En 1929, en plena crisis estética y vital, Federico García Lorca marcha a Nueva York, donde reside un año. Allí, durante una breve estancia en Cuba y a su regreso a España, escribe un conjunto de poemas que constituye una de las cimas más altas, si no la más alta, de su creación literaria. Hasta su muerte en 1936, trabajará en la ordenación de todo este material que, sin embargo, no verá la luz hasta 1940 bajo el título de Poeta en Nueva York. Este poemario supone el punto culminante del estilo de Lorca, del que se sirve para construir una radical protesta social y una intensa búsqueda existencial.
“Así pues, antes de leer en voz alta y delante de muchas criaturas unos poemas, lo primero que hay que hacer es pedir ayuda al duende, que es la única manera de que todos se enteren sin ayuda de inteligencia ni aparato crítico (…). Porque la calidad de una poesía de un poeta no se puede apreciar nunca a la primera lectura, y más esta clase de poemas que voy a leer que, por estar llenos de hechos poéticos dentro exclusivamente de una forma lírica y trabados tupidamente sobre el sentimiento humano y la arquitectura del poema, no son aptos para ser comprendidos rápidamente sin la ayuda cordial del duende.” (F. G. Lorca, Conferencia sobre Poeta en Nueva York)
Para hablar de una trayectoria como la de Federico García Lorca, es necesaria más que la ayuda de un duende. Lorca es uno de los más grandes poetas de las letras españolas y representante o epígono, al gusto del crítico, de la prolífica generación del 27. Fue un poeta tanto innovador como conservador. Su gusto por todas las formas heredadas del modernismo y por todos los “ismos” de vanguardia, hace curioso su trabajo con formas tan arcaicas como el romance o las danzas de la muerte.
Lorca desembarca en el Nueva York de 1929 portando una crisis estética y conceptual a sus espaldas. En esta ciudad, y su posterior viaje a Cuba, descubrirá el mundo capitalista desde todos sus puntos de vista. Una ciudad de progreso económica con continúas alegrías por el estado de su bolsa, frente a una sociedad racista y llena de guetos marginales. Con la quiebra de la bolsa con el crack, Nueva York se convierte en una masa más homogénea y oscura. Lorca siempre ha manifestado su gusto por los colectivos marginales y las atrocidades de la sociedad. Su estancia en esta ciudad iba a proveerle, por ello, de material para crear un poemario tan hermoso como duro.
El surrealismo español llega con esta obra de Lorca a una de sus cimas poéticas. El autor es capaz de construir un mundo sensorial, excéntrico y inteligible que no olvida nunca sus elementos reales. Todo ello en una palabra poética tan caótica como organizada, tan poco rimada como musical y tan bella como cruel. Desde un punto de vista ajeno a lo sensible, las imágenes del autor logran ser tan descriptivas e intensas como la propia realidad. La estructura del poemario realza la idea de la importancia de lo urbano y de su materialización más humana, la propia población.
Los críticos siempre han señalado esta obra de Lorca como su mejor producto poético. Sin duda, en el estilo lo es. El autor consigue hacer tangible lo más abstracto, a través de las imágenes y recursos más sensoriales, como representar de una forma tan onírica como distorsionada una época fatídica de la historia de América. Personalmente, disfruto más de la poesía del Romancero gitano, tan accesible y variopinta como preciosista.
Para finalizar, la producción poética del autor granadino siempre será una bandera de la poesía española. Lorca tuvo una producción literaria tan prolífica como positiva su consideración en la historia de la literatura en castellano. Esto no es casualidad, ya que consigue que disfrutemos con su lírica como que reflexionemos sobre la sociedad.
Dejamos a continuación tres poemas de Poeta en Nueva York, obra imprescindible en las letras hispanas:
VUELTA DE PASEO
Asesinado por el cielo,
entre las formas que van hacia la sierpe
y las formas que buscan el cristal,
dejaré crecer mis cabellos.
Con el árbol de muñones que no canta
y el niño con el blanco rostro de huevo.
Con los animalitos de cabeza rota
y el agua harapienta de los pies secos.
Con todo lo que tiene cansancio sordomudo
y mariposa ahogada en el tintero.
Tropezando con mi rostro distinto de cada día.
¡Asesinado por el cielo!
(INTERMEDIO)
Aquellos ojos míos de mil novecientos diez
no vieron enterrar a los muertos,
ni la feria de ceniza del que llora por la madrugada,
ni el corazón que tiembla arrinconado como un caballito de mar.
Aquellos ojos míos de mil novecientos diez
vieron la blanca pared donde orinaban las niñas,
el hocico del toro, la seta venenosa
y una luna incomprensible que iluminaba por los rincones
los pedazos de limón seco bajo el negro duro de las botellas.
Aquellos ojos míos en el cuello de la jaca,
en el seno traspasado de Santa Rosa dormida,
en los tejados del amor, con gemidos y frescas manos,
en un jardín donde los gatos se comían a las ranas.
Desván donde el polvo viejo congrega estatuas y musgos,
cajas que guardan silencio de cangrejos devorados
en el sitio donde el sueño tropezaba con su realidad.
Allí mis pequeños ojos.
No preguntarme nada. He visto que las cosas
cuando buscan su curso encuentran su vacío.
Hay un dolor de huecos por el aire sin gente
y en mis ojos criaturas vestidas ¡sin desnudo!
IGLESIA ABANDONADA
(BALADA DE LA GRAN GUERRA)
Yo tenía un hijo que se llamaba Juan.
Yo tenía un hijo.
Se perdió por los arcos un viernes de todos los muertos.
Lo vi jugar en las últimas escaleras de la misa
y echaba un cubito de hojalata en el corazón del sacerdote.
He golpeado los ataúdes. ¡Mi hijo! ¡Mi hijo! ¡Mi hijo!
Saqué una pata de gallina por detrás de la luna y luego
comprendí que mi niña era un pez
por donde se alejan las carretas.
Yo tenía una niña.
Yo tenía un pez muerto bajo la ceniza de los incensarios.
Yo tenía un mar. ¿De qué? ¡Dios mío! ¡Un mar!
Subí a tocar las campanas, pero las frutas tenían gusanos
y las cerillas apagadas
se comían los trigos de la primavera.
Yo vi la transparente cigüeña de alcohol
mondar las negras cabezas de los soldados agonizantes
y vi las cabañas de goma
donde giraban las copas llenas de lágrimas.
En las anémonas del ofertorio te encontraré, ¡corazón mío!,
cuando el sacerdote levante la mula y el buey con sus fuertes brazos
para espantar los sapos nocturnos que rondan los helados paisajes del cáliz.
Yo tenía un hijo que era un gigante,
pero los muertos son más fuertes y saben devorar pedazos de cielo.
Si mi niño hubiera sido un oso,
yo no temería el siglo de los caimanes,
ni hubiese visto el mar amarrado a los árboles
para ser fornicado y herido por el tropel de los regimientos.
¡Si mi niño hubiera sido un oso!
Me envolveré sobre esta lona dura para no sentir el frío de los musgos.
Sé muy bien que me darán una manga o la corbata;
pero en el centro de la misa yo rompere el timón y entonces
vendrá a la piedra la locura de pingüinos y gaviotas
que harán decir a los que duermen y a los que cantan por las esquinas:
él tenía un hijo.
¡Un hijo! ¡Un hijo! ¡Un hijo
que no era más que suyo. porque era su hijo!
¡Su hijo! ¡Su hijo! ¡Su hijo!
Federico García Lorca
Estudió Letras en la Universidad de Granada y Música con Manuel de Falla. Fue una de las puntas del triángulo surrealista formado por él, Salvador Dalí y Luis Buñuel, atraídos por el significado del manifiesto surrealista de André Breton. Considerado uno de los grandes poetas del siglo XX, murió asesinado en Granada en 1936