Detener el liberalismo que daña su propia causa.

Detener el liberalismo que daña su propia causa.

Nosotros los liberales necesitamos vigilar nuestros puntos ciegos.

Nicholas kristof

Por nicholas kristof

Columnista de opinión, 

The New York Times
Panadería de Gibson en Oberlin, Ohio. CréditoCréditoDake Kang / Prensa Asociada

Mi hija y yo estábamos lanzando un balón de fútbol de ida y vuelta mientras también discutíamos sobre la libertad de expresión, el asalto sexual, la intolerancia juvenil y la insensibilidad paterna.

Estábamos hablando de un profesor de derecho de Harvard, Ronald Sullivan. Fue expulsado de su trabajo secundario como jefe de Winthrop House de Harvard College después de que ayudó a darle a Harvey Weinstein, acusado de agresión sexual, la representación legal a la que todo acusado tiene derecho.

Para mí, como un baby boom progresivo, esto fue una violación de los valores liberales ganados con esfuerzo, un ejemplo preocupante de un monocultivo universitario que fomenta la intolerancia liberal. Por supuesto, ningún profesor debe ser penalizado por aceptar un cliente impopular.

Para mi hija, por supuesto, un decano de la casa no debe defender a un presunto violador notorio. Como ella lo vio, cualquier profesor puede representar a cualquier delincuente, pero no mientras cuida a estudiantes universitarios: ¿cómo puede un líder de la casa apoyar a los estudiantes traumatizados por agresión sexual cuando también está defendiendo a alguien acusado de violación?

Nuestro enfrentamiento de fútbol refleja una brecha generacional más amplia en América. Los progresistas de mi era a menudo veneran el adagio mal atribuido a Voltaire: «No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo». Para los progresistas jóvenes, la prioridad es más enfrentarse al racismo que se percibe, a la misoginia. , Islamofobia y fanatismo.

El ascenso del presidente Trump amplificó este choque generacional y planteó la cuestión fundamental de cómo vivir los valores liberales en una época no liberal.

Es un equilibrio difícil, que requiere humildad intelectual. No se lo cuente a mi hija, pero tiene razón: el bienestar de las víctimas de agresión sexual es claramente un valor que debe abrazar, incluso si lo comparamos con el derecho de un profesor de derecho de enfrentar a un cliente despreciado.

Sin embargo, aunque admiro el activismo del campus por su compromiso con la justicia social, también me preocupa que a veces se infunde una intolerancia punzante, que abarca todo tipo de diversidad excepto una: la diversidad ideológica. Muy a menudo, los liberales abrazamos a personas que no se parecen a nosotros, pero solo si piensan como nosotros.

George Yancey, un evangélico negro que es profesor de sociología, me dijo una vez : “Fuera de la academia me enfrenté a más problemas como negro. Pero dentro de la academia me enfrento a más problemas como cristiano, y ni siquiera está cerca «.

Para aquellos de nosotros que creemos que el liberalismo debe modelar la inclusión y la tolerancia, incluso en tiempos de intolerancia, incluso a los exclusivos e intolerantes, fue decepcionante ver que la Universidad de Cambridge este año rescindió una beca para Jordan Peterson, el autor de libros más vendido de Canadá que dice que no usará los pronombres preferidos de la gente. Debatirlo, así es como ganar la discusión, en lugar de tratar de reprimirlo.

Los liberales a veces gritan cuando este periódico trae a un columnista conservador o publica una edición de opinión muy conservadora. Nosotros los progresistas debemos tener la curiosidad intelectual para lidiar con puntos de vista desagradables.

Esta columna abrumará a muchos de mis lectores habituales, y reconozco que todo esto es fácil de decir para mí como un hombre blanco heterosexual. Pero el camino hacia el progreso proviene de ganar el debate público, y si quiere ganar un argumento, debe permitirlo .

Temo que Trump haya facilitado a los activistas liberales demonizar a los conservadores y evangélicos. Las personas son complicadas en todos los extremos del espectro, y es tan incorrecto estereotipar a los conservadores o evangélicos como lo es la estereotipación de alguien por motivos de raza, estatus migratorio o sexo.

Los activistas del campus en su mejor momento son la conciencia de la nación. Pero a veces su pasión, particularmente en un capullo liberal, se vuelve cegadora.

Eso es lo que sucedió en Oberlin College, un centro de activismo durante mucho tiempo, donde los estudiantes una vez protestaron en el comedor por la apropiación cultural por ofrecer sushi pobre. Ahora Oberlin vuelve a estar en las noticias debido a un desarrollo en un episodio que comenzó el día después de la elección de Trump.

Un estudiante negro robó en una tienda llamada Gibson’s Bakery, y un empleado de la tienda blanca corrió tras él e intentó agarrarlo. El informe policial muestra que cuando llegaron los oficiales, el empleado estaba en el suelo siendo golpeado y pateado por varios estudiantes.

Al ver este incidente a través de la lente de la opresión racial, los estudiantes denunciaron a Gibson y distribuyeron volantes diciendo: «Este es un establecimiento RACISTA». Un decano de la universidad asistió a la protesta, y la universidad respondió al fervor de los estudiantes suspendiendo las compras en la panadería.

Entiendo que la militancia surge de una profunda frustración ante las inequidades. Pero resultó que la narrativa operativa aquí no era una opresión sino simplemente el robo de una tienda. El estudiante que robó el vino se declaró culpable de robo y reconoció que no había involucrado en el perfil racial.

Este mes, Gibson ganó $ 44 millones en daños reales y punitivos por parte de Oberlin, lo que aparentemente refleja la exasperación del jurado con la universidad por habilitar a un grupo de estudiantes.

En un momento en el que hay tanta injusticia real a nuestro alrededor (escuelas de tercer nivel, encarcelamiento en masa, inmigrantes deshumanizados) es extraño ver a activistas estudiantiles inflamados por el sushi o valorando a un ladrón de tiendas. Este es un liberalismo instintivo que fracasa y daña su propia causa.

Como liberal, escribo sobre todo sobre puntos ciegos conservadores. Pero tanto a la izquierda como a la derecha, podemos quedar tan atrapados en nuestras narraciones que perdemos perspectiva; Nadie tiene el monopolio de la verdad. Si Trump convierte a los progresistas en agentes intolerantes de la incivilidad, entonces hemos perdido nuestras almas.

A medida que nos dirigimos hacia elecciones con consecuencias monumentales, la polarización aumentará y aumentará el temor mutuo. El desafío será defender nuestros valores, sin traicionarlos.

The Times se compromete a publicar una diversidad de cartas para el editor. Nos gustaría saber qué piensa sobre esto o cualquiera de nuestros artículos. Aquí hay algunos consejos . Y aquí está nuestro correo electrónico: letters@nytimes.com .

Nicholas Kristof ha sido columnista de The Times desde 2001. Ha ganado dos Premios Pulitzer, por su cobertura de China y del genocidio en Darfur. Puede suscribirse a su boletín electrónico gratuito dos veces por semana y seguirlo en Instagram . @NickKristofFacebook 

Fronteras entendidas como campos de exterminio

Fronteras entendidas como campos de exterminio

Luis García Montero, publicada el 30 de junio de 2019.

La libertad es una cuestión de límites. La historia nos ha enseñado que la avaricia, la crueldad, la intolerancia y la ambición no tienen límites. Por eso mismo la libertad, esa energía individual y social que sostiene la convivencia democrática, ha aprendido la importancia de los límites, la necesidad de normalizarse a través de las leyes.

Ahora que la economía y la unificación tecnológica del mundo desconocen los límites humanos, nos vemos condenados todos los días a mirar hacia las fronteras. Por mucho que la crueldad no tenga límites, la muerte sigue siendo algo serio. Nos conmueve que un padre y su hija mueran abrazados y ahogados en un río por querer cruzar la frontera entre la miseria y los EE.UU. Nos conmueve también que una marina alemana se arriesgue a pasar 10 años en la cárcel por romper la prohibición de entrar con su barco en el puerto de Lampedusa. Su barco quería salvar la vida de unas 48 personas condenadas por la autoridad italiana y el dinero a morir como cuerpos ilegales en el mar.

La dignidad de Carola Rackete, capitana del Sea-Watch 3, me ha recordado la historia del Stanbrook, el barco carbonero británico que atracó en el puerto de Alicante en marzo de 1939 para cargar naranjas y azafrán. Pero se encontró con la tragedia de los días finales de la Guerra Civil española. Más de 15.000 personas desesperadas se agolpaban en la ciudad; intentaban huir del asalto definitivo de las tropas fascistas. El capitán Dickson decidió desatender las órdenes, acoger a 2.638 vidas en una embarcación con capacidad para 24 tripulantes y poner rumbo a Orán. Hace 80 años de aquella decisión que ahora ha repetido, en otro contexto, pero con muchas semejanzas, la capitana Rackete. Los ejemplos de Dickson y Rackete nos permiten seguir confiando en el futuro.

Una frontera es el reconocimiento del límite territorial en el que un Estado ejerce su soberanía. Y la soberanía es la autoridad en la que reside el poder político. ¿La soberanía democrática tiene límites? No me refiero, claro, a los límites territoriales, sino a las fronteras éticas que sostienen la dignidad y la libertad humanas.

Estamos acostumbrados a vivir bajo el mandato deportivo de la ruptura de límites. Hay que batir récords, superar los límites de lo nunca pensado, dar rienda suelta a las ambiciones y a la cuenta de beneficios. Los ultraístas quisieron llevar la poesía al más allá de la vanguardia y estuvieron a punto de conseguirlo, pero acabando con la poesía. La vanguardia revolucionaria es hoy la oligarquía capitalista capaz de institucionalizar la ruptura con lo más sagrado. En la prisa de esta dinámica envenenada, creo que los demócratas partidarios de la igualdad, la libertad y la fraternidad tenemos la obligación de hacernos conservadores. O por lo menos de olvidar nuestra soberbia, porque lo más sagrado en un mundo de voluntad laica son los derechos humanos, algo que han olvidado grandes revolucionarios como Donald Trump, Matteo Salvini o Jair Messias Bolsonaro.

Conservar valores y poner límites es nuestra tarea decisiva para detener una avaricia revolucionaria que sin pudor está destruyendo el planeta, justificando la explotación salvaje y violando por sistema, y con la soberbia tecnológica propia de Twitter, los derechos humanos.

La dimensión social de la libertad supone una meditación sobre los límites. Los seres humanos vivieron su gran metamorfosis normativa y democrática al alcanzar una condición de ciudadanía que fijaba el marco de sus derechos y sus responsabilidades. El límite más importante en democracia es la obligación de evitar que la condición de ciudadanía se convierta en un valor que viole la dignidad humana y sus derechos, porque esa irracionalidad niega su propio sentido. Ahí se acaba cualquier razón de autoridad y soberanía. Esta dinámica es la peor perversión de los derechos nacidos como amparo de los hombres y las mujeres de un territorio.

Ya sé que las situaciones son complejas. Pero la tarea democrática no puede reducirse a hablar de soberanía y a cerrar fronteras como se viene haciendo desde hace años. La honestidad democrática naufraga y se ahoga cuando el concepto de ciudadanía sirve para humillar a los seres humanos. Urge ponerse a trabajar en otra hoja de ruta.

Escribo este artículo para participar en el día del orgullo de la cultura LGTBI. Su lucha de años ha vuelto a demostrar que la apuesta por la libertad es la voluntad de un amparo colectivo.

La lengua como democracia

La lengua como democracia

Luis García Montero  Publicada el 23/06/201

La lengua es el mayor patrimonio público de una comunidad. Son muchos los estudios que han investigado la complicidad de las palabras, el poder y la democracia. El arte de las buenas conversaciones alimentó la capacidad comunicativa de la razón ilustrada del mismo modo que la pérdida del pudor lingüístico derivó en el peligroso empleo de la manipulación colectiva. Los discursos totalitarios necesitan palabras que fomenten el odio y conviertan al otro en un enemigo y a sus diferencias en una amenaza que se debe tratar de forma castigadora. La crispación, los esquematismos caricaturescos y las argumentaciones demagógicas que caracterizan una parte de los debates políticos actuales juegan con el fuego que quemó a sociedades como la Alemania nazi o la Unión Soviética de Stalin. El desprestigio de la democracia empieza por la degradación del lenguaje.

Leo algunos estudios de la profesora Silvia Betti, miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, sobre los ataques contra el español que empezaron a producirse cuando Donald Trump tomó posesión de la presidencia de Estados Unidos. La medida de borrarnos de la página oficial de la Casa Blanca fue una declaración de hostilidades contra un idioma que hablan más de 50 millones de sus ciudadanos y que es la segunda lengua del país. 

No se equivoca Trump al identificar la identidad con la lengua, porque ya explicó hace muchos años Miguel de Unamuno que el día de la raza debería ser en realidad el día de la lengua. La gravedad de la política de Donald Trump reside, con su campaña de sólo inglés, en definir la identidad norteamericana como un mundo cerrado, agresivo con lo otro. Empuja a su lengua y su raza hasta la xenofobia. Que los hispanos sean insultados por hablar su idioma materno en la cola de un supermercado o que los niños sientan vergüenza de su lengua en un colegio son síntomas de la degradación democrática que supone cualquier tipo de supremacismo.

Ante esta situación, los que somos lectores de Miguel de Cervantes, Andrés Bello o Elena Poniatowska podemos imaginar nuestra lengua con un deseo ético, pensar en su futuro como un relato democrático. Tenemos la obligación de conseguir que el español, una lengua materna para 480 millones de personas en el mundo, represente una cultura de seducción democrática.

Está claro que el español debe asumir también el reto de avanzar como lengua para la ciencia y la tecnología. Es triste que grandes aportaciones hispanas en estos ámbitos tengan que escribirse en inglés y resulta un verdadero disparate que los sistemas de evaluación oficiales hayan generado una dinámica que castigue a las publicaciones en español.

Pero la discusión decisiva apunta hoy a lo que Federico García Lorca denunció en Poeta en Nueva York como «ciencia sin raíces». La confianza en el progreso democrático se quebró cuando la avaricia económica rompió el pacto entre los avances científicos y éticos. Desde las armas de destrucción masiva hasta las especulaciones de las farmacéuticas, pasando por las destrucciones ecológicas, hay demasiados motivos para comprender que el progreso científico y técnico se separa con frecuencia de la dignidad humana. Razones de melancolía democrática que sospechan de las nuevas formas de superstición.

En la Europa del Brexit y los brotes totalitarios, en el mundo dibujado por gobiernos como los de EE.UU., Brasil, Rusia o China, me parece un ejercicio de imaginación moral muy factible proponer la cultura panhispánica como una apuesta de razonable optimismo, una seducción democrática basada en el respeto a los derechos humanos. Pese a la leyenda negra alimentada por otras civilizaciones siempre más inclinadas al mercantilismo y la piratería, el español supo entenderse desde sus orígenes con otras lenguas, basó su capacidad de extensión en su papel vehicular, respetó mucho más que el inglés la convivencia con las lenguas originales y aprendió, en las dos orillas, que es tan importante conservar la unidad del idioma como respetar las singularidades geográficas de sus hablantes. Es decir, aprendió a ser al mismo tiempo lengua materna y espacio de comunicación estandarizada.

¿Un sueño? Bueno, es el sueño y el relato de alguien que quiere vivir una realidad diferente. En España, en México, en EE.UU. …, sintamos el orgullo de convertir en verdad ética la lengua en la que aprendimos a decir madre, tengo frío, cuídame.

Una democracia seriamente tocada;Rosa María Artal

Una democracia seriamente tocada

Rosa María Artal

Tumba de Franco en el Valle de los Caídos. EFE  Tumba de Franco en el Valle de los Caídos. EFE

España registra una profunda degeneración de sus élites, del cuerpo troncal del país. El Tribunal Supremo ha paralizado cautelarmente la exhumación de los restos de Francisco Franco del Valle de los Caídos preservando los derechos de la familia. En tanto se solventan los recursos,  el dictador continuará enterrado en sagrado y en gloria para seguir pudriendo esta peculiar democracia. El alto tribunal ha llegado en su argumentación prácticamente a legalizar el levantamiento militar. Considera a Franco jefe de Estado desde el 1 de octubre de 1936, cuando lo nombraron los militares sublevados.  Y en el juicio del procés, la Fiscalía afirma en sus conclusiones que lo que hubo en Catalunya fue “un golpe de Estado”. Ni intento siquiera, golpe. Así anda la democracia española de tocada.

Todo se resiente. El nefasto espectáculo que están sirviendo políticos carentes de mayorías para gobernar es otra parte del cuadro. Hay que negociar pactos de gobierno y muchos de los que se plantean pervierten la voluntad popular. En todo acuerdo se cede, desde  luego, pero en algunos casos es demasiado ceder si realmente existe una discrepancia ideológica y de objetivos y no una afinidad.

Ciudadanos hace equilibrios en el alambre con un plato en cada mano mientras la hinchada neoliberal –política y sobre todo mediática si es que son diferentes le anima conteniendo la respiración. Neoliberal o del sistema de privilegios y apoyos que aquí rige. Y dice Ciudadanos que no van a negociar nada con Vox, que si acaso la “vía andaluza”. Es decir, el acuerdo a tres con los naranjas de tapadillo, silbando allá arriba a ver si no lo vemos. A tres, cada uno de ellos imprescindible.

Y va Vox y dice que ese papel no le gusta y presenta una enmienda a la totalidad a los presupuestos de Andalucía. Ese Vox del que nos informan los medios sin cesar porque, como hablan mucho y dicen cosas muy llamativas, son como el abalorio con brillos para el periodismo de declaraciones.

El PP, con los escasos votos logrados, simplemente ve cómo los coloca mejor. Es socio preferente de Ciudadanos, dicen los de Rivera dando otro paso en el alambre colgado a muchos metros de altura. Con red, grandes y pequeños medios siempre se la prestan.

El PNV ha estado coherente al advertir a Pedro Sánchez que si pacta con Ciudadanos no cuente con sus votos. Ha salido del suspenso casi general.

El PSOE ha dicho que quiere un ejecutivo monocolor frente a las pretensiones de coalición que pide Unidos Podemos por boca de Pablo Iglesias. Ocurre que los resultados electorales no hay que mezclarlos para que no den resaca, salvo los de UP. Cuyos 3.700.000 votos en las generales parecen haberse subsumido por el batacazo de municipales y autonómicas.  Y surgen voces más sueltas. Emiliano García Page ha dado al PSOE  en Castilla- La Mancha una de las dos únicas mayorías absolutas y se siente reforzado para animar a Sánchez a acercarse a Ciudadanos. Su ultraliberalismo, ultranacionalismo español con el “a por ellos” por bandera, medidas de corte autoritario, no incomodan al barón del PSOE. Ni a muchos otros del gran aparato de poder instalado en España.

Y otra vez Unidos Podemos, Podemos, Pablo Iglesias en el punto de mira. No oye la contestación interna, leemos, oímos, vemos, interminablemente. Interna poco, hablando con propiedad, las voces críticas ya fueran externalizados o, básicamente, se externalizaron por sí mismas.  Y ahora surgen redobladas en el momento preciso que se negocian los gobiernos.  Aquel grupo de amigos que  se animaron a formar Podemos parecen ignorar que cinco millones de votos de izquierda que les siguieron están más interesados en lograr políticas de izquierda que en ver dónde asientan ellos sus traseros.

Portadas, monográficos, columnas, artículos, tertulias, barras de bar… Otra vez. No sé si se habrán enterado de la última primicia: los rusos han seguido viniendo los rusos.  A lomos del mismo redactor que nos las sirvió en su día en El País. Ahora en ABC y aliados con… sí, Unidos Podemos en el sibilino intento de adueñarse de la UE. Es otro símbolo de la decadencia del sistema que este presunto periodismo político representa. Luego la Asociación de la Prensa de Madrid les da premios, una y otra vez,  y la mayoría se calla.

Nada interesa más que la crisis de Unidos Podemos. El PP se ha reventado a medio partido, como lo hiciera el PSOE de Sánchez tras la encerrona que le plantaron. Añadan en el PP los caídos y retirados por sombras de corrupción, además. Dolores de Cospedal tuvo que apearse tras haberse difundido, como por casualidad, sus tejemanejes con el comisario Villarejo, incluidos “trabajitos” de espionaje y destrucción de pruebas. Ya ven, esto los colegas lo recuerdan menos.

Pero sin todo este espectáculo sería más visible el poder en la sombra del poder judicial. Los Marchena, padre e hija, los Lesmes y su círculo de poder sin control que cuentan en detalle Elisa Beni y varios otros columnistas de eldiarioes.

Y no pasaría como la seda que la Fiscalía tilde de Golpe de Estado celebrar un referéndum. Ni los largos encarcelamientos en prisión provisional para los políticos  independentistas. Ni las maniobras para privarles de la voz que les dieron las urnas. Ni tendríamos a un presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, Fundador de Forza Italia, que actúa a modo de “portero de discoteca” para impedir el paso a diputados elegidos en España.  Ni siquiera consultó a sus vicepresidentes, decidido, por su cuenta, a negar la acreditación a Puigdemont en algún intercambio de favores.

Y luego está la cúspide. El jefe del Estado actual, el Rey Felipe VI, ha esperado a que el Tribunal Supremo impida a Jordi Sánchez acudir a la Zarzuela en representación de Junts per Catalunya, para iniciar la ronda de consultas de cara a la formación de gobierno.  Es el mismo jefe de Estado que torció, ostensiblemente, el gesto porque una bandera no estaba suficientemente tensa en su izado.  Hijo del rey que se retira de la vida pública, con inmunidad, y en olor de incienso mediático.

Y Franco sigue en el Valle de los Caídos. Porque nada se hizo antes. En cuarenta años, nada se hizo para restarle su lugar prominente en España. Nada o poco se hizo en asuntos similares. Y así estamos. Para lograr objetivos no hay como poner los medios adecuados.  No puede haber verdad más lógica.

*Publicado en eldiario.es el 4 de Junio de 2019

 

¿Quién debería pedir perdón a quién y por qué?

jtl2015-3  Juan Torres López

27 de marzo de 2019

¿Quién debería pedir perdón a quién y por qué?

Yo soy una persona con muchos defectos como saben bien las personas que me conocen. Pero hay uno que no tengo: pido perdón sin ninguna dificultad e incluso lo he hecho muchas veces en mi vida siendo consciente de que no había muchas razones para hacerlo, pero convencido de que así reconfortaba a otra persona o la dejaba más tranquila.

Por eso no me siento ofendido ni molesto cuando el presidente mexicano López Obrador nos ha reclamado a los españoles que pidamos perdón ahora a su pueblo “por los agravios” de la conquista.

No me parece mal que se pida perdón a quienes sufrieron los inconvenientes y el daño de todo tipo que pudiera haberse producido a lo largo del tiempo como consecuencia de la conquista por los españoles de aquellos territorios. Una conquista, por cierto, que no culminó en colonización, como ocurrió con las de otras potencias en otros lugares y momentos de la historia, sino con la consideración como españoles de quienes allí vivían por entonces.

Pero me pregunto si, al igual que habría que pedir perdón por el agravio y los daños de la conquista, también habría que dar las gracias por el progreso que proporcionó la presencia en aquellas tierras de miles de personas más cultas y preparadas que ayudaron a crear los hospitales o los centros educativos más avanzados de entonces allí donde antes de su llegada no había más que retraso y en muchas ocasiones barbarie y sufrimiento.

También me pregunto quién debe pedir perdón. Da la casualidad que mi segundo apellido es López, el mismo que el primero del presidente mexicano. ¿Debo pedir yo ahora perdón a los mexicanos por lo que hicieron mis antepasados que se quedaron en España? ¿O debería ser el propio López Obrador, descendiente él sí de los conquistadores que cometieron los agravios, quien debería pedir perdón a sus conciudadanos de ahora por la avaricia y los crímenes que cometieron sus antepasados, no los míos que se quedaron aquí?

Estoy seguro de que muchos españoles que se desplazaron a aquellas tierras hace cientos de años cometieron toda clase de tropelías (lo mismo que también sabemos que otros muchos ayudaron, como he dicho, a que aquellas tierras alcanzaran un grado de progreso mucho mayor y con más antelación que si no hubieran ido). Y es justo que se reclame una lectura reparadora de esa historia. Pero ¿sólo esos han sido los hechos por los que hay que pedir perdón? ¿Pesan más sobre los mexicanos de ahora los agravios de hace 500 años que los miles de asesinatos, secuestros, torturas o robos que se cometen hoy día, cada año, sobre las gentes más humildes por los propios mexicanos que disponen, ahora, justo ahora, de un poder criminal y omnímodo?

No me siento ofendido ni mucho menos y pediría perdón con gusto a los mexicanos, a los nicaragüenses, a los hondureños, a los argentinos, a los bolivianos, a los peruanos…. a todos los pueblos de Latinoamérica. No sólo porque soy de fácil querencia por el perdón, como he dicho, sino también porque por mis venas corre (al contrario de lo que le suele pasar a la mayoría de los españoles) sangre auténtica y originariamente latinoamericana. Una rama de la familia de mi abuela paterna estaba directamente emparentada con el dominicano Máximo Gómez, el revolucionario, el liberador de hombres, aquel que cuando le ofrecieron ser presidente de Cuba lo rechazó diciendo que a él lo que le gustaba era “liberar a los hombres, no gobernarlos”, el que se quejaba de que le dolía el cuerpo de los abrazos que le daban sus compatriotas agradecidos, el que murió de una infección de tanto estrechar la mano a las gentes que lo querían.

No me costaría ni me cuesta nada unirme a un perdón colectivo a los mexicanos y a todos los demás pueblos de Latinoamérica por los agravios de antaño, pero me pregunto si el perdón no se lo tienen que dar también a sí mismos muchos latinoamericanos por los crímenes (tantos o quizá más que los cometidos allí por los españoles) que ellos han cometido y cometen contra sus compatriotas. La historia de Latinoamérica no es sólo la historia de los efectos negativos de la conquista por los españoles de sus territorios, hace cinco siglos, sino también la del progreso que eso llevó consigo. Y, sobre todo, es la historia que los mismos latinoamericanos han sido capaces de poner en marcha mucho después y en ella hay muchas luces, desde luego, pero también muchas sombras de las que la humanidad no puede sentirse precisamente orgullosa, y mucho menos los propios latinoamericanos que han sufrido la avaricia y el crimen de sus clases dirigentes que ya nada deben ni tienen mucho que ver con los conquistadores.

Me pregunto sorprendido también por qué ha sido tan torpe el gobierno de España ante la petición de López Obrador. Me ha parecido que su respuesta es la de un machote altivo que se siente herido en su orgullo de ser superior, demostrando, por cierto, que para evitar las conductas masculinas o simplemente machistas no basta con que un gobierno tenga mayoría de mujeres.

Me hubiera gustado que el gobierno progresista de mi país hubiera respondido de otro modo, con comprensión, con humildad, con más respeto y con argumentos, quizá con una oferta de reflexión conjunta y, por qué no, sin rechazar el perdón, el fraternal perdón de todos hacia todos. ¿Por qué no aceptar que en nuestras historias, en las de todos, hay muchas cosas que perdonarnos unos a otros? Los españoles podemos sentirnos orgullosos de gran parte de nuestra historia pero también tenemos mucho de lo que avergonzarnos, y no es coherente luchar por aplicar entre nosotros la memoria histórica, reclamando desagravios para los nuestros, cuando los negamos hacia los demás, para aliviar el daño que nosotros hemos provocado sobre otros. Deberíamos ser más generosos, más inteligentes y más empáticos en ambos lados del charco.

He leído que después de sus primeras declaraciones el presidente mexicano ha matizado reclamando más bien la reflexión y la lectura conjunta de la historia. Me parece mejor, aunque parece olvidarse, en todo caso, que ya hace tiempo (en 1836) España y México suscribieron un “tratado definitivo de paz y amistad sincera” en beneficio mutuo y “para restablecer y asegurar permanentemente dichas relaciones” porque deseaban “vivamente poner término al estado de incomunicación y desavenencia que ha existido entre los dos gobiernos, y entre los ciudadanos y súbditos de uno y otro país, y olvidar para siempre las pasadas diferencias y disensiones, por las cuales desgraciadamente han estado tanto tiempo interrumpidas las relaciones de amistad y buena armonía entre ambos pueblos, aunque llamados naturalmente a mirarse como hermanos por sus antiguos vínculos de union de identidad de origen, y de recíprocos intereses” (aquí).

Releamos la historia cuantas veces haga falta pero no nos creamos ninguno que sólo nosotros tenemos sobre nuestra espalda agravios que necesitan reparación porque, a lo peor, todas las alforjas están llenas de sufrimiento ajeno y de crímenes deleznables.

Tengo la impresión de que lo mejor sería seguir la recomendación del Benjamin Franklin: “escribe los agravios en el polvo, las palabras de bien escríbelas en el marmol”. Si nos empeñamos siempre en hacer lo contrario sólo sembraremos el desafecto y la desconfianza que traen el odio y la enemistad eternos.

Las emociones razonadas

Las emociones razonadas

Luis García Montero

Las emociones nacen en un fondo de verdades y mentiras que se hacen parte de nosotros y que a través de nosotros se convierten en realidad. Lo normal es que salten donde menos se piensa y por eso merece la pena pensarlas mucho, intentar que se hermanen con nuestras razones y con nuestra razón. Las emociones separadas de la razón producen tantos monstruos como la razón distanciada de la responsabilidad ética de las emociones.

La semana pasada tuve la suerte de participar en una visita de respeto y homenaje a las tumbas de Antonio Machado y Manuel Azaña que organizó el presidente del Gobierno de España. Después de más de 40 años de Constitución democrática, era la primera vez que un presidente en ejercicio y en representación de la sociedad española viajaba a Colliure y Montauban para homenajear a dos símbolos decisivos del exilio republicano, es decir, de la legalidad española interrumpida por el golpe militar de 1936.

A lo largo de mi vida he visitado con emoción muchas tumbas de exiliados (escritores, políticos, soldados, niños…). Iba con mis sentimientos, mis colores, mis melancolías, mis sueños particulares. Pero en este viaje sentí la importancia de pasar de la primera persona del singular a la primera persona del plural. No era una melancolía personal, sino un reconocimiento oficial del presente político español lo que se acercaba a la tierra en la que descansan Azaña y Machado. Ese matiz me pareció lo mejor, lo más importante del viaje.

Por eso cobró gran valor el discurso que Pedro Sánchez pronunció en la playa de Argelès-sur-Mer, lugar convertido en campo de concentración por las autoridades francesas en 1939 para recibir a los miles de españoles que escapaban del fascismo. Al pedir perdón a los exiliados españoles y a las víctimas del golpe militar de 1936 por llegar con 40 años de retraso a Montauban, Colliure y Argelès, el presidente de Gobierno consiguió que la democracia española recuperase su puntualidad. Iba a escribir «y también su puntería», pero ni la memoria del pasado, ni la realidad del presente me permiten jugar de manera metafórica con las armas de fuego.

Las emociones, como digo, saltan de forma inesperada. Junto a las tumbas de Machado y Azaña había mucha gente. Los periodistas, los herederos del exilio, los curiosos, las autoridades locales y los visitantes formaban un pequeño tumulto. Era difícil sentir la emoción que suelen favorecer las soledades.

En medio del tumulto, tampoco me ofendieron –y la ofensa es un tipo de emoción– los gritos de algunos jóvenes independentistas catalanes que se acercaron a boicotear el acto. Resultaba curioso verlos, con una pinta de neonazis emocionados y reafirmados en su identidad, llamar fascistas a Nicolás Sánchez Albornoz, Paco Ibáñez, Ian Gibson, Rosa León y Almudena Grandes. Pero así es la historia con sus emociones y sus fundamentalismos: un joven bien alimentado por una democracia heredada puede considerarse con el derecho de llamar fascista a una persona de 93 años como Nicolás Sánchez Albornoz, detenido en los años 40 por su lucha contra la dictadura, fugitivo del campo de concentración de Cuelgamuros y exiliado durante décadas en Argentina y Estados Unidos.

En medio del tumulto, no me ofendieron los gritos desquiciados que nos llamaban fascistas en Argelès-sur-Mer. Para bien o para mal, he aprendido a elegir y meditar mis emociones, aunque a veces salten donde menos se piensa. De pronto me emocioné al ver a una anciana que, con un acento francés muy perceptible, levantaba la voz para gritar «Viva España». Aquella voz viva y desconocida me emocionó más que las tumbas admiradas. Un amigo de Toulouse me contó después que la anciana había salido al exilio en 1939 junto a su padre, un militante comunista de Almería que murió en 1940 en Argelès por culpa de una pulmonía. Uno más de los miles de españoles muertos por la dignidad de su país a causa de las heridas de guerra, las ejecuciones, el desamparo, la irracionalidad y el agotamiento. «Viva España», murmuré al pasar junto a ella, dispuesto a razonar mis emociones y a poner mis sentimientos al servicio de la igualdad y la dignidad humana, de nuevo en peligro por culpa del supremacismo y la extrema derecha populista de Europa.

Como le doy vueltas a todo, considero a veces que la facilidad con la que me emocionan los ancianos es un síntoma de que este tiempo que vivo ya no es el mío. Pero sigo dándole vueltas a las cosas y prefiero llegar a la conclusión de que cualquier tiempo es oportuno para la voluntad cívica de equilibrar las emociones y la razón democrática, o también la razón y las emociones democráticas. No podemos permitir que nada ni nadie nos hiele el corazón o nos queme la razón.

¿En qué nos quieren convertir?

Luis García Montero

Luis García Montero 

Publicada el 07/10/2018

¿En qué nos quieren convertir?

Buena parte de la poesía contemporánea fundó sus cimientos en el respeto a la sabiduría del pueblo. El amor popular que llevaron a la literatura poetas como García Lorca y Alberti tenía antecedentes claros en su maestro Antonio Machado. Descendiente de Demófilo, muchas veces acudió en su prosa y su verso a las complicidades de lo popular. Los años vividos en una Restauración fundada en el descrédito de las instituciones políticas exigían buscar en los sedimentos de la vida real un consuelo ante las mentiras oficiales.

Las intervenciones de Juan de Mairena ante los alumnos no dudaban al elevar el tono en este sentido: «Es muy posible que, entre nosotros, el saber universitario no pueda competir con el folklore, con el saber popular. El pueblo sabe más, y sobre todo, mejor que nosotros. El hombre que sabe hacer algo de un modo perfecto -un zapato, un sombrero, una guitarra, un ladrillo- no es nunca un trabajador inconsciente, que ajusta su labor a viejas fórmulas y recetas, sino un artista que pone toda su alma en cada momento de su trabajo».

Ya en los años de la Guerra Civil, en la revista la Hora de España, Machado publicó una carta a David Vigodsky en la que volvía a declarar su amor al pueblo: «En España lo mejor es el pueblo. Por eso la heroica y abnegada defensa de Madrid, que ha asombrado al mundo, a mí me conmueve, pero no me sorprende. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos –nuestros barinas– invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva. En España, no hay modo de ser persona bien nacida sin amar al pueblo. La demofilia es entre nosotros un deber elementalísimo de gratitud».

De don Antonio podemos heredar con honestidad su sospecha ante las banderitas sonoras, la brújula que lo llevó a ponerse del lado de los más débiles en cualquier conflicto y el respeto al trabajo bien hecho. La vocación profesional fue un ámbito imprescindible para la formación de una conciencia cívica comprometida con la sociedad. Lo que no sé es si hoy estamos legitimados para confiar en lo popular como sedimento y refugio ante la crispación, las mentiras, la demagogia y la falta de escrúpulos de algunos líderes capaces de vender a su madre por un puñado de votos en el espectáculo ruidoso de la política. La tristeza es que esos líderes tienen rebaños.

El poder ha conseguido que el rencor de sus víctimas se ponga a su servicio.

El cultivo de la telebasura y los mundos virtuales han sustituido el sedimento vital de la experiencia que se condensaba en el folklore. Los códigos del consumo han devorado la decencia solidaria de los pobres, de la gente explotada por la injusticia. Ahora fluye una dinámica de clientes insatisfechos en sus demandas. Y, además, las degradaciones laborales, el deterioro de la dignidad del trabajo en favor de los empleos baratos, impiden esa aspiración al bien hacer y a la sabiduría artesanal de la que hablaba Machado.

¿En qué nos están convirtiendo? Cuando las cloacas potencian la crispación y la suciedad, se genera en las redes sociales y en las conversaciones una complacencia mezquina con el insulto, la calumnia y la falta de respeto. Parece que las audiencias aumentan cuando en una tertulia política toman la palabra determinados personajes que no conocen la decencia profesional y se dedican a colaborar con mafiosos y empresarios sin escrúpulos. No se trata de que sean periodistas de izquierdas, de derechas o de centro: son personas sin decencia que manchan las cabeceras periodísticas. Los directores que aceptan a estos indecentes se comportan también de manera indecente.

¿Soluciones? Creo que no están en el marco gubernamental, sino en el tejido cívico. El poder corruptor de la mentira no puede combatirse con la falta de libertad. La represión es capaz de dejar sin palabra a un sinvergüenza, pero a costa de abrir otros espacios a la mentira y la injusticia con el sacrificio de la conciencia crítica. Por eso no veo otra salida que la exigencia de la propia responsabilidad profesional de los periodistas. Que su oficio no se convierta en un vertedero es un reto imprescindible para la democracia, es decir, para una sociedad en la que la convivencia dependa de la verdad y de la libertad.

Ahora que nos están convirtiendo a todos en cloaca, quizá sea ingenuo llamar a la decencia profesional. Pero que tengamos a la realidad en contra no es un argumento definitivo para olvidarnos de nosotros mismos.

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85 aniversario de la República; Educación y república

 No sólo de pan vive el hombre.
Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan;
sino que pediría medio pan y un libro.
Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan.
Federico García Lorca

85 aniversario de la República; Educación y república

 Por Agustín Moreno en 13 abril, 2016

Niisones_Pedagogicas_Alpujarras Una imagen de las Misiones Pedagógicas llevadas a cabo en Las Alpujarras en 1934. Dos niños contemplan por primera vez la proyección de una película. / Captura del documental ‘Misiones Pedagógicas’.

La educación ha sido tradicionalmente un privilegio del poder político, económico y religioso. No tenía como objetivo la educación general de la población, sino la formación de las élites dirigentes. A lo largo de casi toda la historia de España fue una minoría con suficientes recursos económicos la que pudo estudiar. La educación pública con carácter universal es un concepto reciente. La mayoría de la población no tenía acceso a la educación o ésta se realizaba con un currículo muy devaluado (leer, escribir, las cuatro reglas y el catecismo).

Antes de la Segunda República, sólo sería destacable la labor de la Institución Libre de Enseñanza (ILE), fundada en 1876 por Francisco Giner de los Ríos y otros intelectuales progresistas, para impartir una enseñanza no confesional, basada en las nuevas corrientes pedagógicas, en la libertad de ciencia, la tolerancia y el contacto con Europa. Con la influencia de la ILE se emprendieron importantes reformas en los terrenos jurídico, educativo y social, y se crearon organismos, como la Junta de Ampliación de Estudios, para ampliar y modernizar el sistema escolar. Pero la tasa de analfabetismo ascendía al 65% de la población. Bartolomé Cossío, a finales del siglo XIX, constataba la existencia de una población infantil escolarizable de más de cuatro millones, mientras el sistema escolar existente sólo daba atención a dos millones.

Con la Segunda República, las ideas de los liberales democráticos, republicanos y socialistas abrieron la posibilidad de expandirse en la educación. Durante el bienio reformista (1931-1933) se produjo una importante apuesta presupuestaria en el ámbito educativo, tanto para la creación de espacios escolares dignos, la atención a la formación y salario de los maestros y otras muchas iniciativas que vinculaban la educación con la cultura.

Documental ‘Misiones Pedagógicas 1934-1936’, de Gonzalo Tapia. / caralvariz (YouTube)

Estos dos años fueron únicos en la preocupación gubernamental por la educación pública; no en vano se consideraba la educación el motor del cambio social en España. Como decía don Gregorio, el maestro de La lengua de las mariposas: “El lobo nunca dormirá en la misma cama con el cordero. Pero de algo estoy seguro: si conseguimos que una generación, una sola generación, crezca libre en España, ya nadie les podrá arrancar nunca la libertad. Nadie les podrá robar ese tesoro” (ver arriba).

Los principios de la Segunda República en materia de educación la consideraban una función esencial del Estado (pública), laica, obligatoria y gratuita (especialmente en la primaria). Debía tener un carácter activo, creador y también social: la escuela debía integrarse en la sociedad y tener una mayor conexión entre los padres. Defendía la coeducación, la renovación metodológica y pedagógica. Se facilitó el acceso a los más pobres con una política de becas.

Toda una revolución en aquella época y una auténtica Edad de Oro de la pedagogía española y también de la cultura. Fue muy brillante la experiencia de las Misiones Pedagógicas (ver documental), que llevaban bibliotecas, cine, museo ambulante, teatro, audiciones musicales, etc. a las aldeas más remotas y a lomos de caballería cuando no podían llegar las camionetas.

Fragmento de la película ‘La lengua de las mariposas’. / AcaciaFilmsSL (YouTube)

La prioridad fue la atención a la escuela primaria, ya que se pensaba que era la piedra angular del edificio. Se planteó la construcción de 27.000 escuelas para escolarizar a toda la población infantil que no asistía a la escuela. En la etapa del bienio progresista (1932-33) hubo un fuerte impulso reformador en el terreno educativo, esfuerzo inversor, formación y dignificación del magisterio; aunque con problemas de financiación, por la crisis económica consecuencia del crack de 1929. El bienio conservador (1934-35) supuso un frenazo a las reformas anteriores.

El franquismo acabó con aquel proyecto modernizador y auténticamente revolucionario por su apuesta por la formación y educación de la ciudadanía. Fue brutal la represión: encarcelamientos, depuraciones y asesinatos. Muchos maestros fueron fusilados sin formación de causa. Era tal la animadversión del fascismo hacia su labor que se produjeron situaciones con tanta carga simbólica como la de disparar a la escuela al no poder hacerlo sobre el maestro por haber escapado a tiempo, como se puede ver en el documental ‘La escuela fusilada’.

Cuando en vez de llegar la paz, llegó la victoria, la Ley de Instrucción Primaria de 1939 volvió a una educación concebida como un derecho de la familia, de la Iglesia y del Estado. Su ideología se basó en el nacional-catolicismo, y fue de carácter confesional y patriótico, haciendo hincapié en la unificación lingüística de todo el territorio español. Se trataba de hacer no una “escuela pública”, sino una escuela estatal como medio de propaganda del régimen.

Los poderosos cambios económicos y sociales producidos en los años 60 obligaron a una reforma educativa en profundidad, que se plasmó en la ley General de Educación de 1970. En los más de treinta años del actual período democrático se ha desarrollado una profusa legislación educativa. Se ha  aumentado la inversión educativa de forma notable y potenciado su carácter público. Pero a la vez se desarrolló una segunda red privada-concertada que es una bomba de relojería para el sistema. Las más importantes normas legales en la etapa democrática actual han sido la LODE, la LOGSE (1990), la LOPEG. Ya en el siglo XXI, las últimas  leyes son la LOE y la LOMCE, esta última sin ningún consenso social ni político.

Lo destacable del periodo democrático es el reconocimiento del derecho a la educación como un derecho social, que los poderes públicos están obligados a prestar. La escolarización se ha universalizado, se ha ampliado la cobertura en Educación infantil, se ha extendido hasta los 16 años la educación obligatoria, y ha crecido la población atendida en las etapas educativas postobligatorias: Bachillerato, Formación Profesional y las distintas modalidades de rango universitario.

Este repaso a las políticas educativas debe ayudar a tomar conciencia de la fragilidad que el sistema público de enseñanza tiene en España, ante la ofensiva neoliberal y privatizadora. Si no se detiene, el gran retroceso en la inversión educativa y las reformas legales conservadoras, crearán un futuro incierto para la educación al no estar asegurado ni su carácter público, ni su calidad, pudiendo quedar reducida a un subsistema devaluado y residual.

La importancia que hay que dar a la educación y a la cultura queda reflejada en la actitud de la Segunda República y en las palabras de Federico García Lorca, al inaugurar una biblioteca en Fuente Vaqueros (Granada) en Septiembre 1931: “Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. ¡Libros! ¡Libros! (…) Que el lema de la República debe ser: “Cultura”. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz”.

Podremos valorar el retroceso que se ha producido en algunos campos en relación a la escuela de la República cuando vemos que, 85 años después, aumenta el alumnado de religión en bachillerato frente a otras asignaturas como Cultura Científica o Francés. La escuela pública de todos y para todos que necesitamos será posible con el proyecto de regeneración democrática que debe ser la Tercera República.

 

Sobre la vida y las tumbas

Luis García Montero

Comparto este excelente artículo esperando que, como a mi, a ustedes también los lleve a la reflexión; ni perdón ni olvido para los culpables de crímenes del pasado mucho menos honores para ellos ¡basta ya de infamias! es el momento de rescatar la verdad exigen en España…no solo me uno indignado a su causa sino que propongo a mis hermanos mexicanos que hagamos causa común con ellos y exijamos también que aquí se rescate la memoria histórica, es necesario reescribir la historia de México; nuestros verdaderos héroes son las victimas y sus deudos de los gobiernos represores de los últimos casi 100 años ¡honor y reconocimiento para ellos y deshonra y castigo para los culpables!

Jesús Torres Navarro.

Sobre la vida y las tumbas

     Publicada el 26/08/2018.

Luis García Montero

Hay un poema de Ángel González, titulado «Camposanto en Colliure», en el que se cuenta una visita a la tumba de Antonio Machado. Era plena posguerra, pero ya había síntomas del desarrollismo desequilibrado de los años sesenta. El turismo, las primeras industrias fijadas en el norte y los inmigrantes que salían a Europa desde las zonas más pobres de España empezaban a mover dinero y a rescatar a la nación de la extrema pobreza. «Pasan trenes, nocturnos, subrepticios, / rebosante de humana mercancía», escribió Ángel.

A nosotros no nos resultará difícil comparar la humana mercancía de los emigrantes españoles de los años 60 con algunas declaraciones políticas que acaban de identificar los barcos repletos de personas como cargamentos de carne humana. Pero a Ángel González aquel movimiento de fronteras le recordaba entonces el final de la guerra: una multitudinaria emigración política que salía de su país para evitar la muerte. Ante la tumba de Machado, escribió: «Se paga con la muerte / o con la vida, / pero se paga siempre una derrota«.

Bien sabía el poeta asturiano que la vida puede ser una condena. La ejecución de su hermano mayor en la Guerra Civil fue una desgracia mortal, pero seguir con vida supuso también una condena para él, su madre y sus hermanos.

La figura del caudillo Francisco Franco supone un caso muy llamativo en el siglo XX. Lo peor, como explicó la filósofa María Zambrano, no fue que pusiese en marcha un golpe de Estado contra la democracia española, sino que después de fracasar no dudase en vender su país a Hitler y Mussolini, a la Alemania nazi y la Italia fascista, para desatar una guerra y conseguir el poder a cambio de convertir a España y a sus habitantes en un campo de pruebas del exterminio bélico.

Esa crueldad traicionera se convirtió en guía de vida cuando mantuvo la furia represiva durante los años largos de su dictadura. España dejó de ser un país normal cuando se mantuvo el franquismo después de la Segunda Guerra Mundial. Que una figura histórica como Franco no esté enterrada en una tumba familiar, sino en un lugar de Estado, es una de las mayores infamias que ha tenido que soportar por unas razones o por otras la democracia española.

Cuando oigo a alguien defender a Franco o poner problemas para la exhumación de sus restos, me acuerdo de una travesura de Juan de Mairena, autor de la tragedia Padre y verdugo dedicada con simpatía a Jack el destripador. «Qué padre tan cariñoso pierde el mundo. Esto exclama Jack, momentos antes de ser ahorcado». El drama trágico fue abucheado porque el público no estaba en condiciones de comprender la intención de Mairena. Confieso que yo tampoco alcanzo a comprender a nadie, de ningún partido democrático, ni de la derecha ni de la izquierda, que pueda oponerse a que los huesos de un dictador tan cruel pasen a la memoria íntima de su familia y dejen de ocupar un espacio de Estado, después de 80 años de su victoria y de 43 años de su muerte.

En el poema «El Dios íbero», Antonio Machado escribió: «ni el pasado ha muerto, / ni está el mañana –ni el ayer– escrito». Eso de confundir el cierre de las heridas con el olvido es una de las mayores sinrazones que pueden arrojarse sobre la vida pública y los sentimientos privados. La sacralización y la impunidad de la injusticia es tan corrosiva como el negarse a vivir el duelo de nuestros muertos hasta alcanzar una convivencia en la serenidad de la memoria. El futuro de una democracia, los caminos que hace al andar, depende de la manera que tenga de entender su pasado.

Francisco Ayala escribió al final de la Guerra Civil un «Diálogo de los muertos». Recuerda mucho al discurso de Azaña «Paz, piedad, perdón». Después de la contienda, todas las víctimas se ponen a hablar bajo tierra y meditan sobre los motivos de aquella violencia. Pero ese diálogo era imposible mientras las víctimas fuesen confundidas con los verdugos. La tumba de Luis Cernuda está en México, testimonio de su exilio y de su desprecio por los vencedores. La tumba de María Lejárraga está en Buenos Aires, testimonio de las injusticias del olvido. La tumba de Pedro Salinas contempla el mar de Puerto Rico. La tumba de García Lorca es un extenso campo de exterminio en el que se ejecutaron entre Víznar y Alfacar a más de 2.500 granadinos.

Cada vez que he ido a visitar todas estas tumbas, igual que ante la tumba de Machado, he sentido vergüenza de que Francisco Franco estuviese enterrado en el Valle de los Caídos. Escribo este artículo para decirle a mis muertos que parece que las cosas se van a arreglar, que esta vez sí, que su casa, su verdadera casa, estará en poco tiempo sosegada.

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http://luisgarciamontero.com/2018/08/26/sobre-la-vida-y-las-tumbas/?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+LuisGarciaMontero_com+%28Luis+Garc%C3%ADa+Montero+%3A+P%C3%A1gina+web+oficial%29 

https://www.infolibre.es/noticias/opinion/columnas/2018/08/25/sobre_vida_las_tumbas_86113_1023.html

 

La quiebra de la esperanza. En el 80 aniversario de un día de infamia.

La quiebra de la esperanza. En el 80 aniversario de un día de infamia.

Alcala_Zamora_AzanaLos dos presidentes de la II República, Niceto Alcalá-Zamora (1931-1936) y Manuel Azaña (1936-1939), posan juntos en una imagen sin fecha. / Biblioteque Nationale de France (Wikipedia)

Hay quienes miran el pasado y quiénes lo evitan. Quien lo hace con ánimo revisionista para justificar los hechos, como esa pseudoliteratura neofranquista que se vende en los grandes almacenes y que construye mitos para justificar la sublevación militar de 1936 y la dictadura de Franco. O quienes lo hacen para saber la verdad de lo que pasó, para intentar comprender. Pero para romper el círculo vicioso tradicional y que la historia no se repita hacen falta ciudadanos no manipulables y ello exige ser conscientes del pasado de su sociedad.

La Segunda República llegó el 14 de abril de 1931 sin que se derramase ni una sola gota de sangre, entre la alegría popular y las esperanzas de cambio, justicia y modernización del país. La hizo posible el agotamiento del régimen de la Restauración borbónica que venía haciendo aguas por todas partes. El turnismo entre los liberales y los conservadores, dejaba cada vez a más fuerzas políticas y sociales fuera del terreno de juego: republicanos, socialistas, regionalistas, anarquistas… La crisis de la monarquía se acentuó a partir de 1917 con la crisis militar, la política y, especialmente, la social que se manifestó con la huelga general de agosto y que acabó con el encarcelamiento de sus dirigentes.

La conflictividad y la violencia social que se produjo al acabar la Primera Guerra Mundial, con asesinatos a tiros en las calles de Barcelona y la aplicación de la ley de fugas dejaron cientos de muertos, especialmente obreros y dirigentes anarquistas como Salvador Seguí o Layret. Las crisis marroquíes estuvieron presentes desde principio de siglo y fueron el telón de fondo tanto de la Semana Trágica de 1909, como del golpe militar y la dictadura de Primo de Rivera tras el desastre de Annual.

Tras el fracaso político de Primo de Rivera y su dimisión, los gobiernos de Berenguer y Aznar fueron un pequeño interregno que desembocaría en la República. Para ello fue necesaria la unidad de las fuerzas antimonárquicas en el Pacto de San Sebastián y el triunfo de sus candidaturas en las grandes ciudades en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931. Unos meses antes unos jóvenes capitanes (GalánGarcía Hernández) habían sublevado a la guarnición de Jaca y su fracaso dio dos mártires a las ideas republicanas.

Tras la salida del rey del país, el gobierno provisional convocó elecciones a Cortes constituyentes. La República intentó transformar el país, encontrándose desde el principio con muchas dificultades y resistencias. La mayoría republicana y socialista afrontó los principales problemas. Así, en el bienio reformista (1931-33), se aprobó la avanzada Constitución de 1931 que proclamaba a España como una “República de trabajadores” y establecía el sufragio femenino. Se abordó un “inmenso programa de reformas que consistiría en, aparte de destruir las influencias reaccionarias, crear relaciones laborales más equitativas, acabar con los poderes casi feudales de los latifundistas y satisfacer las demanda autonómicas de los regionalistas vascos y catalanes”. Entre estas reformas estaba la cuestión militar (pasando al retiro con la paga íntegra, a los jefes que no quisieran jurar fidelidad a la República); la cuestión religiosa (apostando por un Estado laico –divorcio, cementerios civiles- y quitando privilegios patrimoniales y educativos a la iglesia católica); desarrollando la educación pública y laica (con un ambicioso programa más escuelas, más maestros y mejor retribuidos). Se aprobó el Estatuto de Cataluña, votado casi unánimemente allí, para resolver el problema regional. En la cuestión social se emprendió la reforma agraria pero de manera tan lenta e insuficiente que estuvo muy por debajo de las expectativas de la masa campesina. Por último, se aplicaron mejoras obreras en materia de salarios, jornada y negociación colectiva.

Ni que decir tiene que este acelerado programa de reformas modernizadoras encontró la oposición de múltiples sectores: ejército, iglesia católica, terratenientes y patronos, además de las fuerzas conservadoras que incluían desde monárquicos a fascistas. En el verano de 1932 se produjo en Sevilla la ‘Sanjurjada’, un golpe militar fallido que ya indicaba la determinación de la derecha y del ejército de no dar la menor oportunidad a la República. Por si fuera poco, se produjo la desafección de sectores campesinos y obreros tras la veintena de muertos en Casas Viejas (y otros episodios sangrientos de represión en Castilblanco y Arnedo), la hostilidad de anarquistas y comunistas, y el alejamiento de los socialistas. La conjunción de todas las oposiciones, y la abstención de los anarquistas, dieron al traste con el gobierno Azaña y en las elecciones de noviembre de 1933 venció la derecha agrupada en la CEDA y el Partido Radical de LerrouxComo dice Pierre Vilar: “Así murió la república reformista y jacobina, por haberse creído capaz de reformar España sin dar inmediata satisfacción a las masas agrarias, y de luchar abiertamente contra el sector obrero más fuerte”.

En el “bienio negro” (1934-36) se produjo el desmontaje de las reformas emprendidas y se agravaron tres problemas. El político, ya que la derecha no se había adherido a la República y por ello gobernó Lerroux aunque tenía casi cincuenta diputados menos que la CEDA y el Partido Agrario que la apoyaba. La conflictividad social por la situación miserable de los campesinos y por la anulación de las ocupaciones de tierras, las expropiaciones a los grandes de España y las leyes de arrendamientos y salarios. Hubo huelgas, muertos, fracasos y amargura. El problema regional siguió latente y en Cataluña se intentó defender las reformas del bienio anterior; el País Vasco se empezó a agitar. Tras el gobierno Samper, volvió Lerroux y colocó en el gobierno a tres ministros de la CEDA. Azaña llamó a defender a la República por todos los medios. Pero solo en dos zonas del país se produjeron auténticas revoluciones, especialmente en Asturias al grito de “Antes Viena que Berlín”, indicando que preferían oponerse al fascismo luchando que tener una actitud más pasiva, como pasó en la Alemania nazi. La huelga general y la proclamación del Estat catalá dentro de la República federal” fue reprimido por el ejército.  En Asturias duró quince días la sublevación minera y obrera unitaria y fue seguida de una terrible represión.

Pero la derecha no pudo consolidarse en el poder. Un escándalo de corrupción, el del estraperlo, salpicó al gobierno Lerroux. La represión y el estado de excepción posterior a octubre del 34 permitió despidos, reducción de salarios, recuperación de privilegios de la oligarquía, y ello hizo que las masas campesinas y obreras acabasen apoyando al Frente Popular. Sacar a los 30.000 obreros presos de las cárceles se convirtió en un objetivo. Azaña recuperó prestigio y negoció con otras fuerzas políticas y sindicatos un programa de 14 puntos. El 16 de febrero de 1936, también las predicciones electorales fracasaron estrepitosamente y el Frente Popular venció con una amplia mayoría y un programa más moderado que el de 1931.

Se reanudó el programa de reformas. Hubo disturbios esporádicos, quema de iglesias, matonismo fascista, choques entre juventudes de ideologías opuestas y mucho pretorianismo militar. Se reanudó espontáneamente la reforma agraria y en Badajoz y Toledo se repartió más tierra en tres meses que en decenios. Las formaciones fascistas adoptaron la estrategia de la tensión: el vicepresidente socialista del Congreso fue agredido y el juez que condenó a los agresores fue asesinado. Azaña sustituyó a Alcalá Zamora como presidente. El acoso armado de las derechas a la democracia republicana fue permanente. Eduardo González Calleja documenta varias conspiraciones en la primera mitad del 1936. En febrero, tras las elecciones, intentando que se declarara el estado de guerra, y otro en abril que acabó con la detención de Varela. Se diseñaron todo tipo de golpes: de mano, centrífugo, centrípeto. Participaban en ellas la UME, la Junta de Generales, la trama civil. Cuando los comunistas pidieron detener a los generales del complot, el gobierno no se atrevió y destinó a Franco a Canarias y a Godet a Baleares, donde siguieron conspirando. En el complot militar estuvieron implicados muchos generales, su jefe fue Sanjurjo, exiliado por el golpe de 1932, que estaba coordinado con Calvo Sotelo y con contactos en el extranjero (Alemania, Italia). La programaron para finales de julio, pero todo se precipitó tras el atentado a Calvo Sotelo por los compañeros del teniente Castillo, de la Guardia de Asalto, en venganza por su asesinato.

El 17 de julio de 1936 estalló el pronunciamiento militar del ejército africanista en Marruecos. El 18 la sublevación se extendió a todo el Estado: se pronunciaron todas las guarniciones, salieron a la calle y proclamaron el Estado de guerra. La sublevación fue técnicamente impecable y triunfó en medio país, pero fracasó políticamente en zonas claves de España. Dejó al gobierno casi sin jefes militares, pero no se dio por vencido y la población resistió y desarmó a los militares en espacios claves, como Madrid y Barcelona. La sublevación no pudo imponerse contra las masas. Los militantes de partidos, sindicatos y juventudes salieron a la calle, pidieron armas y fueron los cuadros de la milicia cuando el gobierno decidió apoyarse en ellos. Los soldados se pasaron al lado del pueblo en muchos lugares, especialmente la gran mayoría de la marinería permaneció fiel a la República. Catalanes y vascos se opusieron al golpe. Capas sociales medias apoyaron la legalidad contra la “España negra” antiliberal de generales y curas. Mola movilizó al viejo carlismo, la iglesia católica llamó a una “cruzada”, las juventudes de la derecha decepcionados con Gil Robles se pasaron directamente al fascismo. Un golpe militar que podía haberse decidido en pocos días pasó a convertirse en una revolución y una guerra civil que duró tres años y que, gracias al fascismo internacional, acabaría con la República y las esperanza de transformación democrática de España.

La República cometió errores e imprudencias, al tiempo que tuvo la valentía de afrontar profundas reformas para superar el atraso, la ignorancia y los privilegios. Pero no es cierto que el funcionamiento del sistema republicano condujera necesariamente a la guerra. Como tampoco lo es que hubiera un espontáneo y masivo “alzamiento” del pueblo español contra ella, como si del 2 de mayo de 1808 se tratara. El ejército y las derechas nunca dejaron de conspirar contra la República democrática y, especialmente, desde el triunfo del Frente Popular no hubo más objetivo que derribarla por la fuerza.

Si hay que maldecir todas las guerras, más aún una civil como la nuestra  que no fue una “lucha contra los rojos”, sino el “parteaguas de nuestra Historia contemporánea” como dice Ángel Viñas. El golpe buscaba defender los intereses de la oligarquía española y de la iglesia católica, frenando la modernización del país. Y vaya si lo logró. Por eso es falaz e interesada la asociación que hace el revisionismo neofranquista y bastantes manuales escolares estableciendo como períodos de unidad histórica República-Guerra civil (lo que empieza bien acaba mal) y de Franquismo-Democracia (lo que empieza mal acaba bien), cuando realmente el binomio de unidad histórica correcto es Guerra civil-Franquismo (lo que empieza mal sigue mal).

Las consecuencias de la guerra fueron terribles en el plano demográfico, político, económico y moral. Tras la guerra no vino la paz sino la victoria, la gran catástrofe del franquismo. Fue la quiebra de la esperanza. Una terrible represión, un retroceso en las condiciones de vida y de trabajo de la población y un alineamiento del país con las potencias fascistas. La guerra y el franquismo evitaron todo cambio profundo y las castas dirigentes mantuvieron su poder intacto. Por desgracia, no hemos sido capaces todos de analizar objetiva y desapasionadamente nuestra historia.  Así se demuestra en situaciones como la producida hace unos días en Madrid, cuando el PP se negó a condenar el golpe de Estado del 18 de julio. Hay quienes todavía tienen que aprender a ser simplemente un partido de derechas en un país democrático. Pasar la página exige condenar la sublevación militar contra la legalidad republicana, tomar conciencia de que todas las guerras son deplorables, y respetar la memoria histórica de las víctimas y su derecho a la Verdad, la Justicia y la Reparación.

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Un optimismo con sentido común y el conocimiento, la opinión y la cloaca

Un optimismo con sentido común

Luis García Montero

Luis García Montero

19 agosto 2018

– Dame cretinos optimistas –decía un político a Juan de Mairena–, porque ya estoy hasta los pelos del pesimismo de nuestros sabios. Sin optimismo no vamos a ninguna parte.
– ¿Y qué me diría usted de un optimismo con sentido común?
– ¡Ah, miel sobre hojuelas! Pero ya sabe usted lo difícil que es eso.

En este diálogo entre el famoso personaje de Antonio Machado y un político de su tiempo se dicen verdades a medias. El político tradicional quiere sin duda movilizar a su país y necesita gente optimista. Pero son más útiles para él los necios dispuestos a comulgar con ruedas de molino que las personas con lucidez deseosas de fijar un sentido común alternativo. Así que en su miel sobre hojuelas hay una trampa que amarga el significado.

También podríamos aplicarle la misma prevención a Mairena. Parece reivindicar el optimismo, pero utiliza el espejo de su político para insinuar que bajo la piel del entusiasta hay un engañado. De ahí los juegos con nuestro estado de ánimo cuando decimos que un optimista es un pesimista mal informado o que un pesimista es un optimista inteligente. Este ir y venir, tan propio de ese escéptico bien intencionado que fue Juan de Mairena, o de ese ser receloso y buscador de esperanzas que se llamó Antonio Machado, merece una reflexión en el mundo de hoy.

Desde hace varias semanas escribo sobre palabras como verdad, bondad, política, hospitalidad, libertad, conocimiento y opinión. Mis consideraciones y los comentarios de los lectores de infoLibre no invitan a un consuelo inocente, sino a un conflicto. Hablar de bondad no supone dividir el mundo entre buenos y malos, sino responsabilizarnos de nuestros propios actos cada vez que actuamos o de nuestra palabras cuando opinamos. Hablar de verdad no supone la ingenuidad de apostar por una evidencia sin fisuras con vocación de dogma. La historia nos tiene muy avisados: los buenos son con frecuencia una amenaza cumplida en los relatos contados por los vencedores y el sentido común puede  legitimar con un peso de siglos las costumbres más injustas.

Volver a las palabras originales de la democracia para asumir sus conflictos, no sus falsos consuelos, me parece un buen camino en un momento en el que el pensamiento reaccionario impone políticas de odio y miedo como mecanismo de captación de voluntades. No es que haya primeros síntomas, es que la enfermedades del racismo y las identidades totalitarias vuelven a ser un griterío cadavérico en Europa. Por eso creo conveniente acentuar la reflexión ética sobre nuestras actitudes, y para ello nada mejor que reconocer que la ilusión democrática se cimienta en una serie de antinomias que nos hacen responsables últimos de nuestras decisiones. Quien nos lo quiere dar todo hecho, nos engaña con sus certezas.

El concepto de ciudadanía nació para hacernos iguales ante la ley. Un ciudadano es una abstracción, alguien que borra su identidad particular para igualarse con los demás. Todos somos iguales ante la ley. ¿Todos somos iguales? ¿Todas? Abrir el interrogatorio nos recuerda en el mundo de las abstracciones que existe identidad, es decir, la historia hecha individuo. Los ricos, los pobres, los hombres, las mujeres, los blancos, los negros, los gitanos, los homosexuales, los heterosexuales, ¿somos iguales ante la ley y la sociedad de la que depende nuestra ley? No se trata de negar el valor de una abstracción racional que busca la igualdad, pero tampoco debe negarse la existencia de identidades en el relato social. De ahí que sea necesario aceptar el conflicto, la antinomia entre dos principios que entran en contradicción, para responsabilizarnos éticamente de los equilibrios, los desequilibrios y las decisiones.

El optimismo con sentido común que propongo al hablar de bondad y verdad en democracia no pretende una resolución ingenua de los problemas en nombre de la condición humana; pero sí intenta afirmar que los seres humanos con convicciones democráticas estamos en condiciones de dar la batalla ante los que quieren imponer un pesimismo irracional basado en el odio, las consignas del miedo y el falseamiento de las estadísticas y los hechos.

¿De qué estoy hablando?, señor Martínez, preguntaría ahora Juan de Mairena a uno de sus alumnos para centrar el tema de la clase. Quizá el señor Martínez, avispado, podría contestar que se estaba hablando de los políticos que quieren pesimistas cretinos para sembrar a la vez odio y votos. Y quizá Mairena seguiría entonces meditando sobre aquellos líderes que nos hacen peores personas para solucionar con proclamas totalitarias la antinomia en la que descansa el concepto de ciudadanía.

El conocimiento, la opinión y la cloaca

Luis García Montero.

Consejo de Maquiavelo: No conviene irritar al enemigo.

Consejo que olvidó Maquiavelo: Procura que tu enemigo nunca tenga razón.

Juan de Mairena acudió a la memoria de Maquiavelo para hablar con sus alumnos sobre la acción política de tendencia progresista en España. Acostumbrado a la prepotencia de los señoritos, dispuestos siempre a considerar el país como una propiedad particular, juzgaba oportuno avisar de las cóleras desatadas por el corazón reaccionario, más testicular que pensativo, cada vez que siente amenazados sus privilegios seculares. Las iluminaciones del demagogo de taberna tienen su compañero de furias en el rencor del mandarín que ve peligrar su trono.

La convivencia democrática necesita respetar las normas, el tono, las fuentes y los jardines de las plazas públicas. El espacio público es connatural a la libertad de los individuos que comprenden lo que significa haber nacido en una sociedad y en una lengua materna, dos herencias que no pueden utilizarse como una propiedad privada. El ser individual que nos constituye tiene una dimensión colectiva no sólo inevitable, sino afortunada, para las personas que se toman en serio palabras como amor, verdad,bondad y poesía.

Cada cual sabe sus pasiones, sus caprichos y sus intereses, pero salir a lo público supone un esfuerzo por educarse, dialogar, llegar a acuerdos. Sentir la inquietud del conocimiento y la opinión. Conviene no olvidar esta inquietud del conocimiento y la opinión en el juego democrático, porque son palabras mayores que merecen respeto y cuidados. La ciudadanía exige igualdad de derechos, pero no debe confundir el valor del conocimiento con la opinión. Sería muy temerario que un enfermo se pusiese a discutir con un médico de medicina, aunque el médico hará bien en escuchar con atención al enfermo cuando habla de su cuerpo y sus dolores.

Esta inquietud entre el conocedor, que medita lo que opina la gente desde su propia experiencia, y el opinante, que se interesa por los que han estudiado en profundidad una ciencia, una historia o un conflicto, podría ser el suelo de la llamada opinión pública, un acuerdo mayoritario en el que las opiniones y el conocimiento buscan un equilibrio a la hora de presentarse en sociedad. Lo público no es una suma de voces individuales, sino la configuración de un contrato para la convivencia.

La opinión pública, como las instituciones públicas, se edifica como bien común. Entre el elitismo del sabio y la voluntad democrática de igualdad, levantamos las instituciones como punto de encuentro capaz de prevenir tanto la tecnocracia exclusiva como el fanatismo sin escrúpulos.

Machado prevenía en 1934 de una situación que no resulta extraña a la sociedad de hoy. Aunque uno se empeñe en no tratar a nadie como enemigo y en darle agua a cualquiera que tenga sed, la temperatura de las redes sociales, que empapan con demasiada frecuencia los medios de comunicación más reaccionarios, tienden a corromper el agua y a convertir la opinión en cloaca. No ya el conocimiento, sino el derecho sagrado a la opinión, se humillan en una catarata de calumnias, mentiras programadas, insultos, realidades virtuales y desprecios. El orgullo del analfabeto se funde en las cloacas con la mala educación de los bravucones, felices de que le rían las gracias los cinco descerebrados que apuran en manada el mal olor de las alcantarillas.

Una sociedad que confunde la opinión pública con las cloacas pone las cosas muy cuesta arriba a los esfuerzos del conocimiento, el respeto a la opinión y la fraternidad democrática.

Para evitar que las calles y las plazas se conviertan en un vertedero propicio a las ratas, conviene recordar los dos consejos machadianos. Importa ser prudente, prever las reacciones del enemigo y cuidar las apariencias tanto como los propósitos. Estas botas de pasos prudentes son un equipaje decisivo para quien está dispuesto a no quedarse quieto. Pero, sobre todo, importa entender el consejo que se le olvidó a Maquiavelo: que el enemigo nunca tenga razón.

El problema grave de la cloaca es que nos empuja a perderle el respeto a la opinión pública, nos acostumbra al cinismo del espectáculo de un mundo amotinado, nos envuelve en el humo de las mentiras y puede hacer que perdamos el sentido de nuestra propia verdad. El primer objetivo de los malvados es convertirnos en uno de ellos.

El poder de la manada, por Vicente Adelantado Soriano | Letralia, Tierra de Letras

En uno de sus acostumbrados diálogos, el español Vicente Adelantado Soriano discurre sobre el sentido de la justicia en el ser humano.
— Leer en letralia.com/articulos-y-reportajes/2018/08/07/el-poder-de-la-manada/

El poder de la manada

 • Martes 7 de agosto de 2018.

“La gran muchedumbre” (1963), de Antonio Saura (detalle) “La gran muchedumbre” (1963), de Antonio Saura (detalle)

Pues el hacer daño a la gente en nada se distingue de cometer una injusticia.
Platón, Diálogos (“Critón”).

Aquella tarde no tenía ganas de hacer nada. Estaba agotado. Tras la comida, me fui a mi habitación y me tumbé en la cama. Me dormí profundamente, en parte agobiado por el calor, y en parte porque había abusado la noche anterior de mis horas de lectura. Me despertaron unos golpecitos dados en la puerta al cabo de unas horas: doña Paquita estaba preocupada por mí. Le dije que me esperara en la salita. Me duché, me vestí, y me fui a reunirme con ella.

—Le he interrumpido a usted el sueño. Le ruego que me perdone, pero estaba un poco intranquila.

¿Usted cree —dijo mirándome a los ojos— que el ser humano va cambiando a lo largo de la vida, metamorfoseándose, o que siempre permanece igual a sí mismo?

—No se preocupe. Ha hecho bien en despertarme; de lo contrario no podría dormir esta noche.

—¿Estaba usted cansado?

—Estaba agotado. Anoche me empeñé en terminar la historia de Dafne y Apolo, y luego me engolfé buscando ramificaciones del mito.

—¿Forma parte de las metamorfosis, no? Tendría usted faena para rato.

—Sí, señora. Es la primera de la serie…

—Es interesante eso de las metamorfosis y de los cambios. ¿Usted cree —dijo mirándome a los ojos— que el ser humano va cambiando a lo largo de la vida, metamorfoseándose, o que siempre permanece igual a sí mismo? ¿O que hace falta un milagro, digamos, para cambiar al hombre?

—¡Vaya por Dios! Me acaba usted de sacar de la cama y ya me está lanzando de cabeza a la piscina. Vale. Vamos a ello. Mire, esta mañana, y aunque el tema ya me aburre, he leído un buen artículo sobre todas las salvajadas que algunos energúmenos escriben a raíz de cualquier acontecimiento, muertes sobre todo, en las necias redes sociales, y en cuanto lugar, protegidos por el anonimato, pueden.

—Sí, yo también he leído algo. Si no me equivoco ha sido a raíz de la muerte de un torero vasco, cogido por un toro, en una plaza francesa.

—Efectivamente. Así es. Las salvajadas que se han escrito, en favor del toro y en contra de la persona, el torero, y el magnífico artículo que he leído, me han traído a las mientes un diálogo de Platón. No lo tengo aquí; voy a citar de memoria. Al parecer el hombre, recién creado —cuenta Platón—, al principio no formaba sociedad; cada uno iba por donde su instinto lo llevaba, con lo cual era presa fácil de depredadores, animales y del mismo hombre. Entonces Zeus, a petición de Prometeo, les infundió el amor por la convivencia, para que así pudieran protegerse los unos a los otros.

—¿Y les dio también sabiduría para que se protegieran los unos de los otros?

—Por lo visto en aquel momento no lo pensó. De hecho, en cuanto los hombres se vieron en las ciudades se atacaron igual que lo hacían antes en los descampados. Entonces Zeus ordenó a Hermes que les diera el sentido moral y el sentido de la justicia. Ante lo cual preguntó Hermes si ese sentido se lo daba a todos los hombres, o sólo a unos pocos, como unos pocos eran médicos, otros zapateros, etc. No, Zeus dijo que a todos por igual.

—¿Cree usted, como parece deducirse de esa narración, que todas las personas tenemos un sentido innato de la justicia o del bien y del mal?

—Yo creo que sí. Creo que un niño sabe distinguir perfectamente lo que está bien de aquello que no lo está… El otro día, si lo recuerda, le hablé de una película que también viene ahora como anillo al dedo, El pequeño salvaje.

—Sí la recuerdo. La historia de la integración en una sociedad de alguien que se ha criado lejos de ella, en un bosque.

—Efectivamente. Recuerde que para que el niño no se escape y vuelva a dormir al bosque, el doctor lo somete a unos terribles baños de agua caliente con el fin de ablandar su piel. No queda ahí la integración en sociedad. Un día el doctor, su educador, comete una manifiesta injusticia con él: le da una orden, el niño la cumple, pero el doctor lo castiga como si no la hubiera cumplido, o lo hubiera hecho mal. El terrible enfado del niño le da a entender, inmediatamente, que tiene ese sentido de la justicia, de lo que está bien y de lo que está mal.

—Si eso es así, ¿por qué se pierde ese sentido? ¿Cree usted que el vivir en sociedad nos hace más justos y menos débiles? Yo, no sé, lo dudo.

—No estoy muy seguro. Yo tampoco lo sé. Es posible que la sociedad actúe, a veces, de freno de los instintos. De vez en cuando se suele tropezar uno con personas amables que ceden el paso, saludan, y se comportan de forma educada.

—De vez en cuando. Cada vez más de vez en cuando.

Todo queda reducido a una serie de ritos vacíos y falsos por cuanto somos incapaces de lograr que ellos sean la manifestación de algo nuevo.

—Es posible que tenga razón. No lo sé. Si nos vamos a la narración de Platón, yo creo que Hermes no infundió bien, con maestría, ese sentido de la justicia y de la moral.

—¿Qué quiere decir? ¿Que el hombre lo lleva como si fuera un adorno o un barniz? ¿Como si fuera una medalla o un abalorio?

—Sí. Algo de eso hay.

—Corríjame si me equivoco. ¿Quiere usted decir que Hermes hizo con el hombre lo que muchos hombres hacen consigo mismos? Leen, citan; pero nada de cuanto han leído o citado ha penetrado en su interior: es una lanza, algo que se arroja y que sólo sirve para eso. Para herir al otro, pero no para el cabal conocimiento de uno mismo.

—Creo que sí. O dicho con palabras de Séneca: desde que han aparecido los doctos, se echa en falta a los buenos. Doctos o pedantes, que, tal vez, venga a ser lo mismo. Pero no gente con un verdadero sentido de la justicia.

—Si sólo fuera cuestión de los doctos… Me acabo de acordar de algo que me sucedió hace muchos años, y que también viene ahora como anillo al dedo. ¡Dios mío, lo tenía totalmente olvidado! Es por eso de vivir en sociedad… De recién casada, algunos fines de semana mi marido y yo íbamos al chalet de mis suegros. Mis suegros eran creyentes; y yo, sin problemas, los sábados por la tarde, me iba con ellos a misa. Hasta que un día sentí un asco infinito: cuando íbamos a salir de casa, en la televisión, si no recuerdo mal, comenzaron la retransmisión de un partido de fútbol. Participaba un jugador que, poco antes, había sido operado de cáncer de testículos. Al parecer le habían extirpado uno de los testículos. Pues bueno, toda aquella chusma, a grito pelado, comenzó a corear que le faltaba un huevo riéndose, mofándose y saltando de contento y alegría. Yo no salía de mi asombro. No me creía lo que estaban gritando todos aquellos bestias. Pero lo que más me molestó fue que mi suegro, vestido para ir a misa, siguiera esas risas y esas burlas, las encontrara graciosas y se riera él mismo. ¿Me entiende lo que quiero decir?

—Sí. Creo que sí. Que si rascamos un poco el barniz siempre aparece el gentil.

—O que todo queda reducido a una serie de ritos vacíos y falsos por cuanto somos incapaces de lograr que ellos sean la manifestación de algo nuevo. ¿Qué hacía aquel hombre en misa cuando hacía cinco minutos se estaba mofando de un semejante porque tenía una enfermedad y había sido operado? ¿Dónde estaba aquel amor al prójimo y al que sufre?

—En ningún sitio. Y visto lo visto, quizás la bestialidad sea más innata en el hombre que el sentido de la justicia. Recuerdo que, trabajando en el instituto, cuando bajaban los alumnos al salón de actos para asistir a cualquier evento, y se apagaban las luces de la sala, dicho salón se venía abajo con los gritos, los silbidos y las patadas. Era un espectáculo: la oscuridad y la manada los ponía a todos a salvo. Era como si se hubiera dado la orden de que cada cual hiciera el bestia todo cuanto pudiera y un poco más. Lo mismo que sucede con el fútbol o cuando van todas las personas uniformadas o cuando no hay que rendir cuentas. Como en la guerra, por ejemplo.

—¿Y estos energúmenos —me pregunté— no se dan cuenta de que eso mismo, u otra enfermedad cualquiera, les puede pasar a ellos mismos, o a sus hijos? No creo que entonces les hiciera mucha gracia que nadie se riera de ellos o les cantara las verdades.

—Los animales, al parecer, no piensan en el futuro. Sólo existe lo inmediato. Y lo inmediato es reírse de alguien aprovechando lo que haga falta. Necesitan dar un escape a sus miserables vidas. Es penoso. Lamentable. Para echarse a correr. Y lo más gracioso de todo esto es la impunidad: una salvajada cometida a oscuras, o arropada por la masa, queda impune. Y a veces los castigos todavía son más injustos.

Las manadas suelen ser peligrosas. Y muy aptas para los débiles y demagogos.

—No lo entiendo. ¿Qué quiere decir?

—Es muy sencillo. Y no me voy a salir de Metamorfosis: en estas transformaciones que se hacen en el libro de Ovidio, con la finalidad, a veces, de salvar a una ninfa, siempre es la ninfa, víctima inocente, quien carga con la culpa que no ha cometido, en tanto el culpable se queda igual. Le vuelvo a decir que la mitología es una fuente inagotable de enseñanzas. Una ninfa, Dafne, no quiere tener relaciones con nadie, a nadie da esperanzas, a nadie engaña; pero Apolo la desea, y corre tras ella para violarla. Dafne pide ayuda a los dioses, y es transformada en árbol. ¿Qué le pasa a Apolo, que es el verdadero culpable? Nada. No le sucede nada. De hecho, olvidada Dafne, corre, como el rijoso que es, tras otras ninfas. Lo mismo sucede con la ninfa Siringa y con Pan. Aquélla es transformada en unas cañas huecas, la flauta, en tanto que éste sigue correteando por ahí y asustando a las mujeres. Parece que la poesía no es complementaria de la filosofía. De hecho, la contradice.

—Me parece muy interesante cuanto está usted diciendo. Me trae a la memoria cierto pasaje del Ingenioso hidalgo… pero citado ahora sería salirnos del tema. Creo. Y a mí me interesa el sentido de la justicia. ¿Innato o no?

—Yo no se lo sé decir, querida amiga. No lo sé. El hombre es bastante miserable y mezquino. Ahí tiene usted a un partido político, en el país más rico del mundo, que va a privar a veintitrés millones de personas de asistencia sanitaria. ¿Y por qué? Por el dinero, por las ganancias… de pena. Creo que hay que buscar al hombre íntegro tal como hacía Diógenes. Y dudo que diéramos con él.

—No sé. Tal vez tenga razón. Desde luego en un campo de fútbol no lo hallaríamos.

—Las manadas suelen ser peligrosas. Y muy aptas para los débiles y demagogos. Ambos dañan impunemente, e impunemente cometen injusticias.

Vicente Adelantado Soriano Vicente Adelantado Soriano

Investigador y docente español. Doctor en filología española. Es profesor de secundaria en Valencia. Textos suyos han sido publicados en LiceusBiblioteca Virtual Miguel de CervantesLong Island al DíaTodas las Artes Argentina e Isidora. También tiene escritas varias novelas y muchos cuentos. Actualmente se está preparando una edición de su novela Los amores imposibles de Agustín Martínez. Intervino en la redacción del libro Història de la literatura de Valencia, escrito por el doctor Josep Lluís Sirera. Participó en el Simposium de Teatro Medieval de Elche (2004). Está dedicado a la enseñanza del latín y a la lectura de las obras clásicas.

El Príncipe de la Paradoja

LITERATURA

¿Sabes quién es el príncipe de la paradoja? Grande en todos los sentidos, desde su vasta y brillante obra literaria, hasta el tamaño de su persona. Entérate de más aquí:

Chesterton

El Príncipe de la Paradoja

  

¡Qué grande es Chesterton! Grande en todos los sentidos, desde su vasta y brillante obra literaria, hasta el tamaño de su persona, superior al del ser humano promedio.

Y es difícil escribir una semblanza que abarque su personalidad, sus acciones y sus palabras. Pero nadie mejor que un enamorado de la literatura chestertoniana —con todo y sus paradojas y exageraciones— para ofrecernos un retrato de este escritor. Con ustedes… ¡el monumental Chesterton!

«Chesterton usa la paradoja con un solo propósito, no para ser gracioso, no para parecer inteligente, no para confundir o ser contradictorio. Él usa la paradoja como un resquicio de verdad. La verdad es siempre paradójica. Leer a Chesterton es lo más divertido, pero lo más serio que puedes hacer.»

Dan Ahlquist

A veces, sueño que viene en auxilio de 
la humanidad el más bizarro de los superhéroes jamás imaginado. Como música de fondo, se escucha a The Beatlescantando «Help!», cuando en el sueño traspasa la bruma el gigante salvador.

Ciento cuarenta kilos de peso no impiden que corra por las calles como si levitara a escasos centímetros del suelo; los casi dos metros de estatura que mide
le permiten ondear con brío la capa que cubre su invariable vestimenta de tres piezas, confeccionadas en elegante tweed escocés.

La corbata anudada sobre un cuello antiguo y almidonado más parece un moño que un triángulo al cuello.

A pesar del vértigo con el que irrumpe en sueños, el Príncipe de la Paradoja no pierde el ceño fruncido y
la insinuación crónica de una sonrisa que se dibuja
feliz bajo los quevedos que pellizcan su nariz, al filo
de un poblado bigote nevado con canas. Es un gordo entrañable y me salva de todos los abismos de la madrugada con una voz tipluda, sus manos invisibles sobre los párrafos con los que receta el más puro sentido común —el menos común de los sentidos— para desenmarañar todo enredo, tribulación o pendencia.

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SuperChesterton

Señor del sarcasmo, maestro de la meditación racional, el Príncipe de la Paradoja nació en Londres, Inglaterra, en 1874 y —al igual que su célebre coterráneo que deambula de whisky en whisky— sigue tan campante. Se llamaba Gilbert Keith Chesterton, aunque gustaba deambular bajo el enigma de sus siglas, subrayar para la posteridad el peso de su apellido y desfacer entuertos y librar honrosas batallas con el apodo de El Príncipe de la Paradoja.

Polígrafo prolífico, polifacético e incansable polemista, Chesterton era al mismo tiempo un corpulento duende capaz de hipnotizar a una legión de niños en medio de un cumpleaños y, al día siguiente, volverse él mismo 
el infante distraído, un entrañable despistado 
que llegó a enviar un telegrama a su esposa, inquiriendo: «Estoy en Market Harborough. ¿En dónde debería estar?», pues nunca llevaba bitácora específica de sus actividades, citas o pendientes.

Tanta liviandad para tan grande peso: era tan serio como su propia risa, incólume y humorista, polémico y querido. Sobre todo, leído.

Superhéroe Chesterton escribió más de cien libros, contribuyó con textos en otras dos centenas de títulos, firmó cientos de poemas, cinco novelas ejemplares
 y doscientos cuentos literarios.

Conoce a Wells y su tiempo en una máquina

Además, escribió alrededor de cuatro mil ensayos en periódicos, durante treinta años consecutivos en su columna del Illustrated London News y trece años de columna semanal de la más pura agua del azar en el Daily News.

Es más, editó su propio periódico semanal y muchos de sus mejores párrafos los escribió en andenes de estaciones donde perdía constantemente su tren, o en bancas de apacibles parques por donde SuperChesterton se dejaba perder los rumbos de sus días.

El impacto de sus obras

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Uno de sus libros removió de raíz el ateísmo de 
C. S. Lewis y lo condujo al cristianismo creyente; una de sus novelas inspiró la independencia de Irlanda 
que enarbolara Michael Collins; uno de sus ensayos motivó los empeños de Mahatma Gandhi para su nada violento movimiento por la liberación de la India del dominio colonial británico, y más de uno de sus ensayos han despertado razones e inquietudes en no pocos pensadores de prestigio.

Sus novelas han destilado admiración, filiación y continuidad en prosas de altos vuelos: de Borges a García Márquez, de Hemingway
a Orson Welles, pasando por W. H. Auden y Agatha Christie.

Todos chestertonianos en cuanto quedamos inoculados por su ingenio, imantados por su magia verbal, pues como dijo T. S. Eliot, «Chesterton merece el reclamo permanente de nuestra lealtad». Todos chestertonianos en cuanto el enrevesado paisaje de nuestra realidad incomprensible, nos obliga a soñar 
la llegada milagrosa de un Príncipe Pensador que
 viene al rescate entre el hielo seco que envuelve sus párrafos perfectos.

Dice Alberto Manguel que «al 
leer a Chesterton nos embarga
 una peculiar sensación de 
felicidad», no dejaba de
 destilar en sus lectores una savia 
reconfortante para la reflexión y
 los contrastes.

Este texto tiene como propósito invitarte a su lectura, lo conoceras mejor así, pero antes, termina por cautivarte de su personalidad en este artículo que encontrarás en Algarabía 78.

Fuente:

https://algarabia.com/literatura/el-principe-de-la-paradoja/

 

 

NUESTRO CEREBRO ESTÁ HECHO PARA AMAR LA POESÍA (INCLUSO ANTES DE ENTENDERLA)

NUESTRO CEREBRO ESTÁ HECHO PARA AMAR LA POESÍA (INCLUSO ANTES DE ENTENDERLA)

MARZO 28, 2018 POR FAENA ALEPH

http://www.faena.com/aleph/es/articles/nuestro-cerebro-esta-hecho-para-amar-la-poesia-incluso-antes-de-entenderla/

Un estudio científico demuestra que el cerebro humano asimila la música del discurso poético antes de comprender su significado literal.

La poesía genuina puede comunicar antes de ser entendida.

—T.S. Eliot

Siempre supimos que la poesía es dueña de un poder inconmensurable y misterioso. Y a pesar de que, para muchos, esta clase de expresión requiere conocimientos previos para ser entendida a cabalidad, basta con leer una pieza lírica poderosa para que nuestras emociones e imaginación se vean sacudidas, por decir lo menos. Esto tiene ahora una explicación.

Recientemente, el psicólogo Gillaume Thierry de la Universidad de Bangor en el Reino Unido realizó un estudio que demostró por primera vez de manera científica que la poesía, más específicamente su cualidad musical, es captada por el cerebro humano de manera inconsciente, antes de que su significado literal sea asimilado. Esto implica que las propiedades rítmicas y armónicas del discurso poético estimulan partes inconscientes de nuestra mente, y no sólo eso, también implica la existencia (tantas veces descrita por tantos poetas) de una estrecha relación entre la intuición y esta forma de arte.

El estudio de Thierry, publicado en el diario Frontiers in Psychology, registró las respuestas electrofisiológicas cerebrales de un grupo de sujetos cuando estos fueron expuestos aleatoriamente a una forma poética tradicional galesa conocida como Cynghanedd. Todos ellos eran hablantes nativos del galés que no tenían conocimiento de dicha poesía. El procedimiento implicó que los participantes escucharan oraciones enteras de un poema y posteriormente indicaran si el segmento era aceptable o no (en términos auditivos). Sin ser capaces de explicar el porqué de sus respuestas, la gran mayoría calificó como aceptables aquellas oraciones que seguían las reglas de dicha forma lírica.

En términos generales, a través del estudio se entendió que los cerebros de los sujetos estudiados detectaban cuando ciertas repeticiones de consonantes o vocales en el poema debían estar ahí o no, es decir, anticipaban lo que seguía de manera inconsciente, como si las reglas poéticas fueron parte de un inconsciente arquetípico —todo esto segundos antes de entender lo que las palabras del poema significaban.

Durante la prueba, Thierry y su equipo también estudiaron lo que en psicología se conoce como el “potencial relacionado con evento” o ERP de los participantes; este término podría definirse como la respuesta cerebral (en términos fisiológicos) ante un evento sensorial específico, en este caso la poesía. Así, se descubrió que en los sujetos estudiados el ERP se daba fracciones de segundo después de escuchar la última palabra del enunciado, sólo cuando éste incluía las repeticiones de consonantes y los patrones de acentuación característicos de los Cynghanedd, y no cuando el fragmento no tenía dichas características. Es curioso que estas respuestas cerebrales se dieron, incluso, cuando los participantes no podían identificar qué fragmentos seguían las reglas y cuales no, o cuáles eran aquellos que los estimulaban.

“La poesía es un tipo particular de expresión literaria que transmite sentimientos, pensamientos e ideas acentuando las restricciones métricas, la rima y la aliteración”, explica Thierry y esto refleja que el sonido, por sí mismo, es portador de un significado implícito. El estudio también recuerda la magia inexplicable que tiene la poesía y nos recuerda por qué aprenderla y enseñarla es tan importante. Finalmente,  los resultados de estas pruebas indican que la mente human puede ser inspirada y estimulada, incluso cuando la fuente del estímulo es desconocida, lo que explica por qué nuestro cerebro ama la poesía, incluso antes de poder explicarla.

Imagen: Reading a Letter from the Front, Takeuchi KeishuPublic Domain.

 

El “San Manuel Bueno, mártir” de Unamuno: vivir en la duda

https://elvuelodelalechuza.com/ 

El “San Manuel Bueno, mártir” de Unamuno: vivir en la duda

San manuel unamuno

En el pensamiento de Miguel de Unamuno, el conflicto se apodera de todo, incluso de nuestras palabras, de nuestra sintaxis y de nuestras normas de expresión. A no tardar mucho se estrenará la película de Alejandro Amenabar sobre Unamuno. Seguro que la cinta traerá mucha polémica y los dimes y diretes más destemplados invadirán las redes y los espacios culturales. Quisiera antes de que estalle la tormenta centrarme en la que considero obra cumbre del bilbaíno inmortal, o salmantino eterno: San Manuel Bueno, mártir.

Esta pequeña pero intensa nivola viene a recoger lo que Unamuno trató de exponer durante décadas. Bien que puede servir de epílogo a su obra toda, de resumen o conclusión. En sus novelas, a través de sus personajes, don Miguel expone de manera directa y concreta los muchos pensamientos que le atenazaban. Nunca vio con buenos ojos la tendencia a la abstracción en la filosofía. En su obra literaria es donde se sentía mejor exponiendo sus reflexiones. En las novelas cobraban vida esos pensamientos, mejor que enlazar una parrafada tras otra.

El Unamuno de El sentimiento trágico de la vida y de La agonía del cristianismo es un pensador intenso y abigarrado, hasta apocalíptico por la desesperación tremenda que destila; pero el de NieblaSan Manuel o El Cristo de Velázquez es un hombre descarnado que muestra el interior de su alma.

El bueno de don Manuel no quiere formar parte de la élite eclesiástica. Quiere ser fondo, base y suelo de la misma y atender allí a los del fondo, a los del suelo, a los de la base. Se puede extender y concretar la fe en Cristo sin una élite de dignatarios, y sobre todo, sin dogmas ni lógicas teológicas. Son las necesidades básicas y concretas del hombre, como el alimento y la ropa, también el trabajo, lo básico de la vida humana –la redundancia aquí es importante–. También son básicos el afecto, la atención, la escucha, el compromiso y el cariño a las buenas gentes, que se hacen mejores personas cuando son tratadas con educación, respeto, sensibilidad y afecto.

No usa el cura los sermones para alimentar la fe de los feligreses del pueblo; tampoco para atacar a los supuestos contrarios del cristianismo. Prefiere centrarse en los problemas cercanos y cotidianos de los habitantes de su villa y hacer todo lo posible para que convivan pacífica y soportablemente. No se trata de atizar con la culpa; se trata de responsabilidad, de hacerles partícipe de la corresponsabilidad que todos tienen para con todos por el hecho de compartir una vida, una existencia. Y no se trata, finalmente, de hacer milagros, de que todo sea misterio, sino de ayudar y de aportar activamente a la comunidad.

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Y es que el cura párroco de Unamuno predica con el ejemplo. Lo que la gente ve, lo que el pueblo siente, es que está acompañado y no se siente atacado por un inquisidor, un moralista o un dogmático puntilloso de la palabra escrita, de la palabra muerta. El cura no pontifica, es un hombre de acción que se faja día a día con su gente. Un cura que no se esconde detrás del púlpito o del latín. Sabe sacrificarse por los demás, y no de palabra, sino con hechos concretos. Un cura que se arremanga y echa una mano en el campo; que está a favor del médico y su ciencia; del maestro y su enseñanza, ayudando a que ambos realicen su labor en las mejores condiciones posibles.

Don Manuel, como don Miguel –quizás porque sean una y la misma persona–, hace bueno aquello del primum vivere, deinde philosophari. Y claro está, don Manuel es una eminencia, una autoridad en su pueblo. Y como nos explicará Gadamer algunas décadas después, no es una autoridad de sumisión, sino una autoridad de reconocimiento: el prestigio moral de don Manuel está cimentado en que hace siempre el bien y lo correcto para las gentes de su pueblo. La gente capta con meridiana claridad que el cura está con ellos, que es parte de ellos, y que sólo quiere lo bueno para ellos. Claro está que el pueblo no sabe lo que late en el interior del alma del mártir, eso sólo lo sabe la dulce Ángela:

«Lo primero –decía– es que el pueblo esté contento, que estén todos contentos de vivir. El contentamiento de vivir es todo. Nadie debe querer morirse hasta que Dios quiera».

La gente es lo primero, va antes que todo lo demás. No hay uno sin los demás. No hay vida propia si los demás no viven. Nadie es una isla y aunque tengamos una cuota de individualidad personal irrenunciable, ésta no puede ser si no es participando de una cuota social. Y en el caso de nuestro cura la cuestión se hace radical: don Manuel antepone el bien de su gente antes que el suyo propio. Y dice: “¿Cómo voy a salvar mi alma si no salvo la de mi pueblo?”, o “Yo no puedo perder a mi pueblo para ganarme el alma”.

Aquí enlazamos con otra de las constantes unamunianas sobre el tema religioso, no exenta de polémica. La religión como servicio a la gente está íntimamente relacionada a la religión como consuelo del pueblo. La gente tiene que creer por tranquilidad y consuelo, por estabilidad psíquica personal y grupal. Creer en creencias infantiles e ingenuas, de buenos y malos, de cielos e infiernos procura felicidad y esperanza al común de los mortales. Tienen que creer en este sentido, porque este sentido es estabilidad, es cordura y salud mental individual y colectiva. El pueblo ha de creer en lo absurdo tranquilizador y dejar que los héroes quijotescos se enfrenten a los demonios y a los dioses de la verdad verdadera.

Su sacrificio está justificado, piensa el cura, piensa Unamuno. Mantener este statu quo tiene un precio, porque el orden no viene porque sí, y ese pago no tiene que hacerlo todo el pueblo. Es el servicio que hacen los héroes para con el resto de las personas, es el papel de los mártires dentro del mundo, el papel del párroco y también, en cierta medida, el papel de los hermanos Carballino.

Los héroes y los mártires no mantienen esta ilusión por crueldad, no mantienen este engaño por beneficio propio. Don Manuel –don Miguel– tiene razones de peso para apoyar la idea de la religión como consuelo. La filosofía despierta y la religión consuela: hay aquí una típica relación trágica y agónica unamuniana. La filosofía nos muestra, descarnada, el problema de la inmortalidad y la religión trata de consolar la profunda pesadumbre y desesperación que proporciona este descubrimiento.

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El cura no tiene fe, no cree en lo que predica. Está vaciado, desfondado por dentro y tiene miedo, a morir, a no resucitar, a que la gente sepa lo que él sabe. Esa es su verdad, ese es su miedo: que no hay nada después de esto. La muerte es el fin y nada más que el final de todo. Esta es la razón de peso, este es el latido interior del buen párroco. Por esto entienden don Miguel y don Manuel que hay que ayudar al moribundo, consolándolo. Y esa mentira es piadosa, no cruel: Unamuno da más importancia a la intención bondadosa del que miente que a la mentira en sí, que está completamente justificada. La sociedad está moribunda. En cierto sentido, sólo nacemos para morir.

Nacemos moribundos, con el tiempo en nuestra contra, sin garantías de inmortalidad. La vida es un camino golgótico, que no quede duda. Y el curita párroco de Valverde de Lucerna trata a todos los mortales como moribundos, con delicadeza y dulzura. Unamuno entiende que la gente, el común de los mortales, no quiere saber que va a morir y pide realmente que se le mienta. El episodio de Lázaro (“el progre” que vuelve de las Américas) y su comunión confirma todo esto: el hermano no se confiesa porque crea, sino para contentar a la sociedad viva y moribunda, para apaciguarla, para que no sufra, para que viva tranquila al comprobar que es cierto eso de que dos más dos siguen siendo cuatro.

Hay aquí, en la obra toda de Unamuno, una revuelta, un revolcón, un giro de esos copernicanos: uno no se convierte y luego cree; es al contrario. Hay que obligarse a creer para poder convertirse. Don Manuel no cree, él quiere creer, pero no le sale, en su interior no cree en absoluto. Pero le ha sido encomendada una misión, el mismo Dios en el que no cree le ha encomendado cuidar de un grupo de personas. Y él se ha comprometido con ese Dios en el que no cree a cuidarlos. ¡Y por Dios que los cuidará y consolará!

La verdad rotunda de la muerte segura y de la inseguridad incierta de la inmortalidad; la verdad de que nacemos para morir es tremenda y, así lo entiende Unamuno –y su don Manuel–, insoportable para la mayoría de las personas:

«–¿La verdad? La verdad, Lázaro, es acaso algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir con ella.

–Lo que aquí hace falta es que vivan sanamente, que vivan en unanimidad de sentido, y con la verdad, con mi verdad, no vivirían. Que vivan.

–Déjalos, pues, mientras se consuelen. Vale más que lo crean todo, aun cosas contradictorias entre sí, a que no crean en nada».

Hay dos reinos en este mundo, en este de aquí: el del más acá del consuelo y la mentira piadosa, el mundo que necesita de la presencia constante de la religión; y el del más allá, el de la verdad, el de la filosofía agónica y desesperada. Y es el papel de los héroes, de los mártires y los santos encajar los golpes de la existencia y que su vida sin tacha sirva de ejemplo al resto, les sirva para que acepten la cara más amable del sentido de la vida.

«Y hasta nunca más ver, pues se acaba este sueño de la vida…»

El republicanismo de Antonio Machado

El republicanismo de Antonio Machado

Gustavo Buster

25/02/2018.

Poética machadiana en tiempos convulsos: Antonio Machado durante la república y la Guerra Civil

Francisco Morales Lomas

Ed. Comares, Granada, 2017

“Yo no me hubiera marchado, estoy viejo y enfermo. Pero quería luchar al lado vuestro. Quería terminar una vida que he llevado dignamente, muriendo con dignidad. Y esto solo podría conseguirlo cayendo a vuestro lado, luchando por la causa justa como vosotros lo hacéis”. (24 de noviembre de 1936, en el Cuartel del V Regimiento, horas antes de salir de Madrid para Valencia)

A un año del 80 aniversario de “La Retirada” y de la muerte de Antonio Machado en Collioure, se ha publicado un libro esencial para entender el trasfondo filosófico y político de su obra poética, ensayista y pedagógica. Con los años, Antonio Machado se ha convertido en un icono moral de la dignidad, del “hombre bueno”.

Pero el personaje real tuvo que enfrentarse a las contradicciones y desafíos históricos de la larga decadencia final de la primera restauración borbónica, las ilusiones e insuficiencias de la proclamación de la II República, su crisis y la revancha de las derechas en el “Bienio Negro”, con la reacción defensiva de las izquierdas en 1934 y, finalmente, las esperanzas rotas de la victoria del Frente Popular y la movilización popular contra el golpe de estado militar del 18 de julio de 1936 (la “Tercera República”, como la calificará Machado). Y lo hizo con las herramientas políticas de un republicanismo que se ira modelando ante las circunstancias y a contrapelo de gran parte de su generación intelectual, marcada por el regeneracionismo krausista. El hilo que recorre el libro de Francisco Morales Lomas es esta evolución personal y pública, desde un republicanismo elitista a un republicanismo popular, consecuencia de la experiencia personal de Antonio Machado sobre el sujeto del cambio social.

Nacido en el seno de una familia liberal sevillana en 1875, asentada después en Madrid, educado en la Institución Libre de Enseñanza, Antonio Machado había escrito una parte sustancial de su obra cuando firmó el 11 de febrero de 1926 el Manifiesto de la Alianza Republicana, impulsado por Manuel Azaña, que proponía el fin de la Dictadura de Primo de Rivera y la abolición de la monarquía, en una prosa que sigue pareciendo actual:

“¿Qué obra de gobierno consideramos como fundamental y mínima? Primero: El restablecimiento de la legalidad por la convocatoria de unas Cortes Constituyentes… Segundo: Una ordenación federativa del Estado, reconociendo la existencia de diferentes personalidades peninsulares. Tercero: Solución inmediata del problema de Marruecos. Cuarto: Nivelación del presupuesto, transformando totalmente el tipo y la especie de los impuestos, y la aplicación y volumen de los gastos. Quinto: Creación de la cantidad de escuelas indispensables para resolver de una vez y sumariamente el problema de la enseñanza primaria. Sexto: Supresión de censos y foros… Séptimo: Preparación adecuada del Estado para todas aquellas intervenciones y facilidades a la asociación de elementos productores, para todas aquellas iniciativas por cuya colaboración ambas fuerzas, el Estado y la Sociedad, hagan leal y prácticamente posible la realización del programa mínimo de las actuales aspiraciones del proletariado. (…) Nos hemos unido y prometemos solemnemente no separarnos hasta que la obra señalada se cumpla en su totalidad”.

Un año más tarde sería elegido miembro de la Real Academia Española (“un honor al cual no aspiré nunca”), sillón del que no llegó a tomar posesión.

En Segovia, donde era profesor de instituto de francés, Antonio Machado fue también la principal figura pública del republicanismo. El 14 de febrero de 1930 coordino y presentó un acto de la Agrupación al Servicio de la República con la participación de Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Pérez de Ayala. Un año más tarde, el 14 de abril de 1931 le correspondió proclamar el advenimiento de la II República e izar la bandera tricolor desde el balcón del ayuntamiento de Soria (“Fuimos unos cuantos republicanos platónicos los encargados de mantener el orden y ejercer el gobierno interino de la ciudad…”).

Trasladado a Madrid en enero de 1932 “para la organización del Teatro popular” de las Misiones Pedagógicas, Antonio Machado vivió con angustia los primeros pasos del nuevo régimen, enfrentado a la resistencia abierta de las clases dominantes y las instituciones heredadas de la monarquía, que provocaron un incremento progresivo de la tensión social y la frustración de las clases populares. El intento de aplicar el programa de reformas democráticas del Manifiesto de la Alianza Republicana (la reforma agraria, la separación del estado y la iglesia, la modernización del ejército, el debate sobre el Estatuto de Cataluña) acabaría provocando el “cuartelazo” del 27 de junio de 1932 de los generales Goded, Caballero y Villegas y el fracasado golpe de estado el 10 de agosto del general Sanjurjo. En medio de estas tensiones, el balance que hace Antonio Machado de la situación es de una necesaria moderación, con una clara animadversión hacia las reivindicaciones de los republicanos catalanes (“el Estatuto es, en lo referente a Hacienda, un verdadero atraco, y en lo tocante a enseñanza algo verdaderamente intolerable…”), a pesar de que el Partit Republicà Català había sido uno de los componentes de la Alianza Republicana.

La derogación el 4 de agosto de 1933 de la Ley de Defensa de la República y la caída subsiguiente del gobierno Azaña, sustituido por el gobierno de transición de Lerroux hasta las nuevas elecciones de noviembre de aquel año, solo confirman los peores presentimientos de Antonio Machado (“Aquellos partidos políticos que (…) se amparaban bajo el paraguas de la República y la utilizaban como si se tratara de un caballo de Troya”). Su apócrifo Abel Martín pronuncia sus “Ultimas lamentaciones” y muere (“quién se vive se pierde…”). No será el único en expresar ese pesimismo de las élites republicanas. Unamuno pide revisar la constitución y Ortega y Gasset disuelve la Agrupación al Servicio de la República. En este clima de bancarrota política de los partidos de la sobrepasada Alianza Republicana, se produce, tras las elecciones, la formación del gobierno de alianza entre la derecha republicana de Lerroux y la derecha reaccionaria de la CEDA de Gil Robles, acompañados por el Partido Agrario.

El centro-izquierda republicano había perdido el apoyo de los partidos obreros, que mediante la constitución de las Alianzas Obreras prepararon una respuesta defensiva independiente al giro reaccionario y a la entrada de la CEDA en el gobierno: la huelga general revolucionaria del 5 de octubre de 1934, que quedaría aislada en la insurrección de Asturias. De manera paralela e independiente, el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, proclamó “el estado catalán dentro de la República Federal Española” el 6 de octubre. Azaña, que se encontraba en Barcelona para asistir al entierro de un amigo, será detenido el día 7 y recluido en un buque anclado en el puerto. La represión del ejército colonial, que provocó miles de muertos y 30.000 presos políticos, jaleada por el dirigente de la proto-fascista Renovación Española, José Calvo Sotelo, acentuó el giro a la derecha anti-republicano, dando la mayoría en el gobierno a la CEDA y al Partido Agrario, acentuando la polarización que se plasmaría en las elecciones de febrero de 1936.

La reacción de Antonio Machado, sobrepasado por los acontecimientos, es de completa desorientación política inicial, pero de paulatina reafirmación de los valores republicanos, en los que el nuevo sujeto social es de forma creciente el “pueblo”. Esta evolución la lleva a cabo públicamente su apócrifo Juan de Mairena, en una serie de reflexiones entre el 4 de noviembre de 1934 hasta el 24 de octubre de 1935 en el Diario de Madrid y, posteriormente, hasta el 26 de junio de 1936 en el diario El Sol, para acabar recogidas en el libro Juan de Mairena (Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo).

La comparación del Juan de Mairena con el “Prólogo para franceses” y el “Epílogo para ingleses”, escritos en 1937 por Ortega y Gasset para La rebelión de las masas, de 1930, permite hacerse una idea de la bifurcación de la intelectualidad republicana.  “¿Pueden las masas despertar a la vida personal?”, se pregunta Ortega, para responder a continuación con la vieja defensa oligárquica frente a la democracia plebeya. Pero Machado insiste tenaz, “que las masas entren en la cultura no creo que sea la degradación de la cultura, sino el crecimiento de un núcleo mayor de hombres que aspiran a la espiritualidad”. Y en el plano político presente en un debate que no quiere serlo, también conviene  poner sobre la mesa a Joaquín Maurín, el autor marxista más original de este período, y su La segunda revolución (1935), en la que se elabora un programa para la revolución democrática encabezada por la clase obrera en alianza con el campesinado.

A pesar de haberse anunciado inicialmente su participación, Antonio Machado no asistirá al primer congreso de la Asociación Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, que se celebra en Paris en junio de 1935 y que escenificará la bifurcación señalada. La intervención de Eugenio D’Ors obliga a Alvarez del Vayo, en nombre de la delegación española, a denunciarlo como un propagandista de la reacción proto-fascista que mantiene en la cárcel a miles de presos políticos.

Pero Machado entiende cual es la dinámica social en curso: “hoy lo fuerte es el bloque antimarxista, integrado por muchos millones de hombres que no han leído a Marx. Se llegará tal vez a una dictadura antimarxista, que engendrará luego un marxismo antidictatorial”.

La victoria del Frente Popular y la defensa de la República frente al golpe de estado militar del 18 de julio de 1936 le confirman definitivamente en su republicanismo popular: “Pero la traición fracasó dentro de casa porque el pueblo, despierto y vigilante, la había advertido (…) Surgió la Tercera República Española con el triunfo en las urnas del Frente Popular (…) Hoy la defiende el pueblo contra los traidores de dentro y los invasores de fuera, porque la República, que empezó siendo una noble experiencia española, es hoy España misma”.

Desde ese momento, Antonio Machado se colocará sin vacilaciones al servicio de ese pueblo, que representa no solo la esencia de España, sino que le da nueva vida en esa “Tercera República”, claramente diferenciada de la “Segunda”, fracasada por la incapacidad de las élites republicanas: “es el pueblo el que defiende el espíritu y la cultura (…) El fascismo es la fuerza de la incultura, de la negación del espíritu”. En su discurso de mayo de 1937, ante las Juventudes Socialistas Unificadas, dará un paso más allá: “Yo no soy marxista, no lo he sido nunca (…) veo, sin embargo, con entera claridad, que el socialismo, en cuanto que supone una manera de convivencia humana, basada en el trabajo, en la igualdad de los medios concedidos a todos para realizarlo, y en la abolición de los privilegios de clase, es una etapa inexcusable en el camino de la justicia”.

En julio de 1937 participará desde la mesa presidencial en el II Congreso Internacional de Escritores y se adhiere a la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, a la que no se había sumado en 1933. En “El poeta y el pueblo” puntualizará: “Desconfiar del tópico “masas humanas”. Muchas gentes de buena fe, nuestros mejores amigos, lo emplean hoy, sin reparar que el tópico proviene del campo enemigo: de la burguesía capitalista que explota al hombre (…) Mucho cuidado; a las masas no las salva nadie, en cambio siempre se podrá disparar sobre ellas”.

La evolución de la guerra, y en especial la política de no intervención de Gran Bretaña y Francia, acentuarán el antifascismo de Antonio Machado como la única versión realista del republicanismo. Su reacción a la intervención de Alvarez del Vayo ante la Sociedad de Naciones no puede ser más tajante: “La Sociedad de Naciones aparece como un instrumento en manos de los poderosos, que pretenden cohonestar, merced a ella, las mayores injusticias”.

En su última serie de artículos, “El mirador de la guerra”, con el antetítulo de “Mairena póstumo”, Antonio Machado intentará dar coherencia a su antifascismo, en buena parte adaptando los elementos ideológicos de toda su vida al discurso cultural imperante, cada vez más homogéneo, del gobierno Negrín, que llevaron a Juan Goytisolo a señalar sus limitaciones.

Pero lo determinante era ya su ejemplo moral, su compromiso, de ser uno más con el pueblo, aún,  o con más razón, en la derrota. Así llegará en “La Retirada”, en febrero de 1939, a Collioure, donde morirá tres semanas más tarde, el 25 de febrero.

Allí sigue, rodeado de banderas tricolores, símbolo del republicanismo español.

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Miembro del comité de redacción de Sin Permiso.

Fuente:

http://www.sinpermiso.info, 25 de febrero 2018.
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Lo que no entienden los candidatos mexicanos sobre migración

The New York TimesES

Lo que no entienden los candidatos mexicanos sobre migración

 Un grupo de migrantes de Centroamérica pasa por carteles de las campañas electorales en Hermosillo, México, el 21 de abril de 2018. CreditJohn Moore/Getty Images.

NUEVA YORK — Por primera vez en la historia electoral mexicana se dedicó un debate presidencial a temas de migración y fronteras. Los candidatos a la presidencia tenían una oportunidad ineludible: abundar sobre la posición de México en el mundo y sobre sus migrantes. Esto es un reflejo de la importancia que ha ganado la migración en la agenda mexicana e internacional en las últimas décadas y de la complejidad y urgencia que ha adquirido, especialmente en tiempos de Donald Trump. Hoy, la migración está al centro de la conversación pública en México. Ya era hora.

Sin embargo, fue un debate frustrante: ni Andrés Manuel López Obrador, de la coalición Juntos Haremos Historia, ni Ricardo Anaya, de Por México al Frente, ni José Antonio Meade, de Todos por México, ni el independiente Jaime Rodríguez Calderón ofrecieron respuestas específicas ni propuestas novedosas para tratar uno de los asuntos que el gobierno ha desatendido desde que en los noventa, en el contexto del TLCAN, comenzó un éxodo masivo de mexicanos a diferentes países del mundo, especialmente a Estados Unidos.

El domingo 20 de mayo hubo oportunidad para profundizar en las distintas aristas de la migración y la seguridad fronteriza, pero los candidatos no estuvieron a la altura de las expectativas: sus propuestas demostraron desconocimiento y falta de sensibilidad ante las comunidades migrantes y las organizaciones de la sociedad civil que llevan años llenando el vacío que ha dejado el gobierno mexicano. Han sido las organizaciones de la sociedad civil las que han elaborado diagnósticos, han empujando el tema en la agenda pública y han presentando proyectos de políticas públicas que los aspirantes a la presidencia deberían conocer y estudiar para responder a los retos actuales de la migración.

Todos los candidatos admitieron que hay una falta de coherencia —y, por lo tanto, una falta de autoridad moral— entre los derechos que exigimos para los mexicanos en Estados Unidos y la situación de vulnerabilidad de los migrantes y refugiados en México. Aunque sea una obviedad, es el primer paso que el gobierno mexicano debe tomar: dar a los migrantes que llegan a México lo mismo que se exige a Estados Unidos. Pero para ello, los candidatos tienen que ir más allá de las generalidades y diseñar leyes y mecanismos para que la política migratoria mexicana cumpla con el principio de proteger y promover los derechos de los migrantes, dentro y fuera del país.

López Obrador advirtió que es necesaria una visión a largo plazo sobre las causas estructurales de la migración: “La mejor política exterior es la interior”, dijo. Sí, hay que fortalecer la economía interna, combatir la pobreza y crear oportunidades de empleo digno para que las personas no tengan que salir “a buscarse la vida”. Esa es la realidad que los gobiernos anteriores han evadido, pero también es una visión estrecha: hay 36 millones de personas de origen mexicano fuera del país (el 98 por ciento en Estados Unidos) y, de ellas, casi 12 millones nacieron en México.

Aunque México lograra crear oportunidades económicas y las condiciones de seguridad necesarias para reducir la migración y promover el retorno, tenemos una diáspora de mexicanos. Así que solucionar todo con políticas locales del combate a la pobreza no es suficiente.

Es indispensable una política que responda a las necesidades de esos millones de mexicanos fuera del país, con protección consular, sí, pero también que atienda sus derechos sociales y económicos. La visión estructural que esbozó López Obrador también se queda corta si no se plantean estrategias para combatir la cultura de discriminación y racismo contra los migrantes: tanto los mexicanos en el exterior, los que regresan a México, así como los extranjeros que recorren o se quedan en el país enfrentan situaciones de exclusión y abuso por su apariencia, acento o por no tener papeles.

Al hablar de migración, refugiados y trata de personas, quedó claro que pese a que tenemos una Ley de Migración actualizada y apegada a los marcos internacionales, carecemos de la infraestructura para cumplirla. Por ejemplo, se habló durante el debate de la corrupción de la policía y de las autoridades migratorias mexicanas, pero no de cómo combatirla. López Obrador propuso trasladar el Instituto Nacional de Migración a Tijuana, pero sin explicar el razonamiento ni mencionar la necesidad de reformar la institución desde dentro.

Nuestra política de seguridad en la frontera es responsable de miles de deportaciones de personas que regresan a países donde corren peligro —como El Salvador, uno de los epicentros de mayor violencia del mundo—, pero ninguno de los candidatos cuestionó el actual modelo, el Programa Frontera Sur, enfocado en el endurecimiento del control de esa frontera, una estrategia de seguridad fronteriza que se extiende hasta Chiapas y está pensada desde Estados Unidos para detener el flujo de migrantes de Centroamérica. Al contrario, Ricardo Anaya celebró que ningún terrorista haya cruzado a Estados Unidos por la frontera de México y José Antonio Meade insistió en que tenemos que ser cuidadosos con los migrantes que son delincuentes. De este modo los candidatos reproducen un discurso que criminaliza a las personas que migran.

Hay mucho que aprender de la experiencia que se tiene en los consulados y la infraestructura que México ha desarrollado en Estados Unidos, Canadá y otros países. Todos los candidatos hablan de dedicarles más presupuesto, pero ¿para qué exactamente? López Obrador propuso convertir a los consulados en procuradurías de justicia, pero, ¿en qué sentido es distinto este esquema de la infraestructura de protección consular que ya tenemos?

La protección y defensa de los mexicanos que viven en condiciones precarias en Estados Unidos es una prioridad, pero se trata de una política reactiva, que ahora más que nunca responde al discurso antiinmigrante de la Casa Blanca. Por eso es necesario reconocer y discutir el otro lado de esa política: el empoderamiento de los migrantes en Estados Unidos (no solo los dreamers) y la necesidad de apoyarlos para fortalecer sus organizaciones comunitarias y de proveer mejores herramientas para que luchen por sus derechos: que tengan acceso a salud y educación; que se protejan sus derechos laborales; que obtengan la ciudadanía; que voten, y que su fuerza política y económica se reconozca para que logren transformar leyes en ambos lados de la frontera.

Cada contexto estatal en Estados Unidos es distinto, como acertadamente advirtió Meade, y por ello hay que enfocarse en estrategias a nivel local. Yo agregaría: hay que hacerlo en conjunto con la comunidad migrante y sus organizaciones. Anaya fue el único que se comprometió a dar representación en el Congreso a los migrantes y Meade también sugirió que es necesario trabajar con las iglesias; que, supongo, se refería a la extraordinaria red de albergues a lo largo de la ruta migratoria y a las congregaciones religiosas y activistas que se arriesgan a diario para ofrecer apoyo, sin recursos ni protección por parte del Estado.

El gobierno debe escuchar y forjar alianzas con las distintas organizaciones que están trabajando con los migrantes, dentro y fuera de México, para crear mejores estrategias que resguarden los derechos humanos de los migrantes. Es su experiencia la que debe dirigir los esfuerzos públicos mexicanos para diseñar una nueva política migratoria acorde con los tiempos.

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Alexandra Délano Alonso es profesora de Asuntos Globales en la universidad The New School y autora de «From Here and There: Diaspora Policies, Integration and Social Rights Beyond Borders».

Enlace al artículo original:

https://www.nytimes.com/es/2018/05/24/opinion-delano-debate-elecciones-mexico-migracion/?action=click&clickSource=inicio&contentPlacement=2&module=toppers&region=rank&pgtype=Homepage

¿Qué religión practicaría hoy Jesús?

Hoy comparto un artículo muy interesante que hace casi dos años publicó el activista, periodista y escritor Nicholas Kristof.

Un llamado a la reflexión y a la cordura ante una realidad que cada día se nos presenta más hostil y beligerante donde las voces que más escuchamos nos inundan de mensajes de odio y confrontación, sin entender que las circunstancias ya cambiaron y que como sociedad tenemos que adaptar todas las ideas, incluso las sagradas, a la nueva realidad si queremos un futuro…

Ya no se trata de elegir entre derechas o izquierdas, tampoco de realizar cambios radicales sino de impedir que los políticos, de todas las corrientes y colores, destruyan nuestro mundo…

Benditas Mujeres, me declaro feminista.

Jesús Torres Navarro.

¿Qué religión practicaría hoy Jesús? 

Por

 Participantes en una representación de la Semana Santa en Wisconsin, Estados Unidos. CreditMark Power/Magnum Photos

Uno de los enigmas del mundo es que las religiones a menudo no se parecen a sus fundadores.

Jesús nunca mencionó a los homosexuales ni el aborto, pero se centró en los enfermos y los pobres. Sin embargo, algunos líderes cristianos han prosperado satanizando a los gays. Mahoma mejoró la condición de las mujeres en su época pero, en la actualidad, algunos clérigos musulmanes les prohíben conducir y citan la religión como razón para mutilarles los genitales a las chicas jóvenes. Probablemente, Buda se quedaría horrorizado al ver la discriminación que sus seguidores imponen en Birmania contra la minoría rohingya.

“Nuestras religiones suelen estar precisamente a favor de lo contrario que defendieron sus fundadores”, señala el ex pastor Brian D. McLaren en un nuevo y provocador libro titulado La gran migración espiritual.

Los fundadores generalmente son visionarios audaces y carismáticos que inspiran con su imaginación moral, mientras que sus enseñanzas a veces se transforman en burocracias conservadoras y hostiles al cambio, obsesionadas con el dinero y el poder.

Esa tensión es especialmente pronunciada con las enseñanzas de Jesús, porque mientras él era un radical que desafió al poder, el cristianismo ha tenido tanto éxito que en gran parte del mundo se ha convertido en el poder establecido.

“No es de extrañar que cada vez haya más cristianos, ya sea por nacimiento o por elección, que sacudan la cabeza y se pregunten qué le está pasando al cristianismo”, dice McLaren. “Sentimos como si nuestro fundador hubiera sido secuestrado y convertido en un rehén por extremistas. Sus captores lo hacen desfilar frente a las cámaras para decir, bajo coerción, cosas en las que obviamente no cree. Como si fuera su títere inexpresivo, a veces da la impresión de estar en contra de los pobres, del medioambiente, de los homosexuales, de los intelectuales, de los inmigrantes y de la ciencia. ¡Ese no es el Jesús que conocimos en los evangelios!”.

Esta discusión se desarrolla en un contexto de efervescencia religiosa. Occidente se ha vuelto más laico. En Estados Unidos, los que no tienen filiación religiosa, los ateos y quienes se sienten espirituales pero no practican ninguna religión en particular, representan casi la cuarta parte de la población. La proporción va en aumento rápidamente: entre los millennials, más de la tercera parte es no practicante.

El aumento de los no practicantes parece ir acompañado de una pérdida de interés público en la doctrina. “Uno de los países más religiosos del mundo es también una nación de analfabetos religiosos”, señala Stephen Prothero en su libro Religious Literacy, refiriéndose a Estados Unidos.

Solo la mitad de los cristianos de Estados Unidos pueden nombrar los cuatro evangelios; solo 41 por ciento sabe quién fue Job y apenas la mitad de los católicos entiende la doctrina de la eucaristía. No obstante, si los estadounidenses piensan que Juana de Arco fue la esposa de Noé o se preguntan si las epístolas fueron las mujeres apóstoles, entonces quizá la solución sea angustiarse menos por la doctrina y más por las acciones.

“¿Qué significaría para los cristianos redescubrir su fe no como un problemático sistema de creencias sino solo como una forma de vida justa y generosa, fundada en la contemplación y expresada en la compasión?”, se pregunta McLaren en su libro. “¿Podrían los cristianos dejar de definir su fe como un sistema de creencias para expresarla como una forma de vida basada en el amor?”.

Eso sería una forma de migrar de una burocracia religiosa para regresar a la visión moral del fundador, y sería un reto enorme. Pero las religiones pueden y deben emigrar.

“Como yo crecí en un ambiente cristiano muy conservador, siempre me advirtieron que no cambiara la esencia del mensaje”, me dijo McLaren. “Pero, al mismo tiempo, muchas veces no veíamos lo mucho que había cambiado el mensaje con el paso del tiempo”. Hubo épocas en que el cristianismo aprobó la quema de brujas y las masacres de herejes. ¡Gracias a Dios que ha evolucionado!

A medida que la sociedad se ha modernizado y la gente se ha vuelto más escéptica respecto de los relatos del parto sin relaciones carnales y la resurrección, una de las reacciones ha sido abandonar la religión. Sin embargo, existe un profundo impulso que lleva a buscar conexiones espirituales.

 Hugh Morgan muestra, de Las Vegas, un tatuaje inspirado en la imagen de la Virgen María, frente a una efigie en cartón del papa Francisco en un restaurante de Filadelfia. CreditMark Makela/Reuters

McLaren aconseja no preocuparse de que los milagros de la Biblia hayan sido literalmente ciertos y pensar más en su significado: si se dice que Jesús curó a un leproso, hagamos a un lado la cuestión de si ocurrió realmente y veamos el hecho de que se dirigiera a los más estigmatizados de entre los marginados.

Por supuesto, no es solo el cristianismo el que se enfrenta a estas cuestiones. El rabino Rick Jacobs, presidente de la Unión por la Reforma del Judaísmo, dice que él ve que hay un deseo por una misión de justicia social inspirada y equilibrada en las tradiciones de la fe.

“Ahí es donde yo veo nuestro camino”, asegura Jacobs. “Se ha visto el ritual como una obsesión para la comunidad religiosa pero no se ha visto el valor y el compromiso por moldear un mundo más justo y compasivo”.

Si ciertos servicios religiosos fueran menos acerca de limpiar la propia virtud y señalar las iniquidades de los demás y más sobre encargarse de las necesidades humanas que nos rodean, este sería un mundo mejor. Y ciertamente Jesús también lo aplaudiría.

Puede parecer raro que yo escriba esta columna, pues no soy un cristiano particularmente religioso. Pero sí considero que la fe religiosa es una de las fuerzas más importantes, para bien o para mal, y me inspiran los esfuerzos de los fieles que organizan comedores populares y refugios para desamparados.

Quizá sea injusto que los hipócritas ostentosos se lleven los titulares y moldeen la actitud pública sobre la religión. Pero ahí no acaba esto. Recordemos que en promedio los estadounidenses religiosos donan mucho más a la caridad y al voluntariado que los seculares.

Lo que me inspira no es la burocracia, ni la doctrina, ni los antiguos rituales, ni siquiera la más gloriosa catedral, templo o mezquita. Me inspira un médico misionero católico en el Sudán que atiende a las víctimas de las bombas, un médico evangélico que logra lo imposible en la Angola rural, un rabino que lucha en favor de los derechos humanos de los palestinos. Ellos son los que me llenan con una sensación casi sagrada de admiración. Y eso sí que es religión.

Enlace al artículo original:

https://www.nytimes.com/es/2016/09/06/que-religion-practicaria-hoy-jesus/

Manuel Azaña, el político que pensaba y escribía, y una lectura recomendada

Eco Republicano | Diario República Española

Manuel Azaña, el político que pensaba y escribía

 Manuel Azaña, el político que pensaba y escribía

Juan Ángel Juaristo | Cuarto Poder

El arma de las letras (Reino de Cordelia) es el cuarto tomo, y último, de una antología de escritos de Manuel Azaña que José Esteban ha preparado siguiendo un esquema temático, de enorme importancia pedagógica pues aunque estos escritos pueden conseguirse en sus Obras Completas, la dificultad de acceder a esa edición, amén del desconocimiento que sobre Azaña afecta a la mayoría de los españoles, aconsejan acercarse de las manera más idónea a través de una buena selección de sus escritos: Así, Gentes de mi tiempo, dedicado a figuras del mundo cultural y político contemporáneos del político español, como Unamuno, Benavente, Valle Inclán, Ortega y Gasset o Marcel Proust; A la altura de las circunstancias, que trata de escritos sobre la guerra civil, de seguro el tomo más amargo de los cuatro de que consta la antología y que es obra de Isabelo Herreros, gran especialista en Azaña, y donde se recogen textos que nos hablan de la crueldad de los sublevados, de los errores que se cometieron en el bando republicano y de un documento de extrema importancia por lo que contiene de confesión personal, la carta que dirigió al político conservador Ángel Ossorio, amigo suyo, y donde le da cuenta de las circunstancias de su salida a Francia y Tierras de España, escritos sobre los paisajes y los paisanajes de un país que fue preocupación principal de su manera de pensar, un país del que recoge la herencia pesimista de la mirada que sobre su devenir tuvo la Generación del 98 y que la generación de Azaña, la llamada del 14, intentará cambiar para colocarla a la altura de los tiempos, en consonancia con la hora europea…

Es esta una selección de escritos de cierta importancia porque describe a la perfección la obsesión de Azaña por las figuras españolas del XIX, como si con ese gesto quisiera dar la razón a la retórica que afectó al bando nacionalista en plena efervescencia en el guerra civil cuando decían que querían extirpar de España ese pus liberal al que le gustaba el siglo XIX con su desgraciado positivismo, su materialismo, su tendencia al parlamentarismo y la democracia, abandonando la hora mística de nuestro antiguo pasado imperial y delirios así. En realidad esta selección de escritos que ha realizado José Esteban demuestra que Azaña recoge la herencia del 98 y, con mirada lúcida y distante, analiza las entrañas de la decadencia extrema de un país que apenas dos siglos antes había sido la mayor potencia imperial del mundo. El libro, además, incluye el prólogo que Azaña hizo de La Biblia en España, amén de traducirlo, de George Borrow, uno de los testimonios más exactos de cómo era nuestro país en el siglo XIX, y que se muestra como guía, es el primer artículo de la antología, de todos los escritos que el lector se encontrará posteriormente.

Así, Juan Valera; sus amigos del Ateneo de Madrid, del que fue presidente desde junio de 1930; la reseña que hace de Belarmino y Apolonio, de Pérez de Ayala, una narración y un autor que tuvo su importancia en aquellos años y que hoy nadie lee; el magnífico retrato de Ramón del Valle Inclán, autor al que admiraba sobremanera y del que también se recoge en esta antología el obituario que dedicó Azaña a la muerte del autor de El ruedo ibérico; cómo no, Cervantes y la particular visión que Azaña da de su Quijote; Joaquín Costa y su concepto de cirujano de hierro, idea muy en boga en su tiempo, el ejemplo más preclaro era el de Benito Mussolini, y que Azaña detestaba, quizá porque intuía el peligro que para su país representaba tal consigna, que muchos repetían al modo de un loro provisto de un altavoz; en fin, Ángel Ganivet y su Idearium, al que Azaña critica con lucidez mientras incide en una visión nueva de la rebelión de los Comuneros de Castilla contra el Emperador Carlos…

Pero lo más interesante del libro es el de demostrar en cierta manera que , lejos de ser el escritor frustrado que por deberes a la Patria se mete en política, concepto muy en boga en muchos años y que Hugh Thomas avala en su magnífica La guerra civil española, Azaña fue “un político que pensaba y escribía”, en feliz frase de Santos Juliá y que José Esteban avala en el prólogo que escribe para este libro donde llega a comparar los análisis históricos de Azaña a los de historiadores como José Antonio Maravall o Rafael Altamira…

Escribe José Esteban en el prólogo: “Hemos cumplido, pues, nuestros objetivos y, al menos, o en gran parte, los fines propuestos. Creemos haber acercado a un más amplio público sus escritos y los hemos sacado de las manos de los especialistas”

De eso se trata.

Fuente: Cuarto Poder

 Lectura recomendada:

Cahiers de civilisation espagnole contemporaine

De 1808 au temps présent

Manuel Azaña : biografía y obras completas

Santos Juliá

Notes de l’auteur

Las páginas que siguen son una adaptación de la “Presentación” de mi Vida y tiempo de Manuel Azaña, 1880-1940, Madrid, Taurus, 2008, y de las palabras que pronuncié en el acto de presentación de mi edición de Manuel Azaña, Obras Completas, 7 volúmenes, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007, que con el título “Manuel Azaña, siete estereotipos”, publicó Claves de Razón Práctica, 180 (marzo 2008) p. 50-57.

Enlace: 

https://journals.openedition.org/ccec/3775

 

 

Albert Rivera y su ultranacionalismo español — El Periscopio

Albert Rivera, presidente de Ciudadanos. EFE/JAVIER LIZÓN

Albert Rivera, presidente de Ciudadanos. EFE/JAVIER LIZÓN Abres la web del diario El Mundo y te encuentras las fotos de varias personas que, por su aspecto, podrían formar parte -piensas- de un grupo de investigadores. Pero la noticia que incluye sus imágenes viene con un titular muy distinto: “Los 9 maestros catalanes de la infamia”. […]

a través de Albert Rivera y su ultranacionalismo español — El Periscopio

 Rosa Maria Artal

Abres la web del diario El Mundo y te encuentras las fotos de varias personas que, por su aspecto, podrían formar  parte -piensas- de un grupo de investigadores. Pero la noticia que incluye sus imágenes viene con un titular muy distinto: “Los 9 maestros catalanes de la infamia”. Sentenciados de antemano por Javier Negre, un conocido escribidor diestro en estas labores. Quiénes son y cómo se comportaron el 2-O, allí está Negre para despedazarlos en la más acreditada escuela de “La mirada del asesino” de ABC o la Conspiranoía del 11M de su propio periódico.

La pesadumbre es grande al ver este señalamiento activo, sin pruebas, de unos maestros que el 2 de Octubre tuvieron que explicar a los alumnos los destrozos que se encontraron en su colegio al llegar a clase. A preguntas de los propios escolares, según declararon. La Fiscalía los denunció, el gobierno no abrió expediente. Se les acusó de “injurias graves a los cuerpos de seguridad del Estado” y la denuncia se encuentra en un estado preliminar de tramitación.

Dos secretarios de Estado acudirán al Colegio a prestar su apoyo a los padres. El asunto se ha enconado desde el artículo de El Mundo. Negre, muy novelesco en sus descripciones, enumera a los maestros casi en ficha policial. Y nos cuenta, por ejemplo, que una de las profesoras “organiza eventos de salsa”.  A ésta le pone la foto en minifalda. Es la que más ataques está sufriendo.  A los familiares les cuesta creer lo que se ha desencadenado.  A este punto que enlazo. Porque las voces de las denuncias o de las especulaciones periodísticas se oyen, las de los profesores aludidos no. Salvo que niegan las acusaciones.

La desazón se acrecienta el domingo cuando a primera hora de la mañana aparece un tuit de Albert Rivera, reproduciendo las fotos. Tan rápido para unas denuncias, tan lento para otras (la sentencia a La Manada, por ejemplo).

  Albert Rivera✔@Albert_Rivera

Los maestros separatistas que señalaron públicamente a hijos de @guardiacivilen Cataluña. La fiscalía les investiga por delitos de odio, pero el Gobierno de España dice que no les abrirá expediente. Con cobardía nunca se vence al nacionalismo. 

http://www.elmundo.es/cronica/2018/04/29/5ae49c68e5fdea63208b45de.html 

Los 9 maestros catalanes de la infamia

La mañana del pasado 2 de octubre el profesor de Matemáticas del instituto público El Palau de Sant Andreu de la Barca (Barcelona) no dio clases de álgebra a sus estudiantes de cua

elmundo.es

Un aspirante a la presidencia del gobierno no puede dar por buena una información como ésa. No puede sumarse a una condena sin juicio. Y mucho menos aplicar tan grave pena. Son maestros, no terroristas. Un político, medianamente sensato, sabe de los peligros de los señalamientos y debe tener la mesura suficiente para obrar con proporcionalidad. Los maestros de la infamia, casi nada.  Las dianas son muy peligrosas en política.

En sociedades mucho más violentas que la española los señalamientos llegan a tener graves consecuencias. A Sarah Palin, líder del Tea Party y aspirante a la vicepresidencia de los EEUU, la apartaron de la carrera tras haber colocado puntos de mira de rifle sobre varios nombres de sus rivales políticos. Fatalmente, un asesino se animó a dar la solución como pedía Palin. Y tiroteó en el cerebro a la congresista demócrata Gabrielle Giffords, destacada en la lista negra de Palin. La dejó con graves secuelas y, de paso, mató a otras 6 personas.  Fue en enero de 2011. Hubo un gran debate sobre los señalamientos. Pueden verlo aquí con detalle. Incluí, por cierto, las declaraciones exculpatorias de Palin de un periodista español llamado poco después a superiores destinos.

Concluye Albert Rivera su desafortunado tuit: “Con cobardía nunca se vence al nacionalismo”.  Me animo pues a alertar del ultranacionalismo español que aqueja a Rivera y en general a su partido, a Ciudadanos. Hemos visto ya múltiples síntomas y éste lo ha corroborado. Rivera empieza a parecerse mucho más a Marine Le Pen que al Macron con quien se quiere equiparar. Y eso que Macron propugna una ley de inmigración que ha hecho dimitir a uno de sus diputados. Y tiene a Francia en pie de huelga por sus drásticas reformas neoliberales. En ese punto, sí coincidirían.

Tampoco es ajeno Macron a la exaltación nacionalista. Se le han visto ramalazos con la grandeza de La France, pero la Cruzada de Rivera o Arrimadas va mucho más allá del clásico chovinismo francés. Es un nacionalismo populista de derechas inequívoco. Del que no parece ser consciente. Dice Rivera que hay que ser valiente para afrontar este problema y se lo puede y debe aplicar a sí mismo. Hay que decirlo  aunque choque al paraguas  protector que rodea a Ciudadanos.

El problema de posiciones tan extremas es que acarrean falta de mesura en el juicio. La nueva hornada de políticos, muy cercanos a la ultraderecha, viene con una notable falta de criterio. La verdad, como valor relativo, y la mentira o inexactitud, como herramienta a utilizar a discreción.  Donald Trump se plantó el domingo ante una multitud para decir que la Unión Europea nació para aprovecharse de América y se quedó tan ancho. Sus fieles se lo tragan. Son los que le han elegido a imagen y semejanza de sus sueños de triunfo. Este es el mundo que viene, hasta que estalle por su propia sinrazón y vacuidad.

No se pierdan a nuestro  Albert Rivera apropiándose de Clara Campoamor para su causa con tales errores históricos que tuvo que ser corregido por Isaías Lafuente, el biógrafo de la gran política feminista. Pero en estos tiempos funciona el “tú di que algo queda”.

El Partido Popular está cayendo absorbido en su degradación y Ciudadanos sube en las encuestas. Con estos preocupantes parámetros que se observan. Cambian de opinión de forma drástica sin pestañear.  Adoptan decisiones por encuestas como si fueran  estudios de mercado y no fundamentos sólidos.  Les sobran los sindicatos y apoyan la justicia exprés para los desahucios –de momento, para los desahucios-. Las dilaciones en  la Comunidad de Madrid, tras el penoso episodio de Cifuentes, ya no ocultan la búsqueda de su propio interés.  ¿Qué quieren los madrileños? Un interino, ya ven ustedes.

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💃  @InesArrimadas “Si se repiten las elecciones en Cataluña será porque los partidos separatistas no han tenido la valentía suficiente para reconocer el fracaso absoluto del ‘procés’” pic.twitter.com/UGMIPklqTu
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💃  @InesArrimadas “Lo que más importa a los madrileños es que haya un presidente interino hasta el final de la legislatura para así generar un cambio con elecciones en mayo de 2019” pic.twitter.com/tNNuqLXjkf
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La ocurrencia de un Manuel Valls, desahuciado en Francia, como candidato a la alcaldía de Barcelona, no hace sino acrecentar la inquietud. Un puro dislate.  El presidente que expulsó a 12.000 gitanos de Francia. Y tan creído de sí mismo -a pesar de los varapalos recibidos-  que quiere encabezar una candidatura unitaria. De todos los que se llaman “constitucionalistas”, apartando a un posible candidato de PSC. Es como si quisiera seguir el camino que iniciara en Francia donde su partido pasó del gobierno a malvender la sede de París. Y Valls a renegar del socialismo.

El gran escollo de Ciudadanos puede ser su sesgo de género, con un impostado y oportunista feminismo reciente que no ha convencido. Inicialmente incluso negaron la propia existencia de la violencia machista diferenciada. Y con Inés Arrimadas de estandarte, pasaron de rechazar la huelga feminista del 8 de Marzo a plantar el lazo violeta en primer plano. Les ha pasado factura. Un trabajo demoscópico publicado por el analista Kiko Llaneras en El País a través de 33.000 entrevistas desde 2015 advierte que el voto de las mujeres se aleja de Ciudadanos.  Ven más allá del modelo que se ofrece en la pasarela. Mientras, otros, son tan miopes que no entienden en su plenitud el poder que ha emergido de las mujeres, el inmenso hartazgo de las mujeres.

Ciudadanos no es un partido de centro, no lo es Albert Rivera en particular. Entre sus múltiples cambios de postura, siempre emergen posiciones altamente conservadoras. Incluso algunos atajos en los valores esenciales como ha evidenciado el señalamiento de los profesores con la divulgación de sus fotos.  Fundado en el señuelo del adoctrinamiento en la escuela catalana que no avalan los datos como algo generalizado  y con repercusiones. Vean  este estudio del politólogo Luis Orriols de hace unos meses. El mantra queda, sin embargo, como tantos otros.

Albert Rivera parece desahogarse en Twitter como Donald Trump. Cada vez se da más a conocer a través de su profusa exposición. Y ofrece síntomas de actitudes inapropiadas en un político que aspira a gobernar para todos los españoles. Asustan y preocupan. Porque quizás lo más temible de estos tiempos políticos, tan escorados hacia lo irracional, es la frivolidad y falta de criterios responsables.

Hasta aquí lo que publiqué en eldiario.es con fecha 1/05/2018

*Actualización 3-5-2018

Arran-joven, una organización juvenil independentista de la órbita de la CUP han puesto este tuit:

ciudadanos.arranz.nonoscallarán  Al que se han lanzado en masa Albert Rivera, aspirante a presidir España o Begoña Villacís a la que dan por hecha la alcaldía de Madrid -salvo imprevistos-. Con un hashtag que dice #NoNosCallarán y es el primer TT en la tarde/noche de este jueves. Lo más visto. Tras haber tuiteado desde presuntas posiciones de más altura la infamia de Negre.

Qué nivel. Como niños. Unos lo son, otros no. Me pregunto, asustada, en qué manos estamos. O quieren que estemos.