM como MH abrazaran «la causa revolucionaria» pues la España sublevada era de «población rural» y en este sentido no debemos olvidar que AM en sus poemas se identificaba con la naturaleza y con las historias mínimas de los habitantes de España, mientras que MH, nacido en un contorno social campesino no podía hacer otra cosa más que amar su originaria naturaleza proclamando el «amor social». Ambos escritores coincidían en mostrar la trama del «ideal humano». AM resume «el ideal humano» cuando le cede la voz a su heterónimo Juan de Mairena: «Por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre».
III. COMPROMETIDOS CON SU TIEMPO
Ambos escritores españoles se identificaron con el pueblo español bajo dos posturas diferentes y sin embargo muy comprometidas:
Antonio Machado, perteneciente a la Generación del 98’, se instaura como un caminante observador de su patria y a partir de sus detallados análisiscontrapone las dos Españas: una España «gloriosa», perteneciente al pasado; y la otra «decrépita y en ruinas», perteneciente al presente, destacando en sus descripciones poéticas la importancia no de la «gran historia española» sino más bien de la «historias mínimas del pueblo», la historia de sus habitantes.
Si AM fijó su perspectiva sobre el pueblo español, entonces, no es raro que en el momento decisivo haya apoyado, fehacientemente, la causa revolucionaria.
AM, antes de morir exiliado, al término de la Guerra Civil, en Collioure, Francia, en el año 1939, escribió Poesías de la guerra denunciando el asesinato o «crimen», en Granada, de un grande de las letras españolas, el señor Federico García Lorca:
«Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico.
–sangre en la frente y plomo en las entrañas-.
…Que fue en Granada el crimen
sabed -¡pobre Granada!-, en su Granada…»
El crimen fue en Granada, Antonio Machado
La vida de AM sintetiza su lucha entre dos dimensiones, pues «en sueños, lucha con Dios» (plano metafísico, intenta lograr el ideal humano) y «despierto con el mar» (el mar aparece aquí como símbolo de la vida) y será ese mar el eje constitutivo de su obra que condensa la lucha del hombre en el plano terrenal:
«Todo hombre tiene dos
batallas que pelear:
en sueños lucha con Dios;
y despierto, con el mar.»
Proverbios y cantares, Antonio machado
Así, mientras AM vivió el dolor y la angustia por su patria desde una perspectiva descriptiva y analítica con la cual intentó develar y solucionar los «males de España», MH demostró su amor patriótico involucrándose activamente en las luchas civiles junto a su pluma-estandarte-guerrera.
Miguel Hernández, en el marco de lo que significó la guerra civil española, se levantó como el estandarte vivo del pueblo español cuyas letras fueron el mayor «altavoz» contra el fascismo. Así, encarnó la figura del poeta-soldado, pues unió el sentimiento de «vida» con el de «escribir». Su obra poética ha sido la resultante de esta conjunción conformando un compendio de poemas de lucha que amalgaman la vida, la muerte, el amor y la escritura.
Durante la Guerra Civil, la cuestión propagandística fue un «recurso manipulador» utilizado frecuentemente por ambos bandos en pugna.
En septiembre del año 1936, Miguel Hernández se reclutó en el bando republicano, en el Quinto Regimiento, para aliarse «con su pluma» a los intelectuales antifascistas. La presencia de la poesía republicana durante los casi tres años que duró la Guerra Civil fue crucial y MH ejerció como poeta, locutor y periodista, obteniendo el nombramiento de Comisario Cultural.
MH, con un humanismo característico enfrenta la guerra en pos de lograr la anhelada justicia social y su corazón se derrama «de sangre en sangre» en los artículos propagandísticos que suele escribir en periódicos y revistas.
Si AM lucha en sueños con lo divino en su afán por conseguir la «entereza humana», MH también luchará con los «pies en la tierra«, muy comprometido socialmente, y con su «mirada al cielo» buscando alcanzar al ideal humano.
En este sentido, ambos poetas siguen una misma lógica inspirativa regida por oscilaciones entre las «aspiraciones ideales» y las «realidades terrenales».
Los poemas de MH lo posicionaron como arquetipo republicano, pues tenían una función clara: servir a la (entonces «posible») victoria republicana, «alentar a los milicianos» y difundir sus ideales políticos entre los campesinos de España, «exaltando el valor de la bravura, de la valentía y justificando un pueblo levantado en armas«:
«(…) No soy de un pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones (…)»
Vientos del pueblo me llevan, Miguel Hernández
En estos tres versos se contrapone la idea del «pueblo sumiso» con un «pueblo revolucionario» y también se construye una línea jerárquica entre estas dos relaciones metaforizadas con la imagen del «buey» y del «león», respectivamente, en la que se advierte la significancia positiva del «león» como sinónimo de «valor».
Los títulos de algunos poemas suyos, lo instauran como un miliciano en plena lucha: «Canción del esposo soldado», «El soldado y la nieve»,«Viento del Pueblo».
El romancero de mayor importancia fue el militar, pues elevaba la moral de los soldados y los instaban a continuar la lucha revolucionaria. Numerosos poetas convergieron en lo que se denominó la «Poesía de urgencia» y en el mes de Noviembre de 1936 imprimieron el primer Romancero de la guerra civil, que constaba de treinta cinco romances (la métrica española popular octosílaba). Algunos intelectuales de los que colaboraron en estos medios depropaganda, fueron: Rafael Alberti, Luis Cernuda, Vivanco, Emilio Prados, Vicente Alexaindre, y por supuesto MH, entre otros.
MH murió en plena juventud, a los 31 años, en las mazmorras franquistas las cuales «truncaron la evolución de otra promesa talentosa de las letras españolas».
IV. FORMADORES DE CONCIENCIAS
Más allá de los malogrados hechos históricos, tanto Antonio Machado como Miguel Hernández trascienden las barreras de la muerte para renacer junto a cada poema leído o cantado. Las palabras lo dicen todo y el arte demuestra, una vez más, que ni siquiera la muerte silencia los pensamientos. Así, se concreta la mística de la «vida infinita» que MH dejaba latir en sus poemas.
AM y MH recurren a formas populares, pues no descartan la idea de influir en toda la sociedad. Así, reflexionan y luchan a través de sus poemas, «removiendo conciencias» a partir de un mundo significativo.
AM, crítico incansable de su sociedad, «denuncia» y podemos observar que la poesía funciona como mediadora de la historia pues, a través de ella, el hombre «dialoga» con su tiempo. Un ejemplo de ello son las siguientes cuartetas en las cuales el yo lírico interpela al pueblo español, responsable pasivo de la decadencia española del 98’, en los siguientes versos:
___Nuestro español bosteza
___ ¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío?
___ Doctor, ¿tendrá el estómago vacío?
___ El vacío es más bien en la cabeza.
Proverbios y cantares, Antonio machado
Los poemas remueven las conciencias y las desestabilizan, pero sin dejar de lado un tono esperanzado. En AM pueden rastrearse las huellas del pensamiento «regeneracionista» propio de la Generación del 98’, mientras que en MH adquieren mayor importancia los «espíritus por nacer», «mística naturalista» dirá Marie Chevallier, formando una infinita cadena de nacimientos que emulan «la infinidad divina» «perpetuada por la unión corporal».
En A un olmo seco de AM, los lexemas «rama enverdecida», «corazón», «luz«, «vida», «milagro» y «primavera» refuerzan el campo semántico del «nacimiento», dotándolo de caracteres positivos que aguardan un futuro mejor:
«(…) olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama enverdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.»
A un olmo seco, Antonio Machado
MH sintetiza en Dos canciones la idea de ciclo permanente, asemejándose al recorrido de la cinta de Moebius, como un constante transcurrir aunando las esperanzas del nuevo ser y sintetizando «la fusión amorosa sensible exaltada», asimismo el «vientre» también tiene otras acepciones, no es sólo el vientre de la mujer amada, pues a la vez simboliza la Patria del poeta en tránsito hacia el «nuevo futuro», que por supuesto, MH nunca verá concretado.
«Se puso el sol.
Pero tu temprano vientre
de nuevo se levantó
por el oriente»
Dos canciones, Miguel hernández
MH recurre al símbolo del agua para introducir la idea de «espejo interno», en el cual también se percibe la «regeneración corporal y espiritual» a la que hace referencia Manuel Alvar cuando detalla la simbología de AM, pues en el hombre reposa la voluntad de que el agua sea «clara» o «removida». Esta simbología apunta a un «hombre ideal», cuyos cimientos sólo sean el «amor», sinónimo de agua clara. Asimismo, ambos poetas dejan plasmado el mayor valor, lograr el «ideal humano»:
«En el fondo del hombre
agua removida (…)»
«En el agua más clara
quiero ver la vida (…)»
Cancionero y Romancero de ausencias, Miguel Hernández
«Virtud es fortaleza, ser bueno es ser valiente»
Proverbios y Cantares, Antonio machado
Así, aparece la proclama por un «amor social» pues el hombre se salvará mediante el amor hacia otros seres, pues la «capacidad de amar» nos hace verdaderamente libres. Mientras MH hablará de la guerra como el medio para lograr el fin universal «el amor», AM habla de una «teología del amor», de la religión del amor:
Cancionero y romancero de ausencias, Miguel Hernández
Dante y yo – perdón señores–,
trocamos – perdón Lucía–,
el amor en teología.
Proverbios y cantares, Antonio machado
CONCLUSIÓN
La mirada crítica de Antonio Machado apostando al «ideal humano» y la perspectiva alentadora de Miguel Hernández en busca de una «justicia social» dejan al descubierto las atrocidades histórico-bélicas cometidas en perjuicio de los débiles pobladores de España y de otros países del mundo.
Dirá más tarde Ricardo Gullón: «(…) la guerra puso de manifiesto hasta adónde habían llegado
las aguas de la irracionalidad (…)»
Todas las guerras son inciviles. Podrán existir estas vilezas disfrazadas de guerras «civiles», más en ninguna guerra cabe «lo civilizado». Las artes, y entre ellas el rol de la literatura fue fundamental, afortunadamente pudieron ir despojando y revelando, de a poco, aquellas «pautas establecidas y normalizadas» que dañan a la humanidad.
Los pensamientos perennes de artistas memorables, como los de Antonio Machado o Miguel Hernández, víctimas de su tiempo, aún hoy pueden leerse como poemas escritos para esta realidad actual que nos toca vivir. Las guerras no cesaron pero las palabras, sinónimo de lucha silenciosa, instan a remover las conciencias de toda la humanidad.
AM y de MH anhelaron un mundo renovado y justo que está, aún, sin concretarse porque las guerras continúan y la sangre de miles de inocentes sigue derramándose en el mundo entero. El noble deseo de estos grandes escritores españoles es una asignatura pendiente para la humanidad.
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Miguel de Unamuno (1864-1936) fue autor polifacético, prolijo, contundente. Desde muy temprano comenzó a escribir como una forma natural de autoconocimiento y consuelo. Su obra recoge, sin duda, uno de los testimonios más valiosos del turbulento final del siglo XIX en España y Europa y del no menos agitado comienzo del XX. Gracias a la editorial de la Universidad de Salamanca, podemos ahora acceder a sus llamados Cuadernos de juventud, en inmejorable edición de Miguel Ángel Rivero Gómez. Como éste apunta en la completa introducción que acompaña al volumen, estos textos permiten llenar una de las más importantes lagunas en el estudio de Unamuno, “la relativa a sus años de formación, que constituye una de las etapas más desconocidas del pensador vasco“, años en los que “fueron cobrando forma los cimientos de su pensamiento y de su obra de madurez”.
Once es el total de cuadernos que se conservan de esta primerísima etapa unamuniana, aunque se sospecha que llegaron a existir, al menos, treinta y uno. En ellos encontramos a un Unamuno intimista, cercano, peligrosamente sincero consigo mismo, ácido, crítico, directo, poco dado a la teoría más puramente diletante, transparente, carismático: a un hombre que, en definitiva, está cobrando auténtica consciencia de sus fuerzas espirituales e intelectuales. A tales escritos se refiere de este elocuente modo: “Mis hijos hasta hoy han sido estos cuadernillos fríos, […] sin luz ni vida en que he ido enterrando mis ilusiones, mis ideas, mis sentimientos, mis estudios, toda mi alma”. En ellos vierte el producto de su soledad, de sus reflexiones más hondas, de lo inconfesable, lo que hace cobrar al lector una imagen completa del carácter y aspiraciones del joven Unamuno:
«Muchos ponderan mi talento. Lo que yo sé lo saben muchos y muchos más saben más de lo que yo sé; pero ninguno tiene más corazón que yo tengo ni sabe sentir más de lo que yo siento. Yo quiero, quiero mucho y con mucha fuerza y de ahí arrancan como de raíz todas mis alegrías y todas mis tristezas»
La producción del autor bilbaíno esconde una singular dificultad a la hora de ser estudiada, no tanto por el lenguaje que empleó en sus obras –por lo general sencillo y cercano, siempre repleto de patentes guiños e invitaciones a la reflexión del lector–, sino por los diversos avatares vitales que Unamuno hubo de recorrer a lo largo de su existencia; sus experiencias quedan siempre impresas a fuego en cada una de sus líneas, lo que las dota de un marcado carácter autobiográfico. Por ello, cuando el lector se sumerge por vez primera en el estudio de sus escritos, resulta habitual una cierta sensación de desorientación y, sin embargo y a la vez, de gran atracción hacia el contenido que allí se encuentra reflejado. Aunque, como explica García Nuño en su fundamental estudio El problema del sobrenatural en Miguel de Unamuno, “bajo el asistematicismos en la exposición, hay una profunda unidad de pensamiento, aunque ésta se encuentra de manera implícita. Se trata de un pensamiento que, si bien no está presentado de manera sistemática, sin embargo, sí es, al menos en buena medida, sistematizable, porque es un pensamiento sistemático”.
«¡Saber, saber mucho, saber más, cada vez más! Éste ha sido mi sueño, éste es todavía. Pero, ¿qué me dará tanto saber? ¡No! Querer, querer mucho, querer más, cada vez más y saber lo que se quiere. La ciencia más grande es la del querer, y sabe más quien mejor sabe querer»
Unamuno se esfuerza por pensar su presente, ofreciendo no tanto soluciones prácticas (inmediatas) como críticas, que nos conduzcan a redefinir al sujeto propio de su tiempo (y de todo tiempo), lo que nos ayuda a trazar la dirección de las obras unamunianas: hacer frente a los acontecimientos históricos de su época se convierte en una tarea irrenunciable, haciendo suya la misión de brindar una explicación de la acción del hombre en su circunstancia determinada, la que le ha tocado en suerte vivir. Unamuno no se propone dar soluciones definitivas en sus escritos, sino sembrar la conciencia crítica en su lector, de manera que cuente con suficientes elementos para formarse un juicio a la altura de nuestra condición, sin recetas ni dogmas preconcebidos. Estos cuadernos de juventud no son una excepción.
En una de las sinceras conversaciones que Augusto Pérez y su amigo Víctor Goti mantienen en el capítulo XXV de Niebla, ambos concluyen al fin que la condición primordial del pensar auténtico no es otra que la de dudar, “y es la duda lo que de la fe y del conocimiento, que son algo estático, quieto, muerto, hace pensamiento, que es dinámico, inquieto, vivo”. Unamuno considera el pensamiento como un proceso que se desarrolla en y a partir del lenguaje, pero no deja de señalar que el verdadero pensar emerge en las palabras compartidas como expresión de una subjetividad –de un yo– en constante e ineludible conflicto. La característica genuina del ser humano es la existencia en sus entrañas de una terrible lucha, la que mantiene consigo mismo: vida en sinceracontradicción.
«No hay estado de ánimo más estable y tranquilo que la alegría de la tristeza, esa tristeza resignada y dulce que ni ríe, ni llora. […] Lo horrible es la desesperación, el deseo vencido. ¡Qué cosa más hermosa que caminar lleno de esperanzas y caminar y más caminar! Sed dichosos, seamos todos dichosos, y comprendamos que para llegar al goce hay que sufrir y subir por la escalera del dolor. Para llenar un deseo hay que sentir un vacío y nada más dulce que este vacío del alma rodeado de risueñas esperanzas»
El diálogo queda así henchido de la tensión que transmite el movimiento mismo de nuestro vivir. Un tipo de diálogo, del que nos habla Unamuno, ahora muerto en esta España “doliente”: las palabras quedan reducidas a instrumento del politiqueo, del combate de los partidos por el poder –corrompido éste casi definitivamente por intereses económicos, y cuya única estrategia ha devenido en la creación de falsos conflictos que aquellos partidos siempre se hallan muy dispuestos a resolver–. No recuerdan que lo que hizo tan digno de admiración y cariño al mártir san Manuel Bueno, el héroe del que Unamuno nos habla en su acaso más concentrada y trágica novela, fueron las acciones y no las palabras: “el pueblo no entiende de palabras; el pueblo no ha entendido más que vuestras obras”, explica Ángela a su hermano Lázaro.
Unamuno dejó plasmada en estos escritos toda la heterodoxia, toda la libertad creativa y toda la coherencia de pensamiento por las que se le reconoce como uno de los autores fundamentales de la literatura española. Desde la posición estratégica del fin de siglo XX, Unamuno empleó la escritura como instrumento de reflexión y desarrollo de las ideas y observaciones que continuaría en el resto de su obra. Como sugiere Rivero Gómez, estos cuadernos guardan una doble función: “por un lado, recoger aquellas inquietudes, ideas e intuiciones que en la soledad de su habitación pasaban fugaces por su mente, a fin de que no se perdieran, y por otro lado, poner orden a su ya por entonces agitado mundo interno, que se nutría y renovaba constantemente”.
«La ciencia y la ambición y la gloria son compañeras frías, secas, sin alma ni vida, que no saben reír cuando reímos ni enjugarnos las lágrimas cuando lloramos. ¡Cuántas veces en mis paseos he sostenido conmigo mismo esta lucha y he sentido el dolor del peso y el no menor de las ansias de que me broten alas! Alas y ancla no puede ser, me decía a mí mismo; yo quiero llegar al cielo, pero me es triste deja el suelo, aquello será hermosísimo, pero esto, ¡es tan hermoso! ¡Fuerza, Dios mío, fuerza! Sólo quisiera remontar el vuelo y llevar tras de mí el ancla y aún cuando fuera la tierra a que ella está adherida»
Estos cuadernos encierran un testimonio único, imprescindible para acercarse al Unamuno de carne y hueso, al hombre que sufrió hondísimas y diversas crisis de pensamiento y de fe, que ya apuntaba a su creencia en una “inmortalidad fenoménica”, provocada por una insaciable sed de Absoluto. Unos textos en los que él mismo aseguraba que iba consumiéndose “porque me alimento de mí mismo”. Una de las publicaciones más relevantes de 2017.
«Yo voy flotando entre recuerdos y esperanzas, empujado por el deseo de vida que aguijonea con tan dulce calorcillo. En los mayores placeres va envuelto el huevecillo del sufrimiento. ¡Con qué sosegado y tierno movimiento me siento balancear, llevado por los recuerdos, traído por las esperanzas!»
Un poeta es una persona dedicada a la escritura de poesía. El término vate es una forma literaria de referirse a un poeta o a una poetisa.
Según diversas fuentes la poesía como género literario tiene sus más profundas raíces en la tradición de la literatura oral, llegando más tarde a trasmitirse por escrito cuando en la Antigüedad empezaron a difundirse sistemas de escritura lo suficientemente complejos como para expresar lenguaje poético mediante símbolos escritos. Desde entonces, y de una forma generalizada y mayoritariamente dominante, se ha distinguido al poeta del resto de escritores por componer poesía, pero esta última en el sentido de una literatura ordenada mediante el arte de la métrica. Sin embargo existe ahora una literatura poética que escapa o intenta escapar al recurso de la métrica, el así llamado «verso libre». El poeta estadounidense Walt Whitman fue uno de los primeros en escribir este tipo de poesía, aunque el francés Jules Laforgue y otros varios autores del simbolismo hayan sido las fuentes más directas entre los poetas de lengua española.
La poesía es una manifestación de la diversidad en el diálogo, de la libre circulación de las ideas por medio de la palabra, de la creatividad y de la innovación. La poesía contribuye a la diversidad creativa al cuestionar de manera siempre renovada la forma en que usamos las palabras y las cosas, y nuestros modos de percibir e interpretar la realidad. Merced a sus asociaciones y metáforas y a su gramática singular, el lenguaje poético constituye, pues, otra faceta posible del diálogo entre las culturas.
La decisión de proclamar el 21 de marzo como Día Mundial de la Poesía fue aprobada por la UNESCO durante su 30º periodo de sesiones, que se celebró en París en 1999.
De acuerdo con la decisión de la UNESCO, el principal objetivo de esta acción es apoyar la diversidad lingüística a través de la expresión poética y dar la oportunidad a las lenguas amenazadas de ser un vehículo de comunicación artística en sus comunidades respectivas.
Por otra parte, este Día tiene como propósito promover la enseñanza de la poesía; fomentar la tradición oral de los recitales de poéticos; apoyar a las pequeñas editoriales; crear una imagen atractiva de la poesía en los medios de comunicación para que no se considere una forma anticuada de arte, sino una vía de expresión que permite a las comunidades transmitir sus valores y fueros más internos y reafirmarse en su identidad; y restablecer el diálogo entre la poesía y las demás manifestaciones artísticas, como el teatro, la danza, la música y la pintura.
Nada más triste que un titán que llora, Hombre-montaña encadenado a un lirio, Que gime fuerte, que pujante implora: Víctima propia en su fatal martirio.
Hércules loco que a los pies de Onfalia La clava deja y el luchar rehusa, Héroe que calza femenil sandalia, Vate que olvida a la vibrante musa.
¡Quién desquijara los robustos leones, Hilando esclavo con la débil rueca; Sin labor, sin empuje, sin acciones; Puños de fierro y áspera muñeca!
No es tal poeta para hollar alfombras Por donde triunfan femeniles danzas: Que vibre rayos para herir las sombras, Que escriba versos que parezcan lanzas.
Relampagueando la soberbia estrofa, Su surco deje de esplendente lumbre, Y el pantano de escándalo y de mofa Que no lo vea el águila en su cumbre.
Bravo soldado con su casco de oro Lance el dardo que quema y que desgarra, Que embiste rudo como embiste el toro, Que clave firme, como el león, la garra.
Cante valiente y al cantar trabaje; Que ofrezca robles si se juzga monte; Que su idea, en el mal rompa y desgaje Como en la selva virgen el bisonte.
Que lo que diga la inspirada boca Suene en el pueblo con palabra extraña; Ruido de oleaje al azotar la roca, Voz de caverna y soplo de montaña.
Deje Sansón de Dalila el regazo: Dalila engaña y corta los cabellos. No pierda el fuerte el rayo de su brazo Por ser esclavo de unos ojos bellos.
Machado
De la vida
¡Ay del que llega sediento a ver el agua correr y dice: La sed que siento no me la calma el beber!
¡Ay de quien bebe, y, saciada la sed, desprecia la vida: moneda al tahúr prestada, que sea al azar rendida!
Del iluso que suspira bajo el orden soberano, y del que sueña la lira pitagòrica en su mano.
¡Ay del noble peregrino que se para a meditar, después de largo camino, en el horror de llegar!
¡Ay de la melancolía que llorando se consuela, y de la melomanía de un corazòn de zarzuela!
¡Ay de nuestro ruiseñor, si en una noche serena se cura del mal de amor que llora y canta su pena!
¡De los jardines secretos, de los pensiles soñados y de los sueños poblados de propósitos discretos!
¡Ay del galán sin fortuna que ronda a la luna bella, de cuantos caen de la luna, de cuantos se marchan a ella!
¡De quien el fruto prendido en la rama no alcanzò, de quien el fruto ha mordido y el gusto amargo probò!
¡Y de nuestro amor primero y de su fe mal pagada, y, también, del verdadero amante de nuestra amada!
Sor Juana
Redondillas: Hombres necios que acusáis
Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis:
si con ansia sin igual solicitáis su desdén, ¿por qué queréis que obren bien si la incitáis al mal?
Cambatís su resistencia y luego, con gravedad, decís que fue liviandad lo que hizo la diligencia.
Parecer quiere el denuedo de vuestro parecer loco el niño que pone el coco y luego le tiene miedo.
Queréis, con presunción necia, hallar a la que buscáis, para pretendida, Thais, y en la posesión, Lucrecia.
¿Qué humor puede ser más raro que el que, falto de consejo, él mismo empaña el espejo, y siente que no esté claro?
Con el favor y desdén tenéis condición igual, quejándoos, si os tratan mal, burlándoos, si os quieren bien.
Siempre tan necios andáis que, con desigual nivel, a una culpáis por crüel y a otra por fácil culpáis.
¿Pues como ha de estar templada la que vuestro amor pretende, si la que es ingrata, ofende, y la que es fácil, enfada?
Mas, entre el enfado y pena que vuestro gusto refiere, bien haya la que no os quiere y quejaos en hora buena.
Dan vuestras amantes penas a sus libertades alas, y después de hacerlas malas las queréis hallar muy buenas.
¿Cuál mayor culpa ha tenido en una pasión errada: la que cae de rogada, o el que ruega de caído?
¿O cuál es más de culpar, aunque cualquiera mal haga: la que peca por la paga, o el que paga por pecar?
Pues ¿para qué os espantáis de la culpa que tenéis? Queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis.
Dejad de solicitar, y después, con más razón, acusaréis la afición de la que os fuere a rogar.
Bien con muchas armas fundo que lidia vuestra arrogancia, pues en promesa e instancia juntáis diablo, carne y mundo.
Machado
Pegasos, lindos pegasos
Pegasos, lindos pegasos, caballitos de madera.
Yo conocí siendo niño, la alegría de dar vueltas sobre un corcel colorado, en una noche de fiesta. En el aire polvoriento chispeaban las candelas, y la noche azul ardía toda sembrada de estrellas. ¡Alegrías infantiles que cuestan una moneda de cobre, lindos pegasos, caballitos de madera!
Gabriela Mistral
Amo amor
Anda libre en el surco, bate el ala en el viento, late vivo en el sol y se prende al pinar. No te vale olvidarlo como al mal pensamiento: ¡le tendrás que escuchar!
Habla lengua de bronce y habla lengua de ave, ruegos tímidos, imperativos de mar. No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave: ¡lo tendrás que hospedar!
Gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas. Rasga vasos de flor, hiende el hondo glaciar. No te vale decirle que albergarlo rehúsas: ¡lo tendrás que hospedar!
Tiene argucias sutiles en la réplica fina, argumentos de sabio, pero en voz de mujer. Ciencia humana te salva, menos ciencia divina: ¡le tendrás que creer!
Te echa venda de lino; tú la venda toleras. Te ofrece el brazo cálido, no le sabes huir. Echa a andar, tú le sigues hechizada aunque vieras ¡que eso para en morir!
Bécquer
Amor eterno
Podrá nublarse el sol eternamente; Podrá secarse en un instante el mar; Podrá romperse el eje de la tierra Como un débil cristal, ¡todo sucederá! Podrá la muerte Cubrirme con su fúnebre crespón; Pero jamás en mí podrá apagarse La llama de tu amor.
García Lorca
Bodas de Sangre: Luna
Cisne redondo en el río, ojo de las catedrales, alba fingida en las hojas soy; ¡no podrán escaparse! ¿Quién se oculta? ¿Quién solloza por la maleza del valle? La luna deja un cuchillo abandonado en el aire, que siendo acecho de plomo quiere ser dolor de sangre. ¡Dejadme entrar! ¡Vengo helada por paredes y cristales! ¡Abrid tejados y pechos donde pueda calentarme! ¡Tengo frío! Mis cenizas de soñolientos metales buscan la cresta del fuego por los montes y las calles. Pero me lleva la nieve sobre su espalda de jaspe, y me anega, dura y fría, el agua de los estanques. Pues esta noche tendrán mis mejillas roja sangre, y los juncos agrupados en los anchos pies del aire. ¡No haya sombra ni emboscada. que no puedan escaparse! ¡Que quiero entrar en un pecho para poder calentarme! ¡Un corazón para mí! ¡Caliente!, que se derrame por los montes de mi pecho; dejadme entrar, ¡ay, dejadme! (A las ramas.) No quiero sombras. Mis rayos han de entrar en todas partes, y haya en los troncos oscuros un rumor de claridades, para que esta noche tengan mis mejillas dulce sangre, y los juncos agrupados en los anchos pies del aire. ¿Quién se oculta? ¡Afuera digo! ¡No! ¡No podrán escaparse! Yo haré lucir al caballo una fiebre de diamante.
Borges
1929 (antes la luz)
Antes la luz entraba más temprano en la pieza que da al último patio; ahora la vecina casa de altos le quita el sol, pero en la vaga sombra su modesto inquilino está despierto desde el amanecer. Sin hacer ruido, para no incomodar a los de al lado, el hombre está mateando y esperando. Otro día vacío, como todos. Y siempre los ardores de la úlcera. Ya no hay mujeres en mi vida, piensa. Los amigos lo aburren. Adivina que él también los aburre. Hablan de cosas que no alcanza, de arqueros y de cuadros. No ha mirado la hora. Sin apuro se levanta y se afeita con inútil prolijidad. Hay que llenar el tiempo. El rostro que el espejo le devuelve guarda el aplomo que antes era suyo. Envejecemos más que nuestra cara, piensa, pero ahí están las comisuras, el bigote ya gris, la hundida boca. Busca el sombrero y sale. En el vestíbulo ve un diario abierto. Lee las grandes letras, crisis ministeriales en países que son apenas nombres. Luego advierte la fecha de la víspera. Un alivio; ya no tiene por qué seguir leyendo. Afuera, la mañana le depara su ilusión habitual de que algo empieza y los pregones de los vendedores. En vano el hombre inútil dobla esquinas y pasajes y trata de perderse. Ve con aprobación las casas nuevas, algo, tal vez el viento sur, lo anima. Cruza Rivera, que hoy le dicen Córdoba, y no recuerda que hace muchos años que sus pasos la eluden. Dos, tres cuadras. Reconoce una larga balaustrada, los redondeles de un balcón de fierro, una tapia erizada de pedazos de vidrio. Nada más. Todo ha cambiado. Tropieza en una acera. Oye la burla de unos muchachos. No los toma en cuenta. Ahora está caminado más despacio. De golpe se detiene. Algo ha ocurrido. ahí donde ahora hay una heladería, estaba el Almacén de la Figura. (La historia cuenta casi medio siglo.) Ahí un desconocido de aire avieso le ganó un largo truco, quince y quince, y él malició que el juego no era limpio. No quiso discutir, pero le dijo: Ahí le entrego hasta el último centavo, pero después salgamos a la calle. el otro contestó que con el fierro no le iría mejor que con el naipe. No había ni una estrella. Benavides le prestó su cuchillo. La pelea fue dura. En la memoria es un instante, un solo inmóvil resplandor, un vértigo. Se tendió en una larga puñalada, que bastó. Luego en otra, por si acaso. Oyó el caer del cuerpo y del acero. Fue entonces que sintió por vez primera la herida en la muñeca y vio la sangre. fue entonces que brotó de su garganta una mala palabra, que juntaba la exultación, la ira y el alivio. tantos años y al fin ha rescatado la dicha de ser hombre y ser valiente o, por lo menos, la de haberlo sido alguna vez, en un ayer del tiempo.
Luis G. Urbina
Madrigal efusivo
Déjame amar tus claros ojos. Tienen Lejanías sin fin, de mar y cielo, Y sus fulgores apacibles vienen Hasta mi corazón como un consuelo.
Deja que con tus ojos se iluminen Mis viejas sombras y se vuelvan flores; Deja que con tus ojos se fascinen, Como aves de leyenda, mis dolores.
Que vea en ellos astros errabundos, Que en ellos sueñe inexplorados mundos Que en ellos bañe mi melancolía… Son tristes, luminosos y profundos, Como puestas de sol, amada mía.
Unamuno
En horas de insomnio
Me voy de aquí, no quiero más oírme; De mi voz toda voz suéname a eco, Ya falta así de confesor, si peco Se me escapa el poder arrepentirme.
No hallo fuera de mí en que me afirme Nada de humano y me resulto hueco; Si esta cárcel por otra al fin no trueco En mi vacío acabaré de hundirme.
Oh triste soledad, la del engaño De creerse en humana compañía Moviéndose entre espejos, ermitaño.
He ido muriendo hasta llegar al día En que espejo de espejos, soy me extraño A mí mismo y descubro no vivía.
Amado Nervo
A quien va a leer
Laudatu si, mi Signore, per sor acqua…San Francisco de Asís.
Un hilo de agua que cae de una llave imperfecta; un hilo de agua, manso y diáfano, que gorjea toda la noche y todas las noches cerca de mi alcoba; que canta a mi soledad y en ella me acompaña; un hilo de agua: ¡qué cosa tan sencilla! Y, sin embargo, estas gotas incesantes y sonoras me han enseñado más que los libros.
El alma del Agua me ha hablado en la sombra —el alma santa del Agua— y yo la he oído, con recogimiento y con amor. Lo que me ha dicho está escrito en páginas que pueden compendiarse así: ser dócil, ser cristalino; esta es la ley y los profetas; y tales páginas han formado un poema.
Yo sé que quien lo lea sentirá el suave placer que yo he sentido al escucharlo de los labios de Sor Acqua; y este será mi galardón en la prueba, hasta que mis huesos se regocijen en la gracia de Dios.
Neruda
España en el corazón. Explico algunas cosas
Preguntaréis: Y dónde están las lilas? Y la metafísica cubierta de amapolas? Y la lluvia que a menudo golpeaba sus palabras llenándolas de agujeros y pájaros?
Os voy a contar todo lo que me pasa.
Yo vivía en un barrio de Madrid, con campanas, con relojes, con árboles.
Desde allí se veía el rostro seco de Castilla como un océano de cuero. Mi casa era llamada la casa de las flores, porque por todas partes estallaban geranios: era una bella casa con perros y chiquillos. Raúl, te acuerdas? Te acuerdas, Rafael? Federico, te acuerdas debajo de la tierra, te acuerdas de mi casa con balcones en donde la luz de junio ahogaba flores en tu boca? Hermano, hermano! Todo eran grandes voces, sal de mercaderías,
aglomeraciones de pan palpitante, mercados de mi barrio de Argüelles con su estatua como un tintero pálido entre las merluzas: el aceite llegaba a las cucharas, un profundo latido de pies y manos llenaba las calles, metros, litros, esencia aguda de la vida, pescados hacinados, contextura de techos con sol frío en el cual la flecha se fatiga, delirante marfil fino de las patatas, tomates repetidos hasta el mar.
Y una mañana todo estaba ardiendo, y una mañana las hogueras salían de la tierra devorando seres, y desde entonces fuego, pólvora desde entonces, y desde entonces sangre. Bandidos con aviones y con moros, bandidos con sortijas y duquesas, bandidos con frailes negros bendiciendo venían por el cielo a matar niños, y por las calles la sangre de los niños corría simplemente, como sangre de niños.
Chacales que el chacal rechazarla, piedras que el cardo seco mordería escupiendo, víboras que las víboras odiaran!
Frente a vosotros he visto la sangre de España levantarse para ahogaros en una sola ola de orgullo y de cuchillos!
Generales traidores: mirad mi casa muerta, mirad España rota: pero de cada casa muerta sale metal ardiendo en vez de flores, pero de cada hueco de España sale España, pero de cada niño muerto sale un fusil con ojos, pero de cada crimen nacen balas que os hallar n un día el sitio del corazón.
Preguntaréis por qué su poesía no nos habla del sueño, de las hojas, de los grandes volcanes de su país natal?
Venid a ver la sangre por las calles, venid a ver la sangre por las calles, venid a ver la sangre por las calles!
Benedetti
Ahora todo está claro
Cuando el presidente carter se preocupa tanto de los derechos humanos parece evidente que en ese caso derecho no significa facultad o atributo o libre albedrío sino diestro o antizurdo o flanco opuesto al corazón lado derecho en fin
en consecuencia ¿no sería hora de que iniciáramos una amplia campaña internacional por los izquierdos humanos?
Espronceda
Elegía a la patria
¿Oís?, es el cañón. Mi pecho hirviendo El cántico de guerra entonará, Y al eco ronco del cañón venciendo, La lira del poeta sonará.
El pueblo ved que la orgullosa frente Levanta ya del polvo en que yacía, Arrogante en valor, omnipotente, Terror de la insolente tiranía. Rumor de voces siento, Y al aire miro deslumbrar espadas, Y desplegar banderas; Y retumban al son las escarpadas Rocas del Pirineo; Y retiemblan los muros De la opulenta Cádiz, y el deseo Crece en los pechos de vencer lidiando; Brilla en los rostros* el marcial contento, Y dondequiera generoso acento Se alza de patria y libertad tronando.
Al grito de la patria Volemos, compañeros, Blandamos los aceros Que intrépida nos da. A par en nuestros brazos Ufanos la ensalcemos Y al mundo proclamemos: “España es libre ya”. ¡Mirad, mirad en sangre, Y lágrimas teñidos Reír los forajidos, Gozar en su dolor! ¡Oh!, fin tan sólo ponga Su muerte a la contienda, Y cada golpe encienda Aún más nuestro rencor. ¡Oh siempre dulce patria Al alma generosa! ¡Oh siempre portentosa Magia de libertad! Tus ínclitos pendones Que el español tremola, Un rayo tornasola Del iris de la paz. En medio del estruendo Del bronce pavoroso, Tu grito prodigioso Se escucha resonar. Tu grito que las almas Inunda de alegría, Tu nombre que a esa impía Caterva hace temblar. ¿Quién hay, ¡oh compañeros!, Que al bélico redoble No sienta el pecho noble Con júbilo latir? Mirad centelleantes Cual nuncios ya de gloria, Reflejos de victoria Las armas despedir.
¡Al arma!, ¡al arma!, ¡mueran los carlistas! Y al mar se lancen con bramido horrendo De la infiel sangre caudalosos ríos, Y atónito contemple el océano Sus olas combatidas Con la traidora sangre enrojecidas.
Truene el cañón: el cántico de guerra, Pueblos ya libres, con placer alzad: Ved, ya desciende a la oprimida tierra, Los hierros a romper, la libertad.
Buesa
Amor prohibido
Solo tú y yo sabemos lo que ignora la gente al cambiar un saludo ceremonioso y frío, porque nadie sospecha que es falso tu desvío, ni cuánto amor esconde mi gesto indiferente.
Solo tú y yo sabemos porqué mi boca miente, relatando la historia de un fugaz amorío; y tú apenas me escuchas y yo no te sonrío… y aún nos arde en los labios algún beso reciente.
Solo tú y yo sabemos que existe una simiente germinando en la sombra de este surco vacío, porque su flor profunda no se ve, ni se siente.
Y así, las dos orillas, tu corazón y el mío, pues, aunque las separa la corriente de un río, por debajo del río se unen secretamente.